-Compadre, fíjese que le venden la casa.
-Y, ¿cuánto quieren?
-Mil doscientos pesos -le dijo mi mamá.
En aquel tiempo era mucho dinero.
-Pues agárrasela, comadre, agárrela, ya de ahí nadie te va a sacar.
Y el señor el dueño luego dijo:
-Ahora dame mil cuatrocientos pesos.
Y le dijo otra vez su compadre:
-No importa, agárrala, no seas tonta, comadre.
Ya le escribió a mi papá y él contestó "Déjame ver cuanto completo, pero compra, no lo dejes ir".
Esa primera casa estaba aquí en Arista, más hacia allá, pero no por estar cerca del rastro había alguna ventaja, de todas maneras matábamos de contrabando. En ese entonces estaba el difunto Cheché Sánchez de inspector, hijo de don Alfredito, a final de cuentas decía: "Haz lo que quieras".
No es un oficio difícil, como todo tiene su chiste, pero ahora como que ya no quieren trabajar, ahora ya no hay rastro, todos matan de contrabando. Pero, por ejemplo, mi nieto ya compra pura canal, ya no compra los animales, compra la pura canal. Y antes la ganancia era el menudo, las tripas, el cuero, la cabeza, y algo que escurría de la sangre. Pero ya no hay nada de eso, no hay ni rastro, como dije.
Yo a los catorce años era matancero completo y trabajaba con el difunto Everardo Nieto…
Mi mamá nos había dicho: "No agarren a nadie nada. Trabajen correctamente". Así hicimos. Pero una vez (no se cómo se me ocurrió), la Señora Raquel, de ahí de la esquina, me dijo: "Dame una botanita, no seas malo" y me vio don Everardo, me preguntó:
-¿Cuánto le vendiste?
-No, fue una botanita.
-No-me dijo-, no, mira, ya no puedes trabajar aquí.
Ya en los tiempos de los setentas, ochentas, un día normal de trabajo empezaba con la matanza de los animales, eso obliga a levantarse a las dos de la mañana, algo así.
Yo me casé y me ayudó mucho, mucho mi mujer. luego fue cuando Dios nos socorrió, que compramos la primera carnicería en Abasolo 13 y luego, años después, me vendieron la carnicería que está al lado. Me la vendió el señor Heriberto Guerrero. Ya había fallecido una hija de él y luego él mismo; tenía otra hija, Yolanda, que ya falleció y desde entonces estuvimos ahí.
Por cierto, la hija Enriqueta falleció ahí, en la carnicería, estaba sentada y le dio un paro cardiaco. Joven, relativamente joven; nada más queda Chelo y Pepe porque sus hermanos también ya fallecieron.
Si yo me levantaba a las dos de la mañana, mi esposa se levantaba a las cinco, a las cinco todos los días y se iba al negocio, cuidaba mucho a los empleados y cuando descubría algún robo (a veces embolsaban pedazos de carne en papel celofán) se enojaba mucho.
En esos tiempos cada día se consumían bastantitos animales, los compraba a veces en Celaya o en otras partes.
Para los puercos es el mismo negocio, de que la ganancia está en las vísceras, la cabeza, la piel, pero tampoco ya compran animales ya maneja pura canal. De todos modos, ya no hay ni rastro.