Chamacuero, Gto.
(También llamado Comonfort, Gto.)
Literatura
Las huellas del norte (cuento)


Estrellas en la arena  (cuento)


Encuentros de las letras Margarito Ledesma


De la ficción a la leyenda   (Mónica Lavín)



El viento sobre las banderas 

Luciérnagas  (relato)


ESTRELLAS EN LA ARENA     

DAVID MANUEL CARRACEDO                                     

                                              
    Estoy esperando a que se muera el Chencho, arrimado con él  a la única piedra de este mar de arena, la que no nos brinda ni sombra ni abrigo, pero nos ofrece la esperanza de no morirnos a campo abierto.
   Yo todavía puedo caminar, a pesar de la sed, a pesar del cansancio, pero no quiero, no me atrevo a dejarlo solo mientras aún respire, mientras aún no me conste que ya descansa en paz, que ha dejado de dolerse de la lengua reseca, de sus fracturas y de los golpes que le dio la roca sobre la que fue a estrellarse cuando perdió el equilibrio.
   Si me voy y lo dejo aquí tirado me seguirían sus ojillos tristes, me seguiría la sonrisa forzada con que me animó a marcharme para intentar el último esfuerzo por ponerme a salvo.
   La noche es más fría de lo que nos imaginamos, como si no fuera suficiente sufrir la sed, el sol; ese sol que parecía brillarnos adentro de la cabeza evaporándonos los pensamientos.
  Si no nos estuviéramos muriendo diría que la noche es bella, que los montones de estrellas que apuntalan el cielo pueden alcanzarse con un sueño ligero.
   Parecía todo tan fácil... el norte, el dólar, cruzar la frontera, encontrar trabajo...  Si Carlillos, Alfredo, Lamberto volvieron en camioneta y cargados de regalos para sus viejos y sus chamaquillos...
  Yo convencí al Chencho, lo entusiasmé dibujándole en las ilusiones el cuadro de nuestro regreso al rancho trepados en una Van de llantas muy anchas, haciendo un escándalo de música, como si trajéramos a la banda Machos metida en la camioneta mientras nos dejábamos mirar con aire indiferente, aire de quien ya conquistó los Estates y no le teme a nada, a nada...
   Caramba. ¿Qué necesidad de venir a morir tan lejos?
  El Chencho respira cada vez mas lento, no sé si eso es bueno o es malo, ni siquiera sé que tan grave está, pero es un hecho que no sobrevive si lo dejo aquí solo. Tampoco sabría cómo regresar por él si me voy, cómo encontrar esta roca inútil donde vinieron a quedarse embarrados nuestros sueños. Los sueños siguen aquí con nosotros, son la parte más pesada de nuestro maltrecho equipaje. Pero se han desdibujado, ya no son las justísimas aspiraciones de dos hombres condenados a ser peones miserables toda su vida. Ahora son la codicia más impura, son el demonio más ruin que lleva a los braceros a perderse en el desierto de Arizona cuando los abandonan los polleros.
  Sí me remuerde la conciencia por haber engatusado al Chencho.  Él tenía miedo de todo: de la migra, de los polleros, de los pumas, de las víboras, de los "rangers" que disparan a matar creyendo que la conciencia se enjuaga en vericuetos legales... A veces me contagiaba con su miedo, pero fue él quien arrojó el argumento decisivo: "Si fuera tan peligroso no habría tantos paisas chambeando allá". Y nos agarramos a tal razonamiento para desoír  los miedos propios y la prudencia de los parientes.
Yo hasta dije: "Quedarse en el camino es como una lotería: Sucede, pero les sucede a pocos". Y nos sucedió a nosotros. Nos sacamos la lotería fatal del mojado, el premio mayor, el último, el definitivo, el que nadie podrá arrebatarnos.
   Ahora ya no le oigo la respiración al Chencho, pero le veo como infla y desinfla la panza, si se deja de mover no voy a zarandearlo ni a pedirle que no se muera, ni a quererle meter la vida por los ojos con mi desesperación. Sólo voy a tratar de olvidar que está muriendo y a pensar, inútilmente, que ha dejado de sufrir.
   El Chencho tiene más parientes que yo, tiene madre, hermanos, esposa y creo que dos chamaquillos. Yo nada más tengo a mi madre y alguna novia por ahí que no espero que espere mi regreso.
  Su madre será quien más padezca por su muerte, estoy seguro que a estas horas de la noche debe de estar inquieta, con el alma tratando de penetrar la distancia que la separa de su hijo. Y por más que se repita que todo está bien, un dolor agudo y profundo no la dejará estar y la atormentará con más fuerza cuando aquí mi amigo exhale el último aire seco de su boca amarga. Entonces ella entenderá todo sin entenderlo, dejará de estar inquieta y comenzará a sufrir en silencio durante muchos años.
   Bueno, finalmente nuestro regreso al rancho va a ser notorio, quizá hasta seamos noticia de tercera plana, y quien mire pasar nuestros ataúdes lamentará nuestra desgracia, y meneando la cabeza pensará que el destino del bracero se liga necesariamente a estos riesgos, cada vez mas "gajes del oficio", cada vez más estadística fría, cada vez más "problema político de buena vecindad".  Y algún otro, dirá, desoyendo la indignación que le agite el pecho: "¿Pero qué van a hacer allá?".
   Mi madre va a sufrir tanto como la madre del Chencho, quizá más porque la dejo muy sola, la dejo si su Genaro travieso, su secreto orgullo, atrabancado y loco. Y ni siquiera sabrá que como buen amigo no quise dejar al Chencho morirse solo, con los ojos abiertos embotados de las estrellas brillantes de esta noche fría.
                                         *                     *                                *
   Un ruido de motor cortó los pensamientos de Genaro, poco a poco cayó en la certeza de que alguien se acercaba, no quiso moverse, temía que semejante esperanza se desvaneciera sin explicación. La patrulla fronteriza se acercó a ellos,  les dio agua, al Chencho le dispensaron las esposas en atención a sus heridas y hasta lo acomodaron con cuidado.
   Al arrancar el vehículo, las estrellas seguían atiborrando el cielo del desierto. Ni Genaro ni el Chencho pronunciaban palabra,  paladeaban de nuevo el sabor de la vida, pero antes de poner en orden sus pensamientos, se hicieron la íntima promesa de volver a intentar llegar al Norte a la primera oportunidad.

LAS HUELLAS DEL NORTE

RAÚL GARCÍA MORALES

Por fin, el poderoso motor de la Ford 1500 recibió la orden de descansar después del largo viaje de más de dos mil kilómetros; eran las primeras horas de aquel domingo de agosto. Ismael regresaba a su pueblo después de casi veinte años de ausencia.
Un suspiro involuntario le hizo llegar a su cuerpo un relajamiento físico, unos pequeños movimientos de estiramiento a su espalda ayudaron en gran medida para esto, sin embargo, ese relajamiento se contraponía a una inquietud y ansias casi irrefrenables de tocar aquella vieja puerta de madera que lo había visto salir con una pequeña mochila al hombro en busca del sueño americano.
Nadie sabía de su regreso aquel día, de hecho, nadie de su familia sabía de él hacía casi diez años. Había perdido el contacto con ella por muchas razones, entre otras  porque no había podido controlar su adicción a las drogas y sólo había vivido para satisfacerla, ensimismado en aquel submundo que lo había envejecido a pesar de sólo contar con treinta y dos años.
Minutos antes, recorriendo las calles de su viejo pueblo para llegar a lo que años pasados fuera su casa, se dio cuenta que ya casi nada se parecía a lo que dejó en su primera década de existencia. A Ismael todo aquello se le hacía casi irreconocible, sólo algunas construcciones  que recordaba, se mantenían con la misma fisonomía con que las había dejado, entre ellas su vieja casa que, ubicada en la calle de Juárez, parecía haberlo esperado con la paciencia y la sabiduría de que algún día se volverían a ver.
A sus espaldas escuchó las campanadas de un reloj que, enclavado en la torre del templo de San Francisco, anunciaba la cercanía del astro rey. Por un reflejo involuntario vio su reloj, hizo el intento de bajarse del vehículo y, con la portezuela abierta apenas, se quedó en el impulso de poner el pie izquierdo en aquella tierra que lo tenía de regreso,  Se contuvo, argumentando para sí mismo, que era muy temprano para molestar a los moradores de aquel lugar.
Del tablero de la pick-up tomó la cajetilla de cigarros Marlboro, para colocarse uno entre los labios y, perezosamente después de dos intentos  por que aflorara una flama de su encendedor, acercar aquel pequeño fuego encendiendo el enésimo cigarrillo de aquella madrugada. Exhalando una gran bocanada de humo, su mirada se perdió en aquella vieja puerta de mezquite, como tratando de ver al interior de aquella morada. Aquella madera no había cedido su fortaleza a las inclemencias del tiempo, que por naturaleza debían debilitarla.
Involuntariamente, poco a poco en la soledad de sus pensamientos, comenzó a vagar en ellos, allá, dos décadas atrás, cuando con los ojos invadidos por las lágrimas había dejado a su madre hecha un llanto, bendiciendo su camino para que Dios lo trajera de regreso sano y salvo.
Suavemente, aquel chiquillo cerró la puerta tras de sí, limpió sus ojos con el dorso de la mano y se dispuso a enfrentar la aventura que lo esperaba quién sabe donde, con sus raídos tenis, que hacían juego casi perfecto con el también raído pantalón de mezclilla y una playera negra deslavada, apresuró el paso para llegar a tiempo a su cita con el destino.
Recién había terminado sus estudios primarios en su querida escuela Manuela Taboada y bien sabía que su madre no tenía los recursos económicos para mantenerle sus estudios secundarios, ya que a duras penas podía siquiera alimentarlo a él y sus dos hermanos menores, Paola y Roberto.
Siempre había soñado con ser médico, pero no podía tener el privilegio de seguir estudiando. Por desgracia los privilegios económicos huyeron del lugar  desde que tenía memoria. Desde años antes se había convertido en ayudante de una tienda de abarrotes, en la cual le pagaban unos pesos por los ratos de trabajo que lo ocupaban después de salir de la escuela.
Para aquel niño no existían los juegos a los que se entregaban sus amigos de la misma edad, él tenía que trabajar para ayudar a su madre que laboraba como doméstica en la casa de Doña Teresita; de su padre apenas sí se recordaba, recordaba muy bien los constantes regaños a los que lo sometía y aquel repugnante aliento a alcohol que siempre lo acompañaba; recordaba bien los maltratos a su madre que en su indefensa postura de niño nunca pudo remediar.
Contando Ismael apenas con seis años, aquel hombre tomó rumbo para el norte y jamás volvieron a saber de él, fue por ello que su madre tomó desde siempre la responsabilidad de la crianza de sus tres vástagos y aunque nunca les faltó  el alimento y una caricia de madre, siempre fueron los más pobres de aquel barrio, y el niño Ismael rápidamente se convirtió en un ser con responsabilidad de adulto, arrimando unos centavos al hogar para hacer menos difícil la subsistencia.
Apresuró sus pasos calle arriba, para encontrarse con otros jovencitos que como él, también emprendían la aventura para aquel norte mítico del cual esperaban tanta fortuna.
No podía en aquel momento quitarse de sus sentidos las palabras y los sollozos de su madre que inútilmente trató de convencerlo que no los abandonara, de sus hermanos sólo recordaba sus tristes miradas fijas en él cuando con un- 'ai nos vimos- dejó aquel cuartucho que les servía de refugio.
-Verás como voy a hacer mucho dinero y te lo voy a mandar para que ya dejes de trabajar-.
Fue su argumento mayor con el que su decisión estaba tomada, apenas si escuchaba y razonaba los pedimentos de aquella mujer para que siguiera con sus estudios de secundaria, que al fin y al cabo con sacrificios todos saldrían adelante con la ventaja de estar juntos; pero él ya estaba cansado de tanta pobreza, ya estaba cansado de vestirse de lo regalado, ya estaba cansado de muchas  veces quedarse con hambre prefiriendo que comieran y no sufrieran lo mismo sus pequeños hermanos.
-No ma', no puedo seguir aquí, ya veras como me va a ir bien, voy a hacer mucho dinero para que usted y mis hermanos no les falte nada, ya después veremos lo de la escuela...no llores ma', no me hagas más difíciles las cosas, ya veras como me va a ir bien, mejor dame tu bendición- fueron las últimas palabras de Ismael para con su familia, y con un nudo en la garganta recibió la bendición de aquella mujer para darse media vuelta y salir de aquel hogar donde le querían tanto.
Dando una profunda fumada a su cigarrillo todo aquel recuerdo le parecía increíble, como si apenas fuera ayer, estar recordando a aquel chiquillo con ese corte militar en aquel pelo tan rebelde para que con tan corta edad hubiera tomado semejante decisión.
Pero allí estaba, era él mismo, ahora de regreso, no podía decir que aquella fuera su casa que encerraba aquel hogar que había dejado, ya hacía casi diez años que no tenía contacto con aquella familia.
Un repentino escalofrió le recorrió el cuerpo, hasta ese momento empezó a tener conciencia real que era toda una vida en la que se había mantenido fuera de los suyos, pensamientos de malos augurios le invadieron, le parecía imposible haber viajado de tan lejos para no decidirse aún a anunciar su llegada.
Aplastó con furia reprimida la colilla del cigarro que acababa de fumar, y en un arranque repentino, como tantos que le caracterizaban, abrió la portezuela del vehículo y saliendo de él a grandes zancadas llegó a la puerta disponiéndose a tocar, pero algo lo contuvo. Algunos ruidos en el interior de aquella humilde casa le hicieron estremecerse: escuchó atentamente un como arrastrar de objetos, era perfectamente audible el ruido de unos pasos, pasos de una persona anciana que con grandes esfuerzos se mantenía en movimiento.
Una tos reseca y cascada anunció que allí dentro estaba habitado, por lo cerca que se escuchaban aquellos tosidos al parecer alguien se disponía a salir de aquella casa.
Por un instintivo reflejo se alejó rápidamente de la puerta de la casa, y apenas alcanzó a volverse a subir a su flamante camioneta cuando las bisagras enmohecidas de la pesada puerta se accionaron dando paso a una anciana que haciendo esfuerzos sobrehumanos cargaba una enorme canasta de fina confección de carrizo entretejido que rebosante y cubierta de una blanca servilleta transportaba seguramente algo comestible. En la mano contraria casi arrastraba una silla de madera tejida de tule; con mucha habilidad cerró la puerta tras de si, y arrastrando sus pasos se enfiló calle arriba rumbo al centro del poblado.
Ismael inmóvil, no podía creer lo que había visto, no podía ser su madre, a esas fechas debía contar con  unos cincuenta y tantos años y aquella mujer que había visto salir era toda una anciana que encorvada seguramente estaría por cumplir unos ochenta años.
-No puede ser...no puede ser- se repetía una y otra vez como tratando de convencerse que no era real lo que había visto minutos antes.
Por la oscuridad de la madrugada, no había alcanzado a apreciar las facciones de aquella anciana que había salido de lo que él imaginaba era su casa y se regodeaba con la idea de que su madre no podía ser aquella anciana, su madre era muy joven comparada con la mujer aquella, y sin pensarlo más en otro arrebato, bajo de la pick-up se acercó a la puerta y asestó tres fuertes golpes con la palma de la mano y esperó alguna reacción aguzando el oído.
Nada, sólo silencio fue la respuesta a sus toquidos, una y otra vez golpeo la puerta cada vez con más energía impregnando en cada golpe las ansias de tener pronta respuesta.
Sólo los ladridos de algunos perros se dejaron escuchar en la oscuridad de la calle, pasaron quince o veinte minutos, o tal vez sólo tres y comprendió que aquellas eternidad tocando la puerta sin tener respuesta era clara muestra que no había nadie más dentro de la casa.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, y casi tomándolo como una señal volvió sobre sus pasos para encender otro cigarrillo tratando con ello de bajar el nerviosismo que lo invadía, con involuntarios reflejos empezó a caminar por aquella oscura calle de tantos recuerdos para él, siguiendo el mismo camino que la anciana había emprendido minutos atrás.
-Tanto viajar para no encontrar nada, tal vez no fue la mejor idea regresar donde tal vez ya nada tenga, donde tal vez ya nadie se acuerde de mi, donde tal vez ya no sea bien venido, ¿qué habrá sido de mi madre...de mis hermanos?-
Una y otra vez le daba vuelta a sus pensamientos fumando casi de manera mecánica. Lentamente regresó sobre sus pasos y a unos metros de llagar a su vehículo, una puerta del vecindario se abrió delante de él para dar paso a un hombre robusto, de facciones en rostro por demás amables, una colorida bufanda enredada sobre el cuello le daba un aspecto muy especial, aquel viejo enfiló sus pasos al centro del poblado encontrando de frente a Ismael, y con un -buenos días- pasarse de largo.
Cómo no, era Don Fermín, el vecino que tantas veces lo había ayudado de niño, bien lo recordaba, casi no había cambiado aquel viejo, quien a pesar de sus toscas facciones aún le acompañaba su inseparable y amable sonrisa que lo hacia tan agradable y bonachón.
Como película a alta velocidad en sus pensamientos recordó muchos pasajes de su niñez junto a aquel hombre, de manera instintiva volteó a ver al viejo que lo había saludado, coincidente también aquella robusta humanidad hizo lo mismo, ambos detuvieron sus pasos.
-¿Don Fer?- sin mucha seguridad y temblorosa voz preguntó casi para sus adentros Ismael.
-Sí muchacho...¿quién eres tu?
-Ismael, Don Fer-.
Por unos segundos, que parecieron una eternidad el viejo escudriñó en sus recuerdos.
-No me digas que....muchacho...te crellíamos muerto...válgame Dios.
Se volvieron sobre sus pasos y se fundieron en un fuerte abrazo.
-Que gusto volverte a ver muchacho, hace ya tanto tiempo que dejamos de saber de ti, que tu madre perdió toda esperanza que regresaras. Figúrate, la pobre hasta rezó un novenario suponiendo que la muerte te había alcanzado por alguno de esos caminos en que andabas. ¿Acabas de llegar?...Cholita no hace mucho se ha de haber ido, todos los domingos sale a vender sus tamales, como está sola la pobre tiene que hacer la luchita con lo que se pueda.
Aquel comentario fue como una puñalada para Ismael.
-Entonces era ella...la anciana que vi salir-pensó para sus adentros mientras en bonachón de Don Fer seguía su perorata.
-que bonita troca trais muchacho, de seguro también la trais cargada con esos sonidazos que todos train presumiendo por las calles, ¿qué me dices de tu hermano? Ya hace también años que no sabemos de'l, ¿No te lo topates por allá?, lo último que supo tu madre era que andaba allá por Las Carolinas...siquiera tu al principio le mandabas seguido sus dolaritos, tu hermano nunca ha mandado nada, ni siquiera una carta para la vieja que tanto ha sufrido por ustedes...sólo tu hermana, con lo que puede, está al pendiente de tu madre, dice que se la va a llevar pa'lla pa'Querétaro, como aquí ni pensarlo que le den trabajo...pa' su profesión tiene que buscarle y estar donde hay pa' comer-.
A cada palabra de aquel hombre se le hundía más y más el piso a Ismael, que con la información que involuntariamente le estaba proporcionando, le hacía sentir más y más miserable por haber sido tan irresponsable y no haber tomado seriamente el papel de jefe de familia, por haber perdido tan fácilmente el gusto de soñar y realizar su sueño de ser médico, bien lo pudo haber hecho, pero cayo en la maldita adicción de las drogas y perdió el contacto con la realidad, se olvidó de todo, su maldita vida simplemente la había desperdiciado.
¿Y ahora qué?
Como un latigazo aquella pregunta le taladró el pensamiento, y casi como despertando de un sueño vagamente escuchó la pregunta de Don Fermin.
-¿Y te vas a quedar buen tiempo Ismael?-
-No sé...no se Don fer, con todo lo que me acaba de decir ya no se si todavía tenga familia por qué quedarme en esta tierra que tanto extrañé-.
-Pero cómo no vas a tener familia muchacho, y ¿entonces Cholita?...¿Y tu hermana?...esa es tu familia muchacho, no hay día que doña Cholita no hable de sus hijos pidiéndole el milagro a la virgen de Los Remedios que los traiga de nuevo pa' que al menos la vean morir...canijos muchachos no se por qué se desaparecen tanto tiempo y se olvidan de los viejos que nos quedamos aquí con el Jesús en la boca pidiendo  porque les vaya bien...También mis muchachos andan por allá ¿te acuerdas de'llos? De Miguel y el Chepe, esos canijos van y vienen casi dos veces por año. Al Chepe es al que sí le ha ido bien, el Miguelillo no levanta cabeza...le digo que mejor se quede aquí con su mujer y sus niños al fin y al cabo ya le hizo la lucha y creo que ya es por demás-.
Don Fer, que al parecer se especializaba en peroratas sin fin distraído en lo suyo, apenas si había puesto atención en que Ismael había encendido un cigarrillo y que mirando hacia quien sabe donde en busca de un lugar en el infinito del cielo que ya ocultaba sus últimas estrellas, sus mejillas estaban siendo bañadas por gruesas lagrimas que sin pudor brotaban de sus enrojecidos ojos.
-Pero estas llorando muchacho, si dije algo que te ofendió, perdona a este viejo que no sabe controlar la gran bocaza que en más de una ocasión lo ha metido en problemas-.
Al decir esto Don Fermín fue interrumpido bruscamente por Ismael quien atajando la disculpa del viejo mirándole fijamente a los profundos ojos negros sin preámbulos y con voz firme dijo.
-Perdóneme usted a mi Don Fer, por no controlar mis culpas y enseñarlas llorando unas lágrimas que en nada remedian tanta ausencia con mi familia...es cierto que enfrenté muchas broncas pa` hacerla allá con los gùeros pero nada me justifica haber abandonado tanto tiempo a mi familia...a mi vieja...siempre tan sufrida y 'ora hecha una anciana siendo joven todavía...la vi salir con su canasta...no la conocí Don Fer, no la conocí, le juro que no la conocí, y con lo que uste` dice de cómo ha sufrido con mi ausencia y con la de mi hermano, ¿ Y cuándo se desapareció él de aquí?-. Interrogó Ismael.
-Harán unos ocho años- contestó Don Fermín como esforzándose por ser exacto en el dato aportado.
-Imagínese Don Fer, cuanto habrá sufrido la vieja...nosotros sumidos en pendejadas siendo tan egoístas y tan irresponsables y 'ora pa' acabalarla hasta mi hermana la abandonó...bueno pero ella al menos está al pendiente de ella...carajo Don Fer ya me estoy arrepintiendo de haber venido, nunca creyí que la realida' con la que me iba a topar me doliera tanto...ni siquiera me siento con el valor de aparecérmele a mi vieja, no se imagina cómo soñé con el momento de tenerla frente a mi para abrazarla y llenarla de besos compensándole el sufrimiento que le hice pasar cuando siendo un chiquillo me fui de su vida...me falta valor Don Fer, me siento tan poca cosa que creo que no la merezco. Fueron casi diez años que me desaparecí sin tener contacto para nada con ella, y todo por pendejadas, los malditos vicios Don Fer...me perdí Don Fer...y 'ora qué hago-.
La tosca y rudimentaria mano del viejo, acostumbrada al rudo trabajo se posó sobre el hombro de Ismael, interrumpiendo su monólogo, con un pequeño además lo invito a caminar rumbo al centro para encontrarse con lo que desde tan lejos lo había llevado aquella madrugada a aquel poblado perdido en el centro del estado de Guanajuato, su Comonfort querido, su Chamacuero de las limas, del que con tanto orgullo platicaba con desconocidos que nunca supieron donde era ese lugar maravilloso de cual Ismael se expresaba como si fuera un pedazo de cielo perdido en una blasfema tierra llena de angustias y maldad.
Caminaron con paso lento como los grandes amigos, como el padre con el hijo que tanto se habían añorado.
Ya para ese momento el bullicio por la larga calle no se dejaba esperar, a lo lejos se podía apreciar claramente la torre del templo de San Francisco, estrenando al parecer un reloj de cuatro caras, aquella imagen de la torre recortándose en el infinito azul del cielo le trajo en tropel muchos recuerdos a Ismael, de niño nunca tuvo tiempo para admirar la belleza de aquel edificio -en verdad es hermoso- dijo para sus adentros.
Don Fermín, a diestro y siniestro, saludaba a las personas que se topaban con ellos y que de forma mal disimulada y a veces con descaro veían a aquel desconocido al cual el viejo abrazaba con tanto cariño.
Sin darse cuenta clara a donde sus pasos lo llevaban, Ismael detuvo sus pasos a la entrada del tianguis dominical, que frente al templo mayor y en una explanada era todo un movimiento de ir y venir de comerciantes que como hormigas acomodaban sus vendimias sobre armazones metálicas, haciendo todo un caos informe lleno de colorido provinciano.
Don Fer, con una socarrona sonrisa casi lo arrastra para caminar por los intrincados pasillos que aquellas vendimias formaban. Don Fermin apenas daba abasto con sus saludos y ceremoniosos ademanes a toda aquella gente que al parecer todo querían bien a aquel viejo.
Nadie se atrevió a interrogar a Don Fermín por su acompañante.
La piratería en todo su esplendor, discos compactos, pantalones, playeras, ropa interior calzado, aparatos electrónicos, juguetes, verduras, fruta, todo un mundo de mercancías que tan a temprana hora del día ya esperaban a hipotéticos compradores que les rescataran de aquella burda exhibición.
Un agradable olor a barbacoa, invadió los pasillos que a esas alturas pisaban aquellos hombres, ya casi para cruzar todo aquel laberinto de vendimias ambulantes, a Ismael se le heló la sangre al ver a lo lejos una anciana sentada en una pequeña silla teniendo frente a sí la enorme canasta de humeantes tamales. El pelo totalmente cano, rostro pletórico de arrugas, hecha un ovillo, aquella mujer parecía tan insignificante que casi era lastimosa su imagen vendiendo sus aromáticos tamales, que, de azúcar y chile, esperaban los comensales.
Ismael, aguzó la mirada, como tratando de que aquella imagen se quedara muy grabada en su memoria, aquel rostro que aunque acusaba sufrimiento, dejaba ver sin embargo una paz interior producto de plena armonía con su conciencia.
Mayor esfuerzo hizo Don Fermín para arrastrar a Ismael y no detener sus pasos y llagar de una vez por todas con Doña Cholita quien paciente esperaba por sus compradores.
-Buenos días Cholita-
Don Fermín exagerando el saludo y en mucho sus ademanes tratando de llamar la atención de aquella mujer, la cual contestó de manera amable el saludo del viejo, sin embargo su mirada nunca se posó en Don Fermín ya que justo en ese momento una pareja de jóvenes recién salidos de la misa primera de aquel domingo, pedían una buena dotación de tamales para llevarlos al desayuno de su hogar. Hurgando en las bolsas de su delantal la mujer apenas si pudo completar el cambio de un billete de cien pesos con el cual le habían sido pagados los tamales.
-Un tamalito Don Fer-en tono amable la mujer, sin levantar la vista entretenida en cubrir su mercancía para que no se enfriara, también colocaba sobre una servilleta un tamal que ofrecía al viejo.
Do Fermín, tomó el ofrecimiento de aquella mujer, la cual hasta ese momento levantó la vista para toparse con la profunda oscuridad de los ojos del viejo, quien sonriente hizo una señal hacia Ismael, el cual seguía casi petrificado sin tener una reacción definida. Los apacibles ojos de la mujer se fueron abriendo desmesuradamente, acto seguido levantó su frágil humanidad de donde estaba sentada.
Sólo dos pasos la separaban de ese hijo que dos décadas atrás le había prometido muchas cosas en su inexperta conciencia, dos pasos que para Ismael le parecieron una eternidad caminarlos, dos pasos que después de haber sido sorteados, madre e hijo se fundieron en un abrazo en el cual descargaron todo aquel amor reprimido, toda aquella nostalgia que día a día, noche a noche los había invadido. Sin poder evitarlo, las lágrimas se auto invitaron a aquella reunión, otra vez estaban juntos aquellos seres que la vida los había separado por el gran amor que se tenían.
Nunca en sus treinta y dos años, a Ismael el llanto en sus ojos le había parecido tan hermoso, nunca había llorado de felicidad. De hecho casi nunca había llorado.
Quiso decir algo, pero aquel fuerte nudo en la garganta se lo impidió completamente, fue su madre quien separándose de aquel eterno y amoroso abrazo secó sus lagrimas con su chal, y no con pocos trabajos articuló las primeras palabras.
-Apenas lo puedo creer, por fin la virgencita de Los remedios me hizo el milagro, gracias a Dios hijo...gracias a Dios...tanto tiempo que ya no supe de ti, pensé lo peor, pero nunca perdí la fe...gracias a Dios.
Las lágrimas, seguían fluyendo sin ningún pudor nublando la mirada de Ismael, quien haciendo un esfuerzo sobre humano, carraspeando trabajosamente con un hilillo de voz se sobrepuso al llanto.
-Perdóneme madre...perdóneme por haberla abandonado tanto tiempo, perdóname por no comunicarme por tanto tiempo...no sabes cómo me costó trabajo llegar aquí contigo, y no por la distancia ma', sino por tanta bronca en la que se convirtió mi vida...pero tienes razón gracias a Dios que nos dio chance de volver a vernos y estar otra vez juntos-.
-No tengo nada que perdonarte Hijo-. Interrumpió la mujer el discurso de Ismael, para luego seguir.
-Cómo cre's que te debo perdonar, siempre creyí en ti, en tu nobleza, de niño eras muy noble y firme, debiste tener razones muy fuertes pa' dejar de ser lo que eras y dejar tus metas que de niño te hicieron dejar tu hogar donde te queríamos tanto...no hijo, no tengo nada qué perdonarte, la vida nos da y nos quita, y a mi hoy me acaba de dar un hijo que apenas lo tuve unos años de niño conmigo y 'ora hecho un hombre me lo regresa, no tengo con que pagar ese milagro-.
Con una estudiada tos, Don Fermín quien también acusaba en sus ojos claras huellas de haber dejado escapar algunas lágrimas, interrumpió aquel encuentro para despedirse.
-Bueno pos los dejo, al rato los visito pa' echar una buena platicada-.
Y dando media vuelta se perdió por los pasillos de aquel intrincado tianguis.
La siguiente hora, Ismael se ocupó de llenar su estomago con aquellos ricos tamales a la vez que ayudaba a su madre en despachar a los clientes que rápidamente vaciaron la canasta con los tamales, al parecer aquel puesto de la vieja era ya toda una institución en el lugar.
Ya de regreso al hogar Ismael acompañó orgullosos a su madre, Doña Cholita, quien de paso hizo las compras necesarias para preparar la comida del día. Casi no hablaron en el camino, y una vez instalados en la vieja casa tomando una taza de aromático café, Ismael interrogó a su madre sobre sus hermanos.
-Tu hermana llega más al rato, no deja de visitarme todos los domingos, a veces llega desde los sábados, la pobre esta viviendo en Querétaro. Hace unos meses se mudo para allá,  porque aquí ni esperanzas que encontrara trabajo de lo que estudió, trabaja en una empresa haciendo la contabilida'. No sabes con cuanto esfuerzo terminó su escuela...de tu hermano no se de'l desde hace algunos años, también como tu se fue al norte y muy poco he sabido de'l, sólo Dios sabe si vive o muere...así como tu te fuiste con tanta ilusión de hacer fortuna, él nos dejó pa' seguir tus pasos. Hace tiempo el hijo del panadero, Don Mingo dijo que lo encontró allá por Las Carolinas pero no he sabido más de'l, tengo la esperanza de que algún día regrese...ya ves, a ti te hacía perdido y regresas después de tantos años...sólo Dios sabe hijo...pero cuéntame que fue de ti todos estos años, vienes hecho un hombre-.
-Nada ma', nada interesante pasó en mi vida. Ya sabes como batallé pa' pasar pa'l otro lado y ya cuando empecé a trabajar...qué te digo...me dio harto trabajo pa' pasar, después nadie me daba trabajo  porque era casi un niño y ya sabes con lo poco que trabajaba me alcanzaba pa' de vez en cuando mandarte algún dinero...con los años me desesperé ma'...quise ganar mucho dinero de forma fácil y me enredé en asuntos sucios y comencé a ganar muchos dólares...pero me hizo daño, empecé a consumir eso que llaman drogas y me enfermé de ese maldito vicio y me olvidé de ustedes. Por más que quería salirme de ese infierno no podía ma', cre'me que es bien feo estar amañao a eso, pero gracias a Dios empecé a recuperarme y retomé la mira que me llevó a esos lugares y aquí me tienes, no se si huyendo de aquello, pero sí con todas las ganas del mundo por estar contigo y mis hermanos, lástima que el Beto este ausente como yo estuve, sólo espero que no ande en vicios como en el que yo cayí. No vayas a cre'r que no me acordaba de ti, sólo que en verdad que andaba bien perdido por esas tarugadas de drogas, figurate ma', que hasta estuve un tiempo hospitalizado en un lugar donde están puros que le entran duro a las drogas. Si no es por unos buenos amigos no lo hubiera logrado...me levanté de la miseria ma' de veras que me levanté de muy abajo-.
Se hizo un pesado silencio, al parecer a Ismael le costaba mucho trabajo recordar algunas etapas de esa vida que lo llevó a caer tan bajo.
No podía olvidar al jovencito que a sus veinte años, abordando un autobús amarillo de esos escolares, lo llevaría a las planicies interminables de Florida en el condado de Inmokalee para la cosecha del tomate. Aquel tipo sentado junto a él, le propuso ganarse un dinero extra repartiendo en la esquina de la Mason Street los pequeños sobrecitos que, a razón de veinte dólares, todas las tardes eran tan consumidos por aquella gente enajenada por la cocaína.
Aceptó, sabiendo en riesgo que corría, y a unos meses de desempeñar aquella labor probó aquel polvo sólo para ver qué se sentía y por qué lo compraban tanto.
De repartidor de sobrecitos pasó a recibir grandes paquetes para, a su vez contratar repartidores en las calles, se apoderó del mercado de la Mason Street, de la Doce de los negocios de autolatas de algunos Seven Eleven, después ya no consumía sólo cocaína sino también heroína, y en aquel mundo tan violento de vida tan aprisa, el jovencito de ojos tristes a los veintitantos años se convirtió en un ser violento acostumbrado a tratar con mafiosos y escorias sociales fue casi una década enredado en ese mundo que lo perdió por completo.
Mucho dinero corrió entre sus manos, y poco logró salvar, aunque decir poco es sólo un comparativo por las grandes cantidades que manejó en los oscuros negocios, con esos recursos y con los programas de gobierno pudo recuperarse en aquella clínica de Tampa Bay, donde fue recluido por unos amigos y a ruegos de aquella mujer de la que se enamoró como poseído, fueron muchos meses de terapias que poco a poco lo fueron alejando del consumo de aquellas substancias, sólo hasta entonces comenzó a trazarse un modo honesto de vida en el país del Tio Sam que tanto le había absorbido desde sus escasos once años cuando al punto del fallecimiento se sintió seguro en aquel departamento de los suburbios de Dallas casi pegado a Irving, donde recibió sus primeros dólares.
Imposible para él olvidar aquella historia, aquellos lugares donde había dejado media vida y de donde gracias a Dios regresaba para encontrarse con los suyos, encontrarse con aquella vieja que noche a noche le bendecía en sus oraciones.
-¿Por qué callas hijo?
-Por nada ma'...pa' qué contarte cosas tristes-.
-Yo no te voy a juzgar, por desgracia los traje al mundo a vivir en la miseria, de eso ustedes no tienen la culpa, por eso se alejaron de su pueblo en busca de mejores horizontes. Yo no pude darles más. Si hiciste cosas buenas o malas, el destino los condujo por esos caminos buscando lo que esta vieja nunca alcanzó a darles...ya ves, perdí tu juventud, perdí compartir tus sueños, perdí tus sonrisas y tal vez por mi culpa tu perdiste tu niñez, no tuviste tiempo para jugar como niño...no puedo juzgarte hijo, sólo puedo darle gracias a Dios  porque te tengo nuevamente conmigo...sigo siendo la misma miserable entregada al trabajo sólo para sobrevivir, pero no creas que me quejo, el sólo verte así, hecho un hombre, sé que valió la pena vivir, el ver a tu hermana tan bonita y tan dedicada a lo suyo me llena de alegría y aunque a estos viejos huesos cansados les cueste cada vez más sostenerme en pie, volvería a vivir los mismo esperando la única recompensa de tenerlos a ustedes conmigo. Ya ves, de tu padre nunca volvimos a saber y me mantuve firme para educarlos con el ejemplo...aquí estamos hijo, como hace veinte años, ¿te acuerdas cómo nos gustaba platicar por las noches?, me acuerdo que te encantaba que te contara aquellas historias de espantos y fantasmas que luego no te dejaban dormir. También a tus hermanos cómo les encantaban aquellas historias-.
¿Ya no trabajas con doña Teresita ma'?-.
-No hijo, hace como seis años que la pobre murió de un cáncer que la tuvo en cama mucho tiempo. Fue entonces que me dediqué a lo que viste hoy, vendo tamalitos y saco algo para poder vivir. Paola siempre está al pendiente de mi, aunque no gana mucho, la pobre se esfuerza tanto que me da lástima por ella...la pobre...-.
Intempestivamente la puerta de la calle fue abierta y a trote unos pasos se acercaron a la pequeña cocina en la cual Ismael y su madre se encontraban platicando, no les dio tiempo de alguna reacción, en el umbral de la puerta de la cocina se recorto una esbelta figura de hermoso rostro y grandes ojos claros.
-Me encontré a Don Fer, y...-.
con voz agitada la jovencita interrumpió sus palabras.
-Sí, soy yo, de carne y hueso-.
Y sin más palabras los hermanos se abrazaron fraternalmente.
Entre sollozos, Paola no dejaba de recriminar al hermano tan prolongada ausencia.
-¿Cómo es posible que nos hayas abandonado tanto tiempo?...sin saber de ti...nadie de los que van y vienen al norte sabía nada de ti, te creíamos muerto...y ahora hasta Roberto igual que a ti se lo tragó el norte...y mira qué acabado estás-.
Ismael, ni siquiera ponía atención en el regaño de la jovencita, estaba absorto viéndola, admirándola, dejó corre aquel rosario de reclamos y una vez sentados nuevamente a la mesa, con voz pausada, como reflexionando al fin comenzó a hablar.
-Todos los reclamos que me hagas son pocos pa' lo que uno se merece...pero mira, allá en el norte, en los muchos lugares donde estuve conocí muchos paisanos que igual que yo van en busca de hacer fortuna, esa fortuna que nuestro México ni siquiera nos da la oportunidad de soñar, menos de lograrla. Muchos como yo, sin estudios somos sólo carne de cañón en un país que poco a poco nos absorbe y nos constriñe al grado de la enajenación. Vivimos siempre con los sentimientos a flor de piel añorando a la gente que dejamos esperándonos en nuestros hogares. Bien sabemos que siguen sufriendo las miserias por las que salimos lejos de ellos, pero a la distancia nada podemos hacer, sólo seguir trabajando y sobreviviendo siendo unos miserables en el país de la abundancia. Si lo ves bien nadie tenemos la culpa de lo que sufrimos, nadie en pleno juicio se separa por gusto de la gente que ama y quiere, para buscar una vida llena de peligros y amarguras. Hay quienes somos afortunados de, aunque sea viejos y acabados poder regresar al terruño, pero cuantos regresan muertos o simplemente desaparecen en el Bravo o cualquier suburbio de cualquier pueblo o ciudad como desconocidos y los más afortunados a la fosa común, los mas sólo se desaparecen y ya. En México no nos queda otra que jalar pa'l norte y de un modo u otro inconscientemente vamos siguiendo las huellas de los que se fueron primero que uno, esas huellas del norte que no sólo quedan en los caminos, sino lo peor quedan en el alma de los que se van y los que se quedan, todos con la esperanza de algún día dejar de sufrir hambres y miserias...sí, ese sueño americano, esas huellas del norte que tanto nos madrean el alma.....




Hace varios años, un par de amigos me invitaron a integrarme a la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana en Comonfort, presidida por el profesor Indalecio Salgado. El Seminario de Cultura Mexicana tiene dieciocho corresponsalías en Guanajuato; a nivel nacional era  dirigido, hasta hace poco, por el doctor Arturo Azuela y tiene 63 años impulsando la cultura en nuestro país. Una de las actividades más significativas que ha desarrollado la corresponsalía son los encuentros de las Letras Populares, realizados en los primeros días de junio de cada año, al momento se han realizado cuatro encuentros.  No son raros este tipo de eventos en toda la región, pero, por alguna razón, no se había realizado alguno en nuestro municipio.  ¿Qué sucede en un encuentro de las letras? Se convoca a los autores  de la región o de otras regiones (o se les invita directamente) con la intención de  que den a conocer su trabajo y conozcan el de los demás autores participantes.  Para  ello se organizan conferencias, charlas, presentaciones de material editorial o mesas de lectura. Y aunque el público más ávido es el que conforman los propios autores participantes, ello no implica que el público asistente no disfrute de las lecturas o de las presentaciones de libros o revistas. 
DE LA FICCIÓN A LA LEYENDA

MÓNICA LAVÍN
(Tomado de su columna "Dorar la píldora" en El Universal)




El lugar se llama Chamacuero de Comonfort en Guanajuato. La mayoría prefiere quedarse con el primer nombre que era el original y que obligó al compuesto dado la manera de referirse a él de sus habitantes.
Se encuentra a escasos kilómetros de San Miguel Allende, donde vivía el notario Leobino Zabala que ideó a un personaje singular: Margarito Ledesma. Margarito de Comonfort. Esto lo sé porque estuve en el Encuentro de Poetas que organiza el profesor Indalecio Salgado, donde se reúnen escritores de la zona y más allá a leer bajo la fronda de los laureles de la hermosa plaza sus textos mientras, quienes han comprado un delicioso helado de piñón o recién comieron una gordita en el mercado, se acercan a escuchar, a dejar que las palabras los acompañen. Me gusta la idea de sacar la literatura a la calle, de colgar poemas en tendederos frente a las bancas del parque. Que la palabra impresa, leída en voz alta se vuelva festejo compartido. En Chamacuero sucede esto desde hace cuatro años, y ocurre que la imaginación y el acierto de un hombre que andaba por la región escuchando y conociendo porque su trabajo así lo permitía, inventar un personaje que es poeta. Un poeta popular que escribe con rimas sonoras y usa el habla local y refiere a su pertenencia al lugar, a los vecinos, a los cielos de un azul nevado inolvidable, de manera que los chamacuerenses se inconforman cuando alguien osa decir que Margarito es una invención. Como va a ser, si aquel señor Leobino Zabala es rico y no es de aquí. Zabala que escribe el único libro que lleva por título “Poesías de Margarito Ledesma”, lo prologa aludiendo a que él recibió aquellas poesías para que las revisara y comentara.
Pienso en el poder de la palabra, en la capacidad de construir mitos. En aquel entrañable cuento de Gabriel García Márquez -“El ahogado más hermoso del mundo”- donde el muerto desconocido que llega a la playa de aquel pequeño poblado pesquero, desconcierta y fascina a sus habitantes, que cuando lo reconocen como ajeno lo bautizan, lo visten, se hacen allegados, lo quieren y después de lanzarlo por el acantilado reteniendo el aliento “la fracción de siglos” que tarda en caer, ya no son los mismos. Ese es el pueblo de Esteban de ahora en adelante. Y habrá flores y casas más grandes y muy barridas, y así será recordado. El mito. La leyenda. Pienso en los heterónimos de Pessoa: en Álvaro Campos, Bernado Soares, en Alberto Caeiro (quizás el más afín a Margarito Ledesma, sin estudios, campesino y filósofo popular) y en Ricardo Reiss. Saramago mismo hace de Ricardo Reiss, el doctor que ha vuelto de Brasil, un personaje de novela que dialoga con el Pessoa que se le aparece en Lisboa. De la ficción a la realidad, al mito, a la duda, a la certidumbre. Yo no me creo eso de que no exista, me dice una señora en Chamacuero. Si una señora dice que fue su novia. Otra vez pienso en el ahogado, en Esteban. Todo el pueblo se emparentó con él, cuando lo bautizaron y se lo apropiaron.
Una escultura de Margarito Ledesma en bronce, que permite verlo con su sombrero y trajeado, con un libro en las manos, recibe a quien visita el hotel Macondo, donde uno puedo hospedarse en habitaciones como Mauricio Babilonia o Pilar Ternera. Tal vez eso ocurra a quien pone un pie en Chamacuero. Sus campos de frijol, sus lomeríos, el río Laja, los retablos barrocos de la parroquia, la casa de Manuela Taboada, la mujer de Abasolo, todo se teje para detener el tiempo y volverlo pasta de ficción. Un tiempo más parecido al que permanece en el papel, plácido, reincidente. Un tiempo que envuelve. Cuando uno sale de aquel paraíso encantado, vergel de sabrosas limas rumbo al DF, se contagia de un estado de confusión. No se puede recordar fácilmente el nombre de Leobino Zabala, tampoco lo que como Leobino escribió, más solemne y atildado; en cambio a uno se le quedan aquellos versos la vida se me afiguraba/como un sueño de quiromancia de Margarito Ledesma y en el cruce del puente le parece a uno verlo con su sombrero, noviando con aquella señora, susurrándole al oído cual Julieta con Romero y uno no sabe donde termina Leobino y comienza Margarito. A uno le queda claro que fue en Chamacuero que estuvo ese vate “atariado” que recuerdan todos como simpático, dicharachero y enamoradizo, y a la menor provocación lo citan.

Varios meses antes del bicentenario del inicio de nuestra independencia me avoqué, generalmente por sugerencias externas, a realizar trabajos de investigación o redacción que pretendían dejar constancia de tan irrepetible festejo, un par de días antes del 16 de septiembre de 2010, sentía que todo mi trabajo resultaba insuficiente para expresar lo que sentía y corrí a redactar lo que sigue, debo confesar que pude desahogar mi inquietud.


EL VIENTO SOBRE LAS BANDERAS

DAVID MANUEL CARRACEDO

El viento tiene la mala costumbre de enredar las banderas en sus astas, por eso subo a desenredar las que até al pretil, extremando precauciones para no convertirme en un émulo involuntario de Juan Escutia y precipitarme al vacío envuelto en la Enseña Tricolor. Pero desde la altura, en la nostalgia del atardecer, contemplo de cerca y de lejos una gran cantidad de símbolos verde, blanco y rojo que se mecen al viento, colocados por promoción de las autoridades o por libre decisión de los ciudadanos. Inevitablemente me pongo a pensar en las motivaciones que cada quien tuvo para manifestarse con los colores patrios, esto está en función del concepto que cada uno tiene de su nacionalidad y la manera en que la asume. Estoy seguro que lo que cada uno entiende por Patria algo diferente. Para cada uno el concepto de país es distinto y lo es la forma de entender  lo que éste nos significa y  la forma en que le pertenecemos y nos pertenece. Más aún en la inminencia de un festejo que no sucede sino cada cien años y a sabiendas de que no encontraré respuesta alguna me lanzo a preguntarme ¿Qué es la nación Mexicana?  ¿Qué nos viene a la mente de inmediato y qué nos viene cuándo la miramos con detenimiento?
¿El territorio?, ¿el sombrero de charro?, ¿los grupos indigenas?, ¿José Alfredo Jiménez?, ¿el padre Hidalgo?, ¿Teotihuacán?, ¿Diego y Frida?, ¿El huapango de Moncayo?, ¿Quetzalcóatl?, ¿la llorona?, ¿Pedro Infante?, ¿Chichen Itzá?, ¿Santo y Blú Demon?, ¿el zarape de saltillo?, ¿el xoloitzcuintle?,  ¿un pozole humeante?
Como estas cosas se miran mejor desde el sentimiento que desde la razón recurro a la mujer poeta de un país hermano que se pregunta lo mismo sobre su Nicaragua, le dice:

¿Qué sos
sino un triangulito de tierra
perdido en la mitad del mundo?

¿Qué sos
sino un vuelo de pájaros
guardabarrancos
cenzontles
colibríes?

¿Qué sos
sino un ruido de ríos
llevándose las piedras pulidas y brillantes
dejando pisadas de agua por los montes?

¿Qué sos
sino pechos de mujer hechos de tierra,
lisos, puntudos y amenazantes?

¿Qué sos
sino cantar de hojas en árboles gigantes
verdes, enmarañados y llenos de palomas?

¿Qué sos?
sino dolor y polvo y gritos en la tarde,
-"gritos de mujeres, como de parto"?

¿Qué sos
sino puño crispado y bala en boca?

¿Qué sos, Nicaragua,
para dolerme tanto?

Y aquí comprendo que por debajo de todo lo hermoso que nos congratula y todo lo grandioso que nos enorgullece está siempre el dolor, como un gen dominante en los cromosomas de nuestra historia.   La conquista fue sangrienta, un verdadero encontronazo de dos culturas  que dejó cientos de miles de muertos y tres siglos de brutal esclavitud; la independencia fue sangrienta y dolorosa, once años de lucha que desembocaron en un siglo de guerras; luego treinta y un años de una dictadura y después  la primera revolución social del siglo XX, este último conflicto produjo un millón de muertos, y por si fuera poco, la guerra cristera, con secuelas y heridas que sobreviven en ambos bandos.  Hay muy pocos momentos festivos en nuestra historia: la restauración de la república, la expropiación petrolera…
Hace un cuarto de siglo vi pasar los símbolos patrios: La campana de Dolores, la Bandera y un ejemplar de la Constitución; todavía recuerdo la emoción de aquel momento. Y a pesar del presente festivo de ese entonces y de los ciento setenta y cinco años de Independencia, mi pensamiento viajó mucho tiempo adelante hacia el Bicentenario. A mis diecinueve años no puede más que imaginar un México mejor para cada uno de nosotros, más justo, más próspero y, para mayor ironía, más seguro de habitar, donde los hechos sangrientos fueran sucesos históricos cada vez más lejanos en el tiempo. ¡Caramba!, ¿quién habría de decirlo?  Lo dijo el bate López Méndez en aquel épico credo:

Tú hueles a tragedia, tierra mía,
y sin embargo ríes demasiado,
acaso porque sabes que la risa
es la envoltura de un dolor callado.

En medio de sus más terribles tragedias este pueblo ríe, de no ser por ello, con la historia que soporta, hace mucho tiempo que se hubiera extirpado la risa. ¿Será, como dice el poeta, porque la risa es la envoltura de un dolor callado? Es proverbial la sorpresa que en el extranjero causan nuestras festividades del día de muertos, es un lugar común decir que nos reímos de la muerte, más correcto sería decir que cuando la miramos de lejos somos de los pocos que no manifestamos temor, porque de cerca nos duele como a todos. Lo dijo el Padre Agustín, también conocido como Agustin Ayala García, en un libro que espera ver la luz en este año:

Y con guitarras de dolor y canto
triste y con balas, que zumbaban muerte,
me llenaste los ojos de tu llanto.

Pero nunca perdiste la sonrisa,
aunque tú y yo, por tan absurda suerte,
trajéramos con sangre la camisa

Y me sigo y le sigo preguntando ¿Qué eres México?
¿Octavio Paz?, ¿la mariposa monarca?, ¿el son Jarocho?, ¿Jaime Sabines?, ¿el tequila?, ¿el bosque de Chapultepec?, ¿un altero de tortillas?, ¿los migrantes?, ¿una morena hermosa?, ¿el águila que devora la serpiente?, ¿el son de la negra?, ¿Tlatelolco?, ¿Aguas Blancas?, ¿Acteal?, ¿San Fernando?
El dolor otra vez. Omnipresente como en cualquier poema que hable de nuestra patria o de las patrias hermanas, como aquello del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón:
   
Volvía a casa entre disparos y engañadas multitudes
ciegas en su tormenta, amado pueblo mío.
Qué trágico, qué duro, qué cruel nuestro destino
de arar sobre la mar y que la luz te enlute.

Yo soy mi pueblo ciego con los ojos abiertos.
Mi pueblo luminoso embarrado de sombra.
La realidad y el sueño, la raíz y el lucero.
La guitarra que siembra la semilla del alba.

O este otro fragmento de Otto René Castillo:

Pequeña patria mía, dulce tormenta,
un litoral de amor elevan mis pupilas
y la garganta se me llena de silvestre alegría
cuando digo patria, obrero, golondrina.
Es que tengo mil años de amanecer agonizando
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,
flotante sobre todos los alientos libertarios,
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina...
¡Desgraciados los traidores, madre patria, desgraciados!
¡Ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!
¿Por que nacieron hijos tan viles de madre cariñosa?

También me lo pregunto: ¿Por qué nacieron hijos tan viles de madre cariñosa? ¿Por qué la misma tierra que hizo nacer a Morelos, a Juárez y a Belisario Domínguez (por decir algunos) ha visto nacer a tantos traidores?, tantos que ni siquiera vale la pena mencionar sus nombres.  Y mi mente regresa al México que imaginé a mis diecinueve años, donde resultaba impensable que viviéramos con tanta zozobra, donde secuestro, extorsión y ejecuciones no eran las palabras más utilizadas en los medios…  En este glorioso Bicentenario del inicio de nuestra Independencia me resisto a aceptar que cuándo pienso en mi país lo primero que siento son ganas de llorar, sobre todo porque es inútil hacerlo. Pero, rebuscando entre las cosas hermosas que nos entrega La Patria cada día, hallaremos miles de motivos para sonreír, para sentirnos orgullosos de nosotros mismos, de todo lo que somos y hemos sido, pero sin olvidar lo que nos duele, como dijo el gran huapanguero don Guillermo Velázquez:

Recobro a veces todo el orgullo
de mi pasado y de mi presente,
porque recuerdo que fui valiente,
sabio, guerrero, flor en capullo;
sube a mis versos como un murmullo
de sentimientos de rebelión
y ante el misterio de una inscripción
-pájaro signo tallado en piedra-
me trepa el gusto como una yedra.
México es magia y es tradición,
palpitaciones que no se ven,
selva y asombro, pero también
desgarramiento del corazón.

Y de un poema más reciente:

Ni ruido ni falsa euforia
ni "pachanga a todo tren"
"los doscientos y los cien"
son hitos de nuestra historia
que hacen arder la memoria
y ayudan, tajo por tajo,
a separar el cascajo
para no perder la fe
porque México está en pié
aunque lo han hecho tasajo.

Viendo caer la tarde, mientras los zopilotes cruzan majestuosos el cielo de mi tierra y los pájaros del jardín regresan a sus nidos con una danza muy bien sincronizada,  siento que llevo a mi Patria como una esfera gigantesca recubierta de espejos en miles de fragmentos y reafirmo en lo profundo el amor que le tengo y que me mantiene, desde hace tantos años, intentando conocerla y comprenderla.
Caramba, ¿Quién le manda al viento enredar las banderas en sus astas?
Reconfortado al contagio de tan sabias palabras (las de los poetas, no las mías), regreso al Guatemalteco, para decirle a mi patria, como él a la suya:

Vámonos, patria, a caminar, yo te acompaño

Yo bajaré los abismos que me digas.
Yo beberé tus cálices amargos.
Yo me quedaré ciego para que tengas ojos.
Yo me quedaré sin voz para que tú cantes.
Yo he de morir para que tú no mueras,
para que emerja tu rostro flameando al horizonte
de cada flor que nazca de mis huesos.


Vámonos, patria, a caminar, yo te acompaño…




LUCIÉRNAGAS

DAVID MANUEL CARRACEDO


A las cinco de la tarde
cuando el resplandor se queda sin brillo
y el jardín se sumerge en el último hervor dorado del día
oigo el grupo bullicioso de niños
que salen a cazar luciérnagas.
Corriendo sobre el pasto
se dispersan entre los arbustos,
gritan su excitación, palpan su deslumbre
se arma un círculo alrededor de la pequeña
que muestra la encendida cuenca de sus manos
titilando.
Antiguo oficio humano
este de querer atrapar la luz.
¿Te acordás de la última vez que creíste poder iluminar
la noche?
El tiempo nos ha vaciado de fulgor.
Pero la oscuridad
sigue poblada de luciérnagas

Gioconda Belli
(nicaragüense)



Hace unos diez años, mientras un esmerado especialista boleaba mis zapatos en el jardín principal y  yo meditaba relajado  sobre la hipotética inmortalidad del cangrejo,  se acercó un joven treintañero de complexión robusta y se sentó cerca, como esperando turno para su calzado. Luego de escrutar mi persona con discreción me preguntó:
-¿Tú estuviste en la Tresguerras?
-Sí, así es -le respondí con cierto orgullo, recordando a los entrañables maestros que tuve en aquella primaria, los hermosos edificios construidos  sobre el antiguo panteón municipal y los jardines que, por esta razón, florecían con una algarabía de colores y unos tamaños inusuales, como hacían también los árboles frutales que sembró don Panchito; a la vez recordé la enorme cancha de futbol que nos recibía cada septiembre, con un herbazal que nos daba la ilusión de jugar en un empastado durante tres semanas, para meter goles en sus porterías de madera.
-¿No te acuerdas de mí? -dijo el joven aquel cortando mis remembranzas.
Luego de repasar  los  voluminosos archivos de mi memoria, no acerté a ligar su aspecto con alguno de mis compañeros de primaria. Extrañado, acerté a preguntarle:
-¿Cómo te llamas?
-Salvador, Salvador Arroyo -y ante mi mala memoria volvió a preguntar con impaciencia-: ¿No te acuerdas?, ¿que estuvimos en la Tresguerras?, ¿y en el equipillo de futbol del salón?
Como ningún  niño llamado Salvador Arroyo, de cabello exuberante y rizado, llegaba a mi memoria con su balón de futbol, no quise que mi interlocutor pensara que yo evadía reconocer nuestra cercanía en la infancia, comencé a enumerar a mis compañeros de aquel entonces:
-Mira, yo estuve con Daniel Hernández, con José Alfredo Soria, con un Jorge Lindero al que no he vuelto a ver, con Luis Manuel Sánchez que nada más estuvo hasta cuarto año con nosotros, cuando estrenamos la escuela
-Sí,  me acuerdo que nos la entregaron nuevecita, que nos cambiamos  a medio año.
-También estuve con Juan Carlos…
-"El dormis", "El dormido" -terció Salvador Arroyo, recordando el  único apodo que le ha molestado siempre al aludido-, pero ¿no te acuerdas de mí?  Estuvimos en la escolta.
-A ver, a ver, en la escolta había tres muchachas adelante, María de Jesús Nieto, Antonia la abanderada y otra chamaca que no recuerdo; Atrás estábamos Jesús y yo, y no teníamos "sargento", porque el sargento…  -ahí  se hizo la luz-  ¡Ah, tú eres "el chiva"! -dije y el apodo le despertó una sonrisa de satisfacción.
-Yo soy "el chiva", ya te acordaste de mí.
-Sí, por supuesto, pero tu estabas en el "B" y yo en el "A", yo estuve en sexto año con el profesor Cirilo Vázquez -y ahí pareció que mi memoria me hubiese turnado un voluminoso expediente-. Tú eres el chiva que nos dejó solos en la escolta, que no quiso ser nuestro sargento y durante un año anduvimos los cinco solitos, desluciendo nuestra formación en todos los actos cívicos.
-Es que yo quería ser el abanderado -aclaró a manera de disculpa-  pero me querían poner de sargento a dar las órdenes, me acuerdo que la maestra Blanquita -y al mencionar  su nombre la mirada se le llenó de respeto- me explicó que yo debía dar las ordenes, que eso me salía muy bien: ¡Paso redoblado¡!Flanco derecho¡ Pero no quise estar en la escolta si no era yo el abanderado.
-Pero en cuarto año sí  estuviste con nosotros,  luego te cambiaron al "B". Estábamos con la maestra María de Jesús -entonces fue a mí a quien la expresión se le llenó de agradecimiento y aprecio-. Ya me acordé de nuestro equipillo de futbol, se llamaba "los átomos", tú eras el capitán y me pusiste de centro delantero. Yo quería ser defensa para no correr tanto y tú nomás me decías "es para que metas los goles", aunque nunca metí ninguno.
Mientras Salvador Arroyo reía desestimando mi reclamo, agregué:
-También me acuerdo que un día nos dijiste: "Yo de grande voy a ser padre" y sobre nuestra incredulidad agregaste: "Todas las tardes vamos al arroyo a practicar para padres",  yo tardé varios años en entender la broma, pero durante todo ese tiempo te imaginé entre la arena,  ataviado con una improvisada sotana, sermoneando  a los carrizos y las ranas.
Luego de carcajearse por mi ingenuidad confesa, dijo con cierta emoción:
-Yo me acuerdo de la tienda de tu papá, que vendía de todo lo imaginable, de la nieve del mercado en sus botes de sal, la de vainilla, la de limón; me acuerdo  que mis carnales y yo comprábamos pedacitos de pan en la panadería que estaba en aquella esquina y nos daban una bolsota  por un peso,  recuerdo la lluvia en el jardín… - mientras la voz se le tornaba nostálgica, agregó-: ya no hay nada de eso, ya se acabó todo…
Yo entendí el sentido de sus palabras, aunque quise contradecirlo:
-Pero mira, el jardín aquí está, estos árboles son los mismos de aquel entonces, un poco más robustos, si acaso y los pájaros que cantan son hijos o nietos de los que cantaban en aquellos años. Las panaderías tal vez están en otra calle y a lo mejor ya no venden pedacitos de pan,  pero  nos siguen embrujando con el aroma del  bolillo recién horneado.  Sigue lloviendo algunas tardes, me consta,  y cuando escampa parece soplar una brisa renacida...
Se hizo un silencio en el que ambos valoramos qué tanta razón podíamos tener y qué mas daba tenerla o no.  Luego hablamos del presente, las familias, las ocupaciones, me contó que era trailero y  propietario de un tráiler.  Después se despidió, contento de haber apuntalado sus recuerdos infantiles con los míos y tratando de saber a dónde fue la lluvia que caía sobre el jardín en ese entonces. 
Yo sólo pude congratularme de que, a final de cuentas, la oscuridad sigue poblada de luciérnagas.

Neutla habló con su padre Chancayatl, el jefe de la aldea, sobre las intenciones de Sariel de traer a sus parientes para pedirla en matrimonio; El padre de la obediente y sumisa joven, quizá con la  intención de desanimarlos, dijo que sólo accedería a sus deseos si el  pretendiente cumplía con tres encargos.

-¿Cuáles son? -respondió resueltamente el guerrero, ruborizándose frente a su amada, quien sollozaba en silencio- Por Neutla sería capaz de subir hasta el monte más alto y cortarle un pedazo a la luna para adornar su pelo, o arrancar un lucero del cielo para ponerlo en su frente.
-Eso no -exclamó Chancayatl-, lo que quiero que hagas, es que vayas a la tierra de mis ancestros, los Mexicas, y subas a la cima del cerro que humea para que recojas tierra azufrosa y cenizas de piedra; también vas a matar dos coyotes y me traerás su sebo y el azufre para preparar pomada que cure las heridas de mi gente.

-Indícame el camino para partir cuanto antes -exclamó el joven enamorado, ante la mirada de angustia de su amada, a la que consoló diciéndole-: No temas, yo sé cuidarme, te prometo que antes de la próxima luna nueva ya estaré de regreso.

Sariel era un guerrero astuto y valiente que no se amedrentaba ante ningún peligro, y en poco más de veinte días ya estaba de regreso con lo pedido.

-Aquí están los encargos señor, dime cual es la otra condición para cumplirla lo más rápido que pueda.

-Bueno -dijo un tanto sorprendido el exigente suegro-, ahora quiero que vayas a la región donde abundan las lagunas y los ríos, donde el venado baja a los pastos, a la región de las luminarias de Camenbaro y Yurirapundaro, y me traerás dos guajes con agua del lago de color de sangre para curar las dolencias de mi esposa.

Esta vez Sariel regresó en pocos días, pues la empresa era más fácil que la anterior, para regocijo de su amada Neutla.

-He cumplido Señor, dime cual es la última condición.

- Veo que eres hombre de honor, y digno esposo de mi Hija, ya solo deseo que me traigas el cuero cabelludo de tres guerreros Guachichiles, esos salvajes que hace cinco lunas nos robaron nuestras pieles y destruyeron nuestros cultivos.

Sariel se alegró un tanto, pues estaba acostumbrado a pelear contra esos enemigos que eran vecinos de su territorio, así pues consoló a Neutla que, llena de angustia, lo despidió con un ardiente beso.

Pasaban los días y Sariel no regresaba pese a la desesperación de Neutla y de su padre Chancayotl que, arrepentido, sentía remordimientos por haber sido tan duro con su tierna hija. Una mañana llegaron a la aldea los tres amigos de Sariel: Machicab, Yuac y Cualiname con las tres cabelleras de los Guachichiles que el padre de Neutla había pedido.

-¿Y Sariel?, ¿dónde está? -preguntó Chancayatl intrigado.

-Sariel murió -contestaron éstos- después de que venció a su último enemigo; quedó gravemente herido y antes de morir apenas si pudo quitarle el cuero cabelludo. Nos pidió que te trajéramos tu encargo y también decirle a su prometida que su espíritu vendrá a buscarla al mezquite donde siempre se veían.

Al oír esto Neutla no pronunció una sola palabra, ni de sus negros ojos brotó una sola lágrima, tampoco de su pecho escapó el más leve suspiro. En silencio, tomando la túnica blanca que había preparado para el casorio, se dirigió al sitio indicado.

-Déjenla -dijo su padre-, nadie la siga, nadie la moleste, yo soy el causante de su desgracia.

Sólo al llegar al tronco del mezquite donde se reunía con su amado, la triste joven dio rienda suelta a su dolor, derramando copioso llanto, que se fue acumulando al pie del árbol hasta formar un manantial de aguas azules, del color de las lágrimas de la desdichada joven.
Cuando sus gentes fueron por la noche a buscarla no la encontraron; ni esa noche, ni nunca más, porque su alma, convertida en llanto, se había fundido en el agua de ese manantial, en el que también el ánima de su amado Sariel se le había unido, por la fuerza que el amor da a los que se quisieren con ese sentimiento tan puro.
Después sus espíritus, como llevados por el viento, fueron al cercano monte, que ahora le dicen cerro de Carrera, y desde entonces le cantan al amor y a los enamorados que en alguna ocasión andan por esos parajes, pues no ha sido una, ni dos, sino muchas las personas que afirman que, en diferentes épocas y en varias ocasiones, han escuchado una voz fina y melodiosa de mujer, que canta en un idioma que no conocen y, aunque no ven a nadie, sienten como si en el aire flotaran los espíritus de una pareja. Porque fue tan grande e intenso el amor que se tuvieron que la esencia de ese cariño trascendió hacia la eternidad y sus almas le rinden culto al amor.
Respecto al manantial de agua azul, aún existe aunque menos abundante, le dicen "el ojo de agüita".
Por otro lado, desde la desaparición de la joven, el gobernante de la aldea ordenó que la población ya no se llamara Yolohtli, como hasta entonces se había llamado y que significa
Corazón, desde ese día y en adelante el pueblo llevaría el nombre de NEUTLA, como el nombre de su desdichada hija. Y así fue como desde entonces se llamó Neutla, que significa "miel", o más bien dicho "abundancia de miel", ya que era mucha la dulzura que se desbordaba del noble corazón de quien llevó tan hermoso nombre.


Un seis de enero (cuento)


UN SEIS DE ENERO

DAVID MANUEL CARRACEDO


Esta vez no se me escapaban, tenía conmigo el reloj de alarma de Panchito, me aseguró que gracias a él había visto a los Reyes el año pasado. Tuve que prestarle mi balón una semana para que me lo dejara ese día. Yo siempre había querido despertarme a tiempo, permanecía en vela hasta las once y media; silencioso, seguro de que vería a los Reyes de lejecitos; porque tampoco quería  molestarlos ni reclamarles; eran muy generosos, nunca me fallaban, tal vez porque mi Apá me aconsejaba a pedirles juguetes con moderación. Me intrigaba ver el elefante, enorme con su trompota. ¿Lo dejarían en el techo? ¿En la calle? y qué costales de regalos debían traer consigo. Por ahí de las doce ya roncaba yo hasta el amanecer, me despertaban los gallos y al recobrar la conciencia me daba cuenta de lo  fallido de mi intento, pero me contentaba en  segundos  buscando lo que me hubieran dejado los Reyes. Pero esta vez tenía el despertador de Panchito, después de media hora de ajustarlo lo dejé listo para las cuatro de la mañana, si lo ponía más temprano iba a volver a dormirme,  no puedo decir que me dormí plácidamente, despertaba a cada instante creyendo que el aparatejo iba asonar con un estruendo que levantaría hasta a los vecinos. A las cinco treinta yo soñaba que ordeñaba la vaca de mi tía Licha, ya llevaba cinco cubetas cuando escuché una musiquilla mecánica que me despabiló, traté de silenciar la alarma y se me cayó al suelo, para cuando regresó el silencio creí que todos estarían despiertos pero no percibí ninguna señal. Entonces vi la luz que venía de la sala, debían ser los Reyes,  ahora sí iba a ver el elefante y a los tres Magos del Oriente o tal vez confirmaría los rumores que se escuchaban en la escuela.  Me acerqué silencioso, mi corazón hacía más ruido que el reloj de Panchito, me asomé por la ventana de la cocina, ahí estaban los Reyes.  No traían camello ni elefante, ni ropajes orlados ni corona, sentí una desilusión profunda,  en ese momento reparé en los juguetes, después vi sus rostros y su mirada; nunca había contemplado tanta ilusión y dulzura juntos, ni siquiera en los ojos de mis hermanos más pequeños. Acomodaron todo con esmero, con un cariño palpable: acá mis regalos, allá los de mi hermano, los de mi hermanita, miraban felices cada juguete presagiando la alegría en nuestros rostros. Al terminar contemplaron el conjunto con emoción, se dieron un abrazo cariñoso, apagaron la luz y en la oscuridad de mi escondite yo entendí todo y no entendí nada, en la tibieza de mi cama sentí por los Reyes una devoción que me inundó el corazón de gozo. Qué dicha, qué privilegio haber contemplado ese milagro.  Los Reyes…  los Reyes… Benditos sean.


El canto de la princesa (leyenda)


Palabras en bronce (cuento)


PALABRAS EN BRONCE

DAVID MANUEL CARRACEDO

En uno de los hermosos capítulos de La edad de oro, José Martí nos dice: "Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo." Inspirado por Martí, me acerco, ya bien entrada la noche,  a la estatua que preside la plaza cívica de mi pueblo, abrazo el pedestal con ambas manos, me concentro en el ilustre ideólogo… y nada, de reojo miro la figura del doctor Mora y constato que sigue impertérrito con un libro en la mano, mirando altivo la lontananza. "Un poco más de concentración", pienso, aprieto  los parpados y murmuro "Dr. Mora, Dr. Mora", cuando dudo si mejor llamarlo don Chema,  una mano pesadísima se posa en mi hombro y con una voz grave me pregunta:
    -¿Qué se te ofrece?
Yo imagino que el policía que mide como dos metros me ha confundido con algún borrachín, pero mi sorpresa es mayúscula cuando me encuentro, cara a cara con el Dr. Mora o mejor dicho, con su estatua, toda bronce de los pies a la cabeza. Mientras me repongo del asombro le reclamo:
-Qué mano tan pesadita.
-Debe de serlo. Es de bronce -me explica con voz serena.
MI sorpresa es tanta que no me cohíbo de escrutar su figura descaradamente, estoy tentado de tocarle en el pecho con los nudillos para ver si está hueco o no.
    -¿De veras es usted?,¿el doctor Mora?
    -El mismo. ¿En qué puedo servirlo?
Sin acertar qué decir comento con titubeos:
    -Pues verá, confieso que no era mi intención despertarlo ¿siempre atiende a quienes lo invocan?
Sin perder la serenidad, me dice con firmeza:
-Primeramente, permítame aclararle que no me despertó, no soy Aladino el de la lámpara, en segundo lugar, es usted el primero que "me invoca" y no podía dejar pasar la oportunidad de platicar con alguien.
Por fortuna el Doctor Mora no conoce la seña odiosa con que, agitando dedos índices y mayores a la altura de las orejas, algunos payasos  quieren decir "entre comillas". Me siento halagado de saber que quiere platicar conmigo y aparento aplomo al decirle:
-¿Gusta tomar un café, doctor? -y al preguntarle dudo si mejor debí ofrecerle un poco de "brazo", lustrametales, o hígado de azufre.
-Hace mucho tiempo que no pruebo un buen café.
Una ligera mueca de decepción asoma en su rostro cuando me mira extraer dos vasos de unicel y un termo de mi mochila, a la vez que le advierto:
    -Pero es  nescafecito, no crea que me puse a tostar y moler café de Coatepéc -por lo mismo ya no se sorprende cuando lo invito a sentarnos a la orilla de su peana.
Cuando acomoda sus doscientos treinta y ocho kilos en el piso, me dirige una mirada tan afable como inquisitiva:
    -A pesar de lo mucho que le admiro, doctor, debo confesar que no comparto aquello de que la ciudadanía, es decir, el derecho a tener voz y voto, debe ser exclusivo de los que acrediten prioridades de cierto monto o una renta de tal cantidad.
    -Propiedad raíz por un importe no menor a seis mil pesos o una renta -llámese frutos de industria, profesión o capitales- por mil pesos al año.
    Antes de tratar de averiguar cuánto eran mil pesos en 1830 digo con cierta pedantería.
    -Eso es propio de la ultraderecha.
    -Grave error embutir a la fuerza mi pensamiento en el espectro ideológico de otras épocas -dice con calma.
    Con la sabiduría que me caracteriza me apresuro a contestar
    -Erh… bueno… este…
    -Y a la luz de la historia corriente, ¿puede usted negar que un pueblo ignorante, o mal informado, es capaz de apoyar una corriente política que va en contra de sus propios intereses? Un proletario preocupado por el bienestar de los empresarios, dicho en sus términos.
    Para no exhibir más mi torpeza le comento:
-Por cierto, ¿se ha percatado de la enorme vigencia de muchas de sus ideas?
Sin un dejo de asombro o ilusión me pregunta con calma:
    -¿Por ejemplo…?
De entre mis cosas extraigo un manojo de papeles maltrechos, salpicados de la sangre fluorescente de un marcatextos.
-"No hay duda, los pueblos serán libres bajo cualquiera forma de gobierno, si los que los mandan, aunque se llamen reyes y sean perpetuos, se hallan en verdadera impotencia de disponer a su antojo y sin sujeción a regla alguna de la persona del ciudadano; y nada servirán las formas republicanas, que el jefe de la nación se llame presidente o dure por cierto tiempo, si la suerte del ciudadano pende de su voluntad omnipotente"
"Cuando los salteadores y asesinos hallan un apoyo en la autoridad, o a lo menos un disimulo culpable; cuando los libelistas despedazan impunemente la reputación del honrado ciudadano y faltan al decoro debido a la moral pública, alimentando y dando pábulo a la detracción maligna por la publicación de defectos, verdaderos o supuestos, sin que la autoridad use de medio alguno represivo, es evidente que no existe la seguridad individual y que un gobierno apático o coludido, con semejantes agresores, es a buen librar una carga inútil para la nación que lo creó y gravosa para el pueblo que lo mantiene".
En este punto me vuelvo a mirarlo esperando una expresión de orgullo por su don premonitorio o su vigencia, pero más bien encuentro un airecillo melancólico. Prosigo:
-La propensión insaciable del hombre a mandarlo todo y a vivir a costa ajena con el menor trabajo posible, ha adquirido nuevas fuerzas, y ha hecho de la administración un campo abierto al favor, a las intrigas y a los más viles manejos, introduciendo un tráfico escandaloso e inmoral entre los dispensadores de las gracias y los más viles cortesanos.
-La verdadera libertad no consiste en mandarlo todo y vivir a expensas del tesoro público, sino en estar remoto de la acción del poder y lo menos sometido que sea posible a la autoridad.
-Todo lo que sea aumentar la influencia del que manda, más allá de lo que exige el orden y la tranquilidad para el sostén de la sociedad, es poner en gravísimo peligro los intereses y derechos de los pueblos.
    La lectura me va emocionando gradualmente, pero sigue sin hallar consonancia con mi interlocutor.
-Mil veces ha sucedido, que los representantes de los pueblos, haciendo traición a sus deberes por optar un destino al concluir su comisión, se prostituyesen cobardemente a proyectos de ambición ajena y venden con la mayor y más reprensible vileza los intereses nacionales.
    -Creo que tiene usted razón.
    -No doctor, la razón la ha tenido usted siempre, pero dígame, ¿Ahí arriba se percata de todo lo que sucede en este, su pueblo?
    Con sinceridad y misterio dice:
-Yo conozco todo lo que va pasando.
    -Entonces ya se percató de que todos los comonforenses estamos profundamente orgullosos de su persona. La escuela secundaria, la preparatoria y esta plaza, llevan su nombre. La casa en que nació alberga un museo donde preservamos su memoria, para que sea venerada por las futuras generaciones.
    -Aunque me halaga su entusiasmo, permítame recordarle que, aún hoy muchos no quieren oír hablar de mí, creen que he atacado su religión (mi religión) pero, como lo dije siempre, solo he hablado contra la ambición y la codicia de los ministros del altar. Mis anhelos reformistas estaban siempre acosados por el hecho de que se le podía hacer creer fácilmente al pueblo que las creencias religiosas y las pretensiones clericales eran una y la misma cosa.
¿Y a poco les toma en cuenta? Esos siempre andan buscando motivo para rasgarse las vestiduras.
Una sonrisilla maliciosa aparece en su rostro, pero me comenta:
-Dígame usted, ¿está seguro que quienes asisten a dichas escuelas saben que yo nací aquí? Y si así fuera, ¿cree usted que todos saben quién fue el mentado doctor Mora? Le recuerdo que algunos piensan que me dediqué a la medicina e incluso buscan todavía mi consultorio y que algunos infantes que miran mi figura de bronce piensan que soy Jeremías Springfield.
    -Bueno doctor -comento restándole importancia a su reclamo- algunos ignorantes no saben ni como se llaman, pero no es la generalidad.
    -Yo considero -dice mi interlocutor luego de un pequeño sorbo a su nescafecito- que del cien por ciento de orgullosos comonforenses que oyen hablar de mí, la mitad saben que no fui médico, de esos, la mitad, aciertan a decir que fui un político, la mitad de  éstos atinan a decir que fui un ideólogo, de éstos últimos la mitad saben que participé en la primera reforma con Valentín Gómez Farías, de esa mitad que sobra, la mitad infiere mi ideología partiendo de que fue similar a la de Benito Juárez (cuando en realidad es al revés) y de esa mitad que queda, un .001 % ha leído alguno de mis escritos.
    En vez de confesar que me perdí a la mitad de las mitades, doy un sorbo a mi café para darme un aire de intelectualidad.
    -Estoy de acuerdo, doctor, que el mejor homenaje a su memoria no es erigirle un monumento, ni darle su nombre a plazas y calles, pero estas acciones sí hacen que su memoria siga presente entre nosotros.
    -No sé cuántos contemporáneos míos, o suyos, viven su vida con la esperanza de trascender aunque sea de esta manera superficial. ¿Usted se imagina que cada acción que realicé, cada escrito que redacté lo hice poniendo miras a mi trascendencia ciento cincuenta años después de mi muerte? Uno ni siquiera imagina si el mundo que conoce seguirá existiendo para entonces, o ¿Cómo se imagina usted este pueblo (que, aquí entre nos, con su nombre le rinde homenaje a un expresidente que iba pasando y se murió) en el 2158?
    No sé si el doctor adivina que su comentario me duele al intuir que para ese entonces a él lo seguirán recordando y a mí no.
    -Más aún, el motivo de veneración hacia mi persona, para muchos comonforenses radica solamente en que soy su coterráneo, pero nada más, y eso es un aldeanismo superficial.
    Antes de que pueda yo decir algo, el doctor agrega:
    -¿Usted admira a don Miguel Hidalgo?
    -¡Claro que sí!
-Y no era comonforense.
-Pero era de Guanajuato.
-¿Y esa es una razón para admirarlo más? ¿Qué hizo usted para que él naciera en Guanajuato? ¿Qué hizo usted para nacer aquí? ¿No admira usted a Juárez? ¿Y me va a decir que porque era mexicano? ¿Admira usted a Martí? ¿Y a Nelson Mandela?
-Debo reconocer, doctor, que me conoce usted bastante bien.
-Por otra parte, me veo en la obligación de expresarle que la vigencia de mis ideas no me satisface, en absoluto, ciento cincuenta años de historia para que no haya cambiado nada;
    Ciento cincuenta años de historia, la mitad de ellos en medio de guerras para que de entonces a la fecha haya habido un par, si acaso, de elecciones honestas;
    Una guerra de reforma, una revolución y una guerra cristera, para que un protector de pederastas quiera dictar la moral de todo un pueblo;
    Cientos de miles de muertos para que los desposeídos de este país no encuentren mejor futuro que emigrar y dejar su tierra y su cultura;
    Cuatro guerras de intervención para que las riquezas naturales de este país estén en riesgo de ser malbaratadas impunemente.
    Ahora soy yo el que pierde la emoción que me envolvía, sus palabras y las ideas que me despiertan me dan vueltas en la mente. Sintiendo que al menos debo despedirme busco al doctor Mora y lo encuentro al pie de su peana, sin decir más sube sin dificultad, retoma su postura solemne y, no sé por cuánto tiempo, vuelve a refugiarse en el olvido.


Como si una tortilla hecha a mano y recién salida del comal no tuviera suficiente magia, las mujeres creativas de nuestro pueblo las estampan con sombras y texturas de singulares diseños.  Como si las tortillas estampadas no tuvieran aún suficiente magia, Consuelo Venancia Mesita sublima todos los significados de estas tortillas con este hermoso cuento.




CUENTO DE COLOR Y ENCANTO


CONSUELO VENANCIO MESITA


(Tomado del libro Mis Memorias por Escrito)




Entre risas y alegría, hambre y pobreza, el despertar de cada mañana con la ilusión en el corazón de ver aquel fogón humeando y la silueta de una mujer que entre lo gris del humo apenas se alcanza a ver;  el cuerpo cansado, sus manos temblorosas por el frío.  Su rostro refleja tristeza y ternura.  Limpiando sus mejillas voltea a verme y yo, con mi sonrisa traviesa y mis grandes anhelos de vivir la vida, corro hacia el fogón y le pregunto:
-Dime, mamá: ¿qué comeremos hoy?
La madre, con un semblante de tristeza, voltea a ver a la niña y le dice:
-Espera, hija, que arda la lumbre, porque hoy tendremos una gran fiesta.
La mamá pone su comal de barro y amasa  la masa y saca su troquel mientras las hojas de  muicle se calientan y hace su pigmento.  La niña con sus ojitos de asombro y manitas temblorosas espera ansiosa para ver como su mamá prepara la primera tortilla.
La niña, asombrada, le dice:
Pero ¿cómo harás la fiesta? si en tu olla de frijoles sólo hay agua y en tu canasta sólo te quedan dos chiles podridos.
Al escuchar esto, la mamá llora en silencio. Mientras una lágrima cae de sus mejillas sobre las hojas de muicle que hacen que el color purpura se haga más intenso,  la mamá se limpia su mejilla y contesta a la niña:
-¿Pero tú no sabes que tenemos la  tabla mágica y haremos con ella nuestra gran fiesta? Toma, hija, prueba la tortilla, dime a qué te sabe.
La niña observa con cuidado el dibujo, ve un cerdo, un jitomate, la cebolla y un limón, además un sol brillante y flores hermosas. La niña come la tortilla y dice:
-Mamá, mi tortilla sabe a cerdo con limón y salsa de jitomate y cebolla, además huele a flores hermosas y siento cómo el solecito me calienta mi cuerpo, ya no tengo frío y el hambre se me ha quitado.
La mama sonríe y voltea a ver el sol; con sonrisas y tortillas todo fue mejor


Cuento de color y encanto


 
Crónica de un viaje en globo sobre Chamacuero

Una mañana de domingo me llamó la atención un ruido extraño que parecía acercarse, poco a poco, a mi domicilio; algo así como un bramido intermitente. Me asomé a la venta y grande fue mi sorpresa al ver un enorme globo multicolor que flotaba magnánimo en dirección norte-sur. Aunque parecía avanzar rápidamente, me dio tiempo de correr por mi cámara y fotografiarlo, no sin preguntarme quiénes serían los audaces navegantes del aerostato. Un par de años después supe que en ese globo iba la señora María Guadalupe Nieto, así que le pedí nos compartiera una crónica de su viaje. En muy poco tiempo me entregó, no sólo una agradable narración sino, también, las fotografías que tomó desde el aire.
EL   GLOBO
Es todo un personaje; mi esposo me lo presentó y enseguida hubo empatía entre mi manera de ver nuestro municipio y la de él. Con ideas muy interesantes y novedosas, desde su experiencia ve en este lugar una joya que tiene mucho que explotar: sus bellos paisajes vistos desde la carretera a Neutla, la pirámide del cerro de los Remedios adornada por la iglesia a la Virgen del mismo nombre que tanto a remediado nuestras necesidades, y a quien los Chamacuerenses veneramos con profundo cariño (elevada sobre esas terrazas parece que nos vigilara y cuidara a la vez), sus ex haciendas antiquísimas, llenas de leyendas de gente sencilla y trabajadora que en su tiempo llenaron de prosperidad nuestro municipio, el maravilloso centro ceremonial de Orduña, imponentemente bello y casi inexplorado.
Y es ahí precisamente donde nace este personaje de ideas visionarias en cuanto al turismo, casi al pie de la pirámide de Orduña. Se trata de Don José López Juárez, creo que sus ideas sobre este bello municipio y la apatía de quienes podrían hacerlo una bella realidad nos acercó y hacíamos y hacíamos planes de cómo mantener limpios Jardín y Plaza cívica, de atraer al turismo a conocer la Presa de Neutla, los balnearios locales, nuestro bellísimo templo de San Francisco, así como la desconocida Madre Vieja y demás, hasta que surgió la maravillosa idea: ¡Viajes en Globo! Qué mejor manera de admirar toda esta vastedad que la aventura por sí sola de volar, pronto maduramos la idea y nos dimos a la tarea de ir a la capital del estado para entrevistarnos con los dueños del Globo, quienes nos citaron en el centro de la ciudad. Así lo hicimos, nos sentamos en las escalinatas del Teatro Juárez viendo pasar a la gente y a la vez gozando de un bello atardecer.
Después de un corto diálogo con ellos, sobre precios y condiciones, se fijó la fecha para un sábado de Julio de 2010. Luego de ciertos arreglos, y la espera, el día se llegó. Todavía estaba obscura la Plazuela cuando llegué ya que era el lugar de la cita; a los pocos minutos llegó mi Hermana Ma. de Jesús a quien cariñosamente llamamos Chuchina, platicamos un poco mientras esperábamos  que llegara el resto de personas involucradas en este proyecto. Por fin, cuando ya estábamos casi todos, llegaron las camionetas: una con el Globo y otra con el personal. Bajaron todo y empezaron a inflarlo con vapor de gas. Yo sentí emociones encontradas, en cuanto se iba inflando subía lentamente con sus alegres colores que se iluminaban con la luz del nuevo día.

La decisión de quién se sube fue pronta e inesperada; por supuesto que el Sr. Presidente no quiso. El golpe de suerte me tocó a mí acompañada por el MVZ Alberto Méndez  y el  navegante. Antes de esto hubo fotografías con personas generosas que apoyaron esta bella experiencia, después de los deseos de buen viaje y buena suerte soltaron las amarras y el vuelo empezó,  de la emoción pase a la visión: la Parroquia de San Francisco mostraba un hermoso resplandor dorado por los rayos del sol que para ese momento ya cubrían la Plaza, abajo se escuchaban los aplausos de los presentes que agitaban la mano para saludarnos.
Mi vista giraba a todos lados, los cerros se veían imponentes, el Jardín y San Antonio tenían un aspecto como de postal. En cuanto nos fuimos alejando, a capricho del viento, el paisaje fue cambiando: pasamos del centro al caserío de las calles Juárez y Arista, volteé y vi a lo lejos el templo y cerro de los Remedios, casi enseguida tenía a la vista el barrio de San Agustín y su inconfundible parroquia.
Dimos un giro y el viento nos llevó por la nueva Presidencia, casi rozamos unos maizales para aterrizar con unos tumbos en un alfalfar, la canastilla quedó ladeada con nosotros tirados dentro; después de un silencio y revisarnos mentalmente, cada uno nos preparamos para salir, yo tuve un golpe en la mejilla derecha, ya de pie nos dimos cuenta de lo llenos de tierra que estábamos. En un camino nos reunimos los que se quedaron en tierra y los que volamos, hubo un momento de gran paz, como si la experiencia nos hubiera trasmitido la misma emoción a todos.
Don José, para conmemorar este acontecimiento, dirigió unas emotivas palabras narrando esta bella experiencia, de ahí todos nos fuimos a almorzar al lugar de las artesanías, donde compartimos los alimentos expresando los buenos deseos de que se fijen en nuestra hazaña y se ponga más atención en las bellezas de nuestro municipio, que tiene tanto que ofrecer. Gracias a este pequeño grupo de personas. El hecho de no mencionarlas no quiere decir que sean menos importantes, tanto en este proyecto como en mi afecto. Que sea el tiempo quien haga justicia al pueblo de Chamacuero.

Crónica de un viaje en globo sobre Chamacuero



Cabe destacar que cada año se edita una antología de los autores participantes, aunque esta se presenta al siguiente encuentro. Estos libros, además de dejar constancia del material presentado por cada participante, son en sí mismo de un alto nivel literario.
Hacia las seis de la tarde se realiza una sola mesa de lectura, se hacen presentaciones de libros o asistimos a una conferencia magistral, como en el caso del Cuarto Encuentro de las Letras, cuando todos disfrutamos escuchando a Mónica Lavín y conociendo su trato sencillo y la calidez de su persona.
Casi como tradición la intensa actividad del día termina con unas ricas y tradicionales  gorditas. Es totalmente falso el rumor de que yo sólo participo en estos encuentros para llegar al ritual de la ingesta de gorditas. 
Ojalá que estos encuentros u otras actividades similares sucedan durante muchos años, no es aventurado decir que los chamacuerenses que asisten alimentan su sensibilidad a la literatura y a las manifestaciones artísticas en general. También es cierto que los participantes que vienen de otras partes siempre manifiestan, y a veces concretan,  su deseo de regresar a nuestro pueblo, al que muchos de ellos, sin que nadie lo pregunte lo califican como un pueblo Mágico.


Es ineludible (pero además es deseable) vincular cualquier trabajo literario en nuestro municipio con la figura de Margarito Ledesma (personaje  real o ficticio pero indiscutiblemente chamacuerense). Tal vez la trascendencia universal de Margarito Ledesma atrae a escritores de Cuernavaca, Aguascalientes, Morelia y la región (más de cincuenta autores en cada edición). Muchos de ellos tienen una gran cantidad de trabajos publicados, lo cual no necesariamente los hace conocidos para el público que no está inmerso en el medio. Otros de los  autores no han visto publicado un cuento o un poema suyo, pero ello no demerita la importancia que para todos nosotros tiene su participación y, mucho menos, menoscaba la calidad de su trabajo literario. Tal vez, más allá de su valoración a Margarito Ledesma,  cada quien acude al llamado de sus propias intenciones o afectos.

El acto inaugural suele realizarse en el andador del jardín principal, con la participación de autoridades municipales, estatales y del Seminario de Cultura Mexicana.  Hacia las once de la mañana se instalan las mesas de lectura en que se distribuye a los autores participantes: En el Jardín Principal, en el Museo doctor Mora, en la Escuela Preparatoria, en el CECYTEG, en la plaza Doctor Mora. La ubicación varía dependiendo de factores propios de cada espacio pero suelen ser cuatro mesas en total. He tenido el gusto de coordinar la  mesa del Jardín Principal, con el invaluable auxilio del Dr. Federico Groenewold o el Sr. Raúl García.  Siempre me resulta significativa  la participación del público asistente, en particular de algunos alumnos de la secundaria Doctor Mora, o de otras instituciones a nivel bachillerato, quienes no sólo están atentos a muchas de las lecturas, sino que toma fotografías y solicitan autógrafos a los cuentistas y poetas participantes. ¿Qué motiva a estos adolescentes? Bien puede ser un incipiente gusto por la literatura, pude ser, por el contrario, porque algún maestro les exija un reporte del evento; pero no es relevante el motivo. Lo trascendente es que en cada uno de esos chamacos puede haberse sembrado el gusto por la lectura y por la escritura o pueden haberse hecho más sensibles a las letras. Esto es el objetivo más valioso de estos encuentros literario y suele ser el más difícil de lograr. Me cuentan, porque no puedo estar presente, que las demás mesas  tienen resultados similares, lo cual provoca el gusto de los autores y  los organizadores.
Al ser parte de la tradición oral, las leyendas tienen una gran importancia cultural e histórica. Al transmitirse de generación en generación son susceptibles de ser modificadas, pero, más importante, son adaptadas al sentir y al gusto de la población que las transmite y preserva. Una leyenda siempre es de autoría anónima que además remonta su origen a timepos muy pasados. También, suelen estar ligadas a un lugar específico, narrándonos el porqué de su nombre de sus costumbres o de otras características. Esto las hace intransferibles; por más que nos guste una leyenda, es muy difícil reubicarla en otro sitio, ello también convierte a ciertas leyendas en un factor de unidad y de identificación de una población hacia su  entorno.

En esta ocasión, incluimos una leyenda de la autoría del señor J. Asunción  Franco Suaste, con la intención de abrir un espacio para las leyendas de nuestro municipio, conminándoles a que nos compartan esas historias que han escuchado desde siempre, que hablan de nuestro pueblo y nos explican mucho de su pasado y su presente. Son muy bien venidas todas las historias ya sea que las quieran enviar redactadas o que prefieran  contárnoslas, ya nosotros las transcribiremos.

EL CANTO DE LA PRINCESA.
(Leyenda de Neutla)

J ASUNCIÓN FRANCO SUASTE

En la madrugada de una noche fresca, cuando ya se desvanecía en el cielo la culebra de nubes y el lucero de la mañana, cansado de alumbrar, se alejaba desvelado por el horizonte; allí, en un pequeño valle, oculto por los altos riscos de la cañada, chisporroteaban las últimas brasas de la hoguera que casi agonizaba después de permanecer ardiendo durante las largas horas en que fue el centro para que los miembros de la tribu realizaran una danza ritual llamada "mitote", durante la cual los guerreros, con los cuerpos desnudos y pintados con rayas rojas y negras, danzaron en un círculo alrededor del gran fuego, a la vez que consumían trozos de peyote y se embriagaban con sotol, licor que preparaban con vainas de mezquite. Después de terminada la danza, el jefe Carangano, un vigoroso guerrero con el cuerpo tasajeado por cicatrices que atestiguaban los combates en que había participado, alzando los brazos exclamó:
-Guerreros, he tenido noticias de las praderas a donde acudimos a cazar tórtolas, a donde vamos a recoger chiles y tomates de hoja de los que crecen en los campos, y donde se encuentra el cerro del que sacamos las piedras en las que las mujeres muelen las semillas. Hasta ese lugar dicen que han llegado unos guerreros que vienen del otro lado del río grande y hablan un lenguaje como de canto; seguramente quieren apoderarse de esos territorios a los que ya les nombran Chamá Cuero. Por ese motivo quiero que vaya mi sobrino Sariel, el que habla varias lenguas, a investigar.
Al día siguiente partió Sariel con tres de sus compañeros siguiendo la ribera del río Izcuinapan. Al llegar al lugar indicado encontraron todo normal, pues ningún miembro de esa nación se había establecido por esos lugares, sólo encontraron a un comerciante Otomí acompañado de dos tamemes cargando la mercancía que ofrecían en trueque: morralitos de sal y piedras de obsidiana para hacer puntas de flechas, mantas y pieles a los pocos indígenas otomíes y de otras razas que a veces encontraban en esos lugares. Fue ese comerciante quien informó a Sariel que cerca de allí había un pueblo llamado Yolohtli. Sariel quiso conocer ese poblado y al llegar, mientras sus tres compañeros se entretenían comiendo pitayas, se adelantó un poco al escuchar una dulce voz de mujer que salía de entre el ramaje de las jaras y sauces que sombreaban la orilla del arroyo. Allí se encontraba una hermosa joven que, despreocupada, cantaba mientras se bañaba luciendo sus encantos, ajena a la embelesada mirada del guerrero, enjuagando con amolín sus macizos muslos y piernas, que parecían troncos de encino, y sus erectos pechos que quizá por la frescura del agua semejaban dos flechas disparadas a un tiempo.
Al sentirse observada la hermosa Neutla lanzó un grito y, tomando su ropa, huyó rápidamente hacia su choza.
Después de ese fugaz encuentro Sariel no pudo borrar de su pensamiento la imagen de la bella joven. A los pocos días regresó al pueblo de Yolohtli con el único fin de verla y así lo hizo por varias ocasiones, hasta que logró entrevistarse con ella, ya que a Neutla también le había impresionado la gallardía y fortaleza del joven guerrero chichimeca. No necesitaron tratarse mucho pues en ambos nació un intenso amor que los uniría para siempre.
José Ignacio Basurto nació en Salvatierra, Gto. el 5 de abril de 1755, se ordenó sacerdote en 1780 y ejerció su ministerio en parroquias del entonces obispado de Michoacán. Y usted, amable lector seguramente se preguntará: ¿Por qué este espacio abocado a los temas de Chamacuero dedica un fragmento a un sacerdote salvaterrense? Máxime que los salvaterrenses tienen muchas y variadas páginas electrónicas para hablar de su ciudad o municipio. Dos sucesos ligan a José Ignacio Basurto con nuestro municipio, el primero, que fungió como teniente de cura a finales del siglo XVIII en la parroquia de San Francisco Chamacuero y el segundo que, estando en este pueblo escribió el que vendría a ser el primer libro destinado a la lectura de los niños que se escribió en México y, probablemente, en América Latina.  Así es, el primer libro "infantil" escrito y publicado en México, fue escrito en Chamacuero.  Y si bien es un gusto saberlo, más lo es adentrarse en sus páginas y descubrir destellos de este pueblo entre las palabras del padre Basurto.
Como ya hay muchos artículos dedicados a este personaje, me corresponde, en mis modestos alcances, rastrear el paso de José Ignacio Basurto por este pueblo.  Para ello recurro a los libros de la notaría parroquial y encuentro, entre los libros de esa época que se encuentran aún presentes,  que su nombre y su firma aparecen por primera vez el 4 de julio de 1780,  en el libro de defunciones de indios que comprende el periodo de 1779-1786 y donde él se denomina a sí mismo  "Bachiller don Joseph Ignacio Basurto, teniente de cura". Habré de agradecer a los amables lectores no me pregunten qué es un teniente de cura, dado que no he podido averiguarlo concluyentemente, debemos, ustedes y yo, conformarnos con lo que indica el sentido común, que es una especie de subalterno del cura titular. Debo decir que al navegar por los libros parroquiales, encuentro que, en un mismo momento funcionan dos y hasta tres tenientes de cura, como es el caso de Pedro Muxica y José Ma. Téllez, este último ya mencionado en este espacio por haber sido tomado preso por el padre Hidalgo. La última firma del padre Basurto está fechada el 18 de agosto de 1804 , El 15 de septiembre del mismo año se hace mención de haber realizado un bautizo, pero no aparece su firma.  Esto por la costumbre de redactar  y firmar el libro unos días o semanas después de realizado el ritual correspondiente.  Llamó mi atención una nota en este mismo libro que dice:

En veinte y un días del mes de Marzo de mil setecientos noventa y siete, tomó Posesión de este Curato el Sr. Br. Dn. José Ygno.Basurto de Cura Coadjutor y para que conste lo firmé.
Juan José de los Rios.

A partir de esa fecha Basurto se nombra como "Cura Coadjutor", lo cual dura hasta el 7 de septiembre de 1797, cuando figura en los libros la firma de Manuel de Ubago como Cura y Basurto vuelve a aparecer como teniente de cura.
Según la información que refiero, Basurto estuvo en Chamacuero, al menos desde el 4 de julio de 1780 hasta el 18 de agosto de 1804. Es decir, más de veinticuatro años. Si el padre Basurto murió en enero de 1810, podemos afirmar que pasó en este pueblo más tiempo que en ningún otro, lugar y ojalá no se molesten los amigos de Salvatierra por esta afirmación.  Esto también contradice lo que se menciona en varias notas preliminares del libro de Basurto, en ellas se menciona que llegó a Chamacuero en 1794.  

Este es el autor, hablemos de su obra: En 1802 fue publicado el libro:

Estos son los datos del libro original,  publicado en la Imprenta de la Calle de Santo Domingo y esquina de Tacuba.   Este libro contiene 24 fábulas y los documentos que permiten su impresión, en donde los censores de aquella época dictaminan que no son nocivas en modo alguno para quien las lee, textualmente, uno de ellos dice: "se observa una versificación fácil y corriente, variedad y amenidad en las ideas, y una moral sana y bien deducida de la alegoría".    

Si bien esta descripción me parece sumamente acertada, permítame darle mi humilde opinión de que las veinticuatro fábulas del padre Basurto son maravillosas, están cargadas de amenidad, tienen una enseñanza clara pero no sujeta a una rígida moral. Pero, como ya lo mencioné, para los chamacuerenses, tiene la magia particular de darnos algunas pinceladas de lo que era nuestro entorno hacia finales del siglo XVIII. Esperando haberlo motivado a buscar el libro en cuestión, le comento que, como es de suponerse, la edición original, o sus reimpresiones, no están a la venta, quizá se encuentren en algunas grandes bibliotecas.

Claro que hay otras opciones, una edición muy bien lograda es esta:

Esta es una edición española (1) , muy interesante en cuanto al material complementario que incluye, con la correspondiente dificultad para comprar un libro, y hacerlo llegar, desde España.  Una vista previa de este material, está publicada en:  http://books.google.com.mx/books?id=n8CsjGayzm4C&pg=PA54&hl=es&source=gbs_toc_r&cad=4#v=onepage&q&f=false
Otra opción, más accesible es el libro FÁBULAS MEXICANAS

Como puede observarse el título ya no es Fábulas Morales, sino Fábulas mexicanas(2), lo cual es correcto dado que los textos del padre Basurto fueron modificados para que resulten de fácil lectura a los niños de estos tiempos, esta adaptación, siendo su mayor virtud, es también su mayor defecto para quienes pretendan acercarse a la obra directa de Basurto.

Esta edición contiene trece fábulas además de numerosas y muy bellas ilustraciones. Ni duda cabe que la idea de retomar la obra del padre Basurto para hacer un libro que pueda ser leído por los niños de hoy, doscientos años después de la publicación original, se consigue con creces.  Por un costo de entre 158 y 220 pesos se consigue en las páginas electrónicas de Gandhi o Porrúa.

Pero si usted, como yo y pese a la contemporanización del material en cuestión, de todos modos quiere conocer la versión original, permítame recomendarle el libro Fábulas Morales

Este libro contiene una breve pero ilustrativa nota introductoria y las 24 fábulas de Ignacio Basurto(3). Por la módica cantidad de 27 pesos, puede usted adquirirlo, ya sea en los puntos de venta de esta editorial o en su página electrónica:

www.edicioneslarana.com.mx

Sea cual sea la realidad por la que ahora transita el espíritu inquieto de José Ignacio Basurto, debe serle placentero  que su obra sea editada y vuelta a editar, también le causará un regocijo desbordante que los amables lectores, motivados por estas palabras,  se aboquen a conseguir cualquier edición de este libro, lo lean y lo hagan leer a los niños de Chamacuero. Será un merecido y sencillo homenaje para el gran humanista que fue y para la gente y el medio en que ambientó sus preciosas fábulas.

 

(1)BASURTO, José Ignacio, Fábulas/José Ignacio Basurto; edición a cargo de  Pedro C. Cerillo, Rebeca Cerda González, Dorothy Tanck de Estrada. Cuenca: Ediciones de la Univerdisad de Castilla-La Mancha, 2009, 148 p.

(2)Basurto, José Ignacio, Fábulas Mexicanas de José Ignacio Basurto, Adptación del texto: Rebeca Cerda, Norma Muñoz Ledo, Revisión Histórica: Dorothy Tanck de Estrada, Ilustraciones: Teresa Martínez, Ed. EDEBE, México, 2010, 80 p.

(3)José Ignacio Basurto, fábulas morales, ed. La Rana, col. Barcos de Papel, Guanajuato, Gto, 2006, 80 p.
 
El Padre José Ignacio Basurto y su libro



El viaje (cuento)



Para muchos de nosotros el ferrocarril siempre ha tendio un significado especial, los que fuimos niños en los años setentas ya no conocimos las épocas en que el ferrocarril era el medio de transporte por excelencia.  Lo conocimos venido a menos, pero todavía muy activo. Poco a poco la líneas de pasajeros fueron dejando de operar, hasta que en este momento sólo funcionan el Ferrocarril Chihuahua Pacífico (toda una maravilla) y un tren turísitico en el estado de Morelos.

De las épocas en que el viajar en tren todavía era una opción la Sra. Ma. Guadalupe Nieto nos comparte esta historia.

Como no tengo una foto propia de estos tiempos, y ya vi qué gacho se siente que tomen las fotografías de uno, las utilicen indiscriminadamente y ni siquiera nos den el crédito que corresponde, ilustro este bello cuento con un juguete en perfecta escala HO.


EL VIAJE

María Guadalupe Nieto Araiza


Yo estaba eufórica. Un taxi nos llevó de aquí a Escobedo, al llegar ahí ya nos esperaba. Era mi primera vez, mi Papá se fue a comprar los boletos y yo no atendía el ruego de mi Mamá de quedarme quieta en el andén. Me asomaba a la sala de espera que era un trajín de empleados ferrocarrileros, unos con saco azul marino y quepí del mismo color, otros en mangas de camisa con una visera y uno que otro cargador que atareados metían y sacaban bultos o cajas. Mi Papá no tardó venía sonriente agitando los boletos en la mano; caminamos sobre el andén y nos señalaron el vagón que nos tocaba, nos acomodaron. Yo escogí estar a un lado de la ventana que tenía barrotes de hierro en forma horizontal pintados en color rojo oxido, esperaba con ansia que arrancara.

Había mucho ruido, unos se paraban y cambiaban de lugar, otro se bajó y subió gente, acomodaban belices y cajas en los pasillos. Transitaban Señoras que con unas canastas ofrecían comida, otros gritaban por fuera vendiendo limas, granadas, molcajetes y atados de cajitas de madera que contenían cajeta. Parecía más mercado que la estación. Después de un tiempo que se hizo eterno, por fin dio un fuerte silbido y arrancó, primero hacia atrás y luego hacia adelante. El chirriar de ruedas sobre la vía y el incesante clac-clac que hacía se mecieran los durmientes;  yo emocionada me quería parar pero tengo los ojos de mi Mamá sobre mí. Aprovecho cada instante de lo que alcanzo a ver y de reojo estoy cuidando a mi Mamá. En cuanto se descuida me subo a la banca hecha de tiras de madera pintada que hace de asiento, primero voy de rodillas para alcanzar a tener una vista más amplia, observo paisajes desconocidos, valles sembrados con cerros, al fondo, el silbido del tren y el incesante clac-clac me recuerdan que esto es real. De vez en cuando toma pequeñas curvas que amplían más el panorama, pronto llegamos a una estación grande. Se bajó y subió gente; no sé cuánto duró el tren ahí, cuando nos fuimos escuché decir: "Ya salimos de Querétaro".

Pasamos otro pueblo, supongo que era San Juan del Rio, recuerdo haber visto Señores con atados de canastas, creo que dormí un poco; cuando abrí los ojos estaba recargada en el marco de la ventana, me quedé quieta un rato, después vi mi entorno: casi todos  iban dormidos, cosa que aproveché. Me paré en el asiento, con cuidado subí  el vidrio y me asome lo más que pude. Nunca podré olvidar ese aire helado que golpeó mi cara, el olor a diésel y el ruido del tren sobre la vía. Vi una curva muy pronunciada y cuando salimos de ésta un puente que se veía muy profundo; quise sacar la cabeza a través de los barrotes para poder apreciar más el panorama. No sé si la trama que detenía el puente era de hierro o de madera, esto me ha intrigado siempre; sólo recuerdo que formaba puras X. Ahí se sintió un intenso aroma a pinos  y otra vez el viento helado desconocido para mí. Bajé el vidrio y seguí observando hasta que se hizo obscuro.

Para entonces mi Mamá me abrigó  y Papá me explicó que habíamos entrado al Distrito Federal y no tardaríamos en llegar a la estación. Seguimos en silencio ya que los soldados pasaban de un vagón a otro por lo que yo, sin saber por qué, sentía temor. Entre un gran ruido la enorme máquina se detuvo. Mamá y Papá tuvieron cuidado de tomarnos de la mano a mi Hermana y a mí. Salimos a la calle, era de noche, un gran gentío esperaba a familiares y amigos, así mismo los taxistas gritaban ofreciendo sus servicios. Tomamos uno pintado de verde obscuro y negro con unos triángulos blancos, les decían taxis cocodrilos. Mi Papá les dio la orden de llevarnos a la Colonia Tlacotal, a casa del Tío Adrián y aprovechó el trayecto para irme diciendo el nombre de las calles y avenidas por donde íbamos pasando. Nombraba San Juan de Letrán, 20 de Noviembre y otras que ya no recuerdo, sólo las luces multicolores de los anuncios y el tráfico incesante. Todo era nuevo y sorpresivo para mí. Hicimos otros viajes con el mismo destino pero no me impactaron tanto como el primero. El conocer y subir al tren, el recorrido y la llegada a Buena Vista siempre fueron el fin del viaje terrestre y empezaba la aventura por la Ciudad de México.


 
El arq. José González De Santiago, “El Chere”, nos envió este interesante Cuento, donde nos lleva de la mano de un insólito protagonista a rememorar las épocas en las que el aguacate estructuraba, de manera importante, la economía de nuestro pueblo. Es necesario aclarar que aunque se trata de un cuento, todo lo descrito es un fidelísimo retrato de las técnicas y procesos del cultivo del aguacate en ese entonces.   También comento a ustedes que el proceso para llegar a la versión final del cuento y las fotografías fue un muy grato intercambio de ideas y remembranzas. Ojalá más lectores se animen a compartirnos sus escritos y sus recuerdos y ojalá el mismo José nos sorprenda con otra de sus creaciones.

HISTORIA DE UN AGUACATE COMONFORENSE
(Allá por finales de los sesentas y principios de los setentas)

Querido comensal:
Me presento como una de las delicias culinarias autóctonas de este bello rincón del Bajío. Yo nací y me crie en un pueblo llamado Chamacuero. Mi árbol madre me dio a luz en forma de flor, de ahí me desarrollé, no sin antes tener que capotear las ultimas heladas del invierno. El dueño del huerto donde crecí nos tenía muy bien cuidados, en mi árbol madre crecimos un centenar de  hermanos; en el huerto había varias decenas de árboles. El propietario nos alimentaba y nos cuidaba muy bien, en el invierno complementaba nuestro alimento con estiércol de chivo, de ese que se consigue en las rancherías cercanas o con caca de pollo, excelente fertilizante que traía de tierras lejanas. De esta manera, con los cuidados del dueño fuimos creciendo a través de la primavera para alcanzar, en el verano, la madurez necesaria para ser cosechados. Aquí en el huerto crecíamos aguacates de varios tipos y formas, unos somos redondos, otros alargados, en forma de guaje, chicos, grandes, incluso hay unos blancos y otros negros a cual más bien sabrosos. Nosotros, mis hermanos y yo, somos de una variedad que le llaman "aguacate criollo", muy abundante en toda la ribera del río Laja, desde Rinconcillo, Morales, San Jerónimo, hasta San Agustín y la Palma, pasando por Orduña y Camacho. Del propio río Laja se extrae el agua que nos alimenta.

Cuando ya estamos listos para la cosecha viene gente a las que llaman cortadores. Usan unos carrizos largos, con un gancho de alambre en la punta, para podernos alcanzar y de un jalón arrancarnos de nuestra rama. Algunos también ponen una bolsa de lona en el carrizo, no sea que en la caída nos lastimemos. Del suelo nos recogen en canastas  de carrizo, luego nos colocan en cajas de madera para llevarnos a la bodega de un comerciante local o a la Sociedad Cooperativa de Consumo. Ahí nos seleccionan de acuerdo a nuestro tamaño en las siguientes categorías: Extra, primera, segunda y tercera, los que están defectuosos o sufren algún raspón los ponen aparte y los catalogan como desecho. Escucho que los de categorías extra y primera son enviados al norte del país y los de segunda y tercera a la ciudad de México D. F. En esta bodega se colecta el aguacate del día, al día siguiente los trabajadores nos empacan en cajas de madera traídas del estado de Michoacán. Cierran las cajas y les ponen un cincho de lámina a cada extremo para asegurarnos que en el largo viaje que nos espera no se vaya a desclavar la caja.
Y aquí estoy en esta caja, a la espera de que me asignen a dónde me van a enviar, bien podría ser Chihuahua, Torreón, Monterrey o México D.F.  Por ahí supe que eran los destinos más comunes a donde nos mandan. A mí me destinaron a la ciudad de Monterrey N L. También supe que vamos a viajar en ferrocarril, que nos embarcan aquí en la estación del tren, allá por el barrio de los remedios, donde diariamente, alrededor del mediodía, pasan los trenes: uno que se dirige al Norte y otro que se dirige al Sur del país, estos son trenes de pasajeros. Y digo que alrededor del mediodía porque el tren pasa muchas veces con retrasos. Por eso los que viajan o los que embarcan mercancía lo primero que hacen es preguntar si el tren viene con retraso. El encargado de la oficina se comunica por telégrafo, que es el medio más eficiente de que se dispone, y le informan de los posibles horarios de llegadas y salidas.
Por ahora nos colocan en el andén de carga en espera de que llegue el tren. De repente se escucha el clásico silbido de la locomotora anunciando su próxima llegada. Ahora empieza un movimiento acelerado de gente, unos suben, otros bajan, hay quien vende comida a los pasajeros, otros venden duraznos, granadas, chirimoyas, etc. Este ir y venir no dura más de diez minutos, todo es muy apresurado por que el tren tiene el tiempo contado.

Los trabajadores me suben, para mi gran sorpresa, en un carro muy confortable pues voy en el vagón donde transportan la correspondencia, dicen que porque soy un producto perecedero. Pero en este mismo vagón ya vienen otros viajeros a los cuales nos unimos en este trayecto. Se trata del aguacate que se produce en el estado de Michoacán. Aunque hay temporadas para cada quien, en un mismo tren podemos coincidir duraznos, granadas, biznagas, molcajetes y metates, todos orgullosamente chamacuerenses. De nueva cuenta se oye el silbido del tren, ahora anuncia nuestra partida.
Ya aquí en el tren, bien instalados, viajamos el resto de la tarde y parte de la noche, en la madrugada llegamos a nuestro destino la estación de ferrocarril de Monterrey, de ahí nos llevan al mercado de abastos, cuando nos suben  alcanzo a escuchar que nos acomodarán de tal forma que al llegar al mercado seamos los primeros que nos bajen,  porque ya nos tienen asignado un comprador. De tal forma, al bajarnos no nos depositan en bodega alguna sino en la camioneta del comprador. Al aguacate de Uruapan si lo bajan a la bodega en la espera de un comprador, en estos tiempos el aguacate de Comonfort es más apreciado que el de Michoacán. Generalmente los compradores del aguacate tipo extra son los restaurantes más famosos de la ciudad y el tipo primera lo compran los supermercados. Cercano a cumplir mi destino, rememoro mi historia, y a pesar del vaivén y el ajetreo me remonto a los días gozosos en la huerta, cuando sentía fluir la lluvia y entre el olor a tierra mojada miraba los contornos lejanos del cerro de Los Remedios, sintiendo el orgullo de ser parte de la historia del bello Chamacuero.

Historia de un aguacate comonforense (cuento)



 
El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las Naciones Unidas seleccionaron este día para conmemorar el horrible asesinato de las hermanas dominicanas Minerva, Patria y Teresa Mirabal.  El hecho de que la ONU designara un día para esta lucha en fecha tan reciente como 1989 nos da una idea de cuánta violencia continúa existiendo, al margen de las situaciones que quizá conzcamos directamente. Aunque la violencia contra la mujer es tan antigua como la humanidad misma, ello no significa que deba seguir existiendo.
La historia que a continuación se narra es verídica y ocurrió aquí en Chamacuero en los años setenta.  Ojalá cuando uested la lea, lo primero que venga a su mente sea que las cosas ya no son como entonces, ojalá...


UN DERECHO Y UN REVÉS

DAVID MANUEL CARRACEDO

    -¿Y ahora qué te paso?-preguntó mi madre.
Lola intentó sonreír como si al hacerlo el moretón que redondeaba su ojo pudiera ser menos notorio o menos indignante.  Se recargó en el mostrador y quiso con un suspiro restarle importancia a la agresión.
    -Otra vez tu marido, ¿verdad?
Esperó a que el silencio afirmara por ella. Acudía a la tienda a saludar a mi madre con relativa frecuencia, le guardaba un afecto especial desde los tiempos en que trabajó en la casa.
    -Ya ve cómo son con la borrachera. Es de cada sábado, nomás le pagan y se larga a la cantina, se acaba toda la raya y llega a la casa a desquitarse de cualquier cosa, hasta de la comida se queja. No da dinero y quiere que le tenga bisteces, seguramente. Yo no le respondo pero de todos modos me da mis buenos.
Luego de escuchar sus desahogos, sabedora que un corazón noble también los necesita, mi madre concluyó el planteo de Lola.
    -O sea que no aporta para la casa,  nunca está contento, le tienes que dar de comer, nada le gusta y cuando se emborracha te pega- y agregó cuidando de no parecer que se burlaba- pues qué joyita de marido te conseguiste pero,  a ver, dime: ¿Por qué te dejas?
    -Pues qué puedo hacer, señora, es mi marido y ya ve que así son los maridos, pero no me dejo, me le escapo al cerro cuando veo que me quiere pegar, ya ve que la casita son dos cuartitos de adobe.
Mi madre no quiso reírse con la respuesta pero insistió:
    -Yo sé que así es en muchas partes, que hace muchos años que los hombres golpean a las mujeres y los maridos a las esposas. Pero ni entonces ni ahora es justificable, ni siquiera la ley lo permite. También sé que no lo vas a ir a demandar y que si fueras puede que no te hicieran caso, sin embargo créeme: las cosas no tienen por qué ser así. Pero, ¿por qué dejas que alguien te golpee?, máxime que no sólo no le has hecho nada sino que prácticamente lo mantienes.
La insistencia en el argumento no molestaba a Lola, pero no comprendía lo que escuchaba.
    -Es que de todos modos es mi marido, así le pasa a mis hermanas también y así recuerdo yo a mi papá hasta que se hizo viejo; son cosas que no van a cambiar aunque nos duela.
    -Tienes razón en que es muy difícil cambiar las cosas, yo sé que casi todos los hombres y muchísimas mujeres crecieron viendo el mismo ejemplo y tienen esa idea muy arraigada, pero no tienen razón ni quien lo hace ni quien lo permite, y yo no te estoy diciendo que cambies el mundo, nada más te pregunto, ¿por qué te dejas si llega bien borracho y está más chaparro que tú y que yo?
Entonces por primera vez los ojos de Lola evidenciaron su sorpresa:
    -No me apura tanto que me pegue, yo lo que quiero es que traiga dinero a la casa, ya somos siete, no hallo como hacerle así.
    -Bueno, nada más piensa una cosa: ¿Te gustaría que a tus hijas, cuando crezcan,  las trate su marido como te trata el tuyo?
    Por la expresión profunda  y el silencio incomodo de la muchacha mi madre supo que había horadado la roca de los prejuicios.  Giró la conversación y al cabo de media hora de hablar del clima, remedios para la salud y parentelas, Lola se despidió sin poder ocultar la nube de pensamientos que le tormenteaba en la cabeza.
Mi madre, a pesar de sus firmes convicciones,  guardó consigo una preocupación: no fuera a ser que sus consejos resultaran contraproducentes.
Quince días después Lola pasó a la tienda, las huellas que del moretón quedaran se opacaban por la expresión radiante de su rostro.
    -Señora, fíjese que me quedé pensando en lo que me dijo; el jueves y el viernes le estuve dando vueltas, hasta mis hijos me preguntaban que tenía, el sábado me decidí y en la tarde ya me andaba por que aquél apareciera.  Llegó como a las nueve y media; luego, luego a gritarme, se me acercó a darme uno, entonces me paré y le di una cachetada con todas mis fuerzas, como no se la esperaba le pegué de lleno. Peló unos ojotes, como que no entendía y antes de que entendiera nada le crucé otra, con la otra mano.  Entonces se hizo pequeñito y se acostó a dormir en el petate.
Mi madre sintió deseos de felicitarla, de celebrar su emancipación, pero antepuso la mesura y le dijo sin poder esconder del todo su emoción.
    -Me da mucho gusto que no te dejes.
Luego siguieron platicando, trayendo y llevando los temas sencillos de siempre, se despidieron. Lola se fue contenta. Mi madre guardó para siempre la satisfacción de que al menos las hijas de Lola no crecerían creyendo que todos los hombres pueden golpear impunemente a sus mujeres.




Notas aclaratorias:  Ya que llegó, amable Lector, hasta el final de esta historia, permítame aclararle que cambié el nombre de la protagonista, porque ignoro hasta que punto a la verdadera "Lola" le molestara ventilar semejante historia.  Por otra parte, sé que la forma más cuestionable de luchar contra la violencia de género es utilizar más violencia, del mismo modo que los sabían mi madre y su amiga Lola. Pero, como diría el maestro Tomás Mojarro, es muy diferente la "violencia causa" y la "violencia efecto".  Como dije al principio, quizá tengamos la idea de que las cosas han cambiado muhco. Quizá. Pero hay mucho por hacer, así nos lo revelan las décimas de Yeray Rodríguez en el epígrafe de esta historia. Finalmente, créame que vale la pena documentarse sobre todo aquello que es considerado una forma de violencia, nos sorprenderá saber cuántas formas de daño se pueden infligir, incluso  sin percatarnos.


Convéncete, no te ama
ese que a diario te obliga
a llenarle la barriga
y a darle gusto en la cama.
Ese que a diario reclama
que tú tienes el deber
de quedarte en casa y ser
fiel, sumisa y obediente
sin tener otro aliciente...
no te merece, mujer.

No te ama aquel que piensa
que es el dueño de tu ser
el que te quiere hacer ver
que es un halago la ofensa;
el que te encuentra indefensa
y aprovechando el terror
y su falta de valor
se hace el dueño de la casa
con el odio y la amenaza
no se merece tu amor.


No te ama el indeseable
que te pega, que te ofende
y tras herirte pretende
que tú te sientas culpable.
No te ama el detestable
que por todo forma bulla,
que piensa que siempre es suya
la razón que tú reclamas
y que aquellos que más amas
va poniendo en contra tuya.

No le hagas caso a ese ser
que te aparenta inocencia
pero esconde la violencia
que te matará, mujer.
Denunciarlo es tu deber
desde el primer ademán
y apartar a ese truhán
porque aunque en su amor te insista
quiere apuntarte en la lista
donde están las que no están.

Yeray Rodríguez Quintana
Islas Canarias
 
EL PIRUL DEL CEMENTERIO

El más antiguo camposanto de nuestro pueblo se localizaba en el atrio del templo de San Francisco que, hacia principios del siglo XVII, ocupaba la totalidad de la plaza Dr. Mora. Con motivo de las grandes reformas promovidas en México a mediados del siglo XIX, fue necesario construir en Chamacuero un nuevo Cementerio; llamarlo camposanto sería contradictorio con el espíritu de la reforma.
La ley del 31 de julio de 1859 indicaba que estos espacios deberían estar en las afueras del poblado, aunque no muy lejos del mismo. Cuando fuera posible deberían ubicarse a Sotavento es decir hacia donde sopla el viento, en vez de estar desde donde sopla el viento. Como el predio seleccionado se ubica en el extremo sur de la calle Juárez ambas recomendaciones de la ley se cumplían en aquel entonces. Poco a poco los difuntos comenzaron a poblar el nuevo cementerio. El terreno era enorme, como en todo nuestro campo pirules y mezquites de diferentes edades daban sombra y destellos verdes al lugar; al fondo un joven pirul, de cuatro metros de altura, parecía delimitar el extremo del cementerio. En el costado oriente el arroyo Jalpilla colindaba y aportaba su cuota de verde con intrincados carrizales. Con el correr del tiempo el sitio se fue llenando de chamacuerenses que partían a un destino ignoto. Para abrir espacio también los árboles fueron siendo talados, sólo el pirul del fondo permaneció intacto. Treinta años después había duplicado su altura y su diámetro, también había observado cientos de despedidas desgarradoras, mientras percibía en sus raíces el andar acompasado de la muerte. Luego de que la Intervención Francesa, la Revolución y la Cristiada contribuyeran a poblarlo, el predio al sur de la calle Juárez estuvo totalmente lleno. Pero como la inexistencia de espacios no impedía los decesos fue construido un panteón nuevo; desde los años treinta del siglo XX, nuestros muertos descansan en el Panteón Municipal de la calle 20 de noviembre, en la salida a Jalpilla. El panteón de la calle Juárez quedó consagrado al descanso eterno de sus pobladores y a la veneración y respeto de sus familiares. Treinta años después ya nadie visitaba el "Panteón Viejo". En parte porque los deudos de cualquier difunto no sobreviven eternamente, en parte porque la veneración tampoco es eterna y también porque los desbordamientos del arroyo Jalpilla llegaron a desenterrar osamentas, destruir lápidas y reacomodar esqueletos.

Hacia 1970 la memoria de los difuntos ahí presentes se había diluido en el olvido, incluso la mayoría de los monumentos funerarios habían desaparecido. Ante tal abandono, los jóvenes de la calle Juárez se avocaron a regularizar el terreno. Había un buen número de oquedades, por lo que llevaron una máquina que emparejo la superficie, al menos lo suficiente para jugar futbol de buen nivel. Tan buen nivel que durante unos años el equipo de la calle Juárez participó en numerosos torneos de las ligas municipales. En 1973 el Municipio cedió el terreno para la construcción de la Escuela Primaria Francisco Eduardo Tresguerras que funcionaba, apretujando diez aulas, en el antiguo edificio del Hospital. Como era de esperarse, las osamentas aparecieron en los cimientos. Nadie, ni los padres de familia que promovieron la construcción, ni los maestros entusiastas, ni los alumnos que tuvieron el singular privilegio de estrenar escuela, imaginaron historias de terror o misterio por habitar una escuela construida sobre un antiguo cementerio. Yo fui de esos alumnos y recuerdo la emoción y el asombro de llegar a salones luminosos, relucientes, aún olorosos a pintura; el gusto por jugar en una enorme cancha de futbol con porterías de madera. Para no desmentir su pasado, en el extremo poniente de la cancha se perfilaban varias estructuras de piedra; añejas en extremo, grisáceas y cuyas inscripciones eran absolutamente ilegibles. Lejos de despertarnos la curiosidad y el respeto, que ahora me parecen lógicos, nos servían de improvisada tribuna para mirar los partidos que, con diez o doce pelotas simultaneas, se verificaban a la hora del recreo. Trepados en los viejos monumentos no reparábamos ni en la incomodidad ni en el riesgo de tal pedestal, mucho menos en la falta de respeto inherente a semejante conducta. A pesar de mi edad siempre me imaginaba que una máquina había arrastrado los monumentos hacia la periferia de la cancha, esta idea era compartida por algunos condiscípulos. Ahora sé que ello es imposible, que no hay muro ni monolito que pueda arrastrarse, seguir en pie y después soportar la embestida de los chiquillos en el recreo. Contradiciendo la idea preconcebida, el pasado del predio y los muertos aún presentes no dieron paso a historias de misterio o fenómenos inexplicables.Cuando la construcción estaba aún en proceso, le preguntaron a don Panchito (el velador de la obra) si no le daba miedo estar ahí por las noches él se encogió de hombros y  no le dio ninguna importancia. Por cierta inercia laboral don Panchito fue contratado como conserje-jardinero y velador de la escuela ya en funciones. Era uno de esos hombres como suspendidos en el tiempo, a pesar de que podía tener sesenta o setenta años era activo y vigoroso, con su pantalón de pechera y su inmaculada camisa blanca deambulaba por los pasillos y patios conjurando las travesuras de medio millar de chiquillos.


Un fenómeno totalmente lógico provocó que las rosas florecieran con inusitada alegría, eran enormes y había docenas en un mismo rosal. Todo lo que don Panchito sembró en aquellas tierras crecía con exuberancia. Siempre dije que los ancestros se asomaban a mirarnos a través de las flores. Sin embargo en medio de esa perene primavera promovida por los niños y los muertos, el pirul en el extremo central de la cancha tenía un aire triste, no misterioso ni marchito, parecía nostálgico. A pesar de que cada diciembre doce grupos de niños llegaban, uno por uno,  alborotados y contentos a romper piñatas colgadas de una de sus ramas, no dejaba de tener un aire triste. Quizás porque fue mucho el sufrimiento de deudos y difuntos en la flor de su existencia, pero algunos vecinos aseguran que se le escuchaba sollozar; un lamento prolongado llenaba ciertas noches. Más de una ocasión los vecinos o don Panchito se acercaron intrigados buscando el origen de aquel sollozo, nunca encontraron más que la silueta meditabunda del viejo pirul. Puede creerse que así como algunos difuntos emergían a través de las rosas, otros utilizaban las ramas del árbol para lamentarse de su vida o de su muerte.
Poco a poco todos los muertos salieron, salieron hechos flores, hechos frutos deliciosos, altas yerbas o espesos prados. Pero salieron todos y el suelo antes fértil empobreció. Quizá para terminar su ciclo, y habiendo cumplido su misión con sus muertos, un rayo subió a los cielos desde el pirul, desmintiendo la creencia popular de que todos los rayos fluyen de arriba para abajo. En un estallido de luz y emitiendo lo que los vecinos calificaron, más que un trueno, como un grito desgarrador, el alma del pirul se perdió en el infinito. Poco tiempo después el árbol estaba seco, cuando su tronco y sus ramas marchitas fueron un peligro para los niños, las autoridades escolares determinaron derribarlo y retirarlo. Así desapareció el pirul del cementerio pero con toda seguridad sus semillas habrán caído en suelos fértiles para forjar nuevas historias.

TIEMPOS DE TEMPESTADES

DAVID MANUEL CARRACEDO

En la presentación de un libro cabe toda la solemnidad que no recibe su lectura. Aquella tarde septembrina y despejada era un marco propicio para que gestos elocuentes, miradas altivas y palabras engoladas fluyeran con todas las brisas del ocaso. Habló Lupita, la directora de la Casa de Cultura, habló Federico, el viejo más sabio de mi pueblo y llegó mi turno. Miré a los presentes y, sincronizadas con mi primera frase, aparecieron en la mesa unas gotas que, de tan finas, imaginé provenientes de la rotura de alguna tubería; luego de un breve preámbulo respiré hondo y… un mar Báltico pulverizado nos envolvió tan de repente que hube de llevarme en la carrera el aire que atesoré para entrar en materia. La sorpresa copaba el rostro de los que huían buscando refugio: ¿de dónde nos viene aguacero semejante en una tarde tan soleada?

Amontonados bajo los portales de la casa de la cultura, entre una confusión de sillas apiladas y la lluvia más ensordecedora que recuerdo, terminó la presentación de mi libro, sin más frases solemnes ni gestos elocuentes que los necesarios para pasar con cierto decoro a los canapés. Pese a ello, o quizás por ello (por los canapés) muchos de los presentes me pidieron firmar sus ejemplares, mientras firmaba libros y vigilaba que no se terminaran los refrigerios, o al menos que me alcanzara una buena dotación, llegó el profesor Indalecio a felicitarme comentando con inusitada alegría, y repitiendo más veces de las que una broma sana permite, que a partir de este suceso todos los agricultores de mi pueblo me contratarían para llevar a buen término sus cosechas, porque tan pronto abrí la boca comenzó a llover. Estaba por aclararle que alcancé a decir unas cuantas frases pero lo intempestivo de la tormenta me obligó a darle cierta razón, aunque sin externarlo.

Sin embargo no perdió oportunidad de repetir su chistecito en cuanta reunión coincidíamos y supongo que también en las que no. Un día me fastidié y lo reté a repetir la presentación en el patio de su restaurante. Esta vez en lugar de Lupita participó él mismo como anfitrión, Federico repitió sus palabras con exactitud. Esta vez no se me escaparían las solemnidades ni las miradas elocuentes; me presenté, tomé aire y… el único gusto que me queda es que se mojaron todas las mesas de caoba del restaurante de Indalecio, ello mermó un poco, pero nada más un poco, la renovada alegría de sus burlas.

Mas me dispuse a sacar provecho o a sacarme el estigma de encima. Le llamé a don Herculano, le dije: "Deje de quejarse por la sequía, don Hércules" (así le digo yo); "Póngame una mesita en alto, júntese a veinte voluntarios que pongan cara de intelectuales y salvamos la cosecha". La mesa era de tarimas y las sillas unas pacas de rastrojo; en vez de veinte voluntarios llevó cuarenta de sus peones, todos intentando solidariamente parecer intelectuales, subí a dos que destacaban en el aire de conocedores y aguardé un momento. En los 360° de la bóveda celeste no había una sola nube. Como no había ya libro que presentar saqué algunos de mis cuentos: "Estoy esperando a que se muera el Chencho" -dije con acento de escritor profesional- "Arrimado con él a la única piedra de este mar de arena…" No llegué ni al planteamiento de la trama. El corredero de novísimos intelectuales seguidos de lejecitos -y más lentamente- por el autor terminó en un galope tendido de sujetos mojados, sólo superado en velocidad por mi fama de hacedor de tempestades intempestivas.

Como toda lluvia intensa es de baja extensión, las invitaciones a leer mis cuentos se multiplicaron de manera exponencial, ya no tenía ni que poner condiciones, todos sabían los requisitos y se esmeraban en que aquello pareciera un templo a la literatura, aunque fuera por unos instantes; también me acostumbré al público en impermeable. Lo que sí debí exigir fue una lonita de refugio con postes de madera, ya que al estar en descampado, varias veces creí que un rayo terminaría con mi carrera literaria.

El éxito continuaba:
"Domitila tomó las manos de Herculano…" y el aguacero.
"Recaredo permaneció absorto ante el cartel taurino…" la tempestad.
"Con la sabiduría que no tengo voy a sentarme a esperar la muerte…"  media tromba.
"Del agua al aire la vida se complica…" cien milímetros de precipitación.
"Mientras ladraba inquieto, el cojito…" un pequeño diluvio.

Pero creció tanto la demanda de mis lecturas que pretendí eludir las insistentes invitaciones del agro chamacuerense exigiendo un pago por mis visitas; resultó peor porque entonces no podía negarme, algunos ofrecían pagarme con maíz  o sorgo y alguno con ganado. En estos días sólo acepto efectivo, aunque les doy oportunidad de cubrir mis honorarios hasta después de la cosecha.
Debo reconocer que no siempre la lectura es instantáneamente efectiva, a veces llego hasta el nudo del argumento y entonces no falta algún intelectual agrario que me persiga en mi carrera con la amable exigencia de que le termine de leer el cuento. No es que sea supersticioso pero siempre espero a que escampe para concluir la historia.

Han pasado casi cinco años desde la primera tormenta que convoqué, hasta ahora nunca hemos perdido una siembra, aunque debo decir que se encuentra mi carrera literaria, literalmente, empantanada.
Últimamente me dilato un poco más en producir las tempestades, llego más lejos en el argumento de cada historia, es como si las nubes ya conocieran mi trabajo y se hicieran más del rogar, imagino que esto llegará a su fin alguna vez y entonces ocurrirán dos cosas: podré dar lectura a mis cuentos, con la intención primigenia que me llevó a escribirlos, y podré demostrarle a Indalecio cuán falsas son las bromas que desata regocijado sobre mi persona.




Aclaración: Aunque la ficción en este cuente es evidente, algún lector suspicaz podrá imaginar que algo tiene de verídico. Aclaro, entonces, que lo narrado en los primeros dos párrafos es totalmente cierto, así sucedió cuando presentamos el libro "Chamacuero, Septiembre de 1810" en una soleadísima tarde de abril. También es cierto que el profesor Indalecio me hizo la broma relativa a mi  capacidad de convocar las aguas, pero es falso que ello me molestara o que la haya repetido con insistencia. Los párrafos de cuentos que cito sí corresponden, cada uno, con algún cuento mío, no se los publico completos porque puede desatarse una tormenta y ahorita no le vendrían bien al agro chamacuerense.
Tiempos de Tempestades  (cuento)
 
La Sra. Guadalupe Nieto nos comparte este relato, emotivo y evocador, donde no sólo nos dibuja sus impresiones sobre un día muy especial, sino un esbozo del Chamacuero que muchos conocimos alguna vez. Le agradecemos su generosidad y aprovechamos para conminar a más lectores a compartirnos sus trabajos literarios o sus remembranzas.




DÍA de REYES


Ma. Guadalupe Nieto A. 1 de Febrero 2015




Hoy es 5 de enero, los niños de mi calle hablan de lo mismo: ¿qué les traerán los santos Reyes? Había respuestas muy variadas, recordemos que por esos tiempos no había por acá tiendas de juguetes y eran muy pocos los papás que podían hacer las compras en Celaya, ellos nos tenían por esos días con el miedo y la zozobra: ¡Si no te portas bien no te traerán nada los Reyes, te están viendo desde el cielo! A mi poco me importaba la amenaza y el regalo lo que más me gustaba de ese día era el relato que hacia mi Papá.


De la venida de los Reyes él me contaba que en la esquina de la calle los acompañaban unos heraldos vestidos como Aladino, que con grandes trompetas anunciaban su llegada, las hacían sonar con fuerza para probar que los niños estuviésemos dormidos, al comprobar que no se escuchaba nada los Reyes se acercaban con sus ayudantes que traían grandes talegas de piel llenas de juguetes y regalos…


Lo que más me emocionaba de sus relatos era como iban vestidos, con majestuosos trajes, grandes capas de brillantes colores así como sus cabalgaduras en un camello, un caballo y un gran elefante que sin embargo se movía con mucha agilidad, ellos (los Reyes) seguían esperando en la esquina mientras sus ayudantes pasaban a las casas a dejar los regalos.
Al terminar, caminaban a donde los esperan los Reyes para informarles que habían terminado su agradable trabajo, en este momento los heraldos hacían sonar otra vez sus trompetas anunciando así la retirada a otra calle, siguiendo el mismo procedimiento (no sin antes ver que los niños estuvieran bien dormidos).

Yo tenía un sueño, inquieto y feliz a la vez, parecía que el relato de cómo eran se hacía presente en mi mente creyendo que era una realidad que yo vivía dentro de ese sueño, por la mañana al despertar me esperaba una pelota de brillante color rosado así como un muñeco vestido como un bebé. El olor de la ropita nueva así como el vinil del muñeco dispersaban mis sueños vividos.
Rápido transcurría parte de la mañana, mi hermana me mostraba sus juguetes con ojos llenos de alegría, hablaba y hablaba, yo la veía sin analizar sus palabras, me preguntaba a qué hora llegaría Mariano, ¿no se les olvidaría mandarlo para llevarnos a la hacienda?
   

Mientras mi mamá nos apresuraba para estar arregladas a tiempo, nos peinaba el largo pelo y lo adornaba con listones del color del vestido: de pronto unos toquidos fuertes y un grito de: ¡Lupe, ya vine por las niñas¡ me anunciaba que Mariano vino por nosotras. Me siento tranquilizada pues iríamos a la hacienda, yo le abro la puerta, mi mamá lo invita a pasar, él pacientemente nos espera mientras mi mamá termina de arreglarnos. Al mismo tiempo nos recomienda portarnos bien en la mesa y no hacer demasiadas preguntas. Parece que conoce muy bien a mi hermana.


Ella se pone de acuerdo con Mariano para saber a qué hora nos regresa. Al salir de casa nos vamos por la calle de la iglesia, pasamos por la esquina donde venden la leche. Saludamos a doña Paula, Mariano le comenta que vamos a desayunar a la hacienda, que ya nos esperan, que a su regreso platicará con ella. Seguimos, al llegar a la cantina de Los Pinos dobla a la derecha, caminamos rumbo al rio. Ya en la orilla, antes de atravesarlo, Mariano toma a mi hermana bajo el brazo Izquierdo, a mí con la mano derecha me toma muy fuerte ya que vamos brincando las grandes piedras para evitar mojarnos al cruzar el rio.


Al llegar a la hacienda ya se encontraban ahí muchos niños que tenían una gran algarabía, todos abrazaban sus juguetes nuevos, nosotros atravesábamos el jardín sin dejar de ver la alegría de los presentes y pensando: ¿nos dejarían algo? Al entrar en la casa saludábamos primero a la Señora Josefina, su hija Josefinita y a Don Antonio, así como a sus nietas Lety, Gaby y la mamá de ellas, la Señora Lety. Después de los afectuosos saludos pasábamos todos al comedor donde ya estaba la mesa dispuesta para desayunar. Leche con chocolate y pan más un almuerzo. Yo comía casi a fuerza, sin apetito, en ratos recordaba la noche anterior, me preguntaba: ¿Será cierto que vinieron los Santos Reyes o sólo así me lo contó mi papá? No me doy cuenta a qué hora se termina el desayuno, hasta que la voz grave y fuerte de Don Antonio me pone en alerta, salimos del comedor y nos llevan a otra habitación, ahí nos hacen entrega de los magníficos juguetes o al menos así me parecían a mí, ya que no se podían comparar con los sencillos y modestos que nos dejaron en casa.

Sin ocultar mi alegría los observaba mientras daba unas sinceras gracias, el resto del día lo pasábamos en un juego o algo que incluyera los nuevos juguetes pero sin maltratarlos, al menos los míos. Las horas pasan pronto y se llega la hora en que Mariano nos llevará de regreso a casa. Buscamos a los Señores en tan inmensa casa para dar las gracias por su invitación y les hacemos saber que nos gustaron mucho los juguetes.

Ellos nos despiden cariñosamente, mandan saludos a mis padres y nos reiteran la invitación para próximas fechas. Al regreso siento frío, un aire helado está retozando a lo largo del rio. Mariano realiza la misma mecánica para pasarnos del otro lado, yo llevo fuertemente abrazada mi muñeca, los pasos fuertes y apresurados de Mariano nos hacen recorrer la distancia que nos separa en muy poco tiempo, al llegar le avisa a mi mamá que estamos de regreso en la hora convenida, que nos portamos bien y le hace entrega de los juguetes. Le recomienda que nos acueste temprano ya que fue un día de mucha actividad. Esta noche tendré un sueño normal, pero antes de dormir repasaré lo mágico de hoy y me acompañará mi muñeca sin nombre; nunca le puse, porque me parecía cursi ponérselo.







Día de Reyes  (relato)
 
LA DAMA DEL RÍO LAJA

Leyenda


El Río Laja ha corrido por el valle de Chamacuero desde mucho antes de que les llamaran así (al valle y al río) y mucho antes de que cualquier grupo humano se asentara en sus riberas.
Su cauce ha nutrido pozos y sembradíos desde siempre y cuando sus aguas eran cristalinas también proporcionaban un espacio para la procreación, perdón, para la  recreación; no sólo porque chicos y grandes chapotearan alegremente en cualquier remanso o pozo, sino porque muchas casas tenían, en sus fondos, huertas prósperas de aguacates, duraznos o limas, que colindaban con el cauce del río y tenían terrazas confortables, más amenas por la sombra que los árboles ribereños proporcionaban. Innumerables paseos, almuerzos o comidas se desarrollaron con la algarabía correspondiente a los días que se tornan festivos.


A finales del siglo XIX se supo que, en una de esas terrazas, un domingo soleado, luego de disfrutar de carnitas, barbacoa y postres abundantes, los adultos en amena sobremesa charlaban del clima o de las festividades del Corpus. Al mismo tiempo un par de niños se aventuraron a la ribera, el tronco añoso de un pirul se afianzaba sobre el río como un puente inconcluso. La tentación de adentrarse sobre las aguas era grande, aún para los adultos. Los niños parados en el extremo, mirando la corriente y dejando fluir en ella sus fantasías, no corrían mayor peligro. Pero la preocupación materna es amplia e inagotable, así que la joven madre de estos pequeños se aproximó al tronco para llamarlos:
-¿Qué hacen?
-¡Hay unos pescaditos¡ -exclamaron los niños emocionados, entornando sus miradas y señalando hacia la superficie del agua.
La mujer no sentía curiosidad por los pececillos, pero quiso hacer eco a la emoción de sus pequeños; subió al tronco venciendo la necesaria dificultad de sus  tacones sobre la corteza del pirul; se aproximó al extremo e intentó distinguir la silueta de los peces. No es de sorprenderse que la conjunción de su amplio vestido, sus suelas lisas, el cuidado de los niños y el intento de mirar los peces le hicieran perder el equilibrio; sí es de sorprender que al tratar de mantenerse  en pie hiciera un giro en la caída y que su cabeza impactara contra una piedra casi rasante, haciéndole perder el conocimiento.
El breve tiempo que los niños dilataron en comprender que su madre estaba en problemas y en captar la atención de los adultos fue suficiente para que la mujer se ahogara entre las aguas cristalinas del Río Laja.

Muchos años después -más de cincuenta- fue construido un puente enorme sobre el río,  su orgullosa estructura comunicaba la cabecera municipal con la población de Neutla.
Poco tiempo después,  en un agradable atardecer de principios de los años treinta mi tía Blanca y una amiga del pueblo miraban el fluir de las aguas sintiendo la brisa fresca desde la balaustrada del puente. Entonces observaron a una joven mujer que, ataviada con un amplio vestido, se desplazaba sobre la corriente en actitud muy relajada. Sorprendidas, siguieron a la mujer con la mirada hasta que pasó bajo el puente, al unísono se dirigieron a la otra balaustrada para verla salir del otro lado. Nunca apareció, cuando se repusieron de la sorpresa,  comentaron ente ellas la actitud tranquila de la muchacha, el hecho de que aparentaba flotar sobre las aguas, de que su vestido no parecía afectarse con el contacto del agua y, por supuesto, de que nunca asomó del otro lado.
Además de mi tía y su amiga, muchas otras personas dieron testimonio de esta presencia, aunque nunca fue vista por quien acudiera exprofeso a mirarla.

Unos años después las crecidas hicieron que el puente se viniera abajo. Permaneció caído, transformado en un vado estrecho sin balaustradas, tan cercano a las aguas que nadie podría pasar ni pasear airosamente  por debajo.  En los años setentas la presa Allende contuvo las grades crecidas del río, pero enturbió sus aguas de modo lamentable, posteriormente se construyó el  puente actual, a una decena de metros sobre el nivel de las aguas, pero hasta la fecha nadie ha visto algo sorprendente.  Quizá para que la dama del Río Laja fluya sobre sus aguas éstas deban volver a ser tan cristalinas que permitan observar los pececillos de colores.



La Dama del Río Laja (leyenda)
 


Aclaraciones

Como usted, amable lector, probablemente no lo sepa, le comento que el Dr. Carlos García Martínez fue, aparte de Médico Cirujano y un talentoso escultor que convertía fragmentos de chatarra y acero  en hermosos Cristos o imagenes religiosas, un portentoso promotor cultural, quien tuvo a su cargo unos años la Unidad Regional de Culturas Populares de Querétaro y durante muchos más desempeñó su labor en la ciudad de México.  A él debo el inmerecido honor de ver dos trabajos míos convertidos en libros de toda formalidad. En alguna ocasión, en el año 2001, me relató la anécdota que da cuerpo a este cuento, fruto de sus investigaciones sobre la presencia de nuestra tercera raíz (la raíz negra) en el estado de Querétaro, tema que le interesaba sobremanera.  Unos años después, basándome en dicha historia armé la presente narración,  misma que le envié para conocer su opinión, me aseguró que, aparte de reírse un rato, haría el propósito de sacar al buen Baudelio del purgatorio.  Cuando supe de su lamentable deceso en marzo de este año 2017, recordé este cuento y consideré pertinente compartirlo en este espacio electrónico.


LAS ALTAS ESFERAS DEL PARAÍSO 
                                                                                                A la memoria del Dr. Carlos García Martínez


Hace varias horas que el doctor Carlos García se ha embebido en la lectura de un antiguo documento, si pudiera verse a sí mismo, circundado de estantes donde asoman una sucesión de lomos pardos cargados de misterio y silencio, entendería que su larga barba y su mirada adusta sólo necesitan un hábito sobrio para trasladar la escena tres siglos atrás. Para que no lo sorprenda la madrugada leyendo, el encargado del archivo histórico se coloca junto a él y tose con fingida naturalidad para que el hombre despegue la vista y comprenda que debe retirarse. Le toma unos segundos regresar al presente, mira el libro y al encargado sucesivamente, hasta que acierta a preguntar:

    -¿A qué hora abren mañana?
    Queriendo ser amable, el encargado sonríe mientras le aclara que, como mañana es día festivo y pasado mañana hacen puente con el sábado y el domingo, será hasta el lunes cuando el archivo abra sus puertas al público.
    -¿Y… no me puede prestar este tomo?
    -Sería más fácil prestarle la imagen de Santa Rosa de Viterbo -dice el joven queriendo ser simpático.
    -La imagen de Santa Rosa de Viterbo, la imagen de Santa Rosa de Viterbo - se repite con molestia el doctor García, mientras recorre las calles del centro de Querétaro-. Y tenía que escoger a la viterbiana, no pudo decir el caballo del apóstol Santiago…

    Ya en su morada, mientras amasa harina y agua sobre una placa de mármol,  escucha a doña Bety, su mujer, preguntarle con afecto, mientras perfecciona un óleo  que entremezcla huapangueros y cartas de la lotería:
    -¿Por qué amasas con tanta enjundia?, ¿estás molesto?
    -Me quedé a la mitad de una lectura interesantísima -contesta el doctor suavizando el amasado del pan-. Estaba leyendo el proceso de un hombre negro que en 1718 fue acusado de  zoofilia. Baudelio Jiménez de San Miguel Allende, Negro acuarterado.
    -¿Y qué paso en su proceso? -Pregunta doña Bety mientras el doctor forma bollos y ella agrega "el corazón" y "el valiente" sobre su trabajo.
    -El hombre no niega el delito que le imputan, acepta, como lo afirman los testigos, haber cometido dicho acto con su mula. Pero alega en su defensa que, con motivo de la fiesta de San Miguel, estaba borracho y a causa de la embriaguez se le ocurrió ayuntarse con su animal.
    -¿Y por eso lo procesaron? Quiero decir, es repugnante y perverso, pero no para encarcelarlo.
El doctor guarda silencio un momento. Pensativo, introduce una hoja de bollos en el horno. Tratando de no sonar insensible le explica poco a poco a su mujer:
-No lo condenaron a reclusión, hasta donde llevo leído, se propone una sentencia a muerte con un agregado de humillaciones: El condenado debe llegar montado en el animal, ataviado de su respectivo sambenito, portando sendos letreros en pecho y espalda que detallen la naturaleza del delito cometido. Antes de llegar al patíbulo deberá dar un largísimo periplo,  con la intención de que sea visto por la mayor cantidad de personas para que sirva de escarmiento. Una vez llegado a la plaza, tanto el acusado como el animal serán muertos a golpes, incinerados y sus cenizas se esparcirán  al aire, para que no quede la menor huella de quienes cometieron una fechoría de tal calibre.
Horrorizada, doña Bety pregunta:
-¿Y cumplieron semejante sentencia?
-No sé, estaba leyendo la parte de la apelación y me cerraron el archivo, ahora podremos conocer el desenlace hasta el lunes.
Sobre el desánimo que la prorroga les produce, un olor sabrosón llega desde el horno y ambos se alistan a merendar unos apetitosos bollos, predisponiéndose a la inevitable espera.

  
En un lugar, ni agradable ni repulsivo, ni frío ni cálido, Baudelio "el negro" dialoga con su administrador:
   
    -Pero, cómo e'posible que yo siga aquí dehpueh de todo lo que sufrí en vida.
    -Mira, Baudelio, no estás aquí por el espurio delito que te achacaron. Estás aquí porque maldijiste a Dios y toda su corte celestial. Pero no te deprimas, ya deberías saber, que las penas del purgatorio no son eternas como las del infierno.
    -Bueno, sí maldije a Dios y creo que hasta a su Santa Madre, pero me ehtaban matando a palos.
    -Es que debiste pensar en el paraíso que te aguardaba. Y aún te aguarda.
    Baudelio sonríe un poco, entorna la mirada y pregunta:
-    Y… ¿allá en el paraíso andará mi inocente mulita "berrendita"?
-    ¡Baudelio¡ -reprime el administrador-.
-    Bueno, pero ¿cuánto falta pa'que yo salga de aquí?
    El administrador abre un enorme legajo y luego de varios minutos de escrutinio concluye:
    -Aquí estás: necesitas ocho oraciones por el eterno descanso de tu alma.
    -¡Ocho oraciones? 'Orita le digo cien.
    -No es tan fácil, tiene que decirlas alguien que pretenda ayudarte a llegar al paraíso. Cuando una buena persona reza por todas las almas del purgatorio, cada oración se les reparte entre todos y a ti te viene tocando un .000043 de oración, más o menos.


    Los días que faltan para que el archivo sea abierto les parecen increíblemente largos al Dr. García y a doña Bety. El lunes, desde las nueve en punto de la mañana,  están apostados en la puerta del edificio.
       Ya acomodados en la mesa de lectura, el doctor lee en voz muy baja el resto del documento y se enteran, conmovidos, que la terrible sentencia fue llevada a cabo, tal cual había sido dictada. Al terminar la lectura, ambos permanecen un rato en silencio. Abandonan el archivo sin mediar palabra, tomados de la mano, caminan por el centro de Querétaro y al pasar por el templo de Santa Rosa de Viterbo, un impulso mutuo, un tanto ajeno a su modo de ser, los hace entrar en el recinto, permanecen sentados hilando sus pensamientos, enhebrando algunas frases y catapultando, sin percatarse y sin proponérselo, a Baudelio "el negro" a las altas esferas del paraíso.
   



Las Altas esferas del Paraíso (cuento)
LUCIÉRNAGAS , EPÍLOGO involuntario pero gozoso

DAVID MANUEL CARRACEDO


Hace casi diez años, motivado por el encuentro con un antiguo condiscípulo, escribí una narración que titulé "Luciérnagas" y en la que tuve el atrevimiento de usar un poema de Gioconda Belli como epígrafe. Hace unos diez domingos tocaron a la puerta de mi domicilio, acudió a abrir mi esposa y me informó que alguien me buscaba.  Mientras acudía a la puerta traté de adivinar a qué concurso desierto me invitarían como jurado o si habría nuevas exigencias para saber, de una vez por todas, en cuál de los 366 días posibles se fundó Chamacuero.   En lugar de ello me encontré con un caballero de mi edad que me saludó sonriente mientras aguardaba a saber si lo reconocía.  Es incomodo corresponder a la sonrisa de alguien que no sabemos quién es.  Como era de esperarse me preguntó "¿No me reconoces?" y ante mi sincera y apenada negativa me dijo: Soy Jorge Lindero, me encontré en las "Luciérnagas". Entonces recordé al entrañable condiscípulo, el texto que escribí hace diez años y el hecho de que lo mencioné como "…un Jorge Lindero, al que no he vuelto a ver".  Pronto comprendí por qué habían pasado treinta y siete años para volver a verlo:

Terminó una carrera técnica y creyó, como creemos todos, que ello le abriría rápidamente las puertas a mejores expectativas salariales. Grande fue su desencanto cuando constató que ayudando a su papá en la Carnicería ganaba más que en las empresas que llegaron a contratarlo. Mientras Jorge Lindero hablaba los recuerdos emergían en sucesión. Así vi a cuatro o cinco de nosotros caminando por la calle de Arista y pasando frente a una carnicería mientras Jorge nos advertía, metros antes, que ahí estaba su papá en el negocio. Por más que pretendimos ser discretos todos volteamos a ver cómo era su Padre y éste nos miró con fingido recelo, como pensando en voz alta, "Qué clase de escuincles se juntan con mi muchacho".

Un amigo me convenció de ir al norte, continuó platicándome, dijimos que al juntar dos mil dólares nos regresaríamos.  Ya tengo treinta años allá, en Arlington, dijo con una mezcla de orgullo y evidente ironía. Entonces le platiqué que otro de los aludidos, José Alfredo Soria, estaba en Kansas, pero a él si lo había podido saludar, al menos una docena de veces. De hecho cuando los recuerdos infantiles salen de sus estantes, siempre José Alfredo termina investido como un niño de un altísimo sentido de la amistad, amistad a la que mi torpeza infantil, tal vez no supo corresponder apropiadamente.   Pero esa fue una digresión con mi interlocutor, sin embargo mientras lo escuchaba relatarme sus andanzas rememoré que una vez me contó que cuando nació el último de sus hermanos su madre estuvo ausente, de manera atípica, durante tres días y él sentía un ansia grande por volver a verla.  Su amor filial no me sorprendió, me avergonzó percatarme de que con mucha mayor frecuencia mi madre estaba ausente de casa y yo no sentía esa ansiedad por volver a verla. Luego comprendí que a lo largo de los años me había habituado un poco más a no tenerla siempre cerca. Como si hubiera percibido mis remembranzas me dijo:  Cada año vengo a ver a mi mamá, siempre me pregunta y nos reímos:  "¿Qué todavía no juntas los dos mil dólares". Para mí quedó demostrado, que ni la enorme distancia, ni el tiempo transcurrido, ni lo que influye vivir en otro país, ha menguado el amor de Jorge Lindero hacia su madre.  ¿Cómo diste con la página?, le pregunté,  Picándole a la computadora, me contestó con naturalidad.  Entonces me dijo, y al decirlo me hizo sentir maravillosamente: Yo recomiendo mucho tu página, les digo: "Si quieres conocer información importante y seria entra en este sitio". 

Parece ser que los dos mil dólares ya están cerca de completarse pues me comentó que en siete años, pase lo que pase y aunque su esposa no quiera acompañarlo, él se regresa a su terruño. Entonces regresé a la primaria para escucharlo narrándome su visita al estadio Azteca, en un juego del Cruz Azul, yo le platiqué de mi asistencia al estadio de CU, en un partido del Cruz Azul contra los Pumas, donde no hubo goles porque López Malo salvó en la raya un disparo de Hugo Sánchez (los que saben de futbol ya calibraron que este partido sucedió hace muchísimos años). Le pregunté si le preocupaba la actual política en los Estados Unidos y su despreciable presidente. Me explicó, sin inmutarse, que siempre ha habido esas ideas xenófobas, siempre se ha hablado de expulsar a los latinos, Es impensable, casi tres cuartas partes de los habitantes,  en muchísimas ciudades,  son latinos, Me aclaró.

Entonces regresé a la cancha de la escuela Tresguerras, con sus porterías de madera, los monumentos funerarios de la periferia y los recreos donde jugábamos en el mismo equipo o de rivales, según el capricho de los que escogían jugadores para el ritual diario de la cascarita.  Antes de despedirse, porque su vuelo salía de León a las 10:00 am, me dijo extrañado: "Yo pensé que tú ibas a llegar más lejos".  Como nadie es responsable por lo que los demás esperen de uno, no me preocupé de comprender su dicho.  Luego de unas horas los recuerdos habían regresado a sus estantes. Entonces me congratulé de que, sentado en mi escritorio, tecleando, sin buscarlo y sin proponérmelo, encontré a "un Jorge Lindero al que no he vuelto a ver" y lo traje a mi puerta para darle un nuevo sentido a las Luciérnagas, percatándome, al menos,  de cuán lejos llegan mis palabras.



La señora Lupita Nieto, frecuente participante en este espacio electrónico, nos comparte un relato, una remembranza que nos dibuja aquél Comonfort apacible, tranquilo y, por supuesto, pletórico de personajes que se quedan en nuestra memoria para siempre.  Agradeciéndole la generosidad de compartirnos su trabajo, lo ilustramos con una fotografía de don Alfredito Sánchez en la Plaza 5 de Febrero, aunque la imagen es unos años aanterior a la época que Lupita nos ilustra en su relato.
A LAS TRES DE LA TARDE
Guadalupe Nieto Araiza
Tomado de Poetas en Chamacuero,  Antología 2017
Más puntual que el reloj de la Parroquia, Don Alfredito pasaba por mi cas rumbo a la Iglesia. En punto de las tres de la tarde.
Era el boticario y por eso (según decían) lo respetaban, pero a mí me llamaba la atención su aspecto físico y ese afán de ayudar a los demás.
Yo lo recuerdo como a esos muñequitos de porcelana que adornan los consultorios médicos: de piel blanca, de voz suave y amable, siempre vestido de color caqui, con la camisa de rayas o a cuadros en colores claros; algunas veces traía tirantes con lo que se sujetaba los pantalones y un sombrerito blanco de ala corta con el cual saludaba a la gente, levantándolo un poco: era todo un caballero.
Por eso, mi hermana y yo, en cuanto escuchábamos las campanas largas de las tres, dejábamos pendiente lo que hacíamos para salir a la calle y toparnos  (así nomás de repente según fingíamos) con do Alfredito. Él nos hacía la caravana…
-¡Cómo están mis medarditas! -nos decía y enseguida hurgaba las bolsas de su pantalón y sacaba unas monedas- miren, una para cada quien.
Le agradecíamos y aquel muñequito, con pasos vacilantes seguía su camino hacia la iglesia. Nos gustaba su suavidad al caminar, siempre saludando a su paso. Yo era una niña y su saludo me encantaba, luego su pregunta de cómo estábamos (incluyendo la moneda), y la caricia de su mano sobre mi cabeza, aliviaban mi necesidad de cariño.
Con la moneda aparecían en mi mano la paletas de hielo raspado que nos hacían muy felices, casualmente también pasaba el carrito del paletero por ahí, siempre a la misma hora.
Mientras saboreábamos los dulces (y como si fuera devoción aparecía el personaje grotesco de la calle; a la distancia distinguíamos su lengua de rosca suelta, que contrastaba con la bondad de don Alfredito; era "María La Tora"
Era inconfundible por su silueta ladeada hacia el Poniente (decían que a La Tora le pasó lo que al Caballo Blanco: rengueaba de la pata izquierda). Enmarañado, su pelo negro se veía tieso como de crines de toro bravo (por eso le pusieron María La Tora). Era de sonrisa indescriptible y mirada torva, ahí asomaban sus dientes chuecos y amarillentos. Siempre vestía de negro con un rebozo garriento terciado al hombro, a veces daba más miedo, cuando se cubría la mitad de la cabeza y hablaba cosas que de niña no entendía.
Yo le tenía miedo, porque al llegar tocaba y tocaba la puerta de la casa de enfrente, lo hacía con todas sus fuerzas (si no le abrían gritaba sandeces). Por eso al instante salía doña Inesita, la vecina. Entonces La Tora le susurraba unas palabras al oído, Inesita asentía con la cabeza, después se metía y no tardaba en salir trayéndole de comer.
Entre bocado y bocado platicaban: María, con la boca llena, le hablaba en susurros, sin dejar de voltear a un lado y otro de la calle. Inesita seguía haciéndole preguntas que ella contestaba sin dejar de mirar hacia los lados, como si estuviera cuidando que no la vieran. La Tora terminaba de comer y se iba rengueando, rengueando hasta perderse por la calle como una escoba vieja tropezando con su sombra.
Al poco rato don Alfredito venía de regreso, desbordando las calles con su generosidad y palabras educadas, acariciando la tarde; lo esperábamos, ya no había monedas, lo veíamos pasar y nos íbamos a jugar con las amigas que a esa hora llegaban a la casa.
Así, la infancia se iba tras el velo de las tres de la tarde de todos los días, como una hoja seca tomada por el viento. Así, poco a poco, hasta crecer y llegar a ser adulto y ya no tenerle miedo a La Tora, ni acordarse de quiénes eran las amigas, ni extrañar las monedas y la voz de don Alfredito.


A las Tres de la Tarde (cuento)
 
Hace como siete años llegó a mis manos el libro MIS MEMORIAS, editado por la corresponsalía Comonfort del Seminarios de Cultura Mexicana; haciendo muy buena referencia al título muchos de los textos incluidos plasmaban las remembranzas de los autores, varios de ellos nacidos en este municipio y, por consiguiente, con recuerdos tan chamacuerenses como los que conservamos la mayoría de nosotros. Es decir, que los detalles que los autores expresan en sus memorias van encontrando consonancia con los de los lectores, en la medida que comparten lugares y momentos comunes. Uno de los relatos que me pareció que más reflejaba el Chamacuero de los años setenta es el que transcribo a continuación. No sé decir por qué lo incluyo en este espacio hasta hoy en día, también debo aclarar que no he solicitado el permiso correspondiente a la autora, pero en cuanto coincida con ella en algún lugar lo haré, aunque será a destiempo. Más importante es comentar que no sólo lo plasmado me llevó regocijado a mis años de infancia, sino que la belleza del relato y la calidad de la prosa son, también, para regocijarse.
MI CALLE Y LA GALLINA DE ALLÁ ABAJO

Mónica Vallejo Gómez

(Tomado del libro Mis Memorias)
A mí Abuelita, que siempre esperó lo mejor de mí y con empeño
me hizo ser mejor de lo que pude haber sido.

¿Vamos a ir allá abajo, Abuelita? ¿Y por qué tenemos que ir hasta allá a traer una gallina para comer caldo? Tengo 7 años y un tremendo pavor a los perros, así, la gloria de un recorrido por aquella calle larga, muy larga calle de Arista, se ve corrompido por el retorcijón de tripas que me causa la desabrida angustia del viaje.

(¡Mi calle!, palabra con gusto a tierra, risas, raspones, cuerdas y trompos. En ese entonces era mía, pues ¿Quién de pequeño no se adueñó de la calle, de sus piedras y hasta del sol y las nubes?).

Por el camino es seguro que vamos a encontrarnos muchos perros bravos, ¡para mí no hay de otros!, es algo así como una premisa: si es perro es bravo, como es bravo me va a morder, si me muerde voy a llorar ¡no me gusta llorar!, y así debo hacerme la valiente y caminar con mi Abuelita por aquella mi calle larga, muy larga.

(Mi calle estaba empedrada y, como aretes, le colgaban huertas y solares en ambos lados. En algunos tramos se vestía de soledad, en otros había gente que le decía a mi Abuelita: "Adiós Todo" o "Adiós doña Todo" y señores de sombrero que la saludaban levantándolo un poco de su cabeza o que, de plano, se lo quitaban cuando uno iba pasando).

Entonces me permito sentir y expresar mi alegría: ¡Vamos a ir allá abajo!, me hecho el miedo en la bolsita de mi vestido rosa y ahí voy con mi Santa Abuelita, que de seguro me mira el miedo o me lo huele, porque nomás llegamos al "Callejón de los pollos" me da la mano y su rebozo.

(Mi calle estaba chimuela, tenía callejones anchos y angostos, derechitos y retorcidos, y a ninguno le faltaban perros bravos).

Estoy segura: lo tiene planeado por si algún perro nos sale de entre las cercas de piedra y me suelta, me deja así su rebozo para aferrarme. De lo contrario sabe que soy capaz de correr y en menos de lo que ella dice: Amén, yo ya estaría en la punta del cerro de Los Remedios y trepada en la "crucita". (Pero mira que no es tan lista mi Abuelita, ¡como si para llegar a la punta del cerro no hubiera perros!).

(A las cercas de mi calle les nacían flores de colores: maravillas, campanitas azules, blancas, rosas y jaspeadas; todas engalanaron mi inocencia de aquellos años).


Primero pasamos por encase los Lindero y "ahí está Coco jugando a las ollitas", adelantito vive Cristi "no la veo, de seguro está adentro ayudando a hacer la fruta de horno", mis favoritos son los gaznates con pasta blanca.

(En las tardes del sábado por mi calle corría el olor de la fruta de horno, se encantaba, se llenaba de roña y brincaba la cuerda con nosotros).

Ya vamos como a la mitad del trayecto y, aunque casi no hace sol, me pongo atrás de mi Abuelita para cubrirme con su sombra; en voz quedita pienso: "Vamos a pasar por donde vive Titino", él siempre me saluda, a veces me parece que es un señor, pero a veces que es como un niño.

(Por mi calle había muchos personajes que en ese entonces me desconcertaban, como Juan el del Santo Entierro que  saludaba a Quique con un marcial "Mi Teniente" y era correspondido con un más sonoro "Capitán" y se sentaban a esperar que doña Amparo, la mamá de Juan, les llevara sendos pocillos con canela, que tomaban a sorbos imaginando batallas, mientras la señora refunfuñaba divertida y barría la calle).

Me gustaría tener una huerta como las que vamos viendo, llena de árboles de aguacate, limas, limones, duraznos y granadas; en mi casa sólo tenemos un míspero y una naranja agria, que mi mamá visita cada vez que hace pasteles.

(De mi calle nadie hacía los pasteles tan sabrosos como mi mamá, eran de nata y los cubría con glaseado de limón).

Cuando me canso tantito mi Abuelita me empieza a contar historias, unas de cuando ella era niña y les mordía las orejas a la chivas que tenía que ordeñar, otras de cosas feas que les pasaron (y les pasan) a niños y niñas que se portan mal o quieren mucho a sus muñecas.

(El Charro Negro también era de mi calle, decían que era "el diablo" y salía, del callejón que está junto a la que fue mi casa, a "perder gentes").

Me gusta encontrar gente en el camino, casi siempre ellos vienen y nosotros vamos, aunque mi Abuelita jamás se para a platicar con nadie, ya le pueden ir preguntando: ¿Qué anda haciendo? o ¿A dónde lleva a la niña? y nomás responde con una sonrisita o con un simple movimiento de cabeza, pero poco o nada habla con las personas que nos encontramos en el camino. "La calle no es para platicar" me dice, así que rápidamente le pregunto: ¿Entonces para qué es?, ¿dónde sí podemos platicar? Y comienza otra historia u otro cuento. Mi Abuelita para contar historias es como mi calle: larga, larga.

(En aquel entonces sí se platicaba en mi calle, pero no de pie, era menester esperar a que cayera el sol para que de muchas casas salieran las sillas y petates con sus correspondientes dueños y ahí sí de daban gusto, mi Abuelita con el "ya mero llueve" y mi Abuelito Papá Chucho con el "¿Ora ónde va a peliar sus gallos don Jesús?).


¿Al principio les conté que los perros me dan miedo? Bueno, pues déjenme decirle que también las gallinas me dan, pero no mucho porque en caldo ese día son muy buenas y doraditas al otro, cuando ya se coció bien, son mejores.

(Ni en mi calle ni en ninguna otra había pollos de los de ahora, blancos y tiernos, Papá Chucho sólo tenía gallinas finas que lo proveían de gallos de pelea y eran tan viejas que, sólo después de tres días de cocimiento, era posible hincarle el diente a la carne).

Así que llegamos a casa de doña Eduviges y a corretear la gallina que mi Abuelita escogió, ahi andamos las tres con las manos extendidas, claro que yo nomás le hago al cuento, se las atajo, les hago una finta o dos y dejos que la atrapen ellas.

(El callejón a donde íbamos por las gallinas ha desaparecido, he recorrido muchas veces mi calle y nunca he podido ubicarlo).

El regreso es memorable, mi Abuelita lleva la gallina bien agarradita entre su rebozo, me deja una punta para aferrarme en caso de peligro pero, curiosamente, si de venida hay perros, muchos perros, y yo los veo y los presiento al otro lado de todas las cercas, de regreso desaparecen, ni uno solo nos sale, así que puedo ir haciendo preguntas o inventando historias, porque mi Abuelita es fabulosa y ahora me deja contarle cuentos de las cosas feas que les pasan a las abuelitas que se portan mal y no quieren mucho a sus nietas.

(A veces pienso que por mi calle todavía se escucha la voz de mi Abuelita, pero más bien sucede que su aliento, y lo mejor de ella, me impregnaron el alma).

Para cuando vamos llegando, por donde está la casa de Pueblito, yo ya me cansé mucho, mi Abuelita viene acalorada y a las dos ya se nos agotaron las historias, sólo nos queda nuestra calle larga-larga y ahí en la esquina, del otro lado, donde por la tarde pega el sol, ¡nuestra casa! con su amarillo descolorido y su guardapolvo de cemento verde-verde; con su puerta de mezquite entreabierta, como siempre.

(Este fue un pueblito madrugador, de puertas siempre abiertas hasta que la noche las cerraba y a nosotros nos empujaba para adentro junto con sillas, petates y cuentos).

Y es entonces donde nuevamente le pregunto a mi Abuelita: ¿Y por qué tenemos que ir hasta "allá abajo" a traer una gallina para comer caldo?


Nota: "Allá abajo" es el término que se utilizaba para referirse, indistintamente, de la Calle Nueva, hasta San Agustín, barrio antiquísimo en el que se fundó este pueblo de Comonfort.


Mi Calle y la Gallina de Allá Abajo (cuento)
 
Hace unos días me enteré del suceso con que concluye la siguiente narración, al analizar todas las remembranzas que se desencadenaron imaginé que tendrán consonancia con los recuerdos infantiles de muchos coterráneos, por tal motivo me atreví a compartilas en este espacio. La mayoría de las imágenes con que ilustramos esta narración me fueron proporcionadas por el Lic. Jacob Vales, provenientes de su archivo familiar y son complemento de una serie publicada en la sección "Fotografías Antiguas" de esta página. Un par más provienen de nuestro archivo familiar.  No era mi intención, pero si esta narración también funciona como un modestísimo reconocimiento al profesionalismo y la dedicación de los maestros (y maestras, por supuesto) que conocí en la primaria, me regocijará que así sea.
LA ANTIGUA ESCUELA TRESGUERRAS

David Manuel Carracedo


El edificio que actualmente ocupa la Casa de la Cultura ha tenido vocación múltiple. Alguna vez fue hospital, tal como lo atestigua la placa de mármol colocada en el vestíbulo, también fue escuela, sus salones hospedaron alumnos de todos los grados, desde educación primaria, telesecundaria, preparatoria o talleres diversos como sucede actualmente. Quizás nadie pueda recordar su vocación primigenia de casa habitación, pero somos miles los que no sólo sabemos que ha sido escuela sino que pasamos varios años de nuestra infancia o adolescencia guarnecidos por sus muros centenarios. Por si usted no lo conoce le digo que el edificio tiene fachada hacia tres calles y que todos sus espacios se resuelven mediante un patio central porticado con columnas de cantera.

A principios de los años setenta la escuela primaria Francisco Eduardo Tresguerras se alojaba en este lugar, en sus doce espacios se acomodaban diez grupos, una dirección y un espacio de servicio. Los alumnos de primer año eran enviados al rastro municipal. Bueno, aclaro: no es que tuvieran clases entre porcinos y vacunos siendo destazados; a un par de cuadras, sobre la misma calle, existe un edificio con dos aulas, ahí tenía su cede el primer grado de esta escuela. Por ser contiguo al rastro municipal, se hacía referencia a este edificio como el rastro, era más práctico que decir: el edificio vecino al rastro municipal. Si hubieran existido doce espacios apropiados para aulas en el Edificio de patio porticado, ahí habrían estado los doce grupos.

Aun así en alguna ocasión, por motivos que todos ignoramos, llegó el Inspector de Zona a esta escuela y, con un envidiable sentido de altruismo y respeto por la infancia, decidió que el aula mejor iluminada sería su oficina, no obstante que ello implicara amontonar un grupo de treinta estudiantes en el espacio de Servicio que, dicho sea de paso no tenía siquiera ventanas, y dicho con más premura, ese lugar tenía un aire tan siniestro que muchos aseguraban que ahí  "espantaban", lo cual hoy en día que el edificio fue remozado y este espacio está muy iluminado ha sido totalmente… comprobado. Bueno, ahora hay más historias de asuntos extraños, pero ese es otro tema. Volviendo a los alumnos desplazados, no sirvió de mucho la indignación de los padres de familia, sin embargo el disgusto no fue prolongado, aquel inspector falleció a los pocos meses de su particular desalojo.

Como decía más arriba, creo que somos miles de chamacuerenses los que recibimos clases en este edificio, los más estuvieron cinco años y prosiguieron sus estudios, pero todos aseguramos que, luego de graduarnos, algo misterioso le sucedió al patio, porque redujo su tamaño de manera increíble y, cuando  tenemos oportunidad de regresar a esta construcción, miramos las columnas y los pasillos y no sabemos explicarnos como es que en tan paraca superficie medio millar de niños nos formáramos para hacer honores a la bandera, festivales con bailables, ceremonias de graduación, juntas de padres de familia y, por supuesto, corriéramos y jugáramos a la hora del recreo.

Dejando a un lado el misterio del patio empequeñecido, ahí, cuando el patio era más grande, cursé la instrucción primaria.  Siempre que repaso esos años acabo concluyendo, lógicamente, que todo era diferente a los tiempos actuales, lo curioso es que uno no suele percatarse de cuán diferente era todo y mire usted, amable lector, que no han pasado ni cincuenta años de aquellos entonces. Claro que también mi percepción de los acontecimientos  debe haber cambiado y buena parte de lo que creo diferente lo provoca el cambio de mi punto de vista infantil contra el actual.

Quizá por esos propios puntos de vista infantiles, tengo la percepción de un grupo de maestros que, pese a su estricta disciplina estaban plenamente comprometidos con la formación de sus alumnos. Por alguna razón de índole pedagógico, que luego fue derogada, en aquellos años los alumnos cursaban el primer año con un profesor, después un profesor diferente impartía los cuatro siguientes años, el ciclo se cerraba, en el sexto año con un tercer profesor. Es decir que si le correspondía en suerte, como a mí, tener un buen profesor en segundo año, guardaría un buen recuerdo de su instrucción primaria. No sé si fuera por ese sistema, pero tengo la idea de que los maestros de aquel momento tenían como una intención permanecer durante todo su servicio activo en esa escuela, pocos eran de paso efímero.


Pese a la enormidad del patio, las clases de educación física eran en las calles laterales,  dado que en esos años, por esas vialidades circulaban en promedio unos ocho o diez vehículos, no por minuto ni por hora, por día. Cuando se acercaba un vehículo teníamos muchísimo tiempo para hacernos a un lado, se le escuchaba acercarse desde mucho antes. Gracias a esta medida aprendimos a correr en empedrado y saltar obstáculos de raíces u otras especies. Pero no se crea que la mayoría de las calles eran empedradas, la mayoría eran de tierra. Ya lo dije, eran otros tiempos.

La hora del recreo estaba sazonada por La Vendimia, que era practicada por los propios alumnos.  Bueno, no hay que imaginarse que a la hora del recreo se cosechaban racimos de uvas. Con cierta lógica alguien consideró que al hecho de comprar y vender alimentos  se le podía llamar vendimia. Al margen de disertaciones etimológicas, que en aquel entonces a nadie le importaban, la Escuela había convenido, con algunas vecinas, un sistema en el que los alumnos personalmente atendían la venta de los alimentos que ellas elaboraban exprofeso. Estoy seguro que esto no era negocio para nadie, pero con ese sistema se garantizaba que lo que se expendía en la propia escuela tuviera el correspondiente grado de elaboración higiénica y, sobre todo, se iniciaba a los niños en la actividad comercial con el sentido de responsabilidad inherente.

El caso es que si al grupo de uno le tocaba La Vendimia cada quien sacaba sus canastos y cosechaba sus uvas, no perdón, sigo con mis dramas etimológicos. Si nos tocaba la vendimia acudíamos, una media hora antes del recreo, a las casas vecinas donde nos entregaban enchiladas, gorditas, pastel, helados, etc. Los helados eran un invento muy de la época pues en una bolsa de plástico, cuadrada y sellada con una liga,  se acomodaba un hielo muy sabroso que acababa adquiriendo una forma trapezoidal; eran helados de leche y nadie pensaba en desatar la liga y extraer el helado, lo más normal era mordisquear una de las esquinas y disfrutar cómo fluían aquellos sabores  al derretirse el hielo con el calor de nuestra manos. A otros niños, incluso de otro grupo, les correspondía la venta de dulces y de galletas saladas con salsa picante.  Cada quien llegaba a la escuela con una mercancía y era el responsable de venderla, entregar cuentas y devolver lo que, inusualmente, no se hubiera vendido. Este sistema permitía tener una veintena de vendedores al unísono, muy apropiado para medio millar de clientes potenciales. Cuando sonaba la campana ya los niños de la Vendimia habían sacado mesabancos de sus salones y se habían acomodado en un pasillo para la venta, en esas ocasiones uno no correteaba por el patio, pero jugaba a la tiendita que solía ser más divertido.   Terminado el recreo rendíamos cuentas con la maestra y regresábamos a entregar los canastos, cubetas y trastes en que habíamos llevado las viandas. Las señoras que fabricaban estos alimentos recibían sus trastes y nos regalaban algo de los propios productos para nosotros, era nuestra recompensa por haber vendido en La Vendimia.

Los honores a la bandera eran el lunes a primera hora, como corresponde, cada cierto tiempo le correspondía a un grupo la coordinación del evento y, en ese tenor, conducir el acto cívico, leer las efemérides, dirigir el juramento y, si venía a cuento con la fecha, algún poema patrio, en solitario o entre varios alumnos. Algunos maestros audaces llegaban a preparar poesías corales, desde entonces guardo la sensación de que la poesía coral se desarrolló con el objetivo específico de que nadie entendiera una palabra de lo dicho por los declamadores.  Por otra parte, no recuerdo a ningún valiente alumno dirigiendo el himno nacional.

En ese patio se celebraban los festivales del día de la madre, ese día se acomodaban las madres de familia, los alumnos, los hermanitos y los visitantes, aun así necesariamente quedaba espacio para los bailables; la gran mayoría bailes tradicionales mexicanos: hermosas polkas, sones jarochos o, en ciertas ocasiones, y con una sola pareja, el jarabe tapatío. También había declamaciones y, eventualmente, alguna canción interpretada a coro.  Me sigue sorprendiendo que en el patio, el grande o el pequeño, cupiera todo aquello con increíble armonía. En esos festivales los bailables no representaban ninguna sorpresa para los alumnos, ya que desde semanas antes habían visto a los compañeros ensayar diariamente.  Creo que a mí me tocó participar en todos los bailables y declamaciones  que a mi grupo le correspondieron. Recuerdo que en tercer año debíamos presentar un bailable sobre el son tradicional michoacano "El toro de once", en tal virtud la maestra nos indicó, a los varones participantes, que el atuendo consistía en camisa y Calzón de Manta, el cual, como sabemos no es propiamente un pantalón, pero está diseñado y acomodado ingeniosamente para parecerlo, si acaso un poco más corto. Nuestro compañero Luis Manuel aseguraba que el calzón de manta era un pantaloncillo, un "short", pero de manta. Por más que discutimos no logramos convencerlo, él inclusive señalaba el arranque de los muslos como el punto donde terminaba su concepto de calzón de manta. Llegado el día del festival se presentó con un pantalón de manta tan largo como el de los demás participantes, por ese motivo no pudimos reírnos de él, como habíamos anticipado, por verlo luciendo pierna ante cientos de personas, al son de los compases del Toro de Once.

En otro festival, mismo en que nos tocó presentar "Jesusita en Chihuahua", otro compañero, que tradicionalmente participaba, no había sido programado. Si bien participar en el bailable era un cierto desenfado de las aulas, nadie se esmeraba en ser seleccionado para el baile. Para sorpresa de todos, el día del festival este compañero llegó con su pantalón de mezclilla, su sombrero y su camisa a cuadros y, de manera inimaginable, se formó justo a la hora de salir y bailó, a ratos provocó que alguno de nosotros se quedara sin pareja, pero él se aventó Jesusita en Chihuahua sin ensayo previo y sin que los demás acabáramos de entender como integrarlo a nuestras coreografías. Mucho menos el porqué de su comportamiento.

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Un festival muy singular era el del día del niño, no sólo recibíamos una buena dotación de dulces y algún vaso de refresco, los maestros organizaban un festival en el que ahora ellos hacían los números y estos podían ser bailables, pequeñas puestas en escena o canciones. Hoy en día valoro muchísimo más la gentileza de que ellos, los maestros, actuaran para sus alumnos.   Este festival tenía un no planeado regalo adicional, al día siguiente, el primero de mayo, era de asueto. 

Quince días después los papeles se invertían y con un entusiasmo similar, muchos alumnos se organizaban para presentarles a los maestros algún número, bailable, declamación, canción y aunque el festival era organizado por los alumnos, discretamente era supervisado por los maestros. Creo que ellos también valoraban esas voluntarias muestras de aprecio. Incluso los alumnos que tenían la posibilidad llegaban a darles algún modesto obsequio. Aunque a veces un montoncito de modestos obsequios ya era de mayor valoración.

Los festivales de fin de cursos tenían un tono nostálgico, luego de todos los bailes, discursos y declamaciones que se hubieran programado, llegaba el momento de entregar su diploma a los jóvenes que recién terminaban seis años de instrucción primaria, algunos más años, pero eran casos raros. Si se mira bien estos jóvenes habían pasado la mitad de sus vidas entre estos muros. En el momento de nombrarlos uno por uno, para que pasaran a recibir sus diplomas, muchos de estos recién graduados, hombres o mujeres,  no podían contener su emoción y terminaban llorando discreta o escandalosamente. El ambiente emotivo lo acrecentaba la música de fondo: las golondrinas repetidas varias veces, también los conceptos que el profesor de sexto año desplegaba al micrófono contribuían a que las emociones fluyeran inconteniblemente. Había maestras que, sobre todo si eran de sexto año, derramaban sinceras y solidarias lágrimas con sus emocionados alumnos.  Había un alumno, de la generación anterior a la nuestra, que se burlaba de todos, por lo que decían, por cómo vestían, por sus rasgos físicos y, como es de suponer, nos caía mal a todos; el día de su graduación terminó abrazado a su padre llorando a lágrima viva, sin poderse consolar. Pero nadie nos burlamos de él.

Hacia mediados de diciembre tenía lugar nuestra Posada, es un modo de llamarla, no había Peregrinos, velitas, luces de bengala ni letanía.  Pero sí había piñata y envoltorios de dulces y frutas a los que les llamábamos Aguinaldos. Era un día que esperábamos con ilusión, para mayor felicidad al día siguiente comenzaban las vacaciones de diciembre, retornaríamos a la aulas hasta el lejano enero. Por turnos los grupos salíamos a romper una o dos piñatas, regresábamos al salón y recibíamos nuestros Aguinaldos. Eso era todo pero nos emocionaba, quizás la combinación del asueto y las golosinas eran suficientes para los niños de hace cincuenta años, quizás para más de alguno de nosotros una bolsa con dulces y otra con fruta no era un manjar de todos los días. Mi Madre fue la presidente del comité de padres de Familia los nueve años que tuvo hijos en esa escuela, en tal virtud le tocaba coordinar con los maestros la distribución de aguinaldos, frutas, dulces y piñatas, además, fiel a la dedicación con que asumió ese cargo, supervisaba que nada faltara o nada se complicara.

En una de esas posadas la maestra nos pidió, a mi compañero Luis Manuel y a mí, que fuéramos a su casa por una cuerda. Su casa quedaba, como casi todo en el Chamacuero de entonces, a una cuadra o dos.  De regreso reparamos en que, frente a la escuela, sentado en una puerta, estaba  un niño de cuarto año, sollozando discretamente. Vamos a decir que se llamaba Eulogio, nos acercamos a preguntarle que le pasaba y, entre lágrimas, nos contó que el maestro lo había echado del salón y mandado a su casa. Si no se había ido a su casa fue porque no acababa de comprender que se iba a privar de la Posada. Le preguntamos qué había hecho y sólo supo decir que se había asomado con insistencia a mirar las piñatas.  Quizás Luis Manuel y yo pudimos habernos lamentado de la mala suerte de Eulogio y congratularnos de no estar en su situación, pero yo fui un poco más allá y pedí una audiencia urgente con la Presidente del comité de padres de familia; bueno, dicho en otros términos fui a decirle a mi Mamá que afuera estaba un niño llorando, agobiado por lo que a todos quienes conocimos esa historia, chicos y grandes, nos parecía una injusticia.  No sé exactamente que hablaron, mi Madre y otros profesores, con el maestro de Eulogio. El maestro de Eulogio siguió en su postura y algo argumentó para justificarla. Cabe destacar que era uno de esos maestros efímeros que, dicho sea de paso, prosiguió su labor en secundaria y preparatoria, dejando bastantes anécdotas deplorables por donde pasó.  Viendo la cerrazón del maestro, un profesor de sexto año llevó a Eulogio a su grupo y lo integró con sus alumnos ese día. Así Eulogio rompió la piñata con sus nuevos y solidarios amigos y recibió sus Aguinaldos, nunca mejor dicho, como Dios manda.  Nunca, durante estos años hablé con Eulogio sobre esta anécdota, hace unas semanas me enteré de que había fallecido a causa de un problema cardiaco. Espero que en sus años de vida no haya vuelto a ser víctima de una injusticia semejante. Lamento mucho su fallecimiento, pero imagino los remordimientos  que en este momento sentiría si, hace cuarenta y cinco años, no hubiera hecho lo que creí, y sigo creyendo, que era correcto hacer.

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En el patio hay una jacaranda
y sabemos que ya es primavera
cuando se llena de flores.
A los niños más pequeños
les gusta recogerlas,
llenan sus bolsillos de florecitas moradas
como si fueran monedas de un gran valor,
cuando sus mamás las encuentran
seguramente sonríen
y adquieren un poco más de paciencia.

Hoy, llegaron unos hombres oscuros:
al entrar a la escuela
notamos que no tenían cara.
De cualquier modo son culpables.
Cuando se fueron no quedó nada de la Jacaranda.
Allí se construirá un salón de clases
y otros niños aprenderán muchas cosas,
pero nosotros ya no sabremos
con exactitud
cuándo habrá de empezar la primavera.

(Gerardo Sánchez)
Por cualquiera de ambos métodos, entre los laureles tricentenarios de la Plaza Doctor Mora, enraizaron, germinaron y florecieron dos Jacarandas hace unos treinta años y, como en el poema de Gerardo Sánchez, anunciaban a los chamacuerenses el inicio de la primavera.



Sus flores azul violeta llenaron sus frondas y se volvieron alfombra durante muchas primaveras. Puedo asegurar que todos dábamos por hecho que esa sencilla alegría, sería un valor añadido de nuestra plaza por tiempo indefinido. Estas jacarandas eran tan cercanas que sus ramajes se confundían y parecían armonizar una con otra, aunque la que estaba unos metros más hacia el oriente era un poco más grande y su tronco más voluminoso, quizás cuestiones de asoleamiento o dirección de las lluvias fueron determinando esta diferencia, es difícil saberlo.



Mucho más difícil sería saber qué relación afectiva tenían una por la otra, pero si llevaban más de treinta años conviviendo día tras día y primavera tras primavera, es evidente que algo más allá de lo comprensible las relacionaba.  Como entiendo que esto parece demasiado fantasioso debo relatar que una tarde gris, una tormenta, que parecía traer consigo todos los vientos de la región, sacudió el centro de  Chamacuero, con tal obsesión que uno de los Laureles tricentenarios se vino abajo y en su caída se llevó consigo la Jacaranda más grande. No resultó útil que medio pueblo lamentara profundamente este suceso, nada podía hacerse por ambos árboles o, a fin de cuentas, nada se hizo; días después el zumbido insensible de una sierra de cadena terminó por reducir los restos de ambas especies.  En los cajetes vacíos sembraron dos nuevos Laureles, como para sentarse a esperar trescientos años. 

Como  si  de una leyenda se tratara, la llegada de las Jacarandas a nuestro país gira en torno a una anécdota, que por verosímil, bien pudiera ser cierta.  En los albores del siglo XX, o en el ocaso del XIX, algún gobernante pretendió plantar cerezos en las grandes avenidas de la Ciudad de México. La proverbial belleza de la floración de estos árboles era, y sigue siendo, razón suficiente para intentar aclimatarlos en nuestro país.



Un jardinero japonés, radicado en estas latitudes, desestimó la posibilidad de que los cerezos prendieran y, menos aún, florecieran en nuestro clima. De modo que sugirió sembrar jacarandas que, a su manera, también tienen una época hermosa de floración intensa, al grado de que su fronda se torna azul violeta por algunas semanas.



Esta anécdota, tan colorida como una jacaranda en primavera, puede hacernos creer que esta especie es nativa del Japón, pero lo único japonés es el vasto conocimiento del jardinero hacia la flora del mundo entero. Sin preocuparse mucho por hacer fidedigna la leyenda, las Jacarandas llegaron desde Brasil y fueron extendiéndose, no sólo por la Ciudad de México, sino por todo lugar que les fuera propicio, hasta asentarse hacia todos los rumbos, ya fuera de la mano de los jardineros o, de manera natural, desperdigando sus semillas en su ciclo reproductivo.

Hasta este punto, algo en pro de lo dicho arriba sólo viene en esta reflexión: Si a medio pueblo nos dolió la caída de ambos árboles, imaginemos cuánto debió afectarle a la Jacaranda que siguió en pie. Pero lo enigmático,  lo que me permite asegurar que ambos árboles se tenían, por lo menos,  una gran estima, es el hecho de que al año siguiente,  sin causa aparente, la Jacaranda sobreviviente se secó.   Cuando debía de estar llena de sus flores azul violeta sus ramas estaban  mustias. En vano esperamos un milagro de la primavera, deseando que reverdeciera aunque no hubiera floreado. Pero no hubo tal, hacia la estación lluviosa sabíamos que estaba muerta, que nos había expresado cuán difícil era encontrarle sentido a la existencia sin su compañera.



Alguien decidió que,  en vez de seccionarla pragmáticamente, su tronco podría ser artísticamente tallado. Así que un diestro artesano estuvo varios días sobre un andamio, desplegando su destreza con gubias y formones. Algo relativo a Margarito Ledesma y a sus poemas se desplegó por el tronco y las ramas mayores por un breve tiempo. Breve porque la idea parece no haberle agradado al tronco de la Jacaranda  y un día cualquiera se vino abajo, sin importarle Margarito Ledesma ni la inscripción de cantera que narraba pomposamente la historia de su tronco muerto.
Hoy dos jóvenes Laureles ocupan el lugar de las Jacarandas, curiosamente, ahora el que está más al poniente es un poco más frondoso. Con toda seguridad es deseo de muchos chamacuerenses que estos nuevos árboles sigan enraizando, crezcan, den sombra y suplan de algún modo a sus ancestros tricentenarios pero,  por el momento, no sabemos discernir, con certeza, cuándo habrá de empezar la primavera.
Historia de dos Jacarandas
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Si usted, amable lector, es asiduo a este espacio electrónico, sabrá que reiteradamente compartimos, en formato electrónico, libros de Agustín Ayala García. Si usted no lo sabía y le interesa este autor, le recomiendo visitar la sección Libros de esta misma página, tengo el atrevimiento de decir que en ninguna otra parte encontrará tanto material del Padre Agustín ni tan generosamente puesto a su disposición.

En alguna ocasión que, con motivo de la edición de "Los Dioses vacíos", lo visité en su domicilio, Agustín Ayala me mostró un altero de hojas, apretujadas en un folder, el folder contendría unos seis centímetros de hojas mecanografiadas, así que estimo que eran un millar de páginas. Al tiempo que me lo mostraba me dijo: "Todo esto está inédito". No sé dónde quedaría toda esa riqueza literaria; he dejado de insistir en su publicación.

Por eso fue un gusto bárbaro encontrar tres pomas de Agustín Ayala, yo diría que un tríptico de sonetos, mientras buscaba una imagen en blanco y negro de la que hablo en el artículo siguiente.

Los poemas en cuestión vienen en una hoja de papel tamaño carta, doblada por la mitad. En las páginas uno y tres del pliego resultante se leen tres sonetos.  El título dice, con un poco de enigma:

TRES SONETOS.-
Por Ag. Ayala.

Conociendo el aprecio recíproco que mis padres tuvieron por el Padre Agustín, me parece evidente que Ag. Ayala sea Agustín Ayala; conociendo su poesía no dudo que le pertenezcan estos tres sonetos.  Ya si algún suspicaz lector los quiere atribuir a Agamenón Ayala o Agripino Ayala está en su derecho. 

La hoja en cuestión no está impresa formalmente, no está mimeografiada (técnica accesible en los años setenta para reproducir textos, con muy poca calidad)  sino mecanografiada con esmero y cuidado.  

El padre Agustín llegó a realizar algunas lecturas públicas de sus poemas aquí en Comonfort, en los años setenta, época en que ganaba concursos de poesía a nivel nacional.  Recuerdo alguna tarde en que mi Padre asistió a un evento de ese tipo y recuerdo haberle preguntado por qué el padre Agustín se ponía a declamar. Mi Padre me aclaró que eran lecturas de sus poemas, no declamaciones estruendosas.  Entonces me sorprendí más, pues en mi percepción infantil no concebía a un sacerdote no sólo interesado en la literatura, sino todo un poeta.  

Seguramente, de uno de esos eventos viene esta pequeña y ya amarillenta hoja tamaña carta. Tal cual la comparto, siento que se pierde algo inefable si la transcribo. Más aún, hasta donde mí no tan limitado conocimiento de la poesía de Agustín Ayala me lo permite, puedo afirmar que son poemas inéditos, es decir que forman parte de sus libros ya publicados. Ojalá que para usted, amable lector, conocerlos represente un gusto tan grande como lo fue para mí encontrarlos y compartirlos.

Tres sonetos de Agustín Ayala García
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Tres sonetos de Agustín Ayala García
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Hace unos meses fui invitado como jurado a un concurso municipal de narraciones acerca de nuestro pueblo. Debo decir que la calidad y el valor testimonial de todos los trabajos me regocijó sobradamente, pero nunca diría que me sorprendió.  De entre estas narraciones dos de ellas hablaban específicamente de la explosión de una pipa de gas. Este pasado 31 de enero de 2022 se cumplieron veinticinco años de aquello. Originalmente yo pensaba, no sé si por el aniversario, compartir ambas narraciones, máxime que son voces de testigos presenciales.  Pero no pude tener comunicación con uno de los autores, así que les comparto el relato de Cristóbal Velázquez y un relato más en donde vierto lo que un testigo, que prefirió permanecer anónimo, me relató durante un largo rato de remembranzas.  Adicionalemnte, fue posible armar el reportaje gráfico que viene un poco más abajo, junto con la cronología también anexa.  En este segmento le comparto las dos narraciones, si ello motivara a alguien a compartir su testimonio, será un gusto escucharlo e incluirlo en este apartado. Dicho sea de paso, esa calidad literaria me mueve a colocar estas narraciones en esta sección, además quizás es un hecho aún muy reciente para ubicarlo en el apartado de historia.

Ya adentrados en la información disponible, nos pareció congruente compartir la liga de un corrido de don Toribio Gómez, que aborda este tama a su manera, con toda la originalidad que pone en sus composiciones e interpretaciones. Cuando don Toribio me pidió filmarlo cantando esta pieza, me platicó que el padre de una de las víctimas le había encargado esta composición. En los propios versos así lo explica. Ojalá esta composición de corte épico haya paliado, aunque fuera un poco, el terrible dolor de  quien la solicitó y  el de los demás que también padecieron directamente esta tragedia. 

Por si alguien prefiere leer la letra de este corrido la transcribimos, pero no hay nada como escucharlo en la voz y la guitarra de don Toribio Gómez.

Transcribiendo y releyendo estas historias uno no termina por saber si la memoria es tan balsámica como imaginamos. Para quienes perdieron a un ser querido o sufrieron dolorosísimas lesiones que, por si fuera poco, les dejaron cicatrices notorias, tal vez no valga la pena recordar nada. Pero para la conciencia colectiva, bien puede ser indispensable no olvidar y entender bien el riesgo que el tráfico de trenes y automotores entraña. Más aún si con ello puede evitarse que algo tan terrible, y tan absurdo, pueda volver a ocurrir.
 
A 25 años de la terrible explosión de una pipa de gas
LA TERRIBLE EXPLOSIÓN EN EL CRUCERO DE LA VÍA DEL TREN, FRENTE A MI CASA
Cristóbal Velázquez Álvarez
La noticia dice así: 31 de enero de 1997 en la ciudad de Comonfort, Gto. Una pipa de gas LP trata de ganarle el paso al tren y provoca una fuerte explosión que deja muertos y heridos en el lugar.
Pero hoy te voy a platicar como viví ese hecho que nos causó una gran impresión y miedo. 
Eran como las diez y media de la mañana del día 31 de enero del año de 1997. Yo vivo en la calle Vasco de Quiroga # 34, exactamente a una casa del paso de la carretera a San Miguel de Allende y casi enfrente del crucero de la vía del tren, donde sucedió el accidente. Como les contaba, en ese tiempo yo tenía ya como 20 años de edad, pero como no trabajaba en algo formal, pues tenía la mala costumbre de dormir hasta ya entrado el día. Por tal razón ese día en particular, a la hora que todo se inició, yo estaba dormido, de repente mi cama comenzó a temblar, al grado que me despertó, pues realmente el temblor en el piso era muy fuerte, además estaba acompañado de un fuerte ruido de metales golpeándose. Con todo ese alboroto me levanté medio aturdido de la cama por el susto, en ese momento escuché las voces de mis papás que me gritaban: "!Cris, levántate. Quién sabe qué pasó con el tren. Salte del cuarto¡".

Con todo lo sucedido, como pude me asomé por la ventana de la habitación. Cabe mencionar que la casa es de una sola planta por lo que al abrir la ventana ya mi papá estaba afuera esperándome, fue en ese momento cuando sucedió la explosión, estaba apenas asomándose en la ventana cuando un sonido, como un zumbido pero fuerte, invadió el ambiente enseguida, en fracción de segundos una enorme flama se levantó por los aires y pasó por encima de nosotros. No nos envolvió, estaba arriba de la casa. El calor de aquella enorme lumbrada lo sentimos enseguida y como acto reflejo salté por la ventana y, junto con mis papás y mi hermano menor, nos refugiamos en la pequeña huerta que en ese tiempo tenía la casa. En ese lugar nos quedamos agachados, todos juntos. Fue cuando vimos cómo por la parte de atrás de la huerta, la lumbre invadió la carretera. En ese momento nos llegaron muchas emociones pues teníamos miedo, estábamos sobresaltados, pues no creas que fue un flamazo y ya. No, era lumbre grandísima que corría por todo el lugar y estaba acompañada de un fuerte zumbido, creo yo, a causa de la quema del gas. Nosotros en mi casa tuvimos mucha suerte, pues el tráiler que chocó corría de Celaya a San Miguel de Allende, al atravesar la vía, el tren lo alcanzó de la mitad de la salchicha hacia atrás y la empujó sobre la vía hasta que la volcó, rodándola y causándole una enorme grieta en la parte trasera.  Esto dejó escapar enormes cantidades de gas que, creo yo, se encendió a causa de la misma fricción de los metales chocando. Eso provocó el enorme flamazo que mató e hirió a mucha gente en el lugar. En nuestro caso te decía que tuvimos mucha suerte pues el tren tapó todo el flamazo hacia nuestra casa y toda la lumbre pasó por encima, pero los vecinos no tuvieron la misma suerte.

Cuando la lumbre se terminó no queríamos salir de ahí, por lo que estuvimos un rato más en nuestro refugio improvisado. Luego mis papás, mi hermano y yo, nos dirigimos con mucho cuidado a la entrada de la casa. Cuando por fin nos asomamos a la calle, nos dimos cuenta de lo que había ocurrido, pero como sucede en estos incidentes, no salíamos del asombro cuando un señor llegó gritando a nuestra puerta, pidiendo agua para apagar su camioneta. En ese momento nos despabilamos y, como acto reflejo, volteamos a ver al otro lado de la calle. Ahí, frente a la casa, estaba una camioneta de tres toneladas que transportaba colchones para venta y que, tras la explosión, estaban en llamas. No lo pensamos dos veces y corrimos al interior de la casa y en un tambo llenamos las cubetas que encontramos, salimos a apagar la lumbre que consumía los colchones. No fue cosa fácil apagar aquellos colchones, pero salió gente de todos lados y a cubetazos y hasta con los refrescos de la tienda, que estaba a un lado de mi casa, se logró apagar la lumbre de los colchones que terminaron tirados junto a la vía, aún echando humo. Esta pronta reacción de los vecinos, el chofer y sus dos acompañantes, permitieron que la camioneta no se quemaras, solo la carga salió afectada. Cuando el fuego estuvo apagado le preguntamos al chofer qué había sucedido; él nos dijo: "Yo venía atrás de la pipa y el pinche tren no pitó; la pipa se atravesó. Yo digo que el pendejo no vio el tren y que se lo lleva. Yo me frené pero todo fue bien rápido, el tren rodó a la pipa y luego explotó. Nosotros nomás nos agachamos ahí dentro de la troca y no nos pasó nada, nomás se quemó la carga, pero eso qué chingaos". Estábamos escuchando su relato cuando alguien gritó se está quemando una casa, todos vimos que al otro lado de la carretera, en una casa de dos pisos, salía ya la lumbre que ardía en el patio. Con cubetas en mano todos corrimos a auxiliar. Al llegar a la casa vimos que la puerta de entrada derribada y en el patio la lumbre ardiendo pues, como el estallido fue frente a esa casa, el tanque de gas explotó. Con el agua que los vecinos traíamos en las cubetas logramos apagar la lumbre dentro de la casa. En el lugar encontramos a una mujer herida, con todo el rostro ensangrentado y varios golpes en el cuerpo. Entre todos recogimos de los escombros la puerta de la entrada y a modo de camilla la usamos para sacar a la herida. Para ese momento ya había algunos vehículos de la Presidencia Municipal,  en una camioneta subimos a la herida  y la trasladaron al hospital.
Después de tanto ajetreo comenzó una tensa calma y regresé a mi casa, pero fue en ese momento cuando empezó a salir la realidad de las cosas y es que cuando el gas ya esparcido en el aire dio el flamazo, todas las casas que estaban enfrente fueron muy afectadas. En la casa de la esquina tres miembros de la familia sufrieron quemaduras en todo su cuerpo, era el papá, la mamá y uno de sus hijos. Estaban parados en la calle completamente quemados, pues salieron a la calle para pedir ayuda. El padre finalmente falleció en el hospital a causa de sus quemaduras.
Las casas no tuvieron gran daño, pero muchas personas sufrieron quemaduras en distintas partes de su cuerpo.  No sólo los vecinos fueron heridos, los maquinistas también salieron afectados, sin embargo no te sé decir si fallecieron o sobrevivieron, pero sé que el tren terminó su carrera a la altura del callejón de la conquista y estaba incendiado en la cabina.
Otros afectados fueron los muchachos y muchachas que, en ese momento, jugaban en la cancha de basquetbol del campo deportivo azteca; el tren terminó arrojando la pipa frente al campo y, cuando el gas se encendió, la lumbre los alcanzó, causándoles quemaduras que, gracias a Dios, no pusieron en riesgo sus vidas.
La verdad es que todo sucedió muy rápido. En ese tiempo el heroico cuerpo de bomberos de Comonfort, tenía su domicilio en la colonia Camacho, frente al callejón de Guanajuato, esto permitió la respuesta inmediata de aquellos valientes. Pero, como el tren estaba tapando el paso por el crucero de la vía, si los bomberos no hubieran estado de ese lado, la salchicha, aún con gas dentro, se hubiera calentado hasta el grado de crear, ahora sí, una explosión mucho más grande. Porque lo que sucedió ese día fue solo un flamazo. Entonces me pongo a pensar que si hubiera sido una explosión yo no te estaría contando a esto pero, Bendito Dios, no fue así.
Cuando los bomberos llegaron al lugar la salchicha, es decir el contenedor de gas LP, presentaba una enorme grieta en la parte trasera y mantenía una enorme flama como un mechero. Entonces los bomberos comenzaron a enfriar el contenedor con el agua del cambión de bomberos para que no explotara. Te decía que todo sucedió muy rápido, la gente comenzó a llegar al lugar, pues buscaban a sus hijos que, en ese momento, estaban en clases en el kínder Vicente Suárez, que está al otro lado de la calle en donde terminó la pipa incendiada.
Luego el tren fue abierto, es decir lo separaron, para dejar libre el paso a los cuerpos de rescate. Cuando el tren se separó pude ver, desde mi casa, cómo los bomberos enfriaban el contenedor del gas, la cabina del tráiler calcinada y el cuerpo, sin vida, todo calcinado, del chofer de la pipa, quien tal vez pudo saltar de la cabina, pero fue alcanzado por las llamas. Su cuerpo yacía sin vida y aún despidiendo humo. Otra imagen impactante era la de un vocho aún en llamas, justo donde comienza la curva para entrar a Camacho. Dicen que una pareja viajaba en él, que también sufrieron quemaduras y fueron trasladados a San Miguel, para recibir atención médica. En el lugar también murió la señora que instalaba su puestecito de jugos en la esquina de una pequeña calle que ya no existe y que dividía al prescolar con una casa de campamento del tren. Todo ese espacio ahora son las canchas de usos múltiples. También falleció una niña que vendía leche y que, por desgracia, estaba en el lugar en el momento del flamazo.

Entre la gente que salió a buscar a los niños del kínder y los curiosos que corrieron a ver lo que sucedió, el lugar quedó lleno de gente. En esas circunstancias el bombero que manejaba el chorro de agua sofocó, por un momento, la flama que salía del contenedor de gas. Al ver eso un silencio se apoderó de la muchedumbre, con la mirada fija en el contenedor, ya apagado, sufrieron un tremendo susto cuando el fuego se encendió de nuevo, dando un flamazo que derribó de espaldas al bombero, e hizo correr a todos los curiosos. Esto convenció a la gente de comenzar a abandonar el lugar.
En ese preciso momento llegó el ejército y comenzaron a pedirle a los fisgones que evacuaran el lugar, pues la situación era crítica y muy peligrosa aún.

Con la llegada del ejército se acordonó la zona y comenzaron la evacuación de todos los vecinos del área, los soldados tomaron el control de la situación y le pidieron a todo el mundo que saliera de sus casas. Cuando llegaron a casa de mi bisabuelita ella no quería salirse y ni mi mamá, ni mis tías la convencían; pero llegaron los soldados y sin más le dijeron que tendría que salirse y, como ella estaba en silla de ruedas, entre varios la sacaron cargada y así tuvo que evacuar también la zona. Así fue que las calles de Vasco de Quiroga, Plazuela Obregón, Ocampo, Pípila, Vicente Guerrero, los alrededores del Campo Deportivo y la colonia Cuauhtémoc quedaron completamente vacíos y, no sólo eso: los soldados recogieron todos los tanque de gas de las casas, que en su mayoría eran cilindros de treinta kilos, y los llevaron fuera del lugar, pues si estallaba la pipa que aún contenía mucho gas dentro, dichos tanques explotarían también, sería terrible.

Con todo lo sucedido y ya siendo evacuados del lugar, me encaminé con mi familia a la casa de mi tía, que vie en la calle de Pípila. Justo cuando estábamos pasando frente a la escuela primaria Manuela Taboada, los maestros comenzaron a sacar a los alumnos que también fueron evacuados. Ellos concentrarían a los estudiantes en el auditorio Margarito Ledesma, en el centro de Comonfort. Estando frente a la primaria escuché una voz que me llamaba por mi nombre, era mi amiga: la maestra Telma, que en ese entonces tenía a su cargo un grupo de niños pequeños, me pidió que le ayudara para guiar a los niños al auditorio. Por este motivo nos fuimos todos, mi familia y los niños de la escuela, con rumbo al centro de Comonfort. Cuando llegamos a la casa de mi tía, mi familia se quedó ahí y yo seguí acompañando a los niños hasta el auditorio, ahí estuve hasta que los niños se repartieron. En eso llegó mi hermanito y me dijo que mi familia y los tíos se trasladarían a un solar que tenían en La Soledad, que allá me esperaban.

Como buen chamaco pronto nos fuimos reuniendo todos los amigos, por lo que ya ni fui a donde estaba mi familia, pues estaban a salvo y mi mamá consideraba que yo sabía cuidarme, por lo que no se preocupó. Ahí, con los amigos, me quedé a seguir fisgoneando lo que sucedía. En "Las cuatro esquinas" vimos a expertos del ejército, con trajes como de astronauta, medir los niveles de gas en el drenaje. Para evitar el estallido del gas que sobraba lo comenzaron a drenar, mezclándolo con mucha agua. Ahora pipa tras pipa de agua, llegaban de todos lados para realiza la maniobra. Esa maniobra duró todo ese día y la noche. Hasta casi medio día del 1 de febrero se terminó el drenado. Fue cuando la gente pudo regresar a sus casas. Al llegar también se dieron cuenta de que no tenían tanque de gas, pero luego pasaron a avisar que tenían que ir a recogerlo o algo así, ya no recuerdo bien.
Con el paso de los días, peritos valuadores comenzaron a visitar las casas cercanas al siniestro, para evaluar daños a estructuras y a su vez, si fuese el caso, entrar en la lista de afectados para recibir alguna indemnización. En nuestra casa pasaron pero mi papá les comentó que todo estaba bien, solo se habían quemado, u horneado, con el calor de las llamas, las puntas de los árboles, las escarchas y el arbolito navideño, que se encontraba en el patio de la casa, y que mi mamá esperaba quitar después de la fiesta de la Candelaria. Gracias a Dios estábamos sanos y salvos.
Para los que sí fue un peregrinar, tengo entendido, fue para las personas que sí resultaron afectadas en su salud, pues para hacer que la compañía cubriera las indemnizaciones a los afectados, tuvieron que hacer  plantones en dicha empresa.

Mis hermanos, que en ese tiempo estaban en el norte, después de que se les pasó el susto por no saber de nosotros,  a sabiendas que el incidente sucedió frente a la casa, decían: "No manches, Carnal, aquí (refiriéndose al norte) se hace famoso nuestro pueblo por puras desgracias y, para acabarla de joder, en lugar de decir Comonfort, Gto., los muy pendejos le ponen Confort, Gto".
Y pues así se vivió ese suceso de la historia de nuestra hermosa ciudad y, como buen mexicano, después del susto vienen las risas y hasta el humor negro, pero una cosa sí te digo: desde ese día siempre que ponemos el cilindro de gas, reviso que no le quede ninguna fuga, pues aquella imagen y sonido de la explosión me quedo muy grabado.


REMEMBRANZAS DE UN TESTIGO ANÓNIMO

Aquella mañana estaba por sentarme a almorzar cuando escuché un estruendo enorme, seco, antecedido, o seguido, por un sacudimiento de la tierra, casi como un temblor. Salí a la calle y me recibió una ola de calor inexplicable, mientras imaginaba lo que podía haber sucedido me lancé corriendo al Prescolar que está frente al crucero de la carretera con la vía. Al entrar lo primero que vi fue una niña con la falda en llamas y una señora tratando de apagársela, en medio del llanto generalizado de los pequeños encontré a mi hija que, afortunadamente, estaba ilesa. Me la llevé a la casa, al salir, a la distancia vi la pipa con una llamarada que se elevaba varios metros hacia los aires.

En el camino me crucé con la señora de los jugos, ya sin rostro, con los huesos de la mandíbula expuestos, caminando sin sentido, articulando sonidos guturales, cuando un muchacho se acomidió a apagar sus ropas se trajo fragmentos de tejido en sus manos. La desafortunada señora caminó unos pasos y cayó desvanecida.

Vi un vocho en llamas y más cerca de la vía dos cadáveres calcinados, todavía humeando.  Toda la calle era un caos, había decenas de padres buscando a sus hijos en el jardín de niños.  Tapé la vista de mi pequeña, la dejé en la casa y regresé a tratar de ayudar, al salir vi unas personas del barrio de La Rinconada tratando de organizar a la gente o de alejarla del lugar.

Yendo hacia la vía vi al Tréllez que estaba apagando el motor del vocho con botellas de Coca Cola, el gas hace un extinguidor improvisado y funciona. La gente agarraba botellas de los negocios cercanos.
En ese momento el tren seguía atravesado en la carretera. Cruzo y del otro lado de la vía vi dos cadáveres, junto a la pipa un hombre obeso, calcinado.  En las casas de enfrente murió un hombre, su mujer y su hijo sufrieron graves quemaduras pero sobrevivieron. En todo el rumbo era toda una romería, romería trágica pero un ir y venir y un mar de escenas dolorosas y desconcertantes.
Escuché a unas personas del barrio asegurar que unos dos meses atrás habían metido oficios a la presidencia solicitando que pusieran unos topes de cada lado de la vía. Cada quince días en promedio el tren impactaba algún vehículo. Pero nunca había sido uno cargado de gas. Pero la administración de ese entonces nos lo tomó a mal.

Para ese momento y viendo que la enorme llamarada continuaba algunos más conscientes empezamos a decirle a la gente que se fuera porque la pipa seguía ardiendo, por el color de los metales se puede percibe que tan llena está la pipa, se marca; esa pipa estaba llenísima. 

Quienes vieron la explosión desde el cerro afirman que se hizo un hongo enorme, como si de una explosión nuclear se tratara.  La primera bola de fuego, la que configuró la explosión, quemó hasta los árboles que están del otro lado del estadio.  Por el mismo estupor de la tragedia muchas ambulancias llegaban y no sabían qué hacer, nada más miraban, nosotros canalizamos muchos heridos para que los llevaran a atender.

En ese momento se hablaba ya de siete muertos.

Muy pronto empiezo a ver soldados con el distintivo de DNIII, pero tampoco se aplicaban, no sé cómo le hicieron, llegaron de Sarabia en 25 minutos, de rato habían llegado bomberos hasta de Yuriria. Para ese momento la fila de vehículos era enorme, el tren tenía atravesado mucho rato.

El riesgo de un nuevo flamazo o, peor aún de una explosión era muy grande, pero la gente no hacía caso, recuerdo que les decía a unos viejitos que se retiraran que era peligroso, pues más estiraban el pescuezo y más se asomaban. En eso la llamarada aumentó de intensidad brevemente, la gente se espantó y ahora sí se retiró, pasando, literalmente, encima de aquellos viejitos.  Yo escuché hablar entre ellos a los de protección civil de algún lugar, diciendo que no era conveniente apagar el fuego por el riesgo de explosión. Otro más dijo después, "Si esto truena va a ser una catástrofe".

Algunas personas se atrevieron a dar sugerencias a los militares para cerrar los accesos y retirar a la gente, quizás porque los vieron tan eufóricos les hicieron caso y de esa manera dejó de ser una romería y dejó de haber curiosos poniéndose en peligro. Las sugerencias eran para cerrar el flujo de vehículos y de gente, incluso se sugirió cerrar el acceso por San Miguel desde la presa.

De rato llegó gente del noticiero "Así sucede",  y entrevistaron a las personas del barrio que no perdieron oportunidad de recordar que ya habían alertado a las autoridades y con Florido Lenguaje hicieron declaraciones fuertes, contra el gobierno municipal,  que salieron al aire. Esa molestia se ventiló muchísimo.

En todo ese rato la flama continuaba ardiendo, se canalizaban heridos, hubo muchos niños quemados o heridos por la onda expansiva inicial. Era una romería de tragedias. Nosotros ayudamos mucho a canalizar heridos.
Por las declaraciones públicas acabaron echando fuera a los señores del barrio que organizaron inicialmente las labores. Yo hacía rato que me había ido con mi familia a refugiar al cerro, no sé a qué hora comimos, se pierde la noción del tiempo.

Antes le había preguntado a alguno de los bomberos como iban a apagar la flama, ¿con agua? me dijeron que estaban ya esperando unos químicos. Hacia las cuatro o cinco rociaron con espuma y controlaron la flama, aunque permaneció ardiendo una flama pequeña de veinte o treinta centímetros  Esa noche no permitieron que la gente, cercana al sitio donde estaba la pipa, volviera a sus hogares. Yo recibí a algún conocido en mi casa.

Vi algunos colchones todavía humeando y pensé que eran de las casas, luego supe que era un cargamento que se incendió. Pero en algunas casas la explosión inicial  tumbó puertas y rompió vidrios.
El rato que anduvimos tratando de ayudar no sé qué tan útil haya sido, pero no podíamos irnos tranquilamente a nuestras casas a regocijarnos de que la tragedia no nos había tocado, no digo que salvamos vidas pero quizás al ser todo aquello menos caótico trajo algún beneficio a los más afectados. 

Las historias individuales son muchísimas, un borrachito del lugar, un tal Tréllez estuvo muy cerca del fuego ayudando durante un buen rato, apagando incendios secundarios.
Tristemente célebre fue la señora de los jugos y La Chinita, esa a la que su padre, tratando de aminorar su tristeza le mandó a hacer un corrido con don Toribio Gómez.

Recuerdo a un chamaquito del jardín de niños, no le hacían caso, estaba muy quemado del cuello, a gritos y jalones lo canalizamos a que lo trasladaran.  Las cicatrices que le quedaron le dejaron también un trauma, nunca se quitaba la sudadera que le cubría sus marcas, dos años después, en el campo Azteca, con la presencia del zurdo Oviedo, le hablaron sus demás compañeros, alentado por aquellas palabras se quitó su sudadera y no volvió a cubrirse sus cicatrices. 


Corrido de la Pipa 30 de enero de 1997

Autor e interprete: Don Toribio Gómez Parra


Fecha:  111 de octubre de 2018

Grabación: David Manuel Carracedo

El mero 30 de enero,
año del noventa y siete.
En el merito crucero
se lloraba la gente.

La máquina que silbaba
saliendo de la estación,
a una pipa tumbaba
surgiendo fuerte explosión.

Al ful fue Raúl García
dando primeros auxilios,
en lo que más se podía
sobre todo con los niños.

Toda la gente a los lados
pero peligro corría,
la Virgen de los remedios
salvó muchos ese día.


A las diez de la mañana
triste desesperación:
sigue prendida la llama
puede haber  nueva explosión

Ignacio el aguacate
dijo que hiciera el corrido
ya que a mí me gusta el arte
y me gusta lo bonito.

Es un recuerdo muy triste
que nunca será olvidado
"Chinita tú te me fuiste
dejándome atormentado".

Ay, con esta me despido
me duele mi corazón
aquí termino el corrido
de la tremenda explosión.
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A 25 años de la terrible explosión de una pipa de gas