Chamacuero, Gto.
(También llamado Comonfort, Gto.)
Conversaciones
Esta sección, nueva por si alguien lo ha notado, surge a raiz del proyecto, muy aplazado, de elaborar un libro con testimonios de personas que han vivido por mucho tiempo en nuestro municipio. He recabado varios de esos testimonios, fruto de interesantísimas y amenas charlas con memoriosas personas, pero la posibilidad de concretar todo en un libro presenta dificultades que, en las circunstancias presentes,  me parecen insalvables.  Una forma, no poco relevante de corresponder a la generosidad de los entrevistados, es colocar sus testimonios en esta página, una vez que hemos creado un apartado para sus Conversaciones.   Nunca podré agradecer suficientemente a todos los entrevistados por compartirnos sus vivencias, sus opiniones y sus recuerdos. Yo estoy plenamente convencido de la importancia que sus palabras tienen para todos nosotros.  La posibilidad de reunir estos materiales en un libro impreso no queda del todo descartado; más aún, si usted, amable lector, tiene la sugerencia de algún memorioso creame que me dará mucho gusto acudir a platicar con él (o ella) en parte porque a la mayoría de las personas mayores les agrada charlar y compartir sus recuerdos.
En esta primer artículo de nuestra sección "Conversaciones", transcribimos la entrevista a la Sra. Raquél Moreno Barrón quien, aunque la entrevista es de 2017, este 17 de mayo cumplió 90 años.
Como siempre en estos casos, he suprimido mis preguntas y las indispensables observaciones o aclaraciones las coloco entre corchetes  [ ].



 
Soy Raquel Moreno Barrón, nací aquí en Comonfort, el 17 de mayo de 1929, en Iturbide No. 7, soy indígena de aquí. Cuando era niña había muchos juegos inocentes y bonitos, aunque mucho rato debía cuidar a mis hermanos, porque yo fui la mayor, fui en realidad la tercera, pero se murieron los dos primeros. Mi mamá, de algún modo, me los encargó a todos. Éramos siete hermanos nada más,  en la mañana tenía que atenderlos, darles de desayunar e irme a la escuela, y después que regresaba a bañarlos y arreglar todo, pero para esto en la tarde… (esa esquina da testigo de mi juventud) me entretenía con la matatena, con las caniquitas, ahí me venía a sentar porque la banqueta era grande. Ya cuando estaban más grandecitos nos íbamos allá a jugar, que formábamos un conjunto para una reina, que a los muchachos los metíamos en una llanta y les dábamos vueltas. Luego hacíamos nuestra tiendita, ¿qué vendíamos en esa tiendita? Esas bolitas negras que da el Paraíso eran "aguacates"; las ramas del mezquite las limpiábamos, era el "arroz"; había unas cercas con un nopalillo que era muy espinudo, eran los "nopalitos"; aquí en la esquina había una piedra, ahí era el molinito, le echábamos agua con tierra. Total  que así formábamos nuestro changarro. Ya más grandecitas, como nuestras vecinas tenía carnicería, a escondidas del papá, sacaban unos sesos, unas tripas, no faltaba qué, para nuestras comiditas, a mi mamá le pedíamos  otras cosas y nos daba lo que pedíamos. Juntábamos a los vecinos de aquí con las comiditas, que sopita de fideo y otras cosas que podíamos hacer. Pero esa sí era comida que, jugando, jugando,  podía comerse. Eso cuando ya estábamos un poco más grandecitos. Jugábamos a la roña, al júntate con dos, al arranca cebollas, todos esos juegos.  Las más grandecillas íbamos con la Sra. Berta y siempre nos daba una ollita con leche,  ¿para qué la queríamos? Para nuestras comiditas; luego íbamos con mi papá que estaba jugando en la plaza de toros, ahí se metían a jugar al dominó, a la baraja, con el Sr. Ortega. Les pedíamos caridad, nos daba un centavo uno, otro centavo otro y con eso ya comprábamos nuestros fideos y hacíamos las comiditas. Juntábamos a todos los vecinos de por aquí, en realidad éramos pura familia: mis tíos, los tíos de las Téllez, las muchachas Téllez, Berta y Consuelo, María Barrón y su hermano Francisco, Adolfo Téllez, mis hermanos y otros primos, tampoco éramos tantos.

En esos tiempos había una escuelita que estaba frente a la tienda de Benjamín, donde estaba una señora que vivía nada más con un hijo, ella se llamaba Chonita, ahí nos enseñaban cosas muy sencillas, muy elementales, pero nos atendían muy bien, nos trataban muy bien, es que, mi papá era amigo de toda la gente. Ya después de ahí me pasé a la Manuela Taboada, ahí estudiamos, mis hermanos y yo, por cierto,  estaba también Toño González, su hermano Héctor, el Rojo, María y Raquel Elías, Lupe Leal, Trini Ibarra; fuimos los que inauguramos la Banda de Guerra.  Alguna vez le pregunté al Rojo por qué se juntaba con nosotros, me dijo que era del 31; yo lo hacía más chiquillo. De los Maestros que recuerdo de aquella época: Felicitas García, Macario Valadez, Vicente Buenrostro; de otros no recuerdo sus apellidos, había una maestra Victoria, Carmen; Virginia y Jesusita que eran Madre e hija; Virginia se dedicaba a la tiendita y Jesusita a la Cocina. También estaba Angelina Olalde que, por cierto, en su época creo que fue novia de mi papá; el día de su santo de mi papá siempre me fabricaba algún regalo para que yo se lo presentara a él  (es que no siempre se acuerdan, me decía). La última vez me pidió un retrato de él y se lo puso en un cuadro, fue un trabajo que tuve que presentar.
Los maestros de entonces eran muy estrictos y muy correctos. Por ejemplo: el Sr. Macario Valadez, Dios lo librara  a un niño que le hiciera algo o molestara a las niñas. Por cierto que una vez me hizo pasar una vergüenza…   Era director y era maestro. Yo tenía  un primo que se llamaba Fausto Moreno Barrón (coincidían los apellidos): un señor que vino de México se casó con una prima de mi mamá.  Yo sí iba a su casa de fausto y nos tratábamos, pero no me gustaba llevarme con ellos, porque había otros niños que sí eran agresivos, comienza uno a hablarles y se quieren llevar.  Total que el maestro dijo un día:
-A ver, Raquel y Fausto, se me ponen de pie.
"Dios mío, ¿qué hice yo?", pensé. Tenía mucho miedo de que le enviaran una queja a mi papá, porque yo respetaba mucho a mis padres, "¿Qué haría yo?" Me preguntaba, angustiada. Y ahí estábamos de pie:
-¿Qué ustedes son hermanos?
Y Fausto se quedó congelado. Yo le tuve que contestar:
-No, señor director, no somos hermanos, somos primos.
-¿Por qué son primos?- Le contesté:
-Coincidencias, porque su Papá de él es de México; mi papá es de aquí de Comonfort. Y las mamás son primas hermanas, hijas de dos hermanos. Mi mamá, por ejemplo es hija de Antonio Barrón que era hermano de Juan Barrón [el constituyente], y la mamá de Fausto se llamaba María y era hija de otro hermano llamado Miguel. Y coincidieron los apellidos pero no somos hermanos.
-Está bien, siéntense.
Y ya me sentí aliviada, por qué de pronto así nomás: Párate, uno piensa: ¿Qué cosa haría? Y me dio mucha pena, como cuando los exámenes. Porque antes  iban los papás y los sinodales y preguntaban. Y ahí sí, como decía mi papá, se iba la sangre al rostro. Me acuerdo que los trabajos manuales se presentaban con todo y sinodal, aunque eran cosas sencillas, por ejemplo: para el diez de mayo, Jesusita que era la de la tienda, nos hacía una gelatina, galletas y todo eso lo apuntaban en el expediente, era muy bien llevado todo, muy organizado.  Ese director tenía por costumbre ponernos en círculo y nos iba haciendo una pregunta, si los tres primeros no contestaban iba bajando la nota, el primero era 100 el otro 95 y así. Era muy estricto pero muy buena gente, muy buen director. Otro maestro viejito también era muy buena persona, muy atento, pero es que nosotros sabíamos respetar también. Otra vez me hizo pasar otra vergüenza ese director Macario. Como yo era de las más larguchas me tocaba atrás. Compartía pupitre con  una  muchacha que se llamaba Victoria que, como su papá trabajaba en las vías, lo cambiaron y la muchacha se fue.  Me tocó sentarme con una muchacha Emilia, que tenía una boca…  y ese día el Director me dijo:
-A ver, Raquel, agarra usted todos sus útiles y se me pone aquí enfrente -Dios mío, sentía que los pies me flaqueaban-.  Y párese aquí.
Y yo no sabía ni qué hacer con mi montoncito de libros y todo. Me la hizo de emoción, me dijo:
-Se me va a pasar para acá adelante, ¿qué usted no ha oído un adagio que dice que el que con lobos se junta a aullar se enseña?
Sentí muy feo, y más feo sintió Emilia. Se puso a rezongar: viejo jijo, viejo l'otro;  puras insolencias, no las decía recio pero sí la oyeron los muchachos alrededor y agarró sus cosas diciendo:
-No vuelvo.
Pos luego, luego pasó un chismoso y le contó al director que me dijo:
-A ver, Raquel, ¿que ya no va a venir usted a la escuela?
-Sí, ¿por qué?
-Pues ésta va a ser su tarea. Y me agregó algunas cosas de tarea.
Con esas dos cosas me hizo pasar vergüenza. Pues todos se me quedaron viendo, siendo que yo no me llevaba con nadie, no me gustó que me haya parado ahí.

Sí, me tocó estrenar esa escuela y era muy bonita. Cuando era la fiesta de los Remedios, en la escuela se hacía la exposición en esos días y hasta abrían las puertas para que la gente viera los trabajos que se hacían.  Siempre ha habido mucha gente en la fiesta, ya desde entonces se usaban los juegos mecánicos, los caballitos, la ola, las sillas voladoras y la rueda de la fortuna, nada más esos había y los caballitos no eran de los que suben y bajan, eran los otros que nada más dan vuelta. Que por cierto, había unas personas que les gustaba mucho ir a bailar a los caballitos, lo hacían para divertir a la gente que se los pedía.  De las danzas, siempre ha habido la de la sonaja de los muchachos, esa sí es antigua; la de la sonaja de las muchachas no; había la que le decían de los compadres, que era la de los penachos. Lo que existían eran las competencias de músicas, por ejemplo el día jueves, para amanecer el viernes. Decía mi mamá que a su papá le gustaba mucho ir, porque acababan hasta en pleito, que lo hacían en grande. Ahí estaban tomando sus ponches o sus tés. No sé cómo sería la competencia, a mí nada más me platicaban, yo nunca fui, no me tocó. Sacando cuentas: la mamá de mi papá murió en el 31, entonces hablamos de mucho más atrás. La cantinita, la única que estaba por ahí, que vendía ponches, le llamaban cuatro vientos. Se ponía cercana a la estación, era un puesto. Los juegos mecánicos por ahí se regaban. Había puestecitos de limas, chucherías o cosas de la región. Pero estaba bien, muy tranquilo. Entonces había una costumbre: cada que iba a entrar una danza repicaban, tronaban muchos cohetes, hacían fiestecita, pues, para recibir a la danza. A una tía mía le gustaba mucho ir a ver las danzas, nos invitaba y tostaba un montón de cacahuates y semillas; para no andar comprando allá, decía, y nos llevaba a toda la bola de sobrinos, eran cosas muy bonitas.
La plaza de toros, que mencioné hace rato, era de un hermano de mi papá y mi papá la administraba. Sí vinieron varias veces toreros de cierta fama. La plaza de toros estaba en la esquina de  Guadalupe Victoria con Juárez, abarcaba la casa de Plácido Santana, la de Pepe, el carnicero, hasta la esquina, donde estaba la casa de Juan Bárcenas que era carpintero y  hacía cajas de muerto; todo eso abarcaba la plaza, lindaba con las casitas hacia la calle Iturbide. Era muy grande.  Y sí, había corridas de toros, jaripeos y se llenaba. ¿Por qué desapareció?  Mi papá administraba el negocio. Ahí había, además, cultivos: parcelas de lima,  granada, alfalfa, maíz y el pedazo donde estaba el redondel y los corrales de los toros.  Un día su hermano de mi papá le dijo:
-Fíjate Pablo  que ya Manolo, mi hijo,  se va a hacer cargo de la plaza.
-Perfecto, es tuya, aquí están tus llaves -le contestó mi padre.
Pues Manolo tumbó la planta de todo lo que había. Hasta la leña regaló, se quedó todo limpio, estuvo pagando impuestos y mejor la vendió; se la vendió al señor Antonio Lindero que vivía enfrente, papá de josefina. É la fraccionó. Todavía entre los lotes que se dividieron alguien tiene por ahí un pedazo de lo que era la plaza. Después mi tía le reclamaba:
-Dame algo, tú te ganaste mucho,
-Tú me vendiste -le decía-, tú te creíste de tu hijo Manuel, si mi compadre Pablo te estaba dando tu dinero y todo lo que sacaba, de la renta de los toros y de todo; todo lo perdiste. 
Y así fue. Perdió todo. Mi papá le decía:
-¿Qué pasó? ¿Te robaba yo? Todo era de ustedes, mío no era nada.

Esa era la plaza de toros. Por cierto una vez, ay, cómo fue de gente, nos sacaban de reinas, estábamos jovencillas de a tiro, ahí va que la reina a la plaza de toros y nada más íbamos así, no íbamos vestidas de reinas, nos sacaban en un convertible. Iba Carmela Carracedo, ya después yo conviví con ella.

Por aquellos años, hablamos de los cuarenta, estaba de moda una torera llamada Conchita Cintrón; Pues va usted a creer que trajeron a una y le pusieron:  "Cachita Cinturón" y esa pobre se trozó la mano, pues no era torera y todos creyendo que era Conchita Cintrón y no leía bien que decía "Cachita Cinturón". Se llenó la plaza y vieron a ver a una que ni torear sabía.

Mi papá fue empleado del gobierno toda la vida, desde los catorce años hasta que falleció a los sesenta años, se llamaba Pablo Moreno Amador. Esta casa no era parte de la casa en que nací, esta casa era de un señor que la vendió a los Papás de Juan Sánchez, que era carpintero,  él, posteriormente, fue el que nos vendió.

Por cierto que mi Papá sí conocía a mucho a sus tíos de usted, a su abuelito, a su mamá, a todos cuando el teatro, que era la  diversión del pueblo, porque aquí el pueblo siempre ha estado muy triste, sin nada. La alegría era cuando venía la familia Navarro. Cuando venían, a veces rentaban al otro lado de nosotros. Mi papá los conocía porque trabajó toda la vida en la presidencia, él fue secretario municipal, secretario particular, síndico, delegado en Santa Cruz de Juventino Rosas, delegado en Empalme Escobedo. Cuando murió estaba de secretario en el juzgado municipal, estaba con el sr. Ortega, que era el juez. Yo ya estaba casada para entonces pero mi papá  me tenía mucha confianza, me daba la llave del juzgado y me encargaba que le trajera algún papel o algún dinero que ya sabía yo donde lo guardaba. Murió como a las tres de la tarde y yo lo primero que hice fue tomar la llave y se la lleve a don Pepe Ortega, le dije:  "Mi papá acaba de morir, aquí está la llave". Esto para que no hubiera ninguna situación de ningún tipo. Murió el 18 de mayo de 1960, de sesenta años y mi mamá murió al año y medio, el 20 de enero de 1962.  Luego vienen a verme y me preguntan fechas de sus parientes y  la gente cree que ya no me acuerdo de muchas cosas, pero sí me acuerdo, bendito Dios. Algunas cosas no se me olvidan pero otras sí.

Por cierto que a mi papá también le gustó mucho el teatro, él salió mucho de algún papel, mi tía Lupe también, en fiestas hacían algún sainete, algún drama. En la misma plaza de toros llegaron a montar alguna obra, a mí no me gustaba andar en esos argüendes pero mi papá nos ponía un papel; algo sencillo. También participaba Carmela Carracedo, que era más grande que yo, pero también ahí conviví con ella. Porque estuvimos después en la Taboada, ya habíamos terminado la escuela y nos llamaban para que saliéramos, estaba Tere Macías, Celia Macías, Gabina, no me acuerdo su apellido, Rosita Pérez.  Por ahí tenía una foto de la última vez que salimos que, por cierto, entonces una mujer no se ponía pantalones y nos sacaron con pantalón negro, camisa blanca, sombrerito de aro plateado. Habíamos conseguido los pantalones con los muchachos que había acá. No pues salimos a quitarnos los pantalones, corrimos, que nos iban a retratar, no quisimos, no estábamos acostumbradas a andar de pantalones.  [Suspira] era muy bonito todo entonces.

Yo me casé en el año de 1949, o 48. Tuve, hasta me da pena decirlo, como 18 hijos, pero se morían chiquitos. Me quedaron once nada más y hace unos años se murió Lupe, el que se murió ya grande, que era maestro. Fue un montón de gente a enterrarlo, hasta el señor cura dijo que si era un sacerdote que había tanta gente. No, era un maestro que sabía respetar mucho a la gente.
La tienda, esta tienda, tiene su historia: Una vez Alba y Antonio, mis hijos, fueron a comprar unas manzanitas agrias, que venden con chile. Les dieron una bolsa por lo que pagaron, no sé, habrán sido dos pesos. Entonces dijeron: "Vamos a vender las manzanitas" y las pusieron, a la entrada de la casa,  en una mesa chaparrita que mi hermano Guillermo, el carpintero, le había hecho a Alba para sus juguetes. Pues va a creer que sí las vendieron. Se fueron a comprar más y llegó mi marido:
-¿Y ahora? -le platiqué, le dio risa y se metió a comer, dijo:- Estos están locos.
Pues ya cuando acordamos compraron un paquete de cigarros faros y otras cosas.
-Bueno, ¿qué de veras quieren tienda?, -estaban chiquillos.
-Sí, sí, papá, sí la queremos.
Como trabajaba en el correo, consiguió un préstamo, les puso la tienda y estábamos muy bien, muy bien que nos fue.

Nada más que resulta que después sucedió lo siguiente. Un señor que se llamaba Jesús Olalde vivía aquí cerca, ahí donde alquilan las bicicletas, aquí en la esquina de Victoria y Arista. Y ese señor se venía acá a platicar con Juan, nada más estaba viendo cuándo vendíamos, cuánto comprábamos, como surtíamos, cómo se vendía. Total, a él lo despidieron de la fábrica de Soria, hubo un recorte y salió recortado. Entonces le preguntábamos:
-Y ahora, Chucho, ¿qué vas a hacer?
-Pues yo creo que me voy a ir para México
-¿Qué vas a hacer allá? Tú sabes bien de la mercería, tienes tu puesto en el mercado. ¿Por qué no abres tu mercería?, ya estas grande, ya no tienes hijos -Juan, todavía de buena fe, se lo decía.
- No, Juanito, me voy porque me voy.
Entonces un día llegó buscando a Juan, porque se venía a despedir.  Otro día en la mañana salgo yo al mandado, vi que salía mucha gente de la casa de este señor. Pensé: "Si ya se despidió y ahora entra y sale mucha gente; algo pasó." Entré a la casa y le dije a Juan:
-¿Qué pasaría en case don Chucho que hay muchas personas que entran y salen ¿No le pasaría algo a don Chucho?
Total que no sabíamos y en eso venía Raquel Elías y le pregunté:
-A ver, Raquel, sácame de una duda: ¿Qué le pasó a don Chucho?
-Nombre, qué le va  a pasar, es que ese señor abrió una tienda, pero está dando regalos a morir: Tenga su remojo, compra una cajita de algo, tenga su remojo. Verdad buena, patrona -porque así me decía- tiene un alto así, que de chiles, que de sardinas, a todos les regla algo.
(¿No fueron tonteras?, ¿para que vino a decirle a Juan que ya se iba?) Y a ese señor ¿quién le va a reponer ese dinero?, pensábamos. Pasaban los niños:
-Un cuaderno.
-Ándele y uno  de remojo
-Un lápiz
-Ándele, otro de remojo.
Bueno, decíamos, "¿se volvió loco?" Imagínese: "Deme esto; otro de regalo, esto otro; uno de regalo, ¿quién se lo va a reponer?" Y fue una jugada en desperdicio de la amistad [Mi padre tuvo dos "amigos" exactamente así de ruines]. Y bueno, allá él y que siga regalando. Ala hora que salieron de la escuela llega mi hijo con un montón de cosas en sus brazos.
-Bueno, ¿tú de dónde compraste?, ¿de dónde agarraste?
-No mamá, no los compré, el señor me los regaló, ¿cuál señor? El de la esquina, le dijo a la maestra -que era Jovita-: "mándemelos formaditos a la tienda" y vaciaba hartas cajas y nos aventaba cosas.
El señor Federico Bermúdez, de Escobedo, era el que nos surtía la mercancía, nosotros vendíamos mucho, mucho, la verdad estábamos muy bien, comprábamos varias toneladas de maíz, porque entonces todos hacían tortillas. Cada ocho días hacíamos una listota y él nos vendía todo. Lo bueno fue que nunca le quedamos a deber un cinco. Cuando de repente, le dijo un día a mi marido:
-A ver, Juanito, qué te voy a traer, uh, esto no traigo, esto tampoco -cosas que siempre nos vendía, ya no traía.
Bueno, puedo haber fallado un día. A  la otra semana salió la misma. Dijo mi marido:
-Esto ya me olió mal, qué se me hace que éste nos está jugando rudo, pues ya no le vamos a comprar a él.
Tres semanas le aguantamos. Cuando me dice Auxilio Téllez, mamá del Ran-Ran:
-Oye, ¿pues que ya no le compraron a Federico?
-No. -y le platiqué.
-Pero, niña, ¿cómo quieres que te venda a ti? si Jesús sale con una charola, así, de tortas para todos los peones, refresco o agua fresca, lo que se les ofrezca.
Pensé: "Pos don Chucho de veras se volvió loco, ¿quién le va a dar todo eso? La tienda no deja para regalar tanto". No, pues al poco tiempo se fue. Bajo del agua vendió la casa. Un día, mucho después,  los muchachos lo vieron barriendo mercados. Pues sí,  regaló su dinero. Ya cuando don Federico venía a ver lo que le quedó a deber ni la casa era de él.

Pero antes de irse sacó un chisme: Resulta que mi madre muere  el 20 de enero y mi hijo Lupe había nacido un año anterior el 24 de diciembre así que tenía 26 días de nacido. Mi mamá sufrió una embolia, estuvo un tiempo en el hospital y estuve ahí con ella y con mi niño pequeñito. Mi compadre Eureste fue el que la estuvo atendiendo, él le dijo a mi hermano de mí:
-Llévensela, porque no va a ser una van a ser dos se está afectando mucho.
Entonces nos trajeron a la casa y ella se quedó allá. A la madrugada me vienen a avisar que había muerto mi mamá. Me afectó, adelgacé, me puse mal. Entonces este señor, el de la tienda que regalaba cosas,  sacó el cuento de que estaba tuberculosa y que no me anduvieran comprando porque estaba tuberculosa. Un día iba yo a Celaya con mi hijo Lupe, chiquito, y me encuentro a Chelo Puente:
-Raquel, pos, ¿de quién es ese niño?
-Ay, Chelo, tú sabes cuantos niños tengo, pues es mío.
-Pues es que me sacaron un cuento...  -como ella era partera, donde quiera andaba.
-Ya sé, ya sé, ni me lo digas: que estoy tuberculosa, que por debajo de la puerta me arriman los platos y que quién sabe qué tanto. Hasta sé quién sacó el chisme, fue tu compadre Chucho -porque eran compadres
-Sí, él fue -dijo.
Otra situación: íbamos a comprar esta casa, la de enfrente, con un préstamo del correo. Pero en la casa vecina de aquella había muchísimas ratas porque estaba sola, era como un hormiguero, gordas, grandotas. Estábamos en la tienda y se venían. Total, conseguimos un raticida, a la noche fuimos a revisar si había servido, atrás de la puerta estaba una rata enorme, muerta; hasta trabajo costó sacarla, la puse en una lámina y se me doblaba. Luego vimos que algunas todavía se metían por el drenaje,  las queríamos atrapar entre los caños y se perdían en la pared, la tenían toda agujerada. Después era una pestilencia, una fetidez de tanta rata muerta entre las paredes. Le dijo Juan a uno de mis hermanos:
-Búscame un albañil que venga a tapar, tantos agujeros, sale mucho mal olor y uno como tienda aquí pues cómo va  a ser.
-Yo mero -dijo mi hermano-, nomás cómprame esto y esto.
No faltó quien viera que estaban parchando y fue y les dijo a los dueños que me había hallado el dinero, y como los dueños venían de México cada  quince días. Ya no nos vendieron la casa.  Entonces  Angelito nos ofreció aquí, era más chica pero se compró. Llos oros dueños anduvieron informándose con qué dinero le pagué, si con dinero antiguo o moderno. Pues, ¿qué sería yo tan tonta de ir a pagarle con eso? Ya luego me investigaban que dónde lo cambiaba, me seguían los pasos y luego sacaron un cuento… Y en todo eso nos acabamos la tienda, se nos acabó el dinero entre eso y curarme. No me da pena decirlo: había días que no teníamos qué comer. Y gracias a ese señor. No, si la boca es mala. Sí, se sufre mucho, pero se aprende en la vida.

Fíjese que gracias a su papá pude ayudarme un poco: estaba iniciando el Banco de Comercio, le dije a Juan:
-Yo creo que te prestan unos centavitos para el negocio.
Fue y dijo que no le habían prestado nada, creo que no quería compromisos. Entonces le dije:
-Pues ahora voy yo.
Llegué, me preguntaron:
-¿Y quién la conoce aquí? En Comonfort.
-Pues todo el mundo -y en eso que entra el Sr. Carracedo:
-Señora, ¿qué hace aquí?
-Pues vengo a buscar un préstamo, pero me dicen que quién me conoce.
-Ay, señora, pues todos la conocemos.
Que entra El Rojo:
-Señora Joven -porque así me dice-, ¿qué  hace usted? 
-Pues aquí estoy platicando..
Que entra el sr. Morelos. y lo mismo, Pero el primero fue el Sr. Carracedo.  Tuve la buena suerte de que entraran esas personas. Y me dieron el préstamo.

Ya después empecé aquí, pues se murió mi esposo, enseguida, decía que no estaba acostumbrado a las deudas y resintió mucho estar pagando la casa. Además, poco antes habían muerto mi mamá y mi papá, ahí mi esposo dijo: "Ahora sí se acabó todo para mí". Porque él no fue querido en su familia. Que porque era hombre y  en su casa no querían hombres, puras mujeres, puras hermanas. Hasta su abuelita me decía: "Fíjate nomás, no lo quieren a mi Juanito, que porque es hombre. Pero me extraña de la mamá que es hija de María, de Acción Católica, de la Tercera y no sé qué tanto, pero desdeña a su hijo". Nunca lo quisieron; que sólo  señoritas Pallares. Hacían sus fiestecitas y no lo invitaban. Haga de cuenta que no era nadie él y acá mi papá si lo apreció bien. Mi marido decía de mis papás: "Estos fueron mis padres para mí". Se murió seguido, en el 65. Yo me quedé con tanto muchachito, no podíamos levantarnos, se iba Lupe a la escuela, se iban todos a la normal a Celaya y yo pagándoles el pasaje y con cien pesos que me daban de pensión, tenía que lucharle, entonces siempre tuve que estirarlos para poderle dar vuelta. Y ya me quede aquí, me quedé aquí y aquí me quedé. Y fueron las manzanitas; fueron las que empezaron.  Ahora, cuando le acuerdan a Toño y Alba nomás les da risa. Pero a ver, de ahí salió y  cuando se murió mi marido y  aquí quedé yo, tuve de dónde agarrar. Aquí estoy desde el año del 62, por eso llegan muchos muchachos:
-Ay, doña, se acuerda de mí, cuando estábamos aquí, que quien sabe qué.
Gente que se fue a otros municipios, les digo:
-Sí, si me acuerdo de ustedes, sí me acuerdo de ti. Tú eres fulano de tal.
Sí me acuerdo mucho de algunos, de otros no pero de otros sí. Viene alguien y me dice:
-¿No se acuerda de mí? Soy el doctor de Neutla.
-Ah, tú eres el Banderita? Discúlpame pero a ti te decían el Banderita.
Y así muchos, muchos vienen:
-¿Se acuerda cuando los billetitos?
[Yo recuerdo haberle comprado a la Sra. Raquel tantos billetitos como para canjearlos por dos luchadores de 25 cms]
-¿Y las maquinitas?
Y sí, sí me acuerdo, nosotros tuvimos las primeras maquinitas que hubo en el pueblo.  Es que además este edificio de enfrente primero tuvo a la secundaria, después la primaria, la Tresguerras con la directora Oliva Gamiño, mi comadre. Después la primaria se fue para allá donde está. Luego fue también la prepa y la telesecundaria.

[Cuando le pido permiso de tomarle una foto accede pero me aclara:] No me gusta que me fotografíen, ni antes ni ahora. Por cierto, mi familia no es tan grande pero son como 120 personas y hacemos una fiesta y dicen: "Ahora una foto con los puros hijos, ahora los puros nietos, y ahora los bisnietos". Ya son como 30 bisnietos, también conocí  tataranietos. De todos modos somos tantos que es difícil que se junten todos, ni el 10 de mayo, porque van a visitar a las suegras, a las abuelas de la otra familia, más bien el día de mi cumpleaños es cuando vienen casi todos. Porque como está casi pegadito sería mucha celebración junta. Me dicen: "Mamá, ¿por qué naciste luego luego del diez de mayo?"

Yo recuerdo bien a don Pepe Carracedo, a Trini, la mamá del Rojo, a Mariquita, mamá del  Dr. Muñoz.  Por cierto que el doctor vivía aquí cerca cuando el Paricutìn y le daban un miedo terrible los temblores. Pero fue muy buena gente el doctor con nosotros, también Mariquita. Ellos y don Pepe convivían con mi papá.  Era muy bonita esa época, todos vivìna muy bien; se respetaba toda la familia…

Continuando con esta, casi nueva sección, trascribo la charla que nos concedió el Sr. Héctor González Carracedo, en marzo de 2016, No hace falta mi testimonio pero diré que desde niño recuerdo a un señor sonreinte, casi hiperactivo que, pese a la edad, no era mi tío, sino mi primo, del mismo modo en que sus hijos, pese a la edad, no eran mis primos, sino mis sobrinos, pero lo que más me llamaba la atención es que le decía Apá a mi papá. Lejos de preguntarle, a uno o a otro el por qué, siempre vi con mucha simpatía semejante muestra de afecto y respeto hacia mi padre.
Como siempre en estas transcripciones he suprimido mis preguntas y coloco entre corchetes  [  ] mis aclaraciones.
 
Yo nací en Yóstiro, municipio de Pueblo Nuevo, Yóstiro es un rancho ahora, anteriormente era una hacienda. Yo ahí nací, porque mi padre era de Pueblo Nuevo. Nací  en 1934. Mi hermano Toño es un año seis meses mayor que yo, el nació en Irapuato. A mí me trajeron a los dos años aquí a Comonfort, porque tu abuelo, Don David Carracedo, vino a Comonfort, se dedicaba a rentar haciendas. A mi papá (tu papá) también le gustaba esa actividad, él rentó la hacienda La Sonaja, en Irapuato y yo, en mis vacaciones, me iba con él desde muy pequeño, por eso siempre le decía Apá. No sé si siga existiendo esa hacienda.

También el abuelo, nuestro abuelo rentó la hacienda de Jalpilla y la de Palmillas aquí en Comonfort. Estamos hablando de los años treinta. A mi Apá le gustaba la agricultura, entonces cuando iba a la Sonaja él trabajaba la tierra. No se me olvida que yo iba, según yo muy fregón, que cuando sembraban el tomate de cáscara, el tomate verde, en los surcos hacían una pequeña rayita y mi Papá iba sembrando y yo iba tapando con una ramita, ese es un recuerdo muy bonito que tengo de mi infancia. Yo vivía aquí y solito me iba para La Sonaja en las vacaciones.  Vivíamos en la calle de Arista, casi enfrente de donde estaba el rastro, ahí rentábamos, cuando mi mamá se casó con Rafael Elías ahí vivíamos.  Él trabajo en el hospital municipal que estaba donde está la casa de la cultura, lo llevó ahí el Dr. Muñoz, porque Rafael se dedicaba a la música nada más, para que llevara un poco más  de dinero a la casa.  Yo tengo el recuerdo de que era buena gente y una persona magnífica, mientras no tomara. Ya tomando venían los problemas, imagino que por eso se separó mi madre de él. Ya separado nos saludábamos cuando nos encontrábamos y hasta la fecha les hablo a todos los de la  familia de él.  Ya separada mi madre comenzó a trabajar, hacía, precisamente, el chorizo español que le habrá enseñado a hacer el abuelo. Era un chorizo a todo dar, también cosía ajeno y de ahí nos mantenía, ella sola, sola toda su vida. Ya después mi hermano, que siempre fue una persona más abusada que "lloviznando", empezó a trabajar en la oficina de Hacienda, aquí en Comonfort; ahí donde estaba Manuel Nieto Jiménez, ahí estaba la oficina. Un señor Rojas era el jefe de la Subalterna de Hacienda, empezó a trabajar y, como siempre fue muy abusado, le agarró el modo y acabó haciendo carrera en esa secretaría, hasta que se jubiló como Jefe de la Subalterna, en una ciudad del Estado de Hidalgo.

Yo estudié la primaria en la Manuela Taboada, era una escuela mucho muy bonita o así la veíamos nosotros, porque era una escuela completamente amplia, los salones eran para cuarenta alumnos. Y no sólo era primaria ahí estaba también lo  que entonces le llamaban preprimaria. Quien no la conoció en esos años no sabe lo bonita que era esa escuela. Bonita, primorosa, los salones, las rejas y los terrenos que tenía, porque en donde está la secundaria era parte de la Manuela Taboada, nada más que entró la carretera y partió los terrenos.

En aquellos años los niños jugábamos al futbol que era lo primordial, también béisbol  y voleibol, porque del Básquet no sabíamos nada, del voley sí, porque ponían una red y ya estaba. No teníamos realmente quién nos enseñara, aunque después vino un señor del Gobierno del Estado y le pusieron "Escuela Manuela Taboada, número 1 del Estado" y ya nos daban una orientación para estos deportes. En la calle lo más común eran las canicas, el trompo. Donde quiera nos poníamos a jugar, aquí donde está la plaza era el Mercado, pero  más bien parecía una caballeriza, un establo. Había unos árboles, enormes, no recuerdo de cuáles y jugábamos al Tarzán, nos subíamos a los árboles y pasábamos de una rama a otra, se nos hacía muy fácil eso, no recuerdo haberme caído nunca de un árbol. Entonces el mercado tenía una zona tapada nada más de lámina y había, se puede decir, cuatro cuartos, uno en cada esquina, donde la gente tenía los lugares de comida, pero igual llegaba alguien y amarraba su burro ahí afuera, aparte de eso esa zona era bonita, estaba la parroquia enfrente. Hoy veo el espacio más reducido, como que antes era más grande. Ahí jugábamos béisbol, saliendo de la escuela, era el lugar de reunión de todos, ahí era donde llegaba mi madre si no llegábamos a la casa: "¡Vámonos hijos…!"  El jardín, por el contrario, siempre estuvo empedrado, bueno yo lo conocí así, aunque antes era de tierra, como el mercado, pero en esos años treinta ya estaba empedrado.  Del lado donde está el DIF, y del lado contrario, las calles eran muy, muy anchas, había una caseta de madera amplia donde vendían nieve, paletas; una era de Manuel Nieto Jiménez y otra de Lucas Espinoza. Ahí iba uno a comprar y ya más grandes a jugar dominó, pero en un ambiente muy sano. Era un pueblo muy tranquilo, por lo pequeño éramos todos como una familia, cabe decirlo, nos saludábamos todos. A mí siempre "Rojo, esto", "Rojo, aquello". Desde los dos años, casi nadie me llamaba por mi nombre.  Lo de Rojo viene porque así nací, coloradito, coloradito, güero, hasta eso, bastante güero. Mi cabello era completamente rubio, nada más que con el sol y los años se pone oscuro.

Yo tenía un tío, primo hermano por parte de mi padre, se llamaba Aurelio y le decían Lelo, le gustaba la música y acudía a las cantinas a cantar para sacar para vivir. Él creo que vivió con mi abuela Trini, me imagino y después desapareció, cuando yo entré a la escuela, habré tenido unos seis años cuando él murió. Y no digo que de ahí, pero la música viene de familia; tu papá tocaba la guitarra, mi tía Carmela la guitarra, mi mamá el violín y hacían un conjunto entre ellos mismos, por eso a mí también me encanta la música, nomás que nunca aprendí a tocar un instrumento.

Terminé la primaria y me hubiera gustado estudiar otra cosa, pero mi posición económica nunca me lo permitió, ni a mi hermano Antonio. En esos tiempos si querías estudiar secundaría tenías que ir a Celaya; era un peso de ida y un peso de vuelta ¿Cómo estudiabas? Yo ganaba tres pesos diarios cuando empecé a trabajar saliendo de la escuela.  Empecé a trabajar, desde antes de salir de la primaria; en mis vacaciones yo me iba con muchas personas de aquí, porqué como te digo éramos una familia. Por ejemplo yo llegaba con el papá de Armando Maldonado, el Sr. José Maldonado.  Y, mira que cosas, dime tú si yo, siendo un niño iba  a hablarle de tú a una persona mucho mayor. Y sin embargo había una cierta confianza, yo le hablaba de tú a don José, al Pinto, otro carnicero, a  Heriberto Guerrero. Les hablaba de tú y no era una falta de respeto, era una familiaridad. Como mi mamá siempre me mandaba allá a comprar la carne para hacer el chorizo los trataba mucho. Después salía con mi cajita a venderlo y me iba a ver a don Ambrosio Macías Sánchez, a  Manuel Nieto Jiménez, Antonio Sánchez Camarena, Benjamín Sánchez Camarena y Pablo Sánchez Camarena. Salía yo de la escuela y mi mamá ya me tenía mi cajita y a vender el chorizo,  ella también lo mandaba a México. [Héctor hace una pausa y agrega con un dejo de emoción:] Era muy bonito.  Cuando yo estaba de vacaciones de la escuela era un mil usos, iba aquí iba allá: "¿Qué se les ofrece?" "¿Les traigo un mandado?" Para ganarme un centavito o dos centavos, las monedas de dos centavos parecían las de diez pesos de ahora, igual de doraditas. Andaba yo ayudando a la gente, ofreciendo: "¿Le ayudo a esto? ¿Le ayudo a esto otro?" Me iba al mercado: "¿Le ayudo con su canasta?" Bueno, dizque mercado.  Es que además así tenía que ser, no había manera, mi mamá no se podía hace pedazos y ella hacía hasta lo imposible por darnos de comer. Yo hubiera querido, porque siempre me ha gustado hacer cuentas, estudiar algo relacionado a eso. Es lo único que sé hacer; por ejemplo para sacar porcentajes no necesito la calculadora, el que sea, pero de números enteros. Nada de que saca el 17.28% de 15.34,  ahí sí no.    Mi hermano también debe haber sabido bastante, además era muy centrado. Por eso ganaba un poquito más y le daba dinero a mí madre y con eso me ayudaba a mí también. Ya no era que ganar tres pesos como yo, ganaba cinco o seis pesitos. 

Ya un poco más formalmente me fui a trabajar con mi compadre Tomás Méndez, me ponían o me tocaba hacer de todo, como hacían sus carrocerías de carritos a veces estaban remachando y yo ayudaba en eso.  Y así por el estilo. Hacían un tipo de carrocerías de esas antigüitas, llevaban, claro, un chasis con su capacete, pero destapado de las orillas, por donde entraba la gente había sólo unos barrotes, esos eran los que andaban aquí en el pueblo.  Aquí tuvo un camión de esos don Pedro Leal, con sus hijos, siempre se dedicaron al transporte, los domingos a veces me iba yo con ellos, de cobrador, me iban a dar dos pesos, ya son dos pesos más. Eran camiones tapaditos pequeños.

Pero ya más formal, fue en la presidencia municipal de aquí. Primero entré como cobrador en la alfabetización. En ese tiempo había, para los ranchos, para las comunidades, una ayuda para que la gente aprendiera a leer y escribir; y había un grupo de personas que aportaban un peso al mes; yo era el encargado de cobrarles.  Ese fue mi primer trabajo, de ahí me fui a la tesorería municipal, porque me habló don Florentino Tovar que era el tesorero municipal. La oficina estaba ahí en la antigua presidencia, en seguida el salón de cabildos y a un lado la cárcel también. Yo fui uno de los escribientes de confianza de don Florentino Tovar, pero nada más habíamos tres personas para atender todos los asuntos de la tesorería, bueno, para el tamaño del pueblo era natural. Ahí fue donde ya nos pagaban los tres pesos diarios, era presidente, en ese entonces, Arturo Monreal Tinajero. En aquellos años se hacía los "Acercamientos",  consistían en que el primer contacto que tenían ciertas autoridades del municipio para con el pueblo era que hacían una invitación general a toda la población a comer, cada año, a los dos Cerros, por cuenta de la Presidencia Municipal. Claro con la ayuda de muchos que aportaban. Ahí no había nada de que: "quien te invitó". Llegaba la gente habida y por haber. Esto se hacía el 30 de abril. Eso eran los Acercamientos. El jefe de rentas, el jefe de correos, el de la oficina de hacienda y el de telégrafos.  Hasta para los desfiles eran los primeros en invitar, también para cualquier comida.

Después de eso me fui a trabajar a Celaya. Tila Mota trabajaba en lo que después fue Bancomer, pero se llamaba  Banco del Bajío. Ella me dijo: "Vente a trabajar para que vayas aprendiendo algo", y me metió. Me fui, pero me pagaban diez pesos; tenía que irme al mercado Morelos, porque el banco estaba en el mero Jardín, en la contra esquina donde está Banamex ahora.  Tenía que pagar dos cincuenta de comida y dos cincuenta de pasajes. Además tenía que andar de trajecito, mi hermano me prestaba: "Ahora ponte este saco, ahora este otro". Andaba yo pinto de ropa. Luego de un tiempo le dije a Tila: "Te lo agradezco mucho, pero me quedan cinco pesos para mí, me tengo que levantar a las 6:00 de la mañana, caminar y es mucho cansancio de la seis de la mañana a las nueve de la noche". Porque el camión hacía bastante más en ese entonces.  Le dije: "Mejor recomiéndame con alguien allá". Fue cuando me dio la noción con Juan Pablo y Antonio Sánchez Camarena. Entré a trabajar ahí como de confianza, me pagaban siete pesos diarios y prefería estar cerca. Pero de todas maneras tenía que levantarme de madrugada, a las cuatro me levantaba: Que "Vete a la leche", "vete a rayar a la gente al campo" y que luego el establo en la tarde y que "vete a entregar la leche a Celaya". Llegaba también en la noche, pero estaba jovencito, no me pesaba tanto. Duré varios años trabajando con ellos cuando estaban unidos, luego se separaron de tener negocios juntos, don Pablo y don Antonio; don Benjamín fue al que dejaron solo con su tiendita.

Me gustaba el futbol, me decía mi mamá: "Yo no te voy a dar un centavo para tu futbol, tú sabrás lo que haces". Yo le daba la raya a mi mamá íntegra, 49 pesos a la semana, si el domingo no iba por alguna causa al establo, pues no me pagaban, pero yo tenía que ir al partido porque era muy bueno. Como el domingo tenía que ir a dejar la leche, iba al establo y llegaba a las carreras a jugar futbol. Estuve en los aztecas, con el equipo grande en 1948, no se me olvida y el nombre viene de que antes era "Club social y recreativo Azteca". Era un club donde la gente se ruñía a jugar, a convivir, jugar al dominó, a las damas chinas, que antes se usaba mucho. Nada de tomar ni de emborracharse.



Pero resulta que una vez mi tío Antonio Muñoz Martínez, que, dicho sea de paso, tenía un corazón muy grande y no sólo con los parientes, teníamos con él todo el apoyo, si nos enfermábamos él nos revisaba, nos daba medicinas, de todo, si no con que íbamos a pagar esas cosas. Él, mi tío Antonio, le dijo a mi tío David que por qué no me llevaba con él a Papanoa, al aserradero de don Melchor Ortega, ya que sabía manejar; no era un chofer experto, pero sí manejaba diferentes tipos de carros. Y me fui ocho años, cuando estaba soltero, ahí sí ganaba dinero, ya le podía dar a mi madre diez pesos diarios. Era pesado, había que levantarse a las tres o cuatro de la mañana y trabajar todo el día, pero afortunadamente yo siempre estaba acostumbrado a trabajar. Claro que se cansaba uno pero yo seguía, pronto ocho, pronto nueve, para yo sobrellevarla y llevarme bien con los macheteros, que así le llaman allá a los que cargaban la madera, les ayudaba, tenía las manos con puros callos, pero les ayudaba. Así hacía más rápido los viajes. Llegué a ganar cincuenta pesos,  y lo que eran cincuenta pesos en el año cincuenta y cuatro. Papanoa era muy pequeño, muy poco poblado, estaba la casa grande de don Melchor Ortega, con un patio enorme donde se ponía a secar la madera.  Eran unas pilas enormes de tablas colocadas con espacios para que se secaran.   Cuando empezaba a llover ya no se podía subir a la sierra, bueno, con alguna lluvia sí pero ya en la temporada de lluvias no se podía y se enviaba la madera a México. Mi tío David me ayudó mucho estando allá, después  en unas vacaciones me puse a analizar las cosas, empecé a trabajar otra vez aquí y ya no regresé a Papanoa.

Empecé a trabajar de agente vendedor con Díaz Córdoba. Andaba en Soria, Escobedo también; vendía muebles y línea blanca, también entré a la Cervecería. También estuve con mi compadre Morelos, en la tienda aquí en la esquina. Yo no despachaba, pero tenía un lugarcito donde se pesaba alguna mercancía. Él tenía una camionetita pickup chiquita, vendía gas en cilindros, entonces iba yo al gas, cada quien de vez en cuando me daba un peso de propina porque me gustaba ser atento, quedando bien con mi trabajo. Me iba a Soria por mi cuenta y riesgo a ver a otras personas, como si yo fuera el dueño: "No se les ofrece el gas", "Vamos a traer el gas" y se fue haciendo la venta más grande de mi compadre Morelos, que entonces no era mi compadre. Y compró una camioneta de tres toneladas y luego otra. Él era muy agradable, muy buena persona, a pesar de que fue mi patrón nunca me trató de menos, siempre muy sonriente, muy agradable, lamentablemente siempre fue grueso, comía mucho, muy chambeador, pero algo le cobró en su salud.  De pronto se enfermó, lo internaron, lo fuimos a ver y se veía muy bien, pero falleció. Llegó en 1950, era de San Felipe.
  
Otro de mis trabajos y fue vender cerveza de Celaya para acá, después me casé y mi suegro tenía amistad con el Dr. Dobarganes. Me recomendó con él y fue cuando entré a trabajar al Seguro social, me puse mi mejor pantaloncito para la entrevista, iba pero bien recomendado con el delegado Felipe Arias Beltrán de León, Gto. Me vio y me dijo: "Este trabajo no es para ti, Güero". "¿Por qué, señor?" "Porque vas a trapear los pisos" "No me importa, es mi decisión lo que necesito es trabajar". Y entré a trabajar, se quedaron cientos de personas esperando ese trabajo.  Era muy bien pagado, 803 pesos mensuales luego, luego, más una buna despensa que nos daban cada quince días. Así que, bien o mal, ya tenía yo para comer sin ninguna apuración de que ¿mañana qué voy a hacer? Jamás, jamás me importó que se tratara de limpiar, trapear; yo hacía el aseo de los baños. Cuando me invitaron al club de leones, entonces sí hubo los peros,  hubo alguien que decía:  "¿Cómo es posible que anden invitando lavapisos al club de leones?" Pero no le hicieron caso, tuve yo el apoyo de José Juan Hernández Lobato, Manuel Nieto Jiménez, Mi compadre Morelos, mi padrino Moisés Olalde Márquez, Paz Martínez,  Apolonio Díaz Cuellar de Nuetla. "Tú no te fijes, Rojito". Todos me hablaban de Rojito. Y entonces puse mucho empeño en apoyar a las actividades del Club de Leones, eran muy buenas actividades, yo tenía cuarenta años, era una bonita convivencia, cuando se fundó eran treinta y tantos socios, cuando se formalizó, que fueron los padrinos el Club de Leones de Celaya, fue en 1953. Por ahí tengo alguna invitación del banquete. Estuve en el club hasta el 68. Después se hizo nacional pero ya no funcionó igual.

Estuve dieciocho años en el Seguro Social, presenté mi renuncia, se me prendió un poquito el foco y puse mi negocito de refacciones, entonces tenía allá mi trabajo y acá mi negocio, por eso pude darles su carrera a mis hijos, aunque hoy ya no tengo nada. El negocio se me ocurrió porque como allá en Papanoa yo hacía las reparaciones, las afinaciones de los camiones aprendí de mecánica. Empecé mi negocio con tres mil pesos de capital, fui a ver a Gómez de la Cortina, muy amigo mío, aún vive pero tampoco tiene ya su empresa. Duré cuarenta años con mi negocio y a pesar de la gran cantidad de refacciones y de tantas marcas de carros supe organizar mi mercancía. 

En todos estos años, ochenta y tantos, que he pasado en Comonfort, he conocido a muchas personas y tuve muchos amigos, lamentablemente de mis contemporáneos o más grandes, ya quedan muy pocos, ya casi todos han fallecido,  nada más nos va quedando el recuerdo.






 
Con la Sra. Raquel Moreno Barrón
 
Con Héctor Gónzalez, "El Rojo"
Continuando con esta sección, trascribo la conversación que tuve con dos pintoras: La Señora Marisela Romero y la maestra Angelina García.  Debo decir que no sé que me ha impresionado más, si la importancia que han sabido dar al ejercicion del arte en sus vidas, o la innegable calidad de sus trabajos y todo lo que en ellos expresan y nos comparten.

Como siempre en estas transcripciones he suprimido mis preguntas y coloco entre corchetes  [  ] mis aclaraciones.
 
Maricela Romero

Para entender hace cuánto que pinto debo decir que a mí me gustan mucho las manualidades, dado que a mi abuelita le gustaban mucho, lo mismo que a mi tía Rosario;  antes en la escuela se enseñaban mucho esas actividades, le enseñaban a uno a hacer muchas cosas, así que de todas partes me vino el gusto. Ellas, mi abuelita y mi tía,  trabajaban la cera y desde que tenía unos seis años me les juntaba para hacer trabajos con esa técnica; hacíamos las casitas para el nacimiento y otras cosas.   Ya más grande  me preguntaba: "¿Cómo es que no hay alguna escuela donde enseñen todo esto?" Porque yo quería aprenderlo con todas las reglas, como debe de ser, no nada más a como yo lo entendía. Que también está bien, pero yo quería una base bien fundada. Pero no. Ya después, un tanto después,  en la televisión empezaron a pasar un programa que se llamaba algo así como Todo para todos, no recuerdo, pero en él hacían y enseñaban muchas manualidades: esmerilado, repujado y muchas otras que ahí aprendí. De pintura no daban clase y, coincidentemente,  por entonces yo quería una Vajilla Navideña, pero no había mucho modo de adquirir una, así que compré mis plantos blancos y pensé: "Tengo que pintar con algo que no  se borre al lavar mi losa",  compré pintura de aceite, de esa para pintar puertas de acero y con eso hice mi vajilla navideña.

También me gustaba mucho ver las revistas donde veía ilustraciones o trabajos que llamaban mi atención, incluso hablaba por teléfono con la muchacha que hacía el programa de televisión, la que daba las clases; ella me llegó a mandar muchas cosas, revistas y algo de instrucciones.  De ahí realicé muchos de esos trabajos. Sin embargo seguía con mi intención de pintar.  "¿Y cómo pinto?", me preguntaba y me dije: "Pues como Dios me dé a entender". Así que complementé mis colores y me puse a pintar sola, motivada porque  tenía esa inquietud. Y aún la tengo.  No era ni óleo ni acuarela, no le puedo llamar así,  pintaba con pintura de aceite.  Tenía unos garrafones, de los que les llaman damajuanas, traen un forro como de tule y su asa, estaban muy bonitas y no me atreví a tirarlas; les pinté unos paisajes muy mexicanos, en una el típico indito dormido y en la otra un paisaje con magueyes y otros animales.
Posteriormente asistí al taller de la maestra Blanquita, usaban una técnica que se llama pincelada.  Luego conocí a unas compañeras en el centro gerontológico, cuando dieron ahí unas clases. Les pregunté quien enseñaba otras técnicas (siempre y cuando fuera en la mañana, porque en la tarde no me gusta salir de mi casa, en la mañana sí voy). Les vi algunos trabajos a las compañeras pintados sobre tela. Cuando pregunté quien les había enseñado me dijeron: "La maestra Lucía" "¿Y me querrá dar la clase? ¿Podrá admitirme todavía?" "Pues vamos a preguntarle". Pero pasaba el tiempo y no me decían, y yo con muchas ganas de aprender. Ante mi insistencia me invitaron con Lucía y tomé la clase de pintar sobre tela o sobre yeso y figuras, que eso estuvo como muy de moda por un tiempo. Pero un día que fui con la señora Lucía la vi que estaba pintando al óleo. Le pregunté: "¿Dónde tomas clase?"  "Pues aquí con el profesor Horacio, donde hay una renta de películas"  "¿Y me querrá dar clase?" "Pues pregúntele." Como me quedaba de regreso pasé con el profesor y él me decía: "No, es que yo no doy clases" "¿Y cómo a la señor Lucía sí?" "Es que eso no es dar clase." Y le insistía yo: "Por favor, ándele, por favor". "No, yo no doy clases". Y así estuvimos como dos horas, platicando animada pero amablemente, entonces le dije, finalmente: "Deme, por favor, la liste de materiales". Así se sobrentendió que me iba a dar clase, le pregunté cuánto me iba a cobrar e insistió en que esas no eran clases.   Así estuve como un año, asistiendo nada más yo,  les platiqué a varias señoras que conocía y les interesó. Me decían: "¿Nos querrá dar clase?".  "Pues pregúntenle". Eso fue hace unos siete años, así se formó el taller del maestro Horacio, pero nunca fue su intención formar un taller, de hecho empezó sin cobrarme, ya cuando fuimos más personas, le dijimos "Como que ahora sí ya cóbrenos". Casi siempre fuimos seis o siete personas, casi las mismas que somos ahora.

Ya en la actualidad me es mucho más satisfactorio el resultado de mi trabajo que antes. Ahora veo trabajos anteriores y noto lo que no hice apropiadamente, que no le di luz o no le di sombra,  porque se van aguzando los sentidos con lo que uno ve.

Para mí  a veces es mejor ver trabajar al maestro a recibir instrucciones, porque estoy observando qué y cómo lo hace el que ya sabe.  En general yo soy muy "desobediente",  pienso: "¿Por qué han de ser todos los trabajos iguales?,  si las compañeras no se visten como yo, no se pintan el pelo como yo, por qué vamos a usar todas los mismos colores en nuestros cuadros". Como yo siempre había pintado sin que nadie me dijera qué color o qué mezcla usar, esa ha sido mi actitud.  En el tiempo en que fui con la maestra Blanquita asistían muchas alumnas, unas veinte. En una ocasión estábamos pintando las figuras de un nacimiento, como yo no alcanzaba a ver la muestra me puse a pintarlos a mi modo, usé colores ocres, verdes y naranjas para las vestimentas, recordando los colores que he visto que utilizan en los cuadros. Para sus huaraches, que lógicamente no eran similares a los que se usan ahora,  les pinté cintas en sus sandalias. Cuando lo vio la maestra le gustó mucho y lo puso de ejemplo; claro que yo no lo hacía con esa intención. Después me lo pidieron para copiarlo.

No sé si sea bueno o malo, pero me gusta hacer los trabajos a como yo los voy sintiendo sin copiar exactamente la imagen que me sirve de base. También pasa con el maestro Horacio, nos da una indicación y le digo que prefiero tal o cual color y me dice "Póngale el que usted quiera, es su cuadro, es su pintura y es lo que usted es" "Usted va a pintar lo que a usted le gusta y va marcar en eso su personalidad". Con ese concepto me siento contenta.  Cuando en el taller copiamos una imagen como ejercicio yo me digo "Si ni el mismo autor la volvería a pintar igual, por qué debo yo copiarlo idéntico". Por eso no me mortifica si no queda igual. 

Yo lo que pongo en mis cuadros es mi alegría, nada más, las tristezas que tengo son sólo para mí.   Cuando voy a pintar estoy contenta, muy dispuesta a pintar, porque cuando no dan ganas no puede pintar uno, no sale. Incluso se lo comento al maestro y me dice: "Hoy no pintes". Cuando uno no tiene deseos de hacer las cosas no lo va  a hacer bien, lo va  a hacer oscuro, sin ganas, mal hecho. En esos días estoy con las compañeras y les platico, pero yo no pinto. Por eso, porque lo que trato de compartir en mis cuadros es mi alegría, es que uso colores vivos.
No sé en qué sentido el género, el hecho de ser mujer, se refleje en mi trabajo, muchas de las pinturas que copio son hechas por hombres, ellos pintan, por ejemplo a una mujer como la vieron, o como la sintieron o se imaginaron, yo lo pinto porque me gustó la pose, los colores o el arte que estoy viendo allí y en eso traduzco mi alegría o el ser positiva, por lo menos en ese momento en que pinto.
Yo considero que tanto el hombre como la mujer tenemos esos momentos y gustos al momento de pintar.  Comparando ahora mi trabajo con el de hace siete años, noto tanto una mejoría como una evolución, ahora sé más lo que quiero y donde buscarlo. Incluso ya busco en internet, me adentro y encuentro imágenes o hasta tutoriales; también mi hijo Luis me hace sugerencias.

De todos mis cuadros no hay uno que me guste especialmente más, ni que lo crea inacabado, pues nos dice el maestro: "Un cuadro se termina cuando el artista está satisfecho, no hay un punto donde se diga ya se terminó". Cuando terminé mi primer cuadro le pregunté: "¿Usted que calificación me daría?" Y me contestó: "No, ¿usted qué calificación se pondría?". "Yo un diez, porque si nunca había pintado con esta técnica y me quedó bien, me merezco un diez." Y eso que, a como los juzgo ahora, no me gusta tanto ese cuadro en particular. 

No he pintado nada abstracto, alocado, pero si un día encuentro algo que me guste en ese estilo no estoy negada a pintarlo, hay cuadros que son puras manchas pero esas manchas nos dicen algo y uno los observa mucho rato. También la técnica de la espátula me gusta y la he llegado a aplicar aunque en una sola ocasión.

De los artistas que he visto y de los que aprendo me gusta Igor Zajarov, Vladimir Volegov, Alexei Antonov que pinta solo Rosas.  Yo veo sus videos y no sólo aprendo, también me motivan mucho, quisiera tener al pintor aquí enfrente y verlo trabajar para aprender de él.  Hace poco estaba viendo un video de un ruso, no recuerdo su nombre en este momento, pero tiene una paciencia enorme ese hombre; el video dura como tres horas  y eso que lo aceleraron. Al principio, cuando explica cómo va a proceder, está a velocidad normal pero el resto está acelerado.   También, en su época, me gustó ver al famoso Bob Ross, aunque pintaba solamente paisajes y su ardilla, que no la perdonaba. Este señor utilizaba mucho la espátula, curiosamente, el profesor Horacio comenzó a pintar, por un hermano que era devoto de Bob Ross. Le sugirió pintar mostrándole esos videos, porque el ya dibujaba muy bien, eso facilita.

Ahora estoy pensando en aprender la acuarela, pero es otra situación  porque, en acuarela una mancha fuera de lugar y se acabó el cuadro. Además las hojas son caras, pero quiero aprender; ningún conocimiento estorba y tampoco se me agotan las ganas de seguir aprendiendo.

Si no hubiera desarrollado mi pintura hubiera hecho otras cosas,  desde antes hice muchos cuadros bordados y tejidos, como te dije, eso me viene de herencia, de mi tía, de mi abuelita, yo siento que  heredé ese deseo por estas actividades.

Todo lo que pinto y todo lo que hago me da una enorme satisfacción, una plenitud una alegría interior, creo que ocupo mi tiempo de la mejor manera.

Yo llegué hace 51 años a Comonfort, en 1969. Llegué cuando nació  Alejandra. Venía de tres meses, antes vivíamos en Romita, mi esposo era de aquí y nosotros de Moroleón. Bueno, soy originaria de Ocotlán Jalisco, pero criada en Moroleón. Ahí conocí a mi esposo, yo trabajaba en el correo y a él le tocó trabajar allá en Moroleón, luego estuvimos en Romita. Su papá trabajaba en el correo de aquí de Comonfort, entonces hicieron una permuta y los últimos meses que mi suegro necesitaba para jubilarse los pasó en Romita y así nos quedamos nosotros en Comonfort. Y aquí, la verdad, he vivido muy contenta.



Angelina García Hernández

Yo empecé a pintar hace veintiséis años, casi por casualidad; en ese entonces mis hijas estaban pequeñas y busqué una actividad para que realizaran por las tardes. En la casa de la cultura había el curso de pintura, lo impartía un maestro de Tamaulipas. Llevaba yo a mis dos niñas y me sentaba a esperarlas, sacaba un libro, me ponía a leer en lo que terminaba su clase, porque yo ahí las esperaba, no las dejaba y me iba. Pero a veces observaba a los otros alumnos, otros niños y algunos adultos, los veía como pintaban. Entonces el maestro me dijo: "¿Por qué no se viene a pintar?" Y yo, con cierta sorpresa, le dije que nunca lo había intentado. "Pues inténtelo", insistió amablemente. Y empecé a pintar, así que íbamos las tres y pintábamos, ellas sus trabajos y yo los míos. Posteriormente el trabajo, las actividades del hogar, las tareas escolares con mis hijas me alejaron de la actividad, no me alcanzaba el tiempo.

Trabajé treinta años con mis alumnos en primaria y en telesecundaria al final. No me daba el tiempo para dedicarle a esto, tenía actividades, por la mañana del trabajo, en la tarde tareas con mis hijas, preparar clases y materiales para el día siguiente. Esto, aunado a que el maestro de la Casa de la Cultura se fue,  terminó por alejarme de la pintura. Pero regresé cuando la maestra Blanquita me invitó a integrarme a su grupo. Me platicó que estaban pintando sobre tela y sobre madera y, como era un día a la semana, no me pareció tan complicado. Entonces empecé a pintar en tela: Manteles, servilletas, etc. Luego en madera y sí, tal como me lo había sugerido la maestra, me agradaba estar pintando, pero volví a dejar la pintura por la enfermedad de mi mamá, debí cuidarla y lo suspendí, además en esas circunstancias no se siente uno con ánimos de pintar, no se disfruta. Cuando ella falleció, me encontré con un tiempo disponible que no me había imaginado porque también, para poder cuidar mejor de ella, me había ya retirado de mi trabajo.

Algunas personas me advirtieron que era peligrosa la inactividad, me dijeron: "Te vas a empezar a enfermar" y yo me preguntaba por qué tenía que ser así. Antes de preocuparme por esto la maestra Lucía me sugirió integrarme al taller del maestro Horacio Rodríguez, formamos un grupo y comenzamos a pintar. Algunas de las compañeras también participaban con la maestra Blanquita, pero el pintar sobre lienzo fue, para muchas de nosotras, una experiencia nueva. Es otra técnica, otras pinturas. Yo de todos modos decidí intentarlo y me gustó mucho. Nos integramos y es una experiencia muy agradable porque cada quien pinta como quiere, como lo desea.

Por el trato amigable que tenemos hay quien piensa que nos la pasamos platicando pero no es así, es tal la concentración que no platicamos, al contrario, el maestro pone una música instrumental de fondo, nos concentramos y hasta al cabo de las tres horas que dura la sesión, entonces sí, convivimos, tomamos un refrigerio y platicamos. Pero durante la clase nadie habla, nadie; es una concentración tal que yo, cuando pinto, me pierdo; no pienso en nada ni en nadie, es como un sueño y es hermoso porque yo lo disfruto. Es un sueño en el que entro y hasta que termino el cuadro vengo a despertar.  Esto me enriquece mucho, porque disfruto mucho de mezclar las pinturas, planear el trabajo ver el progreso en el lienzo. Es algo maravilloso, a mí me ha servido como una fabulosa terapia. Yo no pinto por negocio, ni tengo necesidad; no digo que esté en la opulencia, por supuesto. Me gusta tanto que incluso cuando duermo he llegado a soñar con los colores, con las pinturas y veo un matiz con el otro, una mezcla, debe ser por ese gusto intenso.

He tratado de aplicar diferentes técnicas con la pintura, experimento de una manera o de otra en diferentes cuadros, no me desagrada experimentar otras técnicas en los lienzos, aunque en estos últimos meses no he pintado por algunas complicaciones familiares que, afortunadamente, ya se van resolviendo, pero al no tener todo mi tiempo disponible me vería presionada si tratara de pintar y eso sí no me gusta. Es como cuándo me dicen: "Quiero que me hagas un cuadro así y así". "Sí, cómo no". "Pero lo quiero para tal fecha". "No, no me comprometo, yo te lo hago, no te sé decir para cuándo, pero te lo voy a hacer". Me gusta disfrutar esta actividad y el tiempo que sea posible se lo dedico, porque andar con carreras nunca me ha gustado. He hecho algunas modificaciones en los cuadros o en las imágenes que me sirven de base, veo una imagen, tomo fotografías y después lo integro, lo acomodo, así es como desarrollo mi trabajo.  También en la casa tengo mi espacio, mi caballete, mi mesa y a veces lo compagino con el taller, llevo el cuadro allá y pido opinión, comentarios o compartimos técnicas.
Hacer una pintura directa o con un modelo es muy complicado, porque es una técnica dilatada, es de varios días y no puede uno pagar tanto tiempo de modelo. Por eso se recurre mucho a la fotografía.
Pinto todo lo que me gusta, me inspiro en lo que veo cuando salgo de paseo y visito otros lugares, justamente el sábado regresé de visitar una hacienda que está delante de Salvatierra, se llama San José del Carmen, está hermosa. Es muy común que en los viajes, largos o cortos tome fotografías.

Algunas flores me gustan mucho, me inspiro mucho en lo que observo en mi vida diaria, otras son recuerdos, por ejemplo un cuadro que pinté de alcatraces me trae el recuerdo de mi abuelita, ella tenía su lavadero y el desagüe vertía en un cañito que siempre estaba lleno de alcatraces, a ella le gustaban mucho esas flores, ese recuerdo me inspiró ese cuadro. Dije: voy a hacer unos alcatraces por mi abuelita. Creo que todos mis cuadros son vivencias y recuerdos. Ahorita tengo un proyecto: estoy tratando de reconstruir el patio de la casa que era de mis padres, es una casa muy antigua, tenía una capilla, escondida, discreta del tiempo de los cristeros. Cuando mi papá compró esa casa todavía se veía donde había estado el altar y otros elementos. Quiero pintar el patio de mi casa como yo la recuerdo, con sus banquitos llenos de macetas y flores, porque a mi mamá le gustaban mucho, flores sencillas, pero muchas, también debo pintar un cotorro en su jaula, que por cierto aún vive, debe tener sus cincuenta años, me lo quedé yo porque nadie lo quiso, también había un naranjo, tomo fotografías y quiero integrarlo todo en una imagen, como yo recuerdo ese patio, incluso con una cruz de cantera de la capilla. He estado buscando imágenes de cosas que había en ese patio, como yo lo recuerdo, era una casa grandísima, que no ha escapado al deterioro de los años, ya no está tan bonita como cuando vivía mi mamá. De hecho desde que ella falleció ella no he vuelto a pisar esa casa, no he entrado. Y de esto hace nueve años, por eso la quiero pintar como yo la recuerdo y como yo viví en esa casa.

Tengo un cuadro, es una mujer indígena con un rebozo sobre su cabeza, tiene bordados en la blusa y el propio rebozo,  los bordados los pinté con mucho detenimiento, con un pincel delgadito, me llevaba toda una tarde pinar una línea del bordado. Me llevé meses y cuando ya estaba casi terminado, y sólo me faltaba pintar el arete, lo observé (porque suelo detener el trabajo y observarlo con calma, siempre anda uno componiéndole detalles) y me dije: Este es una imagen de alguien que no sé quién es y la voy a tener en mi casa, entonces, para no pensarlo mucho apliqué pintura blanca y decidí cambiarle el rostro y ponerle el rostro de mi hija.  Le pedí ayuda al maestro para tomar una fotografía en el ángulo apropiado, a mi hija no le agradaba la idea, no quería y le dije: Hazme ese favor, va a ser para mí, no va a ser un cuadro para ti, dame ese gusto. A regañadientes pero accedió. Todavía tardé unos mesesitos en terminar el cuadro. Cuando lo vio terminado le gustó, me dijo: "Te quedó muy bonito". Y yo le aclaré: "Ese cuadro es mío, no es para ti. Recuerda que tú no lo querías"  Y aquí está el cuadro, siempre vacilamos cuando me pregunta si se lo voy a dar.
Curiosamente el maestro también pintó ese cuadro, con el diseño original y lo vendió; Lucía también, pero la que cambié el diseño fui yo.

Yo creo que la inspiración y la motivación para pintar ya las trae cada artista, independientemente de todo, incluso de si son hombres o son mujeres. Incluso creo que alguna otra actividad no la podría hacer, esta es la que hago con gusto. Puedo dejar todo a un lado, incluso me levanto temprano con ánimo y no quiero que me distraiga nadie porque voy a pintar. Finalmente son actividades muy bonitas y siempre debemos aprovechar las oportunidades que nos presenta la vida.
Por ejemplo, yo jamás pensé llegar a ser maestra, se presentó la oportunidad: mi maestro de inglés era el Teacher, el profesor Eduardo [González San Vicente]; siempre que estábamos en clase me decía: "¡García, pase al pizarrón!", como yo ya sabía tantito inglés, y él sabía que yo sabía, me decía:   "Conjúgueme el verbo tal en tal tiempo".  Y yo pasaba y les exponía a mis compañeros, pero no me imaginaba de maestra, pero a través del tiempo pensé que a mí me vendría bien el enseñar, pues es bonito ayudar a los compañeros, y así concluí: "Yo quiero estudiar la normal".

Pero hubo un problemita: mi abuelo, que era señor antiguo, les dijo a mi papá y mi mamá: "A esa muchacha cómo la van a dejar ir a estudiar, ¿para qué?, crecen y se casan, etc.".  Me acuerdo que tanto coraje me dio con mi abuelo que hasta lloré de la irritación.  Pero creo que cada quien obtiene en la vida lo que quiere, siempre y cuando luche por ese ideal. Yo me propuse que no me iba a quedar así. Busqué trabajo, me fui a trabajar a San Miguel de Allende, salía de Comonfort a las cinco de la mañana, a las cinco y treinta ya estaba allá. Trabajé en la recepción de un motel que se llamaba La Siesta. Trabajaba en la recepción y había que atender a los clientes; darles información turística, rutas, pormenores de los lugares que querían o podían visitar y otras indicaciones.  Salía a las tres de la tarde, comía a la carrera y me iba a estudiar. Así le estuve haciendo, desafortunadamente aquí en Comonfort no había secundaria nocturna, me tuve que ir un año a terminar la secundaria a  Celaya,  en una escuela Benito Juárez que tenía escuela nocturna. Ya después hubo aquí escuela para adultos. Pero esa sí fue una dificultad, trabajaba en la mañana y estudiaba en la tarde, todo el día trabajando y estudiando.
Para mi abuelo si ya sabía escribir mi nombre y hacer cuentas, con eso era suficiente. Yo hablé con mis papás y les dije: "Yo quiero estudiar, denme permiso de ir a estudiar, no les voy a molestar con nada, no me den nada, voy a trabajar. Denme nada más la oportunidad de estudiar" Y así fue. Estuve en la normal el primer año, en ese entonces había en la normal del complejo dos niveles: había normal y había preparatoria.  Resulta que un maestro se enferma de algo grave, ya no pudo ir y preguntan que quién sabía entre los alumnos tal o tal materia y dijeron que yo sabía. Entonces me dijeron "Te vamos a pagar la colegiatura, además el maestro que esté, a la hora de tu clase, te va a dar permiso y no te va a poner falta".  "Perfecto" me dije y así fue. En segundo año se ofrece una plaza de una comisión y me voy; para esto ya me había casado, pero yo tenía que estudiar,  iba a estudiar pero se complicó un poquito, porque en la Manuela Taboada ya me dieron una comisión. Trabajé diez años, salía a la una y a las tres tenía que estar en Celaya, para estudiar y con un niño pequeñito. Gracias a Dios tuve una suegra maravillosa que me apoyó, me decía: "Vete a estudiar, yo te ayudo con los niños". Mi esposo me sugirió contratar a una muchacha para que le ayudara a mi suegra con lo más pesado. Fue de esa manera que pude terminar, en ese entonces no se hacía prepa, eran cuatro años de normal, al siguiente año, le dije a mi esposo: "Sabes qué, yo quiero estudiar una espacialidad, voy a ir a hacer el examen, si lo paso, sigo y si no lo paso ahí queda". Pero ya no sería de diario, sino durante las vacaciones. Pasé el examen y ahí voy: seis años de especialidad, no había la especialidad que yo quería (inglés) pero bueno, estudié español, aquí cabe recordar lo que dijo algún presidente de la República: "Cuando se da educación a una mujer se educa a una familia".

Yo le agradezco mucho a Dios porque me ha dado muchas cosas buenas, muchas y yo creo que cada quien tenemos que luchar por lo que queremos y lo que tenemos es obra también en, en gran parte, de nosotros mismos. Dicen también cada quien tiene los hijos que se merece;  yo ya no pude seguir estudiando después, por los hijos, ya no puede estudiar la maestría ni el doctorado; le di prioridad a ellos. Eso es lo más importante. A los diez años me ofrecieron una plaza y yo ya había empezado mi especialidad, además me daban una beca, cada que terminaba un ciclo llevaba mis boleta con las calificaciones y con un cierto promedio me daban mi beca. Hace once años que me jubilé. A mí hoy en día me falta tiempo, no me sobra tiempo, me sobran ocupaciones, tengo muchas ideas de actividades, también me la paso viajando y acopiando ideas e imágenes para nuevos cuadros.

Estuve 20 años en telesecundaria, tomé cursos, varios cursos, me invitaban y me inscribía. Tuve una oportunidad de ir a Estados Unidos a una Universidad, para esto se hizo un curso, me mandaron a exámenes a Irapuato, Salamanca, Celaya. Examen oral, con sinodales y de todo, auditivo, éramos varios compañeros. Cuando ya se hizo la evaluación me dijeron que había salido bien, este curso estaban invitando a maestros que tengan la especialidad en español para que den clases de inglés, y español en la Universidad. Me ofrecían el contrato, todo pagado, mis documentos, el lugar a donde iba a llegar;  a partir del momento que empezaba mi contrato de dos años me pagaban. Era muy tentadora la oferta, pero no acepté, mi hija más pequeña estaba en la primaria y me dije: "Primero está mi familia" y lo rechacé.   
Me dieron unas horas de inglés en la secundaria, en la mañana en la telesecundaria, salía a las dos y tenía que corres a la secundaria. Empezamos a ver que bajaban los niños su rendimiento, renuncié, ¿Cómo es posible que es tuviera enseñando a otros niños y mis hijos con carencias? Pero valió la pena porque los cuatro terminaron su carrera, los cuatro trabajan, pero todas las tardes estábamos en esta mesa haciendo tareas.

Yo pienso que en la vida tenemos metas y hay prioridades y para mí lo más importante, era mi familia, lo primero de todo. Por eso dejé oportunidades de estudio y trabajo. Inclusive ahora que ya me retiré me invitaban a que diera clase y dije: No, para qué me retiré. Ya no tiene caso, allá me hubiera quedado.  Cuando me retiré me ofrecían, incluso, un mejor salario, pero pensé: "Quiero disfrutar de mi familia, de mis nietos y ahora sí voy a hacer lo que más me gusta que es pintar". Pero hay muchas otras cosas que me gustan y que hago.  Las ideas y los motivos para pintar me llegan mucho de lo que viajo, pero es inagotable todo lo que a uno se le va ocurriendo.  También, por supuesto, al viajar me gusta conocer museos y galerías. Y a veces de algunas obras y artistas sí se trae uno ideas o motivaciones.
En un sentido más abstracto de pintura he realizado algunos cuadros de animales, como uno que hice para mi nieto, aunque cuando estuvo listo no lo quiso para su cuarto.
Sin embargo a veces mis conocidos o mis sobrinas me encargan algún cuadro partiendo de otro que vieron, me traen la foto y se los pinto, aunque me he concretado en cosas cuando viajo, etc., mi imaginación.

Toda la pintura es muy interesante, por diversas que sean las temáticas y los estilos propios de los autores, por supuesto muchos pintan para vender. Pero yo no vivo de eso, yo lo hago porque me gusta, hago lo que quiero, hace poco una amiga le gustó mucho un trabajo mío. Véndemelo. Sí claro, vuelvo a hacer otro, porque tomo fotografías de lo que voy pintando.

A la Sra. Maricela la conocí hace muchos años cuando empecé a pintar y he coincidido con ella, para la pintura, en diferentes momentos y actividades, hasta ahora que participamos en el taller del maestro Horacio. En este taller hay mucho respeto y el grupo se ha conservado desde hace seis años. No hace mucho llegó la oportunidad de que el Padre Juan Galván, cuando estuvo aquí, nos invitó a participar en una serie de exposiciones en el claustro; asistimos con mucho gusto, pero hubo personas de aquí de Comonfort, que pintan y cuando se les invitó, alguna de ellas dijo: "¿yo, ir a presentar nada más para que me critiquen? Yo no pinto para que estén criticando lo que yo hago". Otros no quieren ir porque no quieren que tomen fotos de su trabajo, cuando que un cuadro como estos míos  nadie lo va a pintar igual, ni yo misma, no entiendo porque no querer que les tomaran fotos. En realidad,  lejos de que haya una crítica malintencionada, la gente pregunta sobre los cuadros, sobre los lugares que estamos representando, etc.

Ahora hago otras actividades, me gusta andar activa: conformamos el primer comité delegacional de maestros jubilados en el estado, nosotros hicimos el primero, luego en el tercero otra vez me integré. Ahora ya está la casa del jubilado en las trojas, ya está amueblada, casi que estamos esperando que el gobernador la venga a inaugurar. Ahorita lo que estamos haciendo es probar talleres para que las personas adultas que quieran integrarse vayan a ese lugar y aprendan algo, que se entretengan, que salgan de su aislamiento. Porque eso de estar pensando: "me duele aquí, me duele acá" no ayuda en nada. En la pintura se olvidan todas las enfermedades. Yo supe de una pintora que tenía un padecimiento que le hacía temblar, pero al pintar no temblaba, haciendo otras cosas sí.  ¿Cómo puede entenderse eso? El arte es maravilloso, la misma maravilla hay en los libros que te llevan a otro lado, a otra realidad.  Así me transporto yo con la pintura que para mí es un sueño, pero un sueño muy agradable, en el cual me desplazo y ya no sé de mí. Así voy a seguir, hasta que me muera.
 
Con las pintopras Marisela Romero y Angelina García

Hace diez años acudí a entrevistar a la maestra Raquel Elías Mendoza, por solicitud de la Casa de la Cultura,  esta institución tenía el proyecto de hacer un libro con algunos trabajos musicales de la maestra, acompañados por una entrevista. Ignoro los motivos por los que dicho proyecto no siguió adelante, pero recientemente escuché la grabación de esta entrevista y me pareció todavía más interesante, diez años después, lo que la maestra Raquel platicó en aquella ocasión. Las preguntas mías fueron enfocadas hacia la formación de la Danza de Las Rosas, pero la conversación nos permitió conocer un panorama más amplio de sus aficiones y de su desempeño profesional.  En esta ocasión, y dado que retomo una entrevista muy añeja, no tengo más imágenes para ilustrarla que las que pude compilar en mis archivos pero, como ahora suelo decir, cuando no sea una imprudencia para nadie, complementaré estos artículos. También hay que considerar, ante cualquier dato anacrónico, que esta entrevista tiene ya diez años y que algunas cosas pueden haber cambiado de entonces a ahora.

Como siempre en estas transcripciones he suprimido mis preguntas y coloco entre corchetes  [  ] mis aclaraciones.
 
Yo nací aquí en Comonfort, en la calle Hidalgo, hasta allá, cerca del río. Nací el 25 de julio de 1928, hice mis estudios de preprimaria en una escuelita particular que estaba donde está ahora el Super de los Delgado; ahí estudié yo de parvulita. La primaria la estudié en la Manuel Taboada, casi me tocó estrenarla.  Estudié para maestra en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, inicié en Cortazar, ahí hice el primero de secundaria, después se cerró ese Centro de Estudios y nos cambiaron a Guanajuato, posteriormente, ya que terminamos la secundaria nos mandaron a Celaya. En Celaya estudiamos la Normal, Cuando terminé la Normal yo ya trabajaba aquí en Comonfort de Maestra. No siempre estuve aquí, también trabajé en Neutla, en San juan de la Vega, en el Picacho, en San Agustín, tanto en la escuela Genoveva Mangelli como en la "Leyes de Reforma". Posteriormente me dediqué a la Supervisión, como auxiliar de la Supervisora. Las dos cosas me gustaban, con los niños es muy bonito dar clase, en realidad se batalla más con los padres de familia. En la supervisión no, es puro papeleo.  Di clases hasta 1986. Fui directora, tanto en San Agustín como en el Picacho.

Sí, me gusta mucho la música. Incluso he compuesto algunas piezas, algunas cositas que han sido mis locuras. Ya ve que dicen que: "De músico, poeta y loco todos tenemos un poco". Compuse canciones románticas, corridos y uno que otro himno, concretamente los himnos al Dr. Mora, al Pensador Mexicano y a la Madre. En todos los casos compuse la música y la letra. Nada más con el detalle de que no sé escribir música. Existen algunas partituras de mis composiciones, las he mandado transcribir, pero… ya no salen igual, no me suenan a lo que yo compuse.

La Danza de las Rosas la fundé en 1960. En ese entonces había, desde luego, la danza que le llamaban de Vals (o Valse), la de la Sonaja de Hombres, la Danza de los Concheros y la de los apaches. Actualmente la de Vals ya no existe en los remedios.   La idea de hacer una danza me surgió por lo siguiente: En ese tiempo había personas, de sexo femenino, que tenían manadas a la Virgen de Los Remedios, ya ve que acostumbran las personas a hacer sus promesas. Pero no podían bailar en la Danza de Vals porque ya estaban muy grandes; en los apaches no había muchachas en esos tiempos, hubiera sido una admiración; la de la sonaja de hombres pues es para puros hombres y las de los Concheros no les atraían. Así es que pensé en formar una danza para Señoritas.

La música la crearon mis hermanos: Rafael y Nicolás Elías. Ellos fallecieron hace mucho, Nicolás en el año 1969 y Rafael en febrero de hace muchos años.
La coreografía, los pasos, los movimientos yo los inventé. No voy a decir que yo estudié Danza o algo relacionado, no, simplemente se me ocurrían los pasos y quedaban.

También los vestuarios yo me los discurrí, fui pensando como me gustaría cada parte de la indumentaria. Al principio iniciamos con una sola falda y se fue aumentando a dos, a tres, y ahora son seis, se usan un día uno y otro día otro y en la remuda cambian también vestuario.

La música de la danza sí se ha transcrito, se cuenta con la partitura de cada pieza.

Empecé con dieciséis muchachas y empezó a incrementarse el número en cada año.  Al principio no tenían mucho deseo de participar porque no conocían la danza, no sabían de qué se trataba, yo las invitaba:
-¡Ándale!, te vengo a ver si quieres participar de la danza.
-Pues, ¿cuál danza?
-Pues es una danza que voy a formar
-Pero, ¿cómo es?
-Pues, ¿cómo te puedo explicar?, pero si quieres participar, participa.

Y se animaron a participar dieciséis muchachas, ya grandes, señoritas. Al año siguiente participaron veintidós y así, cada año fueron aumentando.
Ahorita son más de cien y cada año son más. Pero eso no es tan bueno, porque llegan a amontonarse y no se aprecian bien las coreografías. Es un amontonadero de muchachas que a mí no me gusta.
El único requisito que había para aceptarlas es que fueran señoritas, que no estuvieran casadas. 

Llegaron a participar señoritas ya grandes, pero habrán participado unas seis siete en la historia de la Danza. En general, pagaban alguna manda un año y ya no querían participar porque se sentían muy viejas entre tanta muchacha, ya no seguían bailando.

Yo tuve un accidente automovilístico que me impide caminar, menos bailar y mi cuñada se quedó como en el 90 o 95 encargada de la Danza.

Ya no voy a ver las danzas, en primer lugar, por esta dificultad para caminar, fui ahorita en noviembre porque se cumplieron cincuenta años de la formación de la Danza, me costó mucho trabajo, casi que me llevaban en peso.  Por otra parte, me da coraje que tenga tantos cambios, nada más las veo cuando pasan por aquí enfrente el día de la procesión. Me molesta ver a todas las escuinclitas, porque no es una danza para niñas. Cuando pasan por aquí, ese día, algunas de las muchachas me saludan, otras ya ni me conocen.

Entre otros cambios, le puedo decir que en los primeros años, las muchachas portaban un sombrero de plumas y a hora usan un tocado.

Viendo a Futuro pienso que esta danza va a durar mientras mi cuñada se haga cargo, a menos que después otra persona quiera tomar la responsabilidad.
No es algo fácil. Empezando por los ensayos, quitan tiempo, pareciera que no pero sí. Sin embargo, yo recuerdo con gusto los días en que dirigía la danza.
No creo que el hecho de ser maestra tuviera alguna influencia para que las muchachas se acercaran, simplemente les llamaba la atención y por eso participaban.


Hoy en día no hay nuevas danzas, como que sacan nuevas danzas de apaches, pero no algo nuevo, quizás la última que se creó nueva fue la del torito, pero tiene también muchos años.

A mí me parece sumamente importante que esta y las demás danzas se conserven, es la cultura del pueblo, es lo que nos hace diferentes a otros pueblos.
A mí, esta Danza de Las Rosas, me parece importante por sí misma y, por lo que me han dicho, les parece importante a otras gentes, entonces más me agrada recordar que yo fui quien la creó.

A mis hermanos, que hicieron la música también les gustaba mucho, lo digo porque se animaban a estarme escribiendo música para que bailaran.  En el primer año nada más se bailaban tres números, luego fueron más y se incrementaron hasta catorce. Ya luego no hubo más porque ambos fallecieron. No creo que nadie hiciera nuevas composiciones y creo que tampoco me gustaría.

Mis dos hermanos tocaban en la Danza, mi hermano Rafael tocaba trompeta, mi hermano Nicolás el Saxofón y don Filogonio Martínez, a quien usted tal vez conoció, tocaba el violín. A veces tocaba con clarinete, pero la mayor parte del tiempo tocaba con violín.  Los músicos actuales siguen los parámetros originales, incluso en la instrumentación.  Los días de fiesta hasta aquí a la casa me llega el murmullo de la música, muy tenue.

El nombre se me ocurrió de repente. No hallaba que nombre ponerle, pero se me figuraban puras rosas en botón.

Las terrazas están al menos desde que iniciamos nuestra danza y cada espacio, cada terraza, tiene su "propietario" que tiene prioridad para bailar. A mí ese espacio, esa terraza de a mero arriba me la cedió un señor que vivía en Celaya, se llamaba Trinidad, pero no me recuerdo su apellido. Él y su gente venían a componer la cera para el altar, le ponían coronas y otros decorados de la misma cera, hacían unos decorados muy bonitos, con varios días de anticipación se venía a Comonfort. Desde las primeras veces que comenzábamos a bailar el día jueves (porque se empieza a bailar el jueves), estaba ahí sentado viendo la Danza, y con el tiempo nos conocimos y nos hicimos amigos. Un día le pregunté:

-¿Y de quién es este lugar?
-Es de nosotros -me dijo- pero si usted quiere yo se lo voy a dar para su Danza, para que lo usen hasta que su Danza deje de bailar.

Por eso nos tocó ahí.

En mi juventud también escribí poemas, locuras de esas épocas. Son puras poesías de amor y a lo mejor ni están bien hechas, yo ni tenía conocimiento.  Ya en mis canciones sabía, más o menos como acoplar la letra con la música.  Tengo transcritos los corridos a Comonfort, que son tres, y el himno al Doctor Mora.

Yo participé en la primera banda de Guerra que hubo aquí en Comonfort, que fue de la presidencia municipal. Estaba de presidente municipal el Sr. Félix Almanza. Él fue el primero que puso banda de guerra en Comonfort, a mi hermana y a mí nos incluyeron en la banda porque demostramos que podíamos tocar. Nuestro instrumento era el clarín, no nos parecía tan difícil porque es cuestión de saber acomodar la boca y enviar el aire para que suene la corneta.

Sí, se puede decir que yo formé la banda de la Manuela Taboada, porque había banda pero no había instructor. Duré doce años como instructora de la Banda de Guerra; desde luego por ese trabajo a mí no me daban ni un centavo, lo hacía por gusto y siempre era después de clases. Ahorita hay muchas bandas de Guerra en Comonfort, no sólo las de las escuelas, es un tanto por negocio, cobran por participar en los eventos que los llaman. Tocan bien en general.

También di clase de alfabetización durante dos años, me daban cincuenta pesos al mes; era casi por gusto. Al principio no me daban nada, después el director de la escuela me dijo:

-No es justo, le vamos a dar cincuenta pesos al mes.

(Muy buenos a final de cuentas).
Ejercí 61 años el magisterio, me retiré en enero del año pasado [2009]. Sí lo extraño, mucho. Sí me aburro en casa, porque siempre está uno acostumbrado a llevar otra vida.

Me han dado muchos reconocimientos, pero de los que me parecen muy importantes, son dos reconocimientos que en realidad son una conquista sindical, uno es la presea de Plata que se llama "Rafael Ramírez", cuando se cumplen treinta años de servicio, la otra es la presea "Ignacio Manuel Altamirano" cuando se cumplen cincuenta, ambas ya las recibí.
Como le digo es una conquista sindical, es decir tienen que ser entregadas sin que medie ningún requisito ni la decisión de nadie. Pero, independientemente a eso, me dieron la medalla al mérito sindical porque yo también anduve en esos menesteres. También,  cuando la danza cumplió cuarenta años las autoridades municipales me dieron una medalla al mérito.

Por cierto que esos corridos que escribí a Comonfort participaron en un concurso de composición musical que hicieron  cuando se celebró el cuarto centenario de Comonfort. Lo curioso es que yo me traje los tres lugares, me dieron medalla por el primer lugar y medalla por el segundo, por el tercero nada más me dieron un reconocimiento.

Tengo también reconocimientos por parte de la escuela, también uno por el día mundial del docente; ese me lo entregaron en Irapuato. También por diferentes causas, digamos que a nivel más pequeño, como cuando compuse el himno al pensador mexicano, la comisión de la escuela me dio un reconocimiento. Sin embargo nunca me dieron uno por el himno al Dr. Mora, y eso que lo canta la secundaria Dr. Mora cuando les toca participar en el mes de octubre; también la preparatoria Dr. Mora lo ha cantado.
Yéndome más atrás en mi historia, le cuento: Tuve la oportunidad de cantar en la radiodifusora de Irapuato, la XEVO, con mis hermanas, teníamos un trío, ellas se llamaban María y Socorro (yo fui la más chica y soy la última de todos mis hermanos), cantábamos boleros, rancheras, un poco de todo. Después de eso nos hicieron un homenaje muy bonito, luego de participar nos recibieron en una casa, fuimos a una cena y no imaginaba yo, tanto homenaje y hermoso trato.

También canté en México en la XEW. El Señor Arcadio Elías, que fue director del Mariachi Nacional, es mi Primo; nos invitó a hacer una prueba para participar en la película "La Mancornadora" [1949, dirección Ernesto Cortázar]. Nada más que cuando fuimos a hablar con mi mamá, mi mamá no nos dio permiso. Finalmente quienes ocuparon nuestro lugar fueron las tres conchitas, mi mamá dijo que no, que era una vida muy disipada que a ella no le gustaba eso; le gustaba la música y que cantáramos y todo, pero ya que fuéramos para allá a participar no. Y no quiso. Yo le decía a mi hermana María:

- Vámonos que, tiene que se enoje mi mamá.
-No -me dijo-, porque si algo le pasa a mi mamá nosotras vamos a ser las responsables.
Cuando le insistimos nos dijo:
-Váyanse, pero hasta hoy tienen madre. 

En otra ocasión, casi como una ocurrencia tocamos la marimba en Guanajuato mis dos hermanos, María y Nicolás, y yo que éramos los que estudiábamos en esa ciudad. Era una clausura de cursos en el teatro Juárez y fue una sorpresa para los estudiantes de la Normal porque se abrió el telón y estábamos nosotros tres, tocamos Nunca en domingo, Dios nunca muere y una marcha que no recuerdo el nombre, pero los sorprendimos y nos aplaudieron mucho. 

Del Comonfort de hoy hay cosas que me gustan y otras que no. No me gusta que, aunque siempre ha habido delincuencia, hoy en día nos e puede vivir casi, antes sí pasaban sus cosas, había sus delitos, pero muy espaciados.

Lo que sí me gusta es que la educación ha cambiado mucho, porque cuando yo era joven no se podía estudiar, debido a que había que trasladarse a Celaya y, muchas veces, faltaba el recurso económico para el pasaje.

También era mucho más difícil para una mujer estudiar. Conocía yo a una enfermera que me sugirió que estudiara enfermería, incluso ofreció prestarme sus libros para estudiar. Pero tenía que irme a Guanajuato a estudiar y mi mamá no me lo permitió. Pero también me gustaba mucho la enfermería, yo atendía el botiquín cuando estaba en la Manuela Taboada. Por ese motivo realicé algunas curaciones. Llegaban los niños con puntas de lápiz enterradas en la espalda, y yo los curaba y le sacaba esas puntas.

No tengo idea, si me hubieran tocado estos tiempos qué hubiera estudiado, pero no por eso dejo de estar contenta de todo lo que sí he podido realizar.
 
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Hace unos años, el señor Raúl García me invitó a participar en una entrevista que concertó con el Sr. José Prado, con dicho material, el señor Raúl armó un relato que incluyó en uno de los libros de su autoría, preevia autorización comparto lo que nos dijo en aquella ocasión el Sr. Prado.  Ya sin autorización ilustro esta entrevista con una foto de nuestro entrevistado tomada por el Sr. Raúl.

Como siempre en estas transcripciones he suprimido las preguntas y coloco entre corchetes  [  ] mis aclaraciones.
 
Conversaciones,  Con José "Quintiliano" Prado
Todo va cambiando y a veces ni nos damos cuenta, a mí me tocó tratar a varios Curas que pasaron por Comonfort, de hace mucho recuerdo a José María Reyna que duró muchos años aquí,  luego de que lo cambiaron a otra parroquia llegamos a visitarlo allá por los santuarios de las mariposas; cada año salía un camión con gente que iba a verlo, es que, como dije, duró aquí muchos años. Enfrente de la Brisa había una cantina que era de don Carlos Espinoza; estábamos jugando póker, pasaba el Señor Cura Reyna y decía: "Con permiso" y se llevaba los centavos de la apuesta y ni quien dijera nada. Se llevaba el dinero, ni siquiera decía: "Es una cooperación para esto". Ya nosotros mismos decíamos al estar jugando: "Apúrense, antes de que venga el cura; se lo va a llevar". Siendo el Señor Cura se metía a la cantina como si nada. Pero uno sabía que ese dinero llegaba a las obras que hacía.   Después llegó otro cura que cerraba las puertas del templo y para salir formaba a todos en fila india y exigía su limosna (y no se veía ninguna obra).

Yo me fui un tiempo a México, cuando regresé todos los muchachos de la Oficina de Rentas andaban en el mismo ambiente: Roberto, Napoleón Martínez, Ramón Vallejo y dos o tres muchachos más, incluso el jefe de Rentas. Eran otros tiempos y el pueblo era exageradamente pacífico, cómo sería de pacífico que nos íbamos a dormir al campo deportivo. Por los mismos años que ya tengo he conocido a muchas personas que ya no están con nosotros. Yo conocí a don Pepe Carracedo incluso antes de que se casara; nos llevábamos muy bien con él, una vez estábamos platicando ahí en su tienda y llegó una señora, pidiendo alguna cosa y le dice don Pepe: "Señora, apenas salió ayer en la televisión y ya quiere que lo tenga en venta".  Mi esposa se sacó una tele, en una rifa que hicieron unas personas  y él la tenía él ahí como en exhibición.  Y me dijo don Pepe: "Tu mujer se sacó una tele", Y yo insistía: "Pues démela de una vez, ya me la puedo llevar".  Pero bien sabía que me la tenía que dar los organizadores de la rifa.

El negocio de don Carlos, el de la cantina en la plazuela de Galeana,  era comprar pollos; los compraba y los mandaba en tren. (En cajas y en el tren de carga, no crea que les compraba su boleto). Es que antes la gente tenía sus pollos en las casas, era una forma de ahorro o de producción, no era raro ver gente con un burrito que a ambos lados traía sus jaulas de varas. También solían tener puercos en las casas y en algunas comunidades los puercos andaban en las calles como si fueran perros.  Ahorita le cuento del Taxi, pero yo le trabajé a don Agustín Govea y a veces me decía, espérate a ver si agarro ese puerco que anda por ahí. Me estacionaba y él tenía una habilidad bárbara para agarrar los puercos, no es fácil agarrarlos y en campo abierto menos. Yo lo esperaba y de rato ya íbamos con el puerco en el Taxi.

Don Moisés Olalde era el dueño del cine Ideal, nosotros tocábamos ahí el 10 de mayo, porque se usaba hacer festival ese día e íbamos a cantarle a las mamás, ya luego fue el mismo festival, pero en el cine Macías. Ahí en la calle Cortazar, donde está la caja popular,  estaba el cine Ideal. Don Moy sí regresaba alguna película que a su juicio fuera inmoral, aunque no la hubiera visto.
En el cine Ideal estaba Calixto Puente como cácaro y también Artemio Sánchez, a este último le gritábamos para vacilarlo, porque nos llevábamos con él,  él en respuesta nos cortaba la película. Ese cine funcionó como hasta mediados de los sesenta o un poco antes.  No nos fallaba el ir a tocar al festival del diez de mayo.

En ese cine también hubo teatro, doña Lupe Moreno dirigía y promovía esas representaciones. Yo participé en "Se vende una mula", yo era el arriero y mi esposa participó como la sirvienta.  En la obra ambos personajes se enamoran y nosotros de ahí nos hicimos novios.  Antes de esa obra ya nos conocíamos, había un club de mujeres que se dedicaban a esto del teatro, entre otras cosas,  estaba Tere parga, Chucha Govea, pero no querían entrarle al teatro.  Y luego de aquel asunto del teatro hicimos un baile de aquellos tiempos, fue El Rojo con su esposa Mili, su hermana blanca y ella bailaban Charleston. Acabando la obra venía el baile. A mí me tocó bailar danzón con mi futura esposa, pues a todo dar. A los demás les tocó la polka, el charleston, el swing, las baladas, pero eran puras parejas.  Éramos ella y yo amigos, ya despuesito, como es de suponerse, le llevé serenata.


Creo que toda mi vida jugué futbol, antes no había quien nos pagara para jugar, había que poner entre todos  para el árbitro y comprarse cada quien su uniforme. Yo todavía usé zapatos con tachones con clavos. Jugábamos el domingo y entrenábamos unos dos días a la semana, aquí en el campo. Pero yo jugué más en la municipal con Los Calzonudos de don Lupe de acá de por La Rinconada, yo era centro delantero. Don Lupe no jugaba, era el encargado del equipo, después nos fuimos con Los Rebeldes, en la liga municipal, Ramón Vallejo era el portero, también fui compañero de Ricardo Sánchez, un porterazo, todavía jugué con Carlos Guerrero, El Pulques, también era portero de El Azteca. José González San vicente también fue portero y también jugué con él. Yo siempre jugué adelante era el que metía los goles, en la municipal.

Durante años estuvo una piedra enorme en un extremo de la cancha, le decían la piedra de los sacrificios, un día la partieron y la retiraron, también me acuerdo de los torneos relámpagos, qué coraje cuando nos echaban fuera luego luego, el primer juego y ya.
Me pusieron Cafarati porque un futbolista argentino llegó al Celaya, se llamaba Florencio Caffaratti, alguien le encontró parecido a mí y me empezaron a decir Cafarati, 'ora Cafarati.  Así unos me llaman Quintiliano y otros Cafarati y ninguno de los dos es mi nombre.

Hablando del Taxi: Yo empecé a manejar muy  joven, creo que antes de cumplir los dieciocho, bajaba tierra aquí en Neutla, el caolín lo acarreábamos hasta la estación del tren y ahí lo subían a los vagones, durante años fueron típicos los montones de tierra blanca cerca de las vías. Manejaba camiones que les dicen rabones, esos eran de la familia pero para entonces ya nos habíamos venido de Celaya para acá. Después don Pedro Ulloa, uno de Guanajuato, me contrató para lo mismo, aunque con él movía barro para los tabiques refractarios y ese trabajo  sí era en una tolva (un camión de volteo). También estuvieron en ese jale Manuel Tovar y Miguel Vallejo.

Cuando tenía como treinta años, empecé con el Taxi, yo andaba entonces trabajando aquí, traía el coche de Francisco Hernández, hermano, en ese entonces del Presidente Municipal José Hernández, el dueño de la cantina de la plazuela. Para tener el Taxi yo hice mi solicitud; don Luis Ferro de la Sota era el mero mero del transporte en Guanajuato, él fue quien me dio mi concesión, firmada por el Gobernador Juan José Torres Landa, y no tuve que pagar nada. Ya con mi concesión compré un  carro de medio uso, un Ford 200, como modelo 60, en aquel año durábamos mucho con los taxis, ahora ya no, el gobierno nos da diez años de vida del carro,  ya después nos dan un permisito en lo que se compra otro vehículo. En esos tiempos Cobrábamos veinte pesos a Celaya, ocho pesos a Escobedo. Es muy poco y también muy poco costaba la gasolina. Parece que de aquí a Camacho eran dos pesos, también dos pesos aquí en el pueblo. La mayoría de mis compañeros de los taxis de aquel entonces ya me dejaron. Éramos nada más nueve, el primer taxista de este pueblo fue don Armando Ibarra, después Bricio Moreno, luego Rutilo Santana, ellos ya estaban cuando yo entre. Después Antonio Hernández, José Arellano (El Pando), Eugenio Espinoza (El Caramelo), Francisco Hernández, Fernando Nieto.  En ese entonces los carros no estaban pintados de un mismo color.  De rato yo la hacía  de jefe, aunque era el más Joven de ellos. El sitio estaba en el jardín, frente al templo de San Antonio.  Teníamos un teléfono que estaba en una casetita, casi casi clavado en uno de los Laureles, ahí nos llamaban y si estaba alguien contestábamos; después le pasé ese teléfono a El Rojo.

Trabajábamos de muy temprano hasta la tardecita, pero ya tarde aquí no caía nada; nos íbamos a Escobedo a esperar el tren, el tren llegaba en la noche, a veces de madrugada. El que venía de Laredo para México pasaba a esas horas, el que iba para allá pasaba a las tres de la tarde. Por ese motivo en Escobedo agarrábamos el pasaje para Acámbaro, para Celaya, para Salvatierra. En todos estos años se juntan muchas anécdotas, Sí llevé muchas parturientas, pero nunca tuvieron que parir en el taxi (¿qué iba yo a hacer en esos casos?),  siempre llegamos al hospital a tiempo.  Y es que me  tocó llevar a muchísimas señoras casi aliviándose.  Borrachos que se vomitaban en el taxi muchísimos más.  También pasa que se suben los borrachos al Taxi, y se quedan dormidos y uno no sabe a dónde van.  Y los baja uno por ahí porque no saben a dónde van, ni modo de llevárnoslos a la casa.  Y a veces en San Juan de la Vega, ya ven cómo eran en ese tiempo, echaban balazos al aire desde el taxi, abrían la ventanilla y ¡pas!, ¡pas! Los dejaba en el jardín de San Juan y me decían "Pues fíjate que no traemos con que pagar". Y yo pues qué iba a decir: "Ta' bien, no hay problema, luego me pagan". Al otro día llegaban a la cantina La Cucaracha de José Soto: "¿Cuánto te debemos, amigo?".  Eran otros tiempos. La Cucaracha era el centro de reunión; antes estaba aquí en la plaza 5 de febrero, antes de que abrieran la calle Magisterio; de aquí se cambió para allá en la calle de Allende. También a José Soto le trabajé muchos años, lo llevaba a él, lo llevaba a los toros, a las corridas nocturnas a Morelia, a Ricardo Sánchez, José Soto y un cuñado de José Soto que venía de Moroleón y era Jefe de Rentas. Yo no era muy aficionado a los Toros pero pues si ya estaba allá, ni modo de no entrar.

Yo trabajé con el señor José (no recuerdo el apellido) el que tenía una tienda en la Plaza Dr. Mora, frente a la tortillería; llevaba alfalfa en su camión, me daba 20 pesos y una torta y era bastante, de regreso traía cal para su negocio. La torta era para mantenerse, pero el otro ya era buen dinero. Ese era mi trabajo con José.   Es fama que el taxi también acerca amores y aventuras, la verdad es que no falta, a la mera hora se raja uno, porque no sabe qué consecuencias tenga.  Es frecuente que llegando al lugar de destino algunas pasajeras digan: "No traigo dinero, pero, ¿cómo le hacemos?". Con don Rubén Aboytes duré veinticinco años llevando y trayendo a los niños a la escuela; ese era mi trabajo: el viernes iba por ellos a Celaya y el domingo en la tarde los llevaba de regreso. Mencioné hace rato a Agustín Govea, él tenía una troquita, en esa le enseñé a manejar, tenía un Willys y gritaba a la gente: "¡Háganse a un lado que los atropello con mi Willys!".

   En el 76 o 77 hubo un asalto, hasta eso frustrado, pero con heridos y un policía fallecido, fue aquí en el centro, para huir unos de los asaltantes se treparon al taxi de Antonio Hernández y lo obligaron a llevarlos.  A pesar de la angustia de sus familiares y la preocupación de todo el pueblo, don Toño apareció al día siguiente.  Cuando le preguntaban en donde los había dejado siempre decía que en la entrada a la ciudad de México. Y todos decíamos que ese carrito que traía no llegaba ni a Querétaro, era el más viejo de todos los Taxis.

Ya hoy en día no tengo tanto trato con los demás taxistas, con casi puros de Jalpilla.  A comparación con mis compañeros viejos que sí echábamos relajo.
Yo convencí a mi hermano Aurelio a que dejara los camiones y se viniera al taxi. Siempre me pareció menos peligroso andar aquí en Taxi que manejando un camión de pasajeros siempre en Carretera. De todos modos ya me voy a retirar, si Dios me ha dado licencia y no me ha pasado nada, para qué andarle buscando, me voy a retirar pero ya tengo por ahí en qué estar activo. Porque yo he visto que todos mis compañeros se han quebrado por eso, está uno acostumbrado ya tantos años a andar activo y ponerse de pronto a no hacer nada, algo tiene que afectarnos.  Por ahora no tengo ninguna enfermedad, quién sabe mañana.
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Lo de la guitarra y la cantada fue de mucho más chico, yo tocaba con Guaní que era zapatero, su mamá se apellidaba Naranjo,   vivía en Allende. Nos enseñamos viéndolo, a él y a Juan Ciprián que  tocaba el tololoche, también con los hermanos Elías, ya ve que los jueves y domingos no le fallaban en el jardín. Eso habrá sido en el año 45, El Rojo tocaba la batería con ellos. Yo todavía no tocaba, pero había una guitarra en la casa, le rascábamos y nos gustaba el sonido.

Para cuando yo andaba en el taxi ya tocaba la guitarra, sacábamos Los Gallos, las serenatas pues,  ya no hay esa costumbre antes era de a diario.  El horario apropiado era entre 11 o 12 de la noche,  nada más íbamos mi hermano Aurelio y yo.  Yo más o menos le enseñé  a él, pero luego se fue a trabajar a la Flecha Amarilla.  Teníamos un grupo, el Son Babalú, en ese grupo entró El Guaní, El Zirunda, Toribio Patiño que  tocaba el bongó, Memo, el fotógrafo de allá por la veinte, tocaba las maracas y El Rojo tocaba las congas. Yo no tocaba nada, era nada más el cantante. Nos contrataban en las posadas, bueno a Guaní, porque hacían sus posadas allá, era un bailazo a todo dar, ya con las guitarras y el tololoche de El Zirunda, sonaba muy bien. Yo le hallé solo a la guitarra, éramos totalmente líricos, tocábamos de oído; a la guitarra, entre más le buscas más le hallas.  Llevábamos gallo a los novios de aquél entonces.  Uno de los clientes era José, ese que les digo que tenía una tienda en una esquina de la plaza Dr. Mora. También me acuerdo que una vez le fuimos a llevar gallo a mi futura esposa, había que llegar por una huerta que le decíamos la Selva; ahí  estábamos cantando, mi hermano Aurelio y otros amigos que nos juntábamos, y don Chucho, mi futuro suegro,  sin que nos diéramos cuanta nos puso mecates de aguacate a aguacate, acabamos: "Buenas noches mi amor…" nos vámonos y que nos dábamos contra los mecates y no hallábamos la salida. 

Luego también en los gallos pasaban cosas, Fito Paredes andaba con una muchacha, que vivía en la calle Juárez, por donde vive ahora la maestra Rocío.  Fito ya sabía que no le caía al papá. Él se escondía atrás de una puerta. Y nosotros: "Buenas noches mi amor…" y que sale el papá:  "¿Y ustedes qué?",  "No, pos aquí estamos nomás echando una serenatita". Y él nos preguntaba: "¿Y dónde está el fulano?". Y el otro escondido allá, ni modo de decirle: "Allá está atrás de un marco".  Y ahí se quedó, nos fuimos y ya de rato apareció, pero se vio medio raro que cantáramos sin remitente y sin destinatario.

En la cantada, hay jóvenes con talento, pero imitan más de lo que cantan,y el chiste es que sea uno el que cante. Una cosa es imitar y otra que salga uno de su voz. Cuando tenemos un grupo, cada quince días nos juntamos, ya sea con Gaspar o con Ramón Vallejo, estamos a gusto, cantamos y no nos pagan nada, pero nos juntamos por el gusto de la música.
 
Cuando cumplimos 25 años de tocar nos hicieron una fiestecita en la hacienda de Morales con don Rubén Aboytes, que en paz descanse, fue en el año setenta o algo así. 

Lupe Leal nos hizo también un homenaje, cumplimos más de cincuenta años tocando, fue en la casa de la cultura y nos trajo a Güicho Cisneros, el compositor de todas las canciones de los Dandys.  Estuvimos con él, cantamos con él, ahí en la plazoleta de Galeana, fue algo muy bonito.  Lupe es ahijada de bautizo de mi hermano Aurelio, mi hermano trabajó con Gil Leal, el papá de Lupita en el camión de Pasajeros, muchos años.

Todo lo que tocamos es líricamente, no sabemos nada de nota, yo si escucho un requinto por ahí me lo aviento.  Tenemos algunos casetes que hemos grabado, tanto Aurelio como yo.

El repertorio es puro romántico.  De lo de antes y algunas de ahora, nuestro repertorio de tríos es muy grande, ya ve que hubo su época, Los Reyes, Los Dandys, Los Panchos,  Los Diamantes.

Tengo cincuenta y dos años en el Taxi y ochenta y tres de edad; nací el 13 de abril de 1933 pero no me lo creen.  Yo soy hijo de José María Prado Laguna, Vicente, el árbitro, era mi hermano (él es el papá de Reinaldo). Era el más grande, somos: Vicente, Honorio, (que ya fallecieron) yo, Aurelio, Manuel y mi hermana Magdalena (que se casó con Darío Juárez, hermano de Melitón, los dos, Darío y Melitón jugaban futbol). Todos nacimos aquí en Comonfort, en Ocampo 16, la cosa es que mi papá se fue a Neutla a trabajar a la fábrica, ahí donde estaba Blanca Nieves, que antes era Begoña. Yo, para muchos soy Quintiliano porque cuando nací mis padrinos fueron Alfredo Sánchez (don Alfredito) con doña Carmelita la que se casó con don Chon, el que cantaba en la misa; ellos fueron mis padrinos de bautizo y ellos fueron los que me pusieron Quintiliano -en la Iglesia-. Pero mi papá ya me había registrado en Neutla como José Prado, nada más, no José Quintiliano, así que en el registro Civil estoy nada más como José. Incluso mi certificado de primaria dice Quintiliano. Cuando hice mi servicio militar fue cuando me enteré.

Yo hice la primaria aquí, hasta el tercer año, después en Celaya, porque de Neutla nos fuimos a Celaya. El servicio militar que comentaba lo di en el campo deportivo. Aquí en la Calle Cortazar vivía el Capitán, era famoso, ya falleció. Yo  me casé en el 50, mi primera esposa era una hermana de Mauro Espinoza, pero falleció muy joven, con ella tuve una hija; Enviudé, después me casé con mi actual esposa, Abigail y con ella tengo casi cincuenta años de casado.

Hay muchas cosas del pueblo que los jóvenes no conocieron y no les han platicado, yo recuerdo la plaza que estaba aquí en la calle Juárez,  que también se usaba para el Box, ahí entraba el campeón Guaní que vivía en el callejón de Guaní, precisamente,  y era de aquí de Comonfort. Todavía Tobías y otros muchachos de aquí pelearon en esa plaza.
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Con José "Quintiliano" Prado
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Desde hace unos años, el Arq. José González de Santiago, no sólo es un asiduo lector de este espacio, sino un gran colaborador que me comparte materiales, y me sugiere interesantísimos temas. En tal virtud no sé decirles si la idea de conversar con su señor padre fue de él o fue una sugerencia mía. Lo importante es que el señor José González nos dibujó una estampa del chamcauero que se preciaba de sus cosechas de frutales, algo casi inherente a la memoria colectivao  de nuestro pueblo. No sólo agradezco al Arq. José sino a sus hermanos por facilitar esta conversación y por su amabilidad durante todo el proceso.

Como siempre en estas transcripciones he suprimidolo más posible mis  preguntas y coloco entre corchetes [  ] éstas y mis aclaraciones.
 
Conversaciones, con don José González San Vicente
El aguacate que se cultivaba y cosechaba era de la variedad llamada "Criollo". Al día de hoy todavía existe esa variedad, pero muy diezmada. La variedad que se sigue cultivando, principalmente en el estado de Michoacán, es la llamada "Hass". Es una variedad con muy buen sabor y es bastante rentable.
La cosecha de el durazno era en la misma época. La Sociedad Cooperativa de Consumo lo compraba, yo también pero muy poco. Pero los que compraban la mayoría de la producción era          La Fortaleza (La planta empacadora de frutas y verduras más antigua del Bajío, ubicada en Salamanca Gto. Ellos rentaban una casa en el jardín principal que la usaban como bodega para comprar el durazno y de ahí enviarlo a Salamanca en sus propios camiones). El durazno también se acabo, también había mucha lima pero ya no.
En el tiempo de cosecha de duraznos, había una persona, allá por el campo Azteca, a un lado de la vía donde  tenía su huerta y vivía el Sr. Olalde.  Él tenía viveros, y compraba los huesos de durazno por ciento, para sembrarlos y cultivarlos. Después vendía la planta de durazno. Los chiquillos, y hasta mis hijos se ponían a juntar huesos en la calle;  en aquel tiempo no existía lo de: "Ponga la basura en su lugar",  la gente se comía su durazno y sin preocupación tiraba el hueso a la calle. Con lo que les pagaban por los huesos, los niños compraban  golosinas o lo que se les antojaba.

El señor Plaza mandaba el aguacate a Monterrey  y yo también lo mandaba, y no nada más a Monterrey, a varias plazas del norte de la República, Saltillo, por ejemplo.
En los mejores tiempos del aguacate existió la Sociedad Cooperativa de Consumo. Ahí en la esquina de Arista con Hidalgo, donde ahora es El Bodegón, estaba esta Sociedad, ahí hicieron una bodega y luego compraron otra acá en Guerrero y ya después se acabó todo eso. Imagino que los socios construyeron, ¿quién más? Yo no era socio, era como quien dice, a mí me decían que venía siendo la competencia, pero nunca me decían nada, no tenían problema conmigo por eso.  El aguacate no se producía todo el año, había sus temporadas, pero lo mero principal de la cosecha eran agosto, septiembre y antes en  julio.  Y vuelvo a repetirle, el aguacate se acabó, la cosecha, por la plaga, por el gusano. Al igual todo en la región, en San Juan de la Vega, Rinconcillo, todo se acabó.
A mí no me llamó la atención estudiar, yo fui comerciante y agricultor, no tenía un local como la Cooperativa, solo compraba y vendía. Pero la cooperativa nomás le mandaba a Monterrey, tenía nomás un conecte y mandaba. Y yo tenía clientes, pues se puede decir en todas partes de la República: Saltillo, Monterrey, Agujita, Matamoros, claro que eran clientes chicos. También a México; venía a comprarme aquí los de México, a unos les mandaba de a una, dos, tres, cuatro cajitas. Y había un cliente que me consumía varias cajas y otro que me compraba todo el que le mandaba.  Era un cliente de mucha confianza conmigo, le mandaba lo que hubiera, lo que yo podía mandarle, todos los días hablábamos por teléfono y me decía: "Échale más o ahora no mandes y así". Él estaba en Monterrey, tenía bodega en el Mercado de Abastos. Aparte, él tenía muchos otros clientes que  le compraban de varias cajas.  Mucho del aguacate lo compraba a otros productores de aquí. También llegué a mandar en camión. El tren no se entretenía, todos los días el exprés pasaba  a las dos de la tarde.  También a Torreón mandaba mucho aguacate, pero ese lo llevaba a Celaya para mandarlo por tren. Aquí pasaba el de Monterrey, Nuevo Laredo. Y el que pasaba por Celaya es el que llegaba a Torreón. El tren tenía muchas ciudades a donde pasaba, San Miguel, San Luis. Y no nada más el aguacate, don Ramón Plaza mandaba molcajete y aparte del molcajete, mandaba canastas y  artesanías de carrizo; tenía mucho el señor y trabajaba mucho, tenía camiones, yo también tenía un camión. Él comerciaba otros productos, tenía alfalfa, la mandaba a México por camiones, aunque la compraba a otros productores.

Ya para el maíz no tenía yo tiempo, es algo que no cultivé.  Ahora ya no le conviene a la gente cultivar maíz y otras cosas, porque invierten mucho y no le sacan lo que metieron, pero todavía siguen.
Yo principalmente me he dedicado al campo, se pude decir que esa ha sido mi actividad, pero ya no es negocio. No sale.

Ya después me dedicaba a comprar sorgo, maíz, de todo, aquí en estos cuartos lo tenía almacenado en ocasiones.
En ese proceso de comprar y vender algunos domingos iba con mis hijos, desde tempranito, antes de que amaneciera, a la entrada del camino que va a Jalpilla, poco más adelante de el panteón, donde se encuentra lo que fue un puente de piedra; ahí estacionábamos la camioneta, llevábamos una báscula y esperábamos a la gente que venía caminando de los ranchos con rumbo a Jalpilla (El Potrero, El Picacho, las Gallinas etc.) para comprarles maíz o frijol. Esta gente venía a Comonfort a misa pero principalmente a llevar mandado, que compraban con el producto de la venta de su cosecha. Además traían a vender gallinas, huevos, guajolotes, chivos, borregos o lo que producían. Siempre traían burros cargando sus productos, si el precio que les dábamos les convenía nos vendían sus productos; si no, en el pueblo siempre encontraban alguien que se los comprara. También mucha gente traía sus burros  cargados de leña para venderla, ya cuando terminaban de comprar su mandado se regresaban a su rancho. Pasando la vía, dando vuelta hacia la izquierda en esa calle, se ubicaba el lugar donde dejaban sus burros amarrados mientras iban al centro a hacer sus compras.

Sí supe que en la cooperativa a veces hacía bailes, pero yo no iba, no me gustaba. Además yo era contrincante de ellos.  Sí, no había otro salón más que ese, un tiempo estuvo la Tierra Fuller, esa tierra Fuller era el caolín que extraían de las minas de Neutla, cargaban furgones de caolín y mandaban para fabricar muchas cosas, ahí en la estación del ferrocarril lo amontonaban, pero ya se acabó eso también.

A mí me gustaba ir a cazar, me iba lejos a Tamaulipas allá había venados, jabalíes; sí me llegué a traer un venado, todos los animales son complicados de cazar, según puede ser más conveniente en la noche o en el día. Yo usaba el rifle calibre 30 06, la escopeta, pero ahora ya no.  Aquí en los alrededores llegué a cazar liebres, conejos, hacia Jalpilla o por ahí.  Buena parte de esa carne se guisa y se come, a veces se sala.  Yo dejé de ir cuando ya no pude, cuando ya se me dificultaba. Me llegué a llevar a mis hijos a la cacería, pero a algunos no les gustaba.
Sí jugué futbol con los que ahora son veteranos del equipo. Nos gustaba mucho el fut, estuve jugando con este equipo del Aztecas unos juegos. En esos tiempos mi papá, en paz descanse, no era muy aficionado al futbol, yo estuve jugando con el Aztecas, pero él no me dejaba jugar. Me le escapaba. Así salíamos a San Miguel, Soria, Comonfort. Llegó a  tal grado de que, como no me daba permiso, vino el Sr. José Cruz con otra persona a pedir permiso a mi papá y entonces ya me dejó para salir con ellos.

[¿No habrá usted jugado con mi papá?]

No, nada más me di cuenta de que su papá era jugador, que era defensa; porque su papá, no agraviándolo, era, un poco gordito, tantito. Tenía que jugar en defensa, no corría mucho. Pero sí lo conocí, lo vi jugar y poco después yo jugué.  Si él jugó en el 36, yo he de haber jugado en el cuarenta o por ahí, yo soy del 28.  Sí yo lo conocí y lo vi jugar muchas veces.

En esos años aquí nada más se podía estudiar hasta la primaria, no había secundaria ni nada. Anduvieron buscando, puerta por puerta, para que se fueran a estudiar y fue cuando uno de mis hermanos se dedicó a seguir en la escuela, Eduardo, [El teacher].  A él le gustaba todo eso de la talabartería y aprendió solo, yo creo.

Sí recuerdo la plaza de toros que había en Comonfort, en la calle Juárez, casi no iba a las corridas, pero sí recuerdo la plaza, jaripeos también había. No, yo no montaba a caballo, (ni toreaba).

También recuerdo ese río con aguas cristalinas, el río traía el agua de manantiales de San Miguel. De cuando llovía mucho también hubo inundaciones.

Ahorita, ya no puedo trabajar, ya nada más descanso y más con lo que me acaba de pasar, llegó un momento en que mis hijos me dijeron ya pa qué trabajas, ya tampoco veo casi.

Claro que tengo en la memoria ese Comonfort de antes, pero ya se me olvida todo.  Antes había menos gente ahora hay más gente y más todo.


[¿Cómo está don José?]

Ando algo malo, me acaban de quitar un absceso, del lado de adentro que me lastimaba, como yo traigo dentadura y me estaba molestando fui a ver el dentista; ya cuando fui me dijo que me tenía que quitar ese absceso. Me lo quitó hace como tres o cuatro días para ponerme otra dentadura, nada menos ayer dijo que me la podía poner, me la puse y me duele.  Así ando ahorita. De vez en cuando no puedo hablar bien por eso. A ver, me dijeron que quería verme. ¿De qué se trata?

Mi papá también era de aquí de Comonfort, yo también nací aquí lo mismo que mi hermano Eduardo [El teacher], sí, él era maestro en la secundaria.
Yo tuve nueve hermanos, todos de aquí de Comonfort, aunque no todos se dedicaban a las huertas.

Mi papá tenía huertas de Aguacate; a mí me gustaba cosechar, andar en la huerta. Yo empecé comprando aguacate de a poquito y lo mandaba por tren, en ese tiempo. Y no nada más era yo, el mero principal era don Aron Plaza y su hermano Guadalupe Plaza. Duré mucho tiempo trabajando eso. No diría que trabajé en eso desde niño, pero luego me casé y con más razón tuve que trabajar en ello. Me casé y alquilé una casa por aquí.

Hubo un tiempo en que había muchísimo aguacate, se terminó porque se vino una plaga: el gusano barrenador. El fruto se echaba a perder. Sí se podía hacer algo, se tenía que fumigar, pero no todos fumigábamos; nada más uno que otro de los propietarios.
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Con don José González San Vicente
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Hace algún tiempo, uno de mis más asiduos y apreciados lectores, el Arq. José González de Santiago, me sugirió hacer un artículo sobre las cantinas que, hasta un cierto periodo, funcionaron en el municipio. Dada mi absoluta ignorancia sobre el tema, me sugirió hablar con el señor Ángel Ramírez Placita, quien debido a las actividades que realizó en los años setenta conoce bastante sobre el tema.  De manera doblemente afortunada, el señor Ángel no solamente nos ilustró sobre el tema, también nos platicó sobre su desempeño laboral en el municipio y con ello nos hizo un esbozo, muy colorido, del Chamacuero de varias décadas atrás.  No solamente debo  agradecer su amabilidad a don Ángel, también debo  destacar la amenidad de su conversación.  Del mismo modo pondero las siempre certeras sugerencias del Arq. José González.

Suprimo mis preguntas en la siguiente transcripción y únicamente coloco mis eventuales aclaraciones entre corchetes [ ].
 
Al año siguiente don Adalberto Téllez Márquez, fue electo presidente municipal, resulta que mi tío Lucas Hernández era su concuño, pero para ese entonces mi tío vivía  en México. Un día me escribió,  (me mandó una carta, porque entonces no había ni celulares ni teléfonos ni nada de eso)  me dijo que me presentara en la presidencia con don Adalberto Téllez, que iba a ver si me podía acomodar. Y sí, entré a trabajar en el gobierno municipal, trabajé los tres años de don Adalberto, 64,65 y 66. En el 67 entró Chelo Estrada y me dieron de baja. Entonces me fui a México con mi tío Lucas, allá anduve trabajando y regresé en el 68. Miento, en el 67 me casé y aquí anduve de albañil con mi suegro, pero como que no me acomodaba bien, por eso me fui para México y estuve trabajando con mi hermano Alfredo en un taller de hojalatería y pintura. Mi hermano hasta la fecha tiene su taller de hojalatería y pintura aquí en Comonfort, tiene muchos clientes, supo mucho de ese trabajo.
Luego regresé y fui tránsito municipal en San Miguel de Allende, en el 69. En febrero del 70 Roberto Maldonado trabajaba en rentas y él me recomendó que fuera a trabajar ahí. Empecé como notificador, así le llamaban. En junio de ese mismo año me dieron un puesto en la oficina, ya no iba yo en la calle a notificar, me dieron una mesa. En ese entonces le llamábamos la mesa de ingresos mercantiles y desde ahí empecé mi labor en la Oficina de Rentas. Entré de base y yo quería siempre salir adelante; yo le ayudaba a Roberto que era el que manejaba la oficina, me enseñé y me dieron la oportunidad de ser el Sub Jefe de la Oficina de Rentas.

Pero como digo: yo siempre quería salir adelante y en las reuniones que teníamos en Guanajuato siempre hablaba, a mí manera, con la pura primaria que pude estudiar. En una ocasión hablé con el director general de ingresos, que en ese entonces era don Oscar Aguilar, le dije que si no había manera que me diera la oportunidad de salir de Comonfort, que yo consideraba que podía con una oficina de la categoría de Comonfort. Y me llamó, no mucho después, me mandó llamar y me mandaba a Apaseo el Alto. Pero en aquel tiempo teníamos que llevarnos a la familia y pagar renta; yo vi cuanto ganaba el jefe allá y me dije: "Pues no la voy a hacer". Entonces le comenté a don Oscar: "Discúlpeme, señor, yo creo que no voy a poder irme, porque no me voy a poder sostener con lo que voy a ganar allá". "Bueno, pues entonces ahí te quedas". No se enojó, pero así me dijo. Unos meses después me volvió a llamar: "Ahora sí no me vas a poder decir que no, mañana te espero en Empalme Escobedo, vas a recibir la delegación".

En Empalme Escobedo estuve como delegado de rentas del 80 al 85, pero como yo siempre andaba queriendo salir adelante, en una reunión que tuvimos pasó esto: Nos daban  un incentivo de acuerdo a lo que cada quien recuperaba de impuestos: al jefe de rentas le daban veinte mil pesos y a los delegados ocho o diez mil pesos. Entonces yo les pregunté por qué me daban a mí eso si estaban dando de acuerdo a las actividades que cada quien tenía; yo ya llevaba los datos listos: "Comonfort tiene tanto de ingresos y en Escobedo casi lo igualo, ¿por qué me dan a mi menos?" Y todos se cuchichearon. El director general de ingresos era  José Luis Romero Hicks, me dijo: "Mire Señor Placita" -allá me conocieron como Placita- "Quiero que se ponga de acuerdo con los demás delegados y que vengan a platicar conmigo". Me puse de acuerdo con los demás delegados, les llamé por teléfono y fuimos, lo único que nos dijo fue: "Miren muchachos, por este año pues ya se va a quedar así, pero a partir de ahora sí vamos a tomar en cuenta lo que dijo el señor Placita: la recaudación de ingresos  que tiene cada uno, por ahora disculpen". Todos dijeron:  "Está bien".  "Usted espéreme", me dijo y esperó a que salieran los demás, yo pensé: pues es algo bueno o algo malo y sí: "Quiero que se presente en Manuel Doblado, le vamos a dar esa oficina a usted. Allá no tenemos Jefe. Quiero que me haga favor presentarse usted allá a trabajar". Y agregó: "Sé que está muy lejos de su casa, pero en cuanto se pueda lo vamos a acercar más".
Allá estuve de septiembre de 85 a diciembre de ese mismo año, en enero me dijo Romero Hicks: "Señor Placita,  se presenta usted en Apaseo el Alto el lunes, no les va a decir nada a sus compañeros, nada absolutamente, usted nada más se va para allá,  allá lo vamos a esperar". A partir de ahí estuve en varios lugares,  estuve en Tarimoro, en Salvatierra, en San José Iturbide,  como Jefe de Rentas en todas las oficinas.

Yo procuraba llevarme bien con toda la gente, allá en Apaseo el alto se admiraban de eso, una vez  me dijo el subjefe: "Cómo tiene usted paciencia para atender a la gente. Ese que se acaba de salir a cada rato e se mentaba la madre con el jefe anterior. Pero usted bien fácil que se lo doblegó; salió como si nada". Conocí a muchos elementos de tránsito y allá en Guanajuato,  en las reuniones, me conocían como Placita, siempre Placita. Una vez  a una señora que fue parte de la Dirección General de Ingresos me la encontré en otra dependencia, me dijo: "Señor Placita, ¿qué anda haciendo usted por acá? El internacional Placita". Lo de internacional porque me conocían en varias oficinas. También el director de los inspectores de transporte en Guanajuato  y siempre Placita por aquí, Placita por allá. Una vez que fui a Guanajuato una persona, que andaba vestido con uniforme de las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado, me dice: "Placita, ¿Qué anda haciendo por acá?"  "Pues voy a ver a Lupe, ¿dónde está?". Y muy amable me contestó: "Pásele, esa es su oficina". Lupe era de los inspectores  de transporte. Y le comento: "Oye me saludo un uniformado de las Fuerzas de Seguridad del Estado, pero no sé quién será" "Pues es Tinoco, de allá de Salvatierra". Yo ya no lo recordaba y él sí se acordó de Placita.  Ya como taxista  se me ocurrió hacer una calcomanía y ponerle Placita al carro. Estaba yo en una reunión de la coalición de taxistas, llegó uno de los inspectores de transporte y se fijó en el carro pero no dijo nada. Después de la reunión yo a propósito lo esperé, quería preguntarle algo. Le plantee mi duda y me dijo: "¿Usted es placita? Es que vi un carro de Placita." Tenía más interés por conocer a Placita que por resolverme mi duda.  Más antes, fuimos a la misa de un compañero que falleció en Pueblo Nuevo,  ahí llego José Luis romero Hicks,  me sorprendió que me reconoció en el atrio  y me saludó antes de entrar al templo.

En San José Iturbide dije: "Ya cumplí mis treinta años de servicio, me retiro". Pero un poco antes el profesor Isidro Flores Laguna me mandó llamar, que me fuera a la oficina de Catastro, iban a empezar su trienio en octubre, y yo le dije: "Profesor, sí me voy a jubilar, pero hasta diciembre". "No le hace, te espero" me dijo y me esperó y estuve los tres años de su periodo. Ya que terminó su administración me pregunté: "Pues ahora ¿a qué me voy a dedicar?, sólo que agarre otra vez mi cajoncito de bolero.

Pero como en 2005, le entré al taxi, y ahí sigo hasta la fecha.

Aprendí de  las cantinas porque  en cierto tiempo, me dijo el señor José Prado -el señor de la vinícola de la Calle de Guerrero-: "Ángel, no hayo cómo echar fuera este cantinero, porque casi no me entrega cuentas, tengo casi que sacar de mi bolsa para sacar los impuestos y él dice que no hay ventas. No hayo como echarlo fuera. Vamos a hacer un contrato de que te la rento a ti, y ya tú llegas diciendo que te la renté y que vas a tomar posesión". Así se hizo, la cantina se llamaba Mi Oficina, estaba en la calle de Allende, donde estaba la Caja Popular, casi frente a la casa de don José González San Vicente. Estuve de encargado desde junio del 74. Llegué y le dije al cantinero que llegaba con es mala noticia, ya le conté el supuesto contrato y estuvo conforme, se fue muy tranquilo. Yo tuve que meter a otro cantinero, precisamente a un hijo de mi tío Lucas Hernández que le decían el Malinda, se llamaba Alfonso.  Salía yo de trabajar en rentas a las cuatro de la tarde, me iba a comer y ya después me iba a la cantina (a trabajar).  Estuve muy poco, nada más de junio a diciembre. Fue solo para lo que pretendía el dueño. Así habíamos quedado, le había dicho: "Yo no me puedo dedicar a eso, pero sí te echo la mano". Se la entregué en el 75.
En aquel entonces el ambiente de las cantinas era…  cómo diremos… habíamos muchos borrachos. Me acuerdo entonces de los Labrada: iban y sí gastaban, sobre todo en esos tiempos de los aguacates.   Y se cerraba a la hora que se iba el último cliente.  El permiso era hasta las once, pero si había gente cerrábamos la puerta y seguíamos hasta que se fuera el último, se quedaban hasta las doce, una, por ahí. 
La gente sí tomaba, sí salían tomados, pero no de irse cayendo de borrachos, acaso uno que otro de vez en cuando. Esos labrada que le comento les gustaba hablar fuerte, gritar, pero  se subían a su carro y manejaban sin problema manejaban.
Sí había problemas de gente que de pronto no quería pagar, me acuerdo de Raúl Centeno, ese era muy brabucón, pero nada más de haladas, a la mera hora no le entraba; un día dijo: "No te pago", y así quedó, nunca me ha gustado a mí entrar en pleito. Otro era Fernando Nieto, él decía: "No traigo dinero, luego te pago", y sí luego regresaba y pagaba.  Hasta don José González, que vivía casi enfrente, llegaba cuando ya íbamos a cerrar, ya hasta sabíamos que se tomaba, no decía "¿Cuánto debo?, ni nada, se iba a su casa y al día siguiente venía y preguntaba: "¿Cuánto te debo?".  "Tanto" (ahí estaba apuntado) y pagaba.
También había pleitos entre los clientes, se agarraban a golpes, pero nunca me tocó que se hayan herido o matado. Y uno los dejaba, salía peor si uno se metía.  Esa fue mi única experiencia en las cantinas, ya no se presentó otra oportunidad y, la verdad, ni ganas me quedaron.
Muchas de esas cantinas ya no existen, esta de acá que se llamó Los Pinos, antes se llamaba La Lluvia de Oro, ahí estuvo Memo Rincón mucho tiempo de cantinero, también Mingo Naranjo. Todavía existe La Playa, de don José Hernández Camacho. Estaba El Tenampa, de Juan Rosales Romero, Mi Oficina, La Cucaracha de don José Soto Guerrero, La Lluvia de Oro, Los pinos, La frontera de don Félix Almanza. En la calle de Pípila, frente a donde se paraban los autobuses, estaba el Bar Superior el primer  dueño era un Señor Sotero, no recuerdo los apellidos, su esposa era doña Consuelo que tenía un restaurante donde es ahora la casa de empeño. EL rincón Brujo, está en la esquina de Rayón y Mina, en la plazuela Galeana, todavía está y alguna vez fue de don Carlos Espinoza y ya después pasó a don Fernando Prado.
Eran ocho aquí en Comonfort.  La gente no iba a una u otra por alguna preferencia, en cualquiera que se diera la oportunidad iban las personas. La de categoría era La Cucaracha, como que ahí sí se hacía su clientela, a uno llegaba a darle pena meterse en esa cantina.  A pesar del olor típico de las cantinas se vendía de todo: Tequila, Brandy, Mezcal, Ron Bacardí o Ron Potosí eran los que había.  La Cucaracha estuvo un tiempo aquí en Magisterio, ya después se pasó a la calle Allende.
En Escobedo estaba La Charrita, La Violeta, El Barrilito. En la calle de Allende estaba El Barrilito y como a dos puertas estaba La Violeta, en la esquina estaba La Charrita, en la esquina de Doctor Mora y Juárez. También estaba La Góndola brincando las vías en la calle de Madero creo que esa era de doña Isabel Olivares y a la vuelta estaba la Unión.  Estaba otra en el mercado de don José Guerrero, eran seis  y una pulquería muy famosa que se llamaba la colmena. El 9 y el 24 de cada mes era un relajo en las cantinas y en las pulquerías, porque era el día que les pagaban a los ferrocarrileros. ]. Escobedo tenía mucho movimiento en aquellos años, incluso había un cuartel de soldados ahí, mucha gente no lo sabe
En Neutla estaban dos una de don Macedonio y la otra era de las Güeras Aboytes, eran dos hermanas las que la atendían y parece que también se llamaba la Playa; la de don Macedonio Arroyo esa también la atendía él mismo  [eran más serios en Neutla.
Había también las pulquerías, una era de don Nacho Anaya, no recuerdo si tenía nombre, estaba en la esquina de Hidalgo y Morelos y la clientela era más bien gente de las comunidades. Adelantito estaba La Covacha, también sobre Morelos pero hacia la calle de Rayón.  Estaba La Pobrecita en la calle de Victoria. También El Garambullo y La Reyna Xóchitl.  También vendían cerveza pero lo principal era el pulque, y natural, todavía no existía el curado, que ahora dicen que de melón y de no sé qué tanto.
El pulque también pega, sí se emborrachaba la gente, pero hay que tomar mucho y tomaban mucho. La gente también prefería el pulque por lo barato, era más cara una cerveza y mucho más un brandy o un ron.  El ambiente llegaba a ser más bravero, llegaba más gente de las comunidades.
Sí llegué a ver gente jugando al Palillo con una penca de nopal, yo nunca supe cómo se jugaba, pero se apostaba el mismo pulque.  Y en los bares lo común era el dominó.
También desaparecieron las pulquerías, antes había mucho maguey pero se fueron desapareciendo, por ahí hay casas donde venden aguamiel y pulque, pero ya nada más para llevar, que yo sepa no hay pulquerías como tales.
La Reyna Xóchitl, era muy concurrida, estaba en el callejón del pozo con la calle de la vía. El Garambullo estaba en la calle de Aztecas. Las pulquerías solían estar más a las orillas del pueblo que las cantinas.  La covacha original era una pulquería, la tienda de abarrotes de la esquina fue una referencia cuando ya no existía la pulquería.
Hoy, sin cantinas, la gente recurre a las vinícolas, compra sus bebidas y se reúne en su casa o en algún lugar apropiado.  Nosotros nos reunimos los excompañeros de rentas, aunque en estos tiempos, por la pandemia ya no lo hicimos, pero sí solíamos convivir en lugares particulares. 
Yo nací aquí en Comonfort, en la calle de Matamoros 117, en el mentado Granjenito. El 2 de octubre de 1943. Fuimos varios hermanos: Alfredo, Andrés, Antonio, Antonino, Mario, Martín y yo; siete hombres  y mi hermana Lupe. Además de los que fallecieron pequeñitos: Luis, Víctor… fuimos como doce o trece.

Mi papá era de Neutla, allá trabajaba en las minas, después se casó y se lo trajeron de allá para Comonfort. Era huérfano de papá y mamá; su mamá falleció de parto cuando nació una hermana de mi papá. Se quedó huérfano de muy chiquillo. Ya aquí fue panadero con don Pepe Ortega.

Mi mamá era hermana de un señor que era muy conocido aquí, se juntaba con el Caramelo, con don Carlos Espinoza, con varios. Se llamaba Lucas Hernández Arévalo, desconozco porqué se puso Hernández, cuando que sus hermanas se apellidan Placita.

Yo terminé la primaria en la Manuela Taboada, ya otros de mis hermanos estuvieron en otras escuelas, mi hermano Alfredo y yo somos los que la terminamos ahí.  Cuando terminé la primaria no había secundaria en Comonfort, había que ir hasta  Celaya y ya por cuestión económica no hubo modo.

Mi primer trabajo fue con mi cajoncito de bolear, aquí en el jardín, por cierto. Mi papá me hizo mi cajoncito, luego me enseñó y al final del día me dijo: "Ya estás listo, ya sabes bolear, vamos al jardín"  y ahí voy detrás de él. Aquí en la primera esquina [Frente al DIF]  empecé y se me fue quitando el miedo y la vergüenza. Ese fue mi primer trabajo: de bolero. Ya después tenía yo mis clientes: el señor Paredes de la CFE, don Artemio Hernández que era ingeniero, creo, vivió en la calle de Ocampo muchos años, con su esposa y sus hijos; yo les daba grasa a los zapatos de toda la familia, él tenía un hija que se llamaba Sandra, se casó con un hijo de Santos Olalde. También el Sr. Morelos de La Aurora, fue mi cliente y don Juan Barrón y todas sus hijas,  me llevaban unas bototas y todas las boleaba.

Mi papá no quería que yo fuera panadero, no quería que ninguno de sus hijos fuéramos panaderos y nunca quiso enseñarnos. A mí, como el primero de la familia, me mandó a aprender la máquina de escribir aquí en el telégrafo, con la señora María Eugenia, le decíamos la chata, esposa de Panchito el cuetero. Ella daba clases de mecanografía, ahí me enseñé y ella me recomendó con don Pepe Ortega, que era Juez municipal. Tenía su despacho, un despacho pequeñito, en la calle de Juárez, donde llevaba los documentos de unas vinícolas. Era como inspector de alcoholes, a mí me mandaba a las cantinas a tomar la existencia de los vinos. Ese era mi trabajo ahí con él. También me llevó algunas veces al juzgado donde él trabajaba, era el juez. De ahí yo creo que me nació el gusto por el trabajo de oficina.

Del Chamacuero de mi infancia ni del actual tengo nada de qué quejarme, será porque no me gustan los problemas, les doy a todos por su lado. Claro que no es lo mismo ahorita a años atrás, en aquel entonces se peleaba uno por las novias, pero a puro guamazo, no había broncas feas de esas que ni quiere uno saber.
Afortunadamente, tengo dos hijos, y son muy tranquilos ni toman ni fuman, son muy tranquilos, mis hijas todavía más y yo siempre les dije: estudien, porque qué tal si les toca un marido borracho, parrandero y al rato las vaya a dejar y ustedes sin hacer nada. 
A los taxistas también nos toca el Gremio, en la Fiesta del Corpus, del último día. Esta fiesta siempre ha sido muy parecida, antes había los trapicheros, los albañiles, los campesinos, los panaderos, los peluqueros y los choferes, ahora ya hay un día para los empleados del gobierno; los comerciantes. Por cierto, me preguntaron una vez mis hijos: "¿Mi abuelito sí te llego a dar tus golpes? Pues sí,  una vez me cachó que andaba en una mojiganga del Corpus. Me había echado la pinta de la escuela y sí, cuando llegué me hincó a medio patio y me dio mis varazos.  Pero de rato me dijo: "¿No quieres ir al cine?". Y me dio dinero y me fui al cine Ideal que era de don Moy Olalde. Antes era de don Socorro, estaba ahí en donde es la caja popular en Luis Cortazar. Ahí nos llevaba mi papá, era un lugar bastante grande; tenía su luneta y sus gradas arriba.  De las películas que recuerdo estaba de moda el mentado Llanero Solitario. También otras películas de vaqueros que eran  como serie, el actor principal era Raúl de Anda [El Charro Negro]. Recuerdo una que se llenó el cine, "Los diez mandamientos", la original de aquel entonces [1956].
La fiesta de los remedios siempre fue la última semana de noviembre y antes el 2 de septiembre eran los pollos, no había tantos puestos como hay hoy, era muy bonitas las danzas, la de vals, la del torito, la sonaja que era nada más de hombres, y la de los apaches. Hay una señora en la calle de Juárez, le decíamos La Coronela, muy guapa, ella siempre salía en la danza de Vals. Y la conocíamos como La Coronela, porque esa melodía también la bailaban. 
Ya tengo dieciséis años en el Taxi  y siento que el día que ya no pueda, ya sea por falta de vista, de pericia, por todo eso,  lo voy a reconocer y lo voy  a dejar y sí, creo que  me voy a agüitar, porque me gusta, me distrae y recorro este pueblo y lo visito de arriba abajo todos los días.
Conversaciones, con el señor Ángel Ramírez Placita
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Con el señor Ángel Ramírez Placita
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Conversaciones, con la maestra Blanquita García y el profesor Cristóbal González

En algunas de las narraciones que aquí mismo se incluyen hablo de mi paso por la escuela primaria, creyendo que podrían interesarles acudí, hace unos cinco años, con la maestra Blanquita García y el profesor Cristóbal González, luego de leerles mis narraciones estuvieron un buen rato compartiéndome muchas anécdotas de aquellos mismos tiempos. Lamenté no haber llevado mi grabadora para registrar aquella conversación; más lo lamenté cuando la pandemia hacía impensable una nueva entrevista. Afortunadamente, hace unos días pude darme el gusto de volver a platicar con ellos, seguro estoy que será muy placentero leer esta conversación, para muchos de aquellos que tuvieron el gusto y el privilegio de ser sus alumnos.

Aunque suelo omitir mis preguntas en este caso incluyo un par de ellas, así como mis aclaraciones, entre corchetes [    ].

Los bellos cuadros que acompañan estos testimonios son de la autoría de la maestra Blanquita, quien modestamente los llama "Pintura decorativa".
Las palabras de la maestra Blanquita están en letra normal y las del profesor Cristóbal en negritas.

Yo soy originaria de Tampico, el día 9 de julio de 1962 salimos de Tampico para acá; llegamos el día 10 a Comonfort. Acababa yo de terminar la Normal, el último año lo había hecho en Ciudad Victoria, Tamps. María Esther, mi hermana la más chica, había terminado la secundaria. Nos venimos porque un tío que vivía en Matamoros tenía várices en el esófago, entonces cuando tosía sangraba mucho, le venía el vómito Y corría el riesgo de asfixiarse. Él allá tenía una agencia aduanal y era socio de un rancho algodonero; el doctor que lo operó en México, le dijo que ya no podía vivir por ningún motivo allá, en Matamoros, por el clima.
-¿Y dónde me recomienda? -Preguntó mi tío.
-Conozco un lugar que es Comonfort y un amigo mío vende una hacienda (Virela).

Entonces vinieron, trataron con el dueño, vieron la hacienda; se las dejaba en ese tiempo un año de prueba, pero mi tío no estaba acostumbrado a trabajar la tierra, era socio del rancho algodonero, pero él no andaba sembrando ni nada.
A nosotros sí nos gustó, nos fascinaba la hacienda, a mi tía de que le gustaban mucho los animales, las plantas y todo también le gustó mucho y sí, un año estuvieron. Pero vieron el inconveniente: primero, de que no iba a producir porque mi tío no sabía sembrar ni trabajar el campo y el otro de que no había carretera. Una vez mi mamá vino a verlos y les agarró la lluvia, pasaron el río por el vado, no había puente, ya rumbo a Virela la camioneta que traían se atascó y tuvieron que caminar durante la noche y, como era puro lodo mi mamá, en una de esas, se resbaló y quiso agarrarse de una sombra que vio y era un nopal, cosas así pasaban.

De todos modos, a mis tíos les gustó mucho, a ambos, no siguieron en la hacienda, pero se quedaron aquí, alquilaron un lugar, después compraron esta propiedad (que estaba en ruinas). Y ya empezamos a venir también. Como ellos no tenían hijos dos de mis hermanas se había criado con ellos, allá en Matamoros, para estudiar, para pasar a estudiar a Brownsville. Ellos estaban acostumbrados a ellas y aunque ellas ya habían crecido e incluso una se había casado, insistieron en que nos viniéramos, y que se viniera mi papá, terminé yo de estudiar, terminó mi hermana.

Finalmente, así fue como llegamos aquí, ya luego me dieron una plaza en San Miguel y empecé a trabajar, nada más los primeros meses, porque era otro calendario escolar, allá era el calendario B y aquí el calendario A, allá entraban en septiembre y salían en Julio (como ahora); aquí se entraba en enero y se salía en noviembre, o entrabamos en febrero y teníamos diciembre y enero de vacaciones. Ya luego yo pedí mi cambio, no quería seguir en San Miguel, lo odiaba; tenía que irme todos los días bien temprano y era el horario discontinuo, así que me iba a las siete de la mañana, porque los autobuses que se paraban por todo el camino, entraba a las nueve allá, porque el horario era de nueve a doce y luego de tres a cinco, como el primer día no hallaba que hacer me vine a Comonfort, pero nada más para llegar y regresar. Estaba yo sola, substituía a una maestra que se había jubilado y la escuelita la tenía en su casa, ahí en el mero centro de San Miguel. Era una escuela de un solo maestro. Le caí bien a la maestra y me dijo:
-Le voy a seguir prestando mi casa y no se vaya, aquí comemos las dos. Luego ella se venía conmigo el fin de semana. Pero pedí mi cambio porque ya llegaba yo aquí a las siete de la noche. Luego, luego me lo dieron, pero me contaba el director de Educación que le dijo al inspector:
-No la vayas a cambiar.
Porque todos los que llegaban los enviaban a las comunidades y a mí me dejaron ahí en San Miguel. Entonces le expliqué:
-Es que yo sí me quiero cambiar
- Y, ¿a dónde?
-A Comonfort
-¿A ese pueblo tan feo?
-No está feo, y yo ahí quiero porque ahí viven mis papás.
-Ah, entonces sí, que te cambien
Y ya me cambiaron la Tresguerras tenía dos años trabajando, yo llegué en el tercer año de la Tresguerras y pues ahí me quedé.

Yo soy de un lugar que se llama Miacatlán, Morelos, está sobre la ruta que va de Cuernavaca a las grutas de Cacahuamilpa. Mis papás tenían una panadería, pero yo no me interesé por ese negocio. Estudié en la universidad de Morelos, tenía esa función la Universidad, entrábamos a clases con los demás grupos, en materias afines a la docencia. Yo llegué a Comonfort en el año 65. En ese entonces todo se hacía en la ciudad de México: los cambios, los nombramientos. Yo venía del estado de Veracruz, estaba trabajando en un lugar que está cerca de Loma Bonita, que ya es estado de Oaxaca. Pedí mi cambio y me lo dieron aquí en Comonfort, directamente. La dirección de Educación Estatal nos indicaba dirigirnos al inspector de zona y el inspector de zona en Comonfort, en ese entonces, era un señor ya grande y vivía en Dolores Hidalgo. Siempre las indicaciones era que llegáramos a la presidencia municipal y ya en la presidencia municipal nos conectaban como se debía. Yo llegué aquí y me dijeron:
-El inspector no vive aquí llega hasta mañana o, como ya es fin de semana, llega hasta el lunes.
-Bueno entonces ¿con quién me dirijo? Ah, pues vaya con la maestra Blanquita.
En ese entonces había siempre una persona que ayudaba al inspector, como me dijeron que el inspector era un viejecito yo pensé: la maestra Blanquita ha de ser una viejecita. La persona que me atendió en la presidencia me dio las indicaciones de donde vivía la maestra, me dijo:
-De esta calle, que es Arista, va a la esquina, es la calle de Iturbide, a media calle vive la maestra Blanquita, cualquiera le dice quién es y dónde vive si no da. 
Iba yo para allá, antes de llegar vi a Blanca y pensé: "Qué guapa muchacha" y los dos nos quedamos viendo, pero no pensé que ella fuera la maestra Blanquita que yo creía que era una viejecita. Ya llegué, toqué, una de sus hermanas me atendió me dijo, no tarda, fue aquí a la esquina llegó y vaya sorpresa. Así fue como nos conocimos y como llegué a Comonfort.

Yo traía mis órdenes, llegué directamente a La Palma, ahí estuve catorce años, llegué como maestro, pero era el único, no había más, era escuela de un solo maestro.
Toda derruida, toda en ruinas. Ya cuando conocí la escuela pensé: "Aquí hay mucho trabajo, va a requerir mucho trabajo". Ese primer año me reuní con todos los padres de familia, empezamos a hablar de las necesidades. Lo que me comentaban ellos era que los maestros casi no duraban, que llegaban y a los tres meses, seis meses, algunos al año escolar, se iban. Empezamos a ver las causas probables por las cuales los maestros no se quedaban tanto tiempo. En primer lugar, porque todos veníamos de fuera y siempre buscábamos regresarnos a donde veníamos. Pero a partir de ahí siento que hubo una conexión con los padres de familia y fue como me fui quedando.  Cuando llegué a trabajar atendía primero, segundo y tercer grado. Con el inspector vimos la demanda que había, eran muchos niños. En ese mismo año mandó a otro maestro y yo fungía como director con grupo.  Después, cuando empezamos a revisar cómo estaba instituida la escuela, resultó que era una escuela rural y estaba asentada en un ejido. Por lo tanto, a la escuela rural se le considera como el primer miembro del ejido y se le asigna la mejor parcela del lugar; por lo mismo, las indicaciones eran que todos los padres de familia debían trabajar en la parcela. Así fue como rescatamos la parcela, empezar a trabajar y eso nos permitió ir construyendo. A partir del trabajo que empezamos a hacer padres de familia, y los maestros que llegaron, nos fuimos integrando muy bien, hicimos un buen equipo, fue como la escuela empezó a crecer, casi casi a los tres cuatro años ya era de organización completa.

Como a los cinco años de eso nos casamos.
Nos casamos en el 67, ya tenemos 55 años y este año, si Dios quiere, cumplimos 56.


Pero regresando a esa escuela, varias gentes de acá, del centro, llevaban sus niños a la escuela a La Palma, porque era una escuela modelo. Hacían las fiestas bien bonitas, cuando yo, que trabajaba en el centro iba para allá, veía un montón de gente que iba caminando hacia la Palma para ver el festival, porque eran festivales muy bonitos. Y estaba gente de aquí incluso un hijo de Pepe Sánchez estuvo allá, un hijo de la Sra. Foy, una norteamericana que se casó con el licenciado Constantino Olalde: Vicente Wicks, también estaba en La Palma, ella venía y lo dejaba aquí en la casa y ya se lo llevaba Cristóbal junto con mi hijo que también estaba allá. Está señora tenía a una hija y a Vicente en un colegio muy prestigioso y muy caro en Querétaro. Diariamente los llevaban hasta allá. Pero luego vio el nivel que había en La Palma y empezó a llevar a su hijo, pero invitó a Cristóbal a que fuera a ver cómo trabajaba este colegio con el método Montessori. Era un colegio de religiosas, muchas eran italianas y muchas españolas.

Con esa invitación Cristóbal juntaba a los maestros saliendo de las clases, que para esto ya eran de horario continuo, y se iban a Querétaro en los carros, Cristóbal ya tenía un carro, un Volkswagen y alguien más otro. Todos se iban a Querétaro al colegio y entonces veían todo el material les enseñaban como lo trabajaban, todo, todo les explicaron sin ninguna reserva (yo llegué a ir una vez con ellos era una escuela hermosa). Entonces ellos se venían aquí los sábados y domingos y hacían Material de trabajo, junto con Cristóbal. Luego los padres de familia también trabajaban, las mamás ayudaban recortando cosas para hacer fichas para trabajar y llegaron a tener una gran cantidad de material, que era notoria la dedicación de todos. Hasta antes de eso en esa parcela nadie había dejado nada bueno para esa escuela. Pero ahora había veces que los papás llegaban y le decían a Cristóbal:
-Tenga, profe-y le daban algún dinero.
-¿Para qué?
-Para lo que está haciendo; para lo que vaya a hacer.
Tenían el espacio lleno, lleno de material para que los niños trabajaran y tenía a las mamás ahí involucradas también, y a los papás. Fue una escuela muy bonita y una época muy bonita.
Pero ya luego él (Cristóbal) siguió estudiando, se iba a Monterrey, nos íbamos a Monterrey, estudiaba Psicopedagogía y luego ya pasó a Secundaria y ahí se acabó su participación en la escuela.

Nunca coincidimos como maestros en la misma escuela, yo estuve en la Tresguerras hasta que me jubilé, cuando llegué tenía dos años la escuela, se trabajó aquí en donde está el rastro. Cuando empezó era primero y segundo nada más, pero cuando yo llegué ya tenía hasta sexto. Los grupos eran chicos, yo tenía veinticinco alumnos, era un grupo de quinto.
Se rentaba una casa en la mera esquina en la acera de enfrente, era una casa que en parte estaba en ruinas, yo trabajaba en un cuartito que creíamos que tenía piso de tierra, lo limpiábamos, lo tallábamos y tallábamos y un día resultó que tenía ladrillo abajo, apareció debajo de tanta tierra. Cuando recién llegué muchas cosas me parecían distintas a lo que yo conocía, me decían, con su acento muy de Comonfort:

-Seño -porque no decían maestra- ¿me da permiso de hacer de las aguas?

Yo no sabía que era, me reí, máxime que el baño era un baño de esos de pozo, nada más. Pero fue creciendo y creciendo la escuela y se tuvo que rentar otra casa, en esa misma cuadra, que era propiedad del Dr. Mota.

Estábamos ya en tres casas, pero para entonces la secundaria había empezado su edificio; ellos trabajaban aquí donde está la Casa de la Cultura, que había sido hospital. Dijeron que nos iban a dejar ese lugar, pero teníamos que hacer méritos. Entonces salíamos de trabajar a las cinco (todavía era horario discontinuo) y a las seis entrábamos con adultos: personas que no habían terminado la primaria, porque había mucho analfabeta aquí. Así empezamos a dar clases ahí los seis maestros que éramos en la Tresguerras. Veníamos a dar clase, teníamos los seis grupos. Ya después la secundaria nos dejó ese lugar, pero como quiera la escuela creció también mucho, se seguía trabajando con unos grupos en el rastro y otros acá, y antes de venirnos a este lugar también nos fuimos por la calle Ocampo y se alquilaban otras casas y no cabíamos porque fue creciendo, creciendo. Poco después empezaron por hacerse tratos con el CAPFCE, que era la institución que construía las escuelas y se tenía que trabajar, porque las escuelas tenían que dar determinada cantidad y el gobierno otra cantidad por medio del CAPFCE. Así que empezamos a trabajar, nos poníamos a botear, me acuerdo un año, era semana santa y todas las maestras nos subíamos a los autobuses a "botear" aunque eran vacaciones, no las tomábamos. Hacíamos el kilómetro de pesos y muchas otras actividades. Los padres de familia también cooperaban trayendo material de construcción. Se había donado a la escuela el espacio de lo que había sido el panteón viejo. Ahí se construyó la escuela, que es la que está hasta ahorita.

[¿Había alguna diferencia en el trato con la gente en La Palma que acá más al centro? Lo pregunto porque quizás ello complicaba el acercamiento a los padres o a los alumnos]
Si la había, era muy marcada, en varias cosas, en su forma de vestir, en su forma de relacionarse, su forma de hablar era muy particular.
Decían ellos, con su acento: "Ya llegó el Cristóbal".
Y la misma gente sentía que la comunidad era casi un rancho aún.

[Yo lo recuerdo a usted en la secundaria doctor Mora y después en la Francisco Villa de Celaya, como orientación vocacional o algo así]
En la secundaria había un programa y un departamento, era de asesoría, asesoría a los alumnos y también a los maestros, ahí se canalizaban las dificultades entre los niños, pero, sobre todo, era un Departamento de orientación vocacional.

Como a los ocho años de que llegué a Comonfort, comencé a trabajar en Celaya en la Normal, trabajé mucho tiempo con una normal que se llamaba Complejo Educativo Ignacio Allende, trabajé con Normal primaria, Preescolar y Normal Superior y en la secundaria también, nos daban esa oportunidad. Ya cuando yo terminé de estudiar pude pasar a lo que era Mejoramiento Profesional también. Trabajaba los sábados con los maestros, de Mejoramiento Profesional surgió la Universidad Pedagógica, y fue como yo empecé ahí, soy de los que iniciaron la Universidad Pedagógica.

Pero luego fue a Monterrey y estudió Maestría en Psicología Clínica.

También ahí, en la Francisco Villa, el jaló a los maestros para hacer alguna actividad en la que, como acá en La Palma, salían también. Ya cuando estuvo en la Universidad estuvo un tiempo en México, en la elaboración de uno de los textos que se llevaban en la Universidad Pedagógica.

En la Universidad Pedagógica entré en 1980 y fue cuando definitivamente dejé todos los demás trabajos que tenía y me integré de tiempo completo en esta universidad. Tenía algunos cargos de asesor y durante algún tiempo también fui director de la UP. Estuve hasta el año 2000. 
En el 2000 me retiré.

Pero en la mañana estaba en la pedagógica y en la tarde en su consultorio.

Desde 1980 yo empecé con el consultorio, el consultorio lo realizábamos entre tres compañeros. Manejábamos más como atención a las personas, pero de una manera integral; la idea era de dar asesoría a la familia, porque de repente estaba ahí la problemática. Ya eran cosa más complicadas no de orientación vocacional.  Funcionamos así como tres o cuatro años, después los demás compañeros decidieron integrarse a otro tipo de trabajo y me quedó yo con el consultorio, estuve así hasta el 2005, pero debido a la situación ya era muy peligroso llegar aquí a las nueve o diez de la noche, entonces lo cerré.

Yo me jubilé en el 91, ya tengo treinta y dos años de jubilada; más de los que trabajé. Pero me jubilé porque me enfermé, me sentía muy mal. Además, estaba trabajando en la mañana como directora y como maestra por la tarde. Esto fue sugerencia del profesor Isaías (Vales) que era el inspector. Con el empecé a trabajar en la Tresguerras era una persona muy trabajadora y siempre fue excelente persona conmigo. Para ese entonces él me decía: "Maestra, tome un grupo en la tarde". Pero yo no quería aceptar, del mismo modo cuando para ser directora me insistían y yo no quería, a mí me gusta mucho trabajar con los niños. Pero para aceptar un grupo en la tarde el maestro me insistió porque en la escuela, el turno de la tarde ya se había formado, pero se desintegró porque a los papás no les gustaba, debido a que los maestros en la tarde faltaban.

Pero él me decía que ya no cabían los alumnos en la mañana y sí eran muchísimos, eran setecientos y tantos alumnos cuando yo estaba de directora. En la parte de atrás de la dirección atrás, se puso una división para que la dirección quedara chiquita y ahí se acomodó un grupo. Pero el profesor Isaías me decía: "Es que usted es una garantía, donde la ponga es una garantía". Y ya acepté. Tenía yo más alumnos en mi grupo de la tarde que los que se habían inscrito en la mañana en dos grupos. Así estuve mañana y tarde, pero me enfermé de la tiroides y tardaron los doctores en saber lo que tenía Y ya dije: "Pues ahora sí" y me retiré, trabajé como veintinueve años y fracción y aquí estoy.

En esos últimos años era directora en la mañana y atendía un grupo en la tarde porque, aunque ocupen el mismo edificio, se considera que son dos escuelas diferentes, creo que a la fecha así sigue siendo.

En la Tresguerras, después de la maestra Oliva (Gamiño) siguió de director el maestro Isaías, pero después lo nombraron inspector. Pero ya desde antes el inspector me decía: "Blanquita, vete de directora a tal parte" y como yo no quería, me insistía "Es que está esta dirección para cuándo se retire Oli tú te quedes con la dirección. Total, que el profesor Isaías le dieron la inspección y estuvo como tres o cuatro meses como director otra vez, o sea como director sin grupo. Porque desde que yo llegué a la tres g él era el encargado de la dirección. Pero a final de cuentas me quedé con la dirección, aunque no quería, yo prefería estar con mi grupo, pero sí me quedé, y todos los compañeros todos me apoyaban, porque se decía que había otras personas que podrían pelear la dirección de la Tresguerras: un profesor que estaba en Neutla, que había sido mi alumno y era director, podía pelear esta dirección, lo mismo que quien estaba en la escuela de La palma. Pero nadie, nadie peleó conmigo por esta dirección. Todos me dejaron, y dije: "Bueno, es mía ya, gracias" y ahí me quedé como directora.

Yo nada más había estudiado normal y como tenia a mis niños chicos ya no quise estudiar. Cuando Cristóbal estudiaba la licenciatura en psicopedagogía nos íbamos a Monterrey él me decía: "Tú entra, también". Peo yo no quería dejar solos a mis niños, entonces yo no estudié. Además, estudiar en ese tiempo una licenciatura era para pasar a secundaria o prepa y a mí me gustaba la primaria.
Aun así entré, en el primer año que se abrió la licenciatura aquí, íbamos a Guanajuato, en las vacaciones teníamos que estar allá. Cristóbal se iba a Monterrey y yo me iba a León con mis papás que allá vivían, todos los días me llevaban a la Central como a las seis de la mañana porque teníamos que entrar a las ocho. Así fue el primer año, luego ya abrieron acá en Celaya la licenciatura, ahí seguí y terminé en la primera generación de la Licenciatura en Educación Primaria.

Después entré a la normal superior. Me gustó mucho español, me traje el primer lugar. Éramos cincuenta y cuatro alumnos, maestros. Pero era también para seguir en secundaria y como a mí me gusta más la primaria y tenía uno de mis hijos chicos dije: "No, hasta ahí". Y vinieron a decirme: "Es que sacaste el primer lugar" y vinieron a traerme lo de la inscripción (ese era el premio) y me insistían, pero yo ya no quise.

Después que me compuse, ya jubilada, me decía yo: "¿Para qué me jubilé?" Veía los desfiles y se me hacía un nudo en la garganta, y eso que me chocaban los desfiles, pero jamás falté a uno. Veía yo a los niños y más cuando veía pasara la Tresguerras.

Luego de que me recuperé, todos los años venían y me invitaban a trabajar al colegio Héroes de Chapultepec. Pero no me dejaban aquí en mi familia, aunque ellos sí se iban, el más chico estaba en la prepa, aquí en el Marista y se iba con Cristóbal, el más grande ya estaba casado, ya no estaba aquí, el de en medio estaba estudiando en Querétaro, venía solo el fin de semana, me quedaba yo sola mucho rato y un día me vinieron a buscar nuevamente, estábamos por salir, teníamos ya los velices y todo, y vino la directora del colegio:
-Maestra es que los papás me dicen que usted -y luego luego mi hijo el más chico:
- No, mama. ya no trabajes.
Ya tenía cinco años de no trabajar. Los papás le sugerían a la directora que viniera a verme, cada año venía.  Como estábamos por salir le dije:
-Mire, es que ya estamos por salir -pero me insistía y me decía que tenía muchas recomendaciones. Entonces dijo Cristóbal:
-Acuérdate que no te gusta desfilar:
-No desfila maestra -me ofreció la directora.
-Y no te gustan las juntas -dijo Cristóbal.
Porque a mí me chocaba que nos interrumpieran las clases para tener juntas, y que dijeran: "Mañana no hay clases porque va a haber junta de esto". Me chocaba.
-No va a ninguna junta -me volvió a ofrecer.
Ya con esas "prestaciones laborales" dije que sí, me regañaron aquí y les dije: "Ya di mi palabra". Trabajé feliz y trabajé tres años.  Ya luego les expliqué: "Ustedes se van a la escuela, al trabajo. No se van a dar cuenta de que yo me fui, cuando ustedes regresen ya estoy aquí". Y así fue exactamente. Ya para el segundo año mi hijo no estaba en la prepa, estaba en Querétaro, aquí nada más estaba Cristóbal; mi otro hijo venía el fin de semana, así que nadie sabía si había yo ido o no había ido a trabajar al colegio. Aunque me traía un montón de chamacos en la tarde para ponerlos al corriente o hacer alguna actividad manual, que siempre me ha gustado. Se venían muchas niñas y hasta las mamás, me decían: "Dennos clases de bordado". Y hacían sus mantelotes bordados. Todo esto era fuera del horario, así estuve y el tercer año que dije: "Hasta aquí", pero seguí dando clases de pintura decorativa.

[Maestro, al especializarse en Psicopedagogía ¿no extrañó el aula, el trato directo con los niños?]

Sí, si extrañé el aula mucho.

Mi papá decía que no conocía otro maestro, de verás maestro, más que a él. Hasta la fecha nos encontramos en la calle maestros a los que les daba clase en las normales, maestros ya jubilados que nos dicen: "Es que nunca tuvimos un maestro como él ". Siempre lo florean.

Lo que pasaba es que como ya trabajaba yo en normal primaria, normal preescolar y normal superior, ahí tenía yo la oportunidad de hablarle a los niños, me representaba la práctica y podía combinar la práctica con la teoría. Siempre me han atraído los niños y sobre todo la enseñanza, sin embargo, a través de los maestros, de la formación, sentía que lograba un poco más.

Ya cuando me jubilé me vinieron a invitar de la normal de aquí de Comonfort. Acepté y participé durante tres periodos.

En la primaria se organizaban paseos, por ejemplo, para el día del niño. Nos íbamos, por decir: al río, pero no aquí precisamente, íbamos por donde está Virela. A esa altura llevábamos a los niños. Ahí comían. Íbamos al cerro, pero cuando no había camino, había que treparse como uno pudiera, si encontrabas el lugar, bien, y si no por entre las piedras. Y así salíamos con ellos a distintas partes, incluso cuando el camino que va ahora a Neutla era pura tierra llegábamos a ir a partidos de futbol, caminando con los niños hasta Neutla. De regreso, a veces nos daba raid alguna camioneta u otro vehículo, pero de ida sí llegaban los niños a jugar como si nada, después de haber hecho esa caminata tan grande.

Era muy bonito porque todo era muy tranquilo, cuando yo entré a trabajar en la Tresguerras, la escuela estaba en la en la calle Arista, en esquina con otra calle, como entrábamos en la mañana, salíamos a mediodía y teníamos que regresar me iba con las niñas de ahí derechito hasta el Río, y por el río nos veníamos caminando entre el agua, pero estaba bajito y se venían a dejarme, el agua estaba limpia y había piedritas, con los zapatos en la mano llegábamos aquí.

Era muy bonita toda esa época, no había peligro, los niños llegaban y se iban solos, cosa que ahora no podrían hacer. Esa época cuando tu mamá [la Sra. Ma. Antonieta Navarro] fue presidenta de los padres de familia (una persona magnífica) nos ponía, el día del niño, las obras de teatro y no nada más era para los niños, se llenaba de papás, porque ya estaban esperando y preguntaban: "¿Sí va a haber obra?" Fue una época muy bonita, la escuela siempre tuvo su prestigio. Mucho prestigio.

Me acuerdo de un director de educación que vino a una visita a la Tresguerras y le dijo a Blanca, usted no se puede jubilar, porque usted está en el inventario de la escuela.

Pues sí, trabajábamos mucho, en una ocasión del DIF me vinieron a decir que participara para un concurso en el Estado, el DIF me proponía a mí como persona que había hecho algo por el instituto, y yo preguntaba
-¿Qué hice?, si yo nada más cumplía con mi trabajo.
- Es que esas rondas que usted ponía eran muy buenas.
Se referían a unas rondas con cuerdas, los brincos con cuerda, concursábamos cada año y nadie nunca nos ganó. Concursábamos en la zona, luego concursábamos en Celaya. Por lo general siempre ganaban colegios particulares, pero a nosotros nunca nos ganó ningún colegio particular. Había un maestro, era director y era dueño de un colegio, cuando estaba yo embarazada de mi primer hijo me dijo, cuando fuimos a competir:
-Ahora sí no nos va a ganar
-Pues vamos a ver.
Y luego que ganamos me dijo:
-Pues ¿cómo le hizo?
-Yo no brinco, yo les digo que hagan y cómo brinquen.
Y la verdad, sí eran de veras muy bonitas.  Ahora que veo los desfiles yo me acuerdo que en un desfile les puse brincar cuerdas dobles, iban de banqueta a banqueta con las dos cuerdas y brincaban la cuerda doble, con música y bailando. En una alcantarilla una niña pisó mal, se lastimó y ya no pudo; todo el desfile me lo eché yo dándole con las cuerdas. Veo yo que ahora ya todo eso se terminó, eran competencias muy bonitas. Yo les pedía a las niñas ropa que no les costara, en tanto que las de Celaya iban las con sus tiras bordadas muy elegantes y las de aquí no: con su delantal de tela delgadita y su vestidito. Y se veían bien bonitas

[Yo comenté que la maestra María de Jesús Núñez había sido mi maestra cuatro años y había sabido tratar con acierto mi exagerada timidez e introspección]

Mi comadre (la maestra maría de Jesús Núñez) era muy buena maestra, hacíamos mancuerna. Por ejemplo, si yo ponía las rondas ella era la que me ayudaba en todo y eran niños que no tenía yo como maestra, porque yo tenía quinto o sexto y siempre eran niños de primero. Que los haga uno coordinar y todo eso, siempre es difícil, pero lo lográbamos y siempre hacían, todos parejitos, lo que les ponían. Yo en una ocasión le sugerí a la directora, en una junta de consejo, que hiciéramos talleres de distintas actividades en un día a la semana; en determinado horario poner talleres. Entre los talleres que se abrieron se abrió danza. Resultó que todos querían danza teníamos el patio lleno. Pero para vestuario les encargábamos, a los niños, pantalón de mezclilla y camisa blanca; a las niñas, una falda roja y una blusa blanca. Y con eso, con ese mismo vestuario participaban en el día de las madres y ya no tenían que gastar. Nada de que les pedíamos otra cosa, además todos podían salir en el bailable, porque si no vino fulanita el día del festival, sutanita hacia el apoyo porque todos sabían el bailable. Y todos los coordinábamos y todos bailaban. No había nadie de que "yo no puedo porque no me van a hacer el vestido". Tenían todo un año para que les hicieran la falda, el siguiente año esa misma falda les servía y a los niños el mismo pantalón de mezclilla les servía. Tuve buena idea, en ese sentido, de que no se discriminaba a nadie porque no le pudieran hacer el vestuario, así fuera de Yucatán o así fuera del norte, se usaba el mismo vestuario.

En una ocasión, ya en el edificio actual, se estaba haciendo una fosa para el salto de altura, estaban mis alumnos y los alumnos del compadre Cirilo, de repente se sumió la tierra y aparecieron muchas osamentas, algunas se desintegraban otras ahí se quedaban.

En otra ocasión iba a meter una tolva con grava y pasó por un lado de la entrada, junto a la cancha de basquet y también se hundió. Decían que eran fosas comunes y don Panchito, que sabía muchas historias, nos contó que esa fosa estaba porque había habido aquí una epidemia, entonces pasaba una carreta con caballos y donde había habido un fallecimiento recibían el cuerpo y lo llevaban al panteón, lo depositaban en la fosa común. No permitían, como ahorita con el COVID, la velación y los enterraban en fosas comunes. Porque eran muertos todos los días, una epidemia muy fuerte.
Incluso el primer año que se iba a inaugurar la escuela, don Panchito sembró maíz. El día que íbamos a inscribir (porque teníamos unos días para inscribir, no era con la anticipación de ahora) estábamos ahí inscribiendo y don Panchito fue y cortó elotes, puso una tina y los puso a cocer.  Eran unos elotes enormes y gruesos, unos granos hermosos. Pues muchas maestras no quisieron, decían que "quien sabe qué tendrían, que estaban abonados con muertos sabrá Dios de qué". Pero mi comadre Ma de Jesús y otras maestras nos comimos nuestros elotes y aquí estamos.

También platicaba don Panchito que todos los albañiles, como los trajeron del CAPFCE, ahí se quedaban, cuando ya había construcciones para medio ocuparlas.  En las mañanas llegaban los albañiles y decían que no habían dormido por haber visto esto o aquello, que veían cosas y les pasaban cosas.  Don Panchito decía: "Yo ando en la noche por todo el patio y en todas partes toda la noche y nunca he visto nada, nunca me ha pasado nada".

Esos rosales enormes que estaban en el centro, casi todos se los llevaron de aquí, y a veces el director de educación venía, la escuela estaba hermosa y se llevó plantas para la SEP en Guanajuato.
Una vez me habló el inspector, eran vacaciones. Me dijo: "Blanquita, está conmigo el director de educación, el director de quien sabe qué y no sé quién más, te estoy pidiendo permiso, estoy aquí en la Tresguerras, de que pasen a tu salón, a verlo". Los llevó a ver como tenía yo mi salón, como estaba organizado, los cronogramas, el horario que tenía, todo, todo. Quería que lo vieran.
Le regalaron a él bancas individuales, butacas y me las pasó a mí salón, nada más eran para un salón, me dijo: "Es que tú sí las cuidas". Batallábamos con los pizarrones, se ponían brillosos y se resbalaba el gis. También me mandó unos pizarrones nuevos. 

[Yo recuerdo, cuando estaba en sexto, estaba yo en otro grupo, y un día entré a su salón y sí noté la diferencia, sí dije:" Ah caray, aquí hay muchas cosas que allá no tenemos"]


Sí, en los setentas y antes el nivel económico era muy diferente, incluso cuando yo empecé a trabajar iban niños descalzos y uno se preguntaba, ¿cómo era posible?, si pareciera que en su casa si se pudiera que trajeran zapatos, pero no. Y acababa uno por no verlo mal, ni los demás.

Yo recuerdo que el salario mínimo en ese tempo era de diez pesos, lo que ganaba diario un jornalero: diez pesos. Me acuerdo porque estábamos en la escuela, a los niños les decía que el que tuviera carretilla y palas que las llevara para sacar todo el escombro, porque la escuela estaba en ruinas, había mucho que no servía porque se había caído el techo y las bardas. Entonces algunos padres de familia pasaban y me daban diez pesos, yo les preguntaba:
-Y, ¿esto para qué es?
-Para que usted pague a un peón, es lo que gana en un día.
-Le voy a dar un recibo -les decía y me contestaban:
-No, ¿para qué? Ahí estamos viendo el trabajo. Estamos viendo que trabajan.

Una vez se enfrenó y lo llevaron al ISSTE a Irapuato y lo internaron. No había clínica aquí en Celaya, nada más consultorios. Un día llegó una señora, doña Engracia, hermana del Lic. Olalde. Llegó con una bolsa de plástico llena de morralla y dijo:
-Traigo este dinero.
-¿Para qué? -le pregunté.
-Para el profesor Cristóbal, porque sabemos que está enfermo y puede necesitar, y todos juntamos este dinero para él.
A mí se me hizo un nudo en la garganta, pero le dije:
-No, muchas gracias, no lo necesitamos.
Pero pues sí lo necesitábamos, porque en ese tiempo también nosotros ganábamos muy poco. Pues no se quiso llevar el dinero. Después, cuando Cristóbal salió y regresó al trabajó se llevó el dinero y dijo: "Aquí en la escuela lo voy a emplear". Eso fue muy bonito de parte de los padres.

Ya cuando se salió de la escuela, venían y decían es que queremos hacerle un monumento…

A mí me pasó algo, yo empecé a trabajar con los choles en Chiapas, en la selva, caminaba veinticinco kilómetros del centro del municipio al lugar donde me tocó.
Entre pura selva, hay fotos donde se ve todo oscuro, oscuro de tanto árbol
Y nosotros no podíamos hacer nada si no teníamos permiso, la escuela donde yo llegué estaba en ruinas también, porque ahí sí decían que el maestro que llegaba estaba uno o dos días, descansaba y se regresaba. Yo vi las carencias y empezamos a construir una nueva escuela, pero no teníamos mobiliario y me fui a México con el director de educación y me recibió, me recibió y yo ni sabía los protocolos ni los reglamentos.
Y no había tanto protocolo como ahora para todo.
Y le dije, maestro: yo vengo por esto, ya le expliqué lo que estábamos haciendo y de dónde venía y dice:
- ¿De Chiapas vienes? ¿Nomás a pedir mobiliario viniste?
-No, y otras cosas, yo vivo aquí, soy del estado de Morelos
-¿Peros sabes que te puedo cesar?
-No, no sabía.
-Tú debes de traer un permiso del inspector que es tu jefe inmediato.
-Sí pero el inspector está en el municipio de Palenque y yo hago dos o tres días para ir al municipio de Palenque, si quiero rápido pues alquilo una avioneta y llego.  Hice el mismo tiempo, y hasta es más rápido, para venirlo a verlo a usted, que ir a ver al inspector para que me diera ese permiso.
-Pero te puedo cesar -insistía.
-Pues me puede cesar, me sale más barato dejar todas mis cosas en donde las tengo y ya me voy a mi casa en Morelos -nomás movió la cabeza- así que usted decide.
Y ya le seguí platicando y le interesó tanto que me mandó un furgón de tren con material.

Y ahí construyó otra escuela

Ahí construí esa escuela, en todos los lugares que he estado he construido escuelas, en las primarias, aulas en realidad.
En la Universidad Pedagógica pasa la falla y exactamente destruyó dos edificios se tiraron y se construyeron en otro lugar.
Era el municipio de Salto de Aguan en Chiapas, era el distrito de Palenque, para lo relativo a la SEP

Tiene la foto de los señores, con sus pantalones blancos y sus túnicas también blancas y su cabello largo, largo.

Eran lacandones, no hablaban español, hablaban chol, para entenderme ahí se me ocurrió hacer dibujos, dibujaba un plátano, por ejemplo, ellos me decían en su lengua, decían:  Haaa,  y yo decía Plátano, porque estábamos viendo la letra P. También tenía un alumno, ya más grande, que hablaba un poco de español y él me servía de interprete. Ahí vivía, me dieron una vivienda de las que ellos usaban, para las paredes cortaban los árboles a la mitad y de ahí seguían.

Una vez, se levantó de su hamaca, porque dormían en hamacas y se estaba rasurando, con el espejo en un tambo, al mirar para arriba vio una serpiente en el techo. Otra noche despertó porque algo se le metió al oído y desesperado se echó alcohol, pero seguía oyendo algo adentro, se tuvo que ir a la cabecera del municipio a ver al médico, se le había metido una cucaracha. Y sí, con el alcohol se murió y sacaron las partes. Incluso con ese oído sí oye bien, pero algo le perjudicó.

Lo que cogí fue loción y me puse y eso fue lo que hizo que se muriera el insecto, me dijo el doctor que funcionó.
Había unos sapos enormes, llovía todo el tiempo. Cuando iba a la cabecera, en algún fin de semana, los señores me acompañaban e iban con machetes abriendo el camino, al regreso apenas se distinguía lo que habían abierto. Estábamos totalmente en la selva, fue una experiencia enorme.
Me decían que no me fuera, que me daban un terreno y me lo cultivaban de café. nadie se quiso despedir de mí. Iba yo y les daba la mano, me decían: "Si te damos la mano ya no regresas".

[ Yo siento que hay un equilibrio, una correspondencia entre el trabajo de ambos, un apoyo mutuo a lo largo de todo este tiempo, y quiero pensar que no se imaginan lo que cada uno hizo, sin considerar la presencia del otro. ¿Es así?]

Así es, yo recuerdo que estábamos aquí el fin de semana, le comenté a Blanca que quería seguir estudiando y le dije: "A lo mejor tú también, y si queremos seguirnos preparando tenemos que organizarnos". Y recuerdo que ella me dijo: "No, tú hazlo y yo me encargo de la familia". Ella siempre fue muy responsable, en ese sentido, y también afectuosa, muy afectuosa. Siento que, si no hubiera tenido yo ese apoyo, quién sabe qué hubiera pasado. En la misma maestría yo tenía que entregar trabajos y me dejaban leer, en ese período de cada ocho días, a veces hasta cinco o seis libros: Yo lo leía y a veces le decía tú lee este y me explicas.

Y es que él trabajaba, se iba de aquí el viernes en la tarde. Dejaba el carro en la central de Celaya, se iba y amanecía a las seis de la mañana en Monterrey. Ahí en la central se lavaba, se cambiaba y se iba a clases, entraba a las ocho. Luego salía y mi cuñado y mi hermana iban por él, lo llevaban a comer a su casa y luego a la central. Con ese itinerario no dormía, se regresaba el mismo sábado y en la mañanita llegaba aquí. Además, tenía tres trabajos, trabajaba en la normal primaria y otras escuelas. Y era de calificar, porque sí calificaba, les ponía notas a los trabajos y les corregía la ortografía, o sea que sí se notaba que revisaba. Y por eso me decía: "Léete esto y me platicas". Y así le ayudaba yo en ese sentido.

Pero También a ella le sirvió. Cuando estudió la maestría. Ya no le eran desconocidos esos libros.

Fueron épocas bien bonitas que nos traen muchos recuerdos, nos emocionan, nos dieron muchas satisfacciones. 
Como aquí cerca está la guardería del DIF y el kínder alcanzamos a oír, a las horas del recreo, las risas de los niños o cuando están ensayando. Se siente bien bonito. A veces vamos los dos caminando o en el carro y están saliendo los niños de las escuelas o de los colegios. Los vemos: mira lo que hace este; lo que hace aquel. Nos alegra estar viendo a los niños.
Cuando tenía poco de jubilarme, me dejaban encargada una sobrina nieta y salía yo con ella en la época en que vienen todos los norteños, entonces se paraba una camioneta y el que la traía me decía emocionado:
-Maestra blanquita… soy fulano, ¿qué no se acuerda de mí?
-Pues sí, pero tú te vas y te veo después de años ya me cuesta trabajo, pero ya me estoy acordando -y mi sobrina se moría de risa, me decía:
-Todos te saludan todos te conocen.

En ese tiempo, ahorita ya no tanta gente me conoce.  El otro día una de mis nueras estaba aquí, tocaron a la puerta y me vino a decir: "Le habla Juan girón".  Yo me espanté, dije: "Pues si ya falleció", fuimos a su misa… porque Juan Girón fue mi alumno.  Ya salí y era un primo hermano del que fue mi alumno, su papá de él había sido de los encargados, junto con el papá de Juan Girón, de El Mogote, en aquel tiempo, cuando ellos estaban en la escuela. Su Primo también se llama Juan Girón, pero ellos ya no viven aquí, había venido de paso, quiso saludarme, me abrazaba y lloraba muy emocionado.
En una ocasión vinieron cuatro de mis alumnos que ya habían terminado sus carreras a ofrecernos gratuitamente sus servicios, dentro del campo de lo que habían estudiado…  son muchas satisfacciones.

Son muchos años, recuerdos muy bonitos de los niños, una vez me decían en el colegio:
-Maestra, si usted volviera a nacer, ¿qué querría ser?
-Maestra,
-¿Sí? ¿Maestra otra vez?
-Maestra otra vez.
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Con la maestra Blanquita García
y el profesor Cristóbal González

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Conversaciones, con el señor Luis Rubio Rivera

Hace unos meses me platicaron que en un pequeño taller de la calle Arista, el propietario solía platicar de los tiempos en que alquilaba bicicletas en un local de la plaza 5 de Febrero, como yo recordaba ese negocio, el mundo de bicis que tenían para rentar y aquellos momentos de los años setenta, consideré que sería muy interesante platicar con este señor sobre esos temas. Pero como persona memoriosa que es y persona activa que lo fue muchos años, me platicó de varios temas, con su visión particular y su opinión de cada uno de ellos.

Luego de una muy amena hora de remembranzas, esta fue la conversación. Mis eventuales comentarios (los que aportan algo al contexto) están entre corchetes [  ].

Sí, nosotros rentábamos bicicletas, desgraciadamente se rentaban, porque no todos tenían la posibilidad económica de adquirir una propia. Había las llamadas turismeras, que ya no se usan, eran de marcas Búfalo, Windsor, Cóndor Raleigh, Hércules, Mercurio, Bicicletas de antaño, se llaman Turismeras. Ahora la que se usan son de carga, son más resistentes. Las turismeras las vendía ahí don Pepe. El negocio aquel estaba en donde ahora cambian dinero, o regalan dinero. De ahí nos salimos cuando llegó el Banco a rentarle a los Delgado y ya nos venimos para acá.

Sí se rentaban muchas bicis, también se reparaban, ahí se enseñaron muchos a reparar las bicis y en mi caso yo me especialicé, porque yo era el mecánico de mi papá, yo era su brazo derecho, ahí conocí todo tipo de bicicletas. 

Eran muy muy pocos los que no regresaban la bicicleta rentaba, no estaba tan…  no se había hecho muy popular el raterismo, el raterismo empezó cuando empezaron con sus cementitos y sus mariguanitas y sus inhalantes de tíner.

Siempre se ha usado la bici, vamos a hablar de que este oficio, yo lo aprendí a los ocho años, ya tengo setenta y seis años. Era cuando quien tenía bici era porque los papás tenían un ingreso más o menos regular, no cualquiera. Un trabajador de campo no se podía hacer de ella, no muy fácil.

Don Enrique Cuello le regaló una bicicleta a José, fue su trabajador muchos años y le regaló una bicicleta, él cuida la pensión que está a la vuelta del Santuario. Así a veces los patrones, para ayudar al trabajador, le daban una bicicleta, como un estímulo para su trabajo.

Claro, porque un patrón no da nada por darlo; y no me diga los patrones de antes, esos patrones estaban impuestos hasta a regañar al trabajador. Quiero que sepas que yo llegué a trabajar con ese tipo de gentes, pero como yo siempre fui muy calentón los retaba a trancazos.

Querían regañarme. Yo trabajé un tiempo con Juan Delgado; quería regañarme como a los de La Providencia y yo lo retaba a trancazos. Yo soy mecánico industrial, práctico. De hecho, ahí en la panadería quería regañarme como a los de La Providencia, le decía: No Juan no estás con tus empleados, y si no te gusta buscamos un buen lugar. Así de fácil, hasta que llegó el momento que me despidió.
Para eso, antes de estar un rato con el yo ya había estado en San Miguel de Allende, trabajando en hoteles y también tuve unos cursos de prácticos, como técnico en hotelería y gastronómica, proyectista en videos para convenciones. Me dieron los conocimientos ahí en el Hotel Taboada. Cuando me preguntan qué estudios tuve, les digo: "Yo no fui a la escuela, yo aprendí de grande". Escasamente acabé la primeria y con primaria aprendí el inglés, también mecánico industrial y técnico en hoteles. Siempre le puse ganas a la chamba y ganas de hacer las cosas bien.

Te hablaba yo que en hoteles ahí fui jefe de personal de ciento doce trabajadores, en el hotel Taboada. Para eso te dan una pasadita de la Ley Federal del Trabajo; ahí, no recuerdo el artículo, dice claramente que tanto un patrón como un trabajador tiene tantos derechos como tantas obligaciones. Tú como un patrón no puedes mandarme algo a lo que no me comprometí, a mí no me contrataste para ir a desquelitar las calles, estoy en una oficina, ahí está violándose la ley.

Cuando yo me iba en bici a Celaya, me iba por la carretera, anteriormente estaba la carretera un poco más despejada, ahora hay incluso mucha inseguridad, de todos tipos, porque ya ahorita van muchos que les vale madre, avientan al ciclista o al motociclista nomás por gusto: "Vamos a darle un susto".

Ahora vamos a hablar de eso de las carreteras: duré un buen tiempecito en la Cruz Roja, base Celaya; soy paramédico, ahí tengo un reconocimiento en Celaya, y con mucha pena te digo que el 90% de accidentes tienen la causa en drogas y alcohol. Y qué te quiero decir con eso:  que ahorita, ya en la actualidad, en todas partes ofrecen de todo, mucha visión con los jóvenes, mucho cuidado con los niños, porque esos vicios no saben de capitales, ni de títulos. Llegué a tener amistades, dos maestros de escuela, que ahí quedó su vida, en los vicios.

Pero, tú que escribes, porque nunca habla de la vez que vinieron a golpear a masacrar a mi pueblo.

[Yo tengo publicada una entrevista con don Pedro Laguna y él habla sobre todo ese proceso y también de la golpiza de la "Furia Gris", pero platíquenos lo que usted guste sobre el tema]

Cuando Pedro Laguna fue candidato y se realizaron las elecciones, no lo querían dejar entrar, quería Isidro Flores quedar como presidente; como él era ahijado de Corrales Ayala, quería repetir Guandacareo, porque ahí está la papa. No pues desde entonces el Pueblo ya estaba harto de esos partidos (que hoy son de oposición), porque en realidad son unas fichitas ya muy amañadas.
En ese entonces, ese hartazgo se les hizo ver y conste que siempre ha habido Gallos en Comonfort.

Es que querían ganar a fuerza con los fraudes, aunque ya le habían dado el triunfo esos jueces corruptos, que siempre han protegido al PRI y al PAN, pero el pueblo no se dejó, aún contra los jueces, aún contra el INE que en ese entonces ni siquiera era IFE, pero se hacían plantones ahí afuera de la Presidencia. En uno de esos plantones, en la madrugada (ya estaba yo en el comité esa vez), mandaron a la Furia Gris quesque para apantallar al pueblo, no, no era para apantallar, llegaron y nos desalojaron a golpes, macanazos, patadas y garrotazos. Esa vez se metieron hasta el atrio de la Parroquia, los del Gallo se habían refugiado ahí. Hasta allá llegaron los de la Furia Gris. Salió el padrecito ahí: "¡Esta es la casa de Dios ¡". "Usted también" y lo agarraron a golpes también. El padre Juan José Reyes, que ya falleció. Esto fue como a la una de la mañana, más o menos. Amaneciendo nos juntamos el comité, cité a todos mis secretarios, a la militancia y formamos un mitin de protesta para ese día en la tarde. Pues nada, en eso estábamos, con la plaza llena, de esta esquina, a dar vuelta la calle allá el mercado, llena de puros pedemistas. No eran cientos, eran miles, se llenó la plaza. Entonces estamos ahí en el mitin cuando nomás oímos grite y grite a la furia gris. Otra golpiza; en menos de veinticuatro horas, dos masacres, dos golpizas en mi pueblo. Razón de más por la que no puedo ver yo a ese partido.  Aunque a mí no me tocó; la gracia de Dios, desde el mismo micrófono les decía: "Todos al templo, todos al templo, compañeros". Se llenó el templo y el atrio de pura gente del Gallo. Ese día hubo toque de queda, andaban patrullando las calles, si a usted lo encontraban en la calle lo golpeaban. Y eso nunca mencionan aquí, ya no quieren acordarse, evidentemente son cosas que deben recordarse, mira a Fito, muy panista hasta a él lo corrieron. El papá del marido de Cheli, la maestra, venía de trabajar en la flecha amarilla: "Usted también anda con el Gallo" y lo golpearon, y a muchas personas, pedemistas o no y a mí que andaba con el micrófono no me tocó ni un trancazo.

Así estuvo la cosa, que a fuerzas querían sentarse. Hicieron su presidencia allá a la vuelta a donde venden madera, ahí por la Taboada. Ahí hicieron su presidencia pues ficticia. La gente del gallo -gente desmadrosa- le cantaban a este cuate: "Sacaremos ese buey de la barranca…" Nosotros le decíamos a la gente: "No agredan", pero en el PRI también había gente grosera; picaban la cresta y los Gallos no se dejaban. La labor de los del comité era: "Calma, tranquilos, esto no se debe hacer". Hasta que por fin sentaron a Pedro Laguna Pérez, con ciertas condiciones. En esa administración se hicieron algunas obras pequeñas, que fue con la colaboración de los galleros: el puente de la candelaria, el puente del caño, obritas con mano de obra voluntaria.

Yo duré nueve años en ese partido, fui tres años de Acción Obrera, tres de Acción Política, y tres años presidente del Partido, que fue cuando, siendo el presidente del Partido, logré entrevistarme, con el gobernador Carlos Medina Placencia, para la pavimentación Comonfort Neutla, cuando supe que iba a venir formulé un escrito y que me le cuelo, me la colé cuando llegó. No sé quién era presidente municipal en ese momento. Y se hizo la carretera a Neutla, salió en el informe del presidente municipal, pero yo la tramite.
Como nos quitaron el registro del PDM, aquí me vienen a preguntar las gentes de las comunidades y me visitan en tiempos de elecciones. Me preguntan que para dónde, que con quién. Y yo les digo pues yo veo a este más o menos.

Yo estaba bien acá con los Gallos, siempre me gustó luchar por el bien común, el bien para todos. Fui con esa mentalidad, todavía, cuando estuve en la Cruz Roja, también traje a la base de Cruz roja Celaya, para hacer una delegación Aquí en Comonfort, que no había. Ahí en el hospital ponían curitas nada más y allá no, sí nos dieron cursos. Finalmente sí formamos una Cruz Roja aquí en Comonfort, lo que pasa es que se formó el patronato con pura gente de billete y ¿qué pasa?, que querían cobrar,  ´ora sí que el traslado de emergencia. Yo me opuse. No. Una vez atropellaron a un chamaquillo, me tocó ir en servicio y uno de aquellas personas quería cobrar; pobre señora no traía ni para el pasaje y con su criatura. Y yo me negué, le die: "No va a pagar nada". De hecho, le dimos para el pasaje de regreso y al niño lo dejamos en el Hospital Regional. Yo al meterme a estos movimientos me metí porque me gusta servir, es mi criterio, muy personal. Dicen por ahí "El que no vive para servir, tampoco sirve para vivir".

No es cualquier cosa andar en la Cruz Roja, a veces, en Protección Civil ponen personas sin capacitación no tienen el conocimiento que tenemos los que si estamos preparados. ¿A qué van a arriesgar a un accidentado? Lo dejan lisiado, si levantan a una persona con posible fractura en la base del cráneo, si no hay levantamiento con camilla adecuada. ¿Qué pasa si hay posible lesión en la columna? Lo dejan paralitico de por vida si no usan la camilla rígida y, desde luego, su férula.  Usan personal impreparado el que está en protección civil y qué bueno que no llegó a serlo y mira, Cuando estaba en la cruz roja de Celaya estos son los cursos que se deben de tener. Por lo menos esos. Yo ya los tenía, pero, para animar a mis paisanos, yo también los tomé aquí en Comonfort. En esta foto fui subcomandante.  Estos elementos tomaban los cursos de Cruz Roja y no sirvieron, cuando salí de aquí se desbalagaron.

El negocio era de mi papá; él se llamaba Jesús Rubio, tenía un montón de bicicletas. Porque rápidamente de unas armábamos otras, las que ya no servían las recibíamos para seguir ganándonos el sustento.
Mi papá era secretario general de la fábrica de Soria, tenía buen sueldo y todo, pero de todas maneras andaba éramos muchos hijos, aun así, nos dejó a todos donde vivir, con trabajo honrado. En ese entonces necesitabas participar en el PRI para tener algún cargo público, incluyendo la administración municipal. Mi papá era muy recto, nunca le gustaban esas cosas y nunca se prestó.  

También reparábamos bicicletas y también las gentes de otro tipo de recursos nos llamaba para la reparación de su calentador de gas, de la taza del baño, qué se me suelda aquí, que me pone un empaque allá, o sea que éramos unos obreros domésticos particulares. Que se me descompuso la plancha… que se me descompuso mi lavadora… gente que en ese entonces eran de dinero.

Las bicis de aquél entonces eran de mejor material en general, todo el material; inclusive los pedales se podían refaccionar de uno solo. Ahora no, se fregó un pedal, hay que comprar el par. La mercadotecnia va adelante en beneficio de las grandes empresas.

En aquel entonces las marcas que se manejaban eran, como ya mencioné, la Condor, la Windsor, la Búfalo, la Kings la Raleigh, pero de acuerdo a la cartera. En ese entonces la máxima era la Phillips y la Raleigh, las marcas más o menos; es como si ahora traigo una Benotto de aluminio, (no había ni de aluminio antes).

Todas esas marcas y esos modelos las nuevas generaciones dicen que son de viejitos, pero la gente que las usa para trabajar, las usa porque son más resistentes, esas son rodada dieciocho usan esa no una rodada veintinueve que es más grande. Incluso los rines eran más resistentes, ahora no, son pura lámina, se enchuecan con cualquier golpecito, caída de banqueta, etc., y antes no estaban bien macizos, hasta para nivelarlos.

No es que en aquellos años fuera muy difícil hacerse de una bicicleta, pero para ese entonces sí contaba el billete mucho porque una bicicleta costaría en abonos, digamos unos quinientos pesos nuevecita, ahora ya no cuestan eso desde luego.

Antes nos llevaban las bicis que ya no querían y se las comprábamos para refacciones, para piezas, ahora no, voy a repetir lo de los drogadictos. No conviene comprarle a esa gente, nomás las "caminan" de aquí a allá y ahí las dan en doscientos pesos, las "caminan" y a la vuelta las ofrecen. Son de esos malvados de la calle, pobres cuates.

Había fundas para recubrir las bicis, como artículos para embellecerlas, si no querías pintarla había unas fundas de plástico y con Kola Loka se sellaba, en el puño. Más atrás había cinta plástica para encintar, actualmente no, ya no se usa, ya ni las quieren pintar, ¿para qué? Se las roban luego luego, hay mucho rata en el pueblo.

La bicicleta es indispensable en todos los hogares, en todos. Ahí no hay distinción de ricos y pobres. Yo veo gente de mucho dinero que trae a sus niños aquí a la guardería y llega en su bici la señora. Y es gente que tiene sus buenos carros. Si tú tienes una visión, vete a las primarias, también llegan los niños en su bici y va el papá o la mamá a acompañarlos en bici. Ahora para los trabajos no se diga, el trabajo no lo puedes hacer en tu casa, hay que desplazarse, qué sé yo, un kilómetro o más. Hay gente que se va a trabajar hasta Celaya, conozco así dos personas que van hasta Celaya y que van en bici, muy buenas condiciones tienen. Yo llegué a ir en Bicicleta y hacía unos cuarenta minutos. Estuve trabajando en la Universidad de Celaya, con los Nieto, traía una cuadrilla de pintores. Yo pinté la Universidad, yo era maistrero y me iba en bici a veces; es que esperar la combi en la terminal y luego irme allá por la Coca, donde está la universidad, mejor en mi bici de volada.
Cuando armamos la Cruz Roja aquí, yo personalmente, con un grupo de muchachos, anduve pidiendo con botes chileros, con un volante: "Apoyo para la Cruz Roja en Comonfort" Quien echaba un peso, quien cinco, quien diez. Compramos una ambulancia, única que hubo. Hacía yo kermeses allá en el jardín para recabar fondos.  Una amiga tiene un hijo que se llama Roberto, es norteño, una vez trajo un van blanca a la familia. Como yo me llevo bien con sus padres les dije: Díganle a Roberto que nos venda esa camionetita para acondicionarla como una unidad para el servicio del pueblo". Logramos la adquisición de esa unidad, la pintamos de blanco: "Cruz Roja, Delegación Comonfort". Todo para que, para que quede en la basura por el abuso de esa gente, tan necesitada de lo material. Ese fue el patronato de Comonfort, el club de leones, los que nunca ayudaron, se abanderaban club de leones y cuándo hicieron algo por el pueblo.

Yo siempre me he preocupado por mi pueblo, es un abuso lo que siempre han cometido con mi pueblo toda la vida. Si yo estuviera activo en ese Partido, ten por seguro que no habría ese tipo de abusos, porque nosotros íbamos y defendíamos a la gente; cuando ponían multas y sanciones íbamos en manifestación. Para esto empezaron a meter jueces calificadores, pero para qué están si los jueces son lo mismo que ellos.

Y parte del problema son nuestras autoridades

Duele decirlo porque uno los conoce a todos, pero dentro de mi forma de ver, no hay un candidato de equis partido, que vaya con el sincero deseo de proteger a su pueblo. Nunca vas a encontrarlo, nosotros llevábamos la ideología del Demócrata Mexicano, llevábamos la ideología del bien común, la ideología la que lleva Obrador del bien común. La ideología que lleva el sr. Andrés Manuel me parece formidable porque él, caiga quien caiga, que pague lo que debe y a las clases más desprotegidas, que desde los tiempos de… vamos a hablar de noventa años a la fecha, siempre trataron de perjudicar. El pueblo de México siempre ha tenido recursos naturales, no se hable de minas, de lagos, de buenas tierras fértiles, pero desgraciadamente esos partidos corruptos siempre han privatizado todo, en beneficio de los extranjeros. 

En este caso, en la actualidad Estados Unidos quiere mangonear a México, para quedarse con el litio que es un material mucho mejor que el oro para México y para apoyo de los programas sociales. Porque ahora tenemos un gobierno transparente, que sí ve por la clase humilde. En mi caso, gracias al gobierno me tienen bien atendido, [señala un tanque de oxígeno con la sonda que utiliza] porque padezco del pulmón, a mí me pegó desde que falleció mi esposa y me dio por fumar mucho, hace más de treinta años me acabé mis pulmones. Si no tuviera esta pensión ya no viviera, por eso yo aplaudo la administración actual de la federación. Y no sólo por mi caso. Un cuate me dijo, un panista: "A ti te dan porque votas por Morena". Y le dije: "No nada más yo, son muchos enfermos en todo el mundo, no nada más porque le voy al Gallo me van a atender a mí, la atención es pareja".

Desgraciadamente todos los gobiernos anteriores siempre fueron casi gatos de los gobiernos extranjeros y los empresarios, no solo extranjeros sino empresarios mexicanos, se benefician, unos cuantos empresarios y el que paga el pato es el pueblo que siempre está humillado.  Los gobiernos, en todos los niveles, no deben perjudicar a los que menos ganan, al contrario. Yo sí noto que el presidente de la república voltea a ver al pueblo.

Es muy importante el dinero que nos corresponde de programas sociales. Y lo mandan porque antes se quedaban con todo, vivían como reyes. Por cierto, ya vendimos el avión de Peña Nieto.
Yo sí soy adulto mayor, a mí me apuntaron y me dan apoyo, son 76 años. Sí me dan pero se los vuelve uno a regresar, a mí aquí no me rebajaron nada del predial ni del agua, en atención a mi edad.

Se están haciendo muchas obras con Obrador, se está recuperando todo lo que habían privatizado los malos gobiernos. Los expresidentes ya están en el ojo del huracán y qué bueno que caigan, hicieron lo que nadie había hecho:  vender su pueblo a los extranjeros. Y se molestan porque dicen que habrían de vender el litio a los extranjeros y darle su participación a México. Dice Obrador: si yo tengo naranjas, ¿las voy a mandar al extranjero para comprarles el jugo? Mejor pongo una refinería para fabricarlo aquí mismo.

Yo veo que a veces, las personas del gobierno, regalan cosas a la gente, yo digo: "No den regalitos, dejen obras para recordarlos toda la vida".  Yo me pongo a pensar como está, la arboleda que da a la bocatoma, no sirve para nada el recubrimiento de asfalto que tiene ahí, me pongo a pensar el que pasa aquí para Escobedo ya está para llorar. Para qué queremos triciclo si no tenemos dónde manejarlo, para qué cisterna si no hay agua. Que sea una obra que perdure.

Cuando son tiempos de campañas vienen los candidatos a pedirme su voto y me preguntan: ¿A qué candidato apoyaría usted? Y yo les digo: para apoyar a un candidato, yo primero necesito revisar su historial, como ha caminado mi pueblo, que ha hecho sin necesidad del erario público, no hay candidato que haya hecho mayor cosa, y así sean del PRI, PAN, PRD o lo que sea.

Entonces tú eres el más chico de los hijos de don Pepe. Pues ya no estás tan jovencito tampoco, bueno te gano como con veinte años.

Nací en un petate abajo del ciprés que estaba en esta casa en el 47. Soy de sangre otomí mis padres son del barrio que muchos desprecian, porque esa gente del PRI y PAN, no nos bajaban de huarachones, de mugrosos, de piojentos, de analfabetas; siempre lo han dicho, está fea la política, por todos lados y en todos los niveles. 

Yo nunca escondo nada yo siempre hablo lo derecho.  Tengo amigos donde quiera. Yo aquí tengo muchos amigos, de todos, mariguanitos, no mariquanitos, gente de bien, de guante blanco, también me hablan de esos, me dicen cómo funciona mi pueblo.  Así que luego no sabe uno de quién está rodeado.

Yo no viví en el Jardín pero conocí a muchas personas de ahí, unas señoritas que se quedaron santitas, de ellas me dice: "A ver, Luis, y tantas ganas que me tenías", así me llevo con ella y le digo: "Pos, ¿por qué no me dijiste?" y me dice: "Pues te hubieras aventado". Y le digo: "Es que yo era muy cohibido".

Una vez, andaba yo me dio tomadillo, le eché los perros a una chamaca, entonces ella me preguntó que si ya tenía yo casa y casa amueblada, y me empezó a pedir hasta casa propia, le dije: "No mira, si yo tuviera todo lo que tu ambicionas, pues no me iba a fijar en ti". Esa respuesta se me salió, fue sin querer queriendo.  A penas le estaba diciendo que si quería ser mi novia. Yo creo que se sentías de otro nivel y eso que yo nada más vivía aquí a una cuadra de retirado de su casa.


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Conversaciones, con el señor Luis Rubio Rivera