Debo confesar que lo primero que llamó mi atención fue la esmerada descripción de la finca, sus espacios y sus sistemas constructivos. Trato de imaginar la ubicación de dicha casa, quizás cometo el error de imaginar que el Calvario que se menciona es el mismo sitio que hoy denominamos de esa manera. De ser así la casa habrá estado en la actual calle Luis Cortazar, esquina con Iturbide del lado poniente de la calle. Una vez recuperado de mi interés por la arquitectura civil del Chamacuero Novohispano, me di a la tarea de asimilar en qué consistía el censo en cuestión. Dicho en pocas palabras El señor Hipólito solicita al convento trescientos pesos y se compromete a entregar quince pesos anualmente, dando como garantía la citada finca. Esto, que parece un crédito hipotecario, es un mecanismo diferente, pues por principio de cuentas no hay un plazo para reintegrar "el principal" (los trescientos pesos) y el pago de réditos puede prolongarse indefinidamente. Tampoco hay un abono a capital, por lo que los trescientos pesos se mantienen constantes aunque se paguen réditos durante cincuenta años. Este mecanismo era muy popular en los años de la colonia y generalmente tenía un buen propósito de parte del cesionario (quien recibía el dinero gravando alguna propiedad): la instauración de una Capellanía, como en este caso, o alguna otra obra pía.
Hasta aquí todo parece claro, bueno, luego de leer varias veces esta parte del documento así me lo pareció, pero resulta que los trescientos pesos obraban en poder de don Cristóbal Torrecillas, síndico actual del Convento de San Francisco, porque dicha cantidad había sido integrada al convento por José Clemente Rosendo, quien había tramitado un censo similar, pero para estas fechas ya lo había redimido (pagado, reintegrado). Este dinero, sin embargo, había sido legado al Convento por don Nicolás de Balderas en su testamento, con la intención de que, con los réditos provenientes del Principal, se le dijeran tres misas cantadas por el mes de febrero. Los réditos siempre son de quince pesos por año, es decir el cinco por ciento anual, lo cual, al menos hoy día, no luce exagerado en modo alguno.
Dicho a la inversa queriendo ser claros:
Don Nicolás de Balderas lega al convento trescientos pesos para que con los réditos le digan tres misas cantadas cada año.
El convento los entrega, mediante un censo, a José Clemente Rosendo.
José Clemente Rosendo redime (paga) los trecientos pesos al Convento y quita el gravamen a su propiedad.
El Síndico del convento, don Cristóbal de Torrecillas, los entrega a don Hipólito Victoriano Merino, estableciendo un censo que grava la casa propiedad de don Hipólito.
Se entiende, o al menos yo lo concluyo, que con los réditos a que estaba obligándose don Hipólito, el Convento continuó diciendo tres misas cantadas cada año para don Nicolás.
Llama mi atención que, al final de la primera página que transcribo, pareciera que en vez de hablar el escribano habla el censatario (don Hipólito). Un poco más adelante estipula (y está subrayado en el original) que tras tres años consecutivos de omitir el pago de los réditos, su finca cae en la pena del comiso, es decir que será rematada para cubrir el Principal (los trescientos pesos) y los caídos ( al menos cuarenta y cinco pesos de tres años impagos). Las notas al margen indican que así sucedió pero hasta el año de 1780, es decir que don Hipólito pagó sus quince pesos durante treinta y siete años. Muy probablemente, pero esto es especulación mía, sus descendientes decidieron no seguir pagando los réditos del Censo.
En el medio de estas hojas, se incluye la Patente, que es la siguiente: