Alegoría de una tarde
En los días sofocantes mi cuerpo, espuma de mar, marea y marejadas, se desliza como ánima sin pena por la pequeña casa.
Se siente bochorno como en muchas primaveras, las gotas de sudor se liberan de mí, se deslizan por mis pechos morenos, por mis piernas para volverse ríos y se precipitan al dulce caudal de este momento.
Sólo se siente calor, pero no cae ni una lágrima del cielo, las pocas matas de maíz languidecen ante la tiranía del sol.
Tres niños juegan en la nada, sus pies se abren igual que la tierra seca.
Un grito maternal parece el trueno tantas veces esperado.
El suelo liso y tibio de la casa está repleto de huellas sin retorno, la puerta de la entrada se ha cerrado por fin y me mira con su gris acero en este fragmento de remembranzas.
La puerta de mi cuarto está amarilla, estoy segura que en este otoño volverá su blancura; la cama está destendida y la calidez de mi cuerpo marca el viejo colchón tal como lo dejé ayer.
Es día quince, dos cervezas son el comienzo, reconociendo la sed de las gargantas que buscan el olvido.
La tarde cae en los bolsillos y pesa más que el horizonte.
Una capa de polvo se niega a dejar lo que atesora: el librero y sus voces nocturnas, la palabra que desconocí, la frase que no me olvidó, los soliloquios, las hojas sueltas, pálidas mariposas que giran a mi alrededor.
Naturaleza muerta, un sillón, cojines azules y el perro que busca en mis ojos el toque que lo hace feliz, me siento en la silla del rincón, "Cirilo" ejecuta la danza de la felicidad.
La audacia se inhala, el tren cimbra los techos y roba las voces de la miseria… un lugar... dónde…vamos…y sus pisadas revuelven el tamo de la tierra sedienta.
En mi habitación el aliento se va con la brisa que limpia los caminos, me lleva en su mortaja a la espiral donde exhumo los recuerdos.
Los fantasmas se desprenden del techo; caen como gasas, llenan la habitación . Entonces los oigo.
El ángel que nunca llegó a tiempo, los que se extraviaron en el espacio rompible de mi realidad. Y aquí estoy, en mi cubil de animal herido, de madre entrañable, esposa aleatoria, amante causal.
En el laberinto de mis ideologías empiezo a discernir: por qué esta ambivalencia que devasta mi corazón, enmaraña mis sentidos y me vuelve atemporal.
Varias sombras astillan el abandono vertiéndose por una ventana desfallecida.
Me encamino hacia la puerta, me sofoca el calor, salgo a la sorpresa de la luz, tengo zapatos y en los labios carmín, me dirijo hacia un pedazo de mundo, esta vez no será ayer.
-Chíngale güey, nos caen los dueños y nos carga la chingada, revienta ya ese candado, cabrón.
-chécate esos libros güey.
-¿Quién compra esas mamadas?
-Se los encasquetamos a un güey que compra en el tianguis de la noche, si no, al Babo ese güey compra todo.
-Simón, pélale. Yo me llevo estas pinches cazuelas pa' mi chante. Hazte a la chingada, pinche perro.
-Dale un putazo y vámonos antes de que nos cargue la pinche verga.