Pero a pesar del esfuerzo y desembolso que le hayan representado, no tuvo reparo en proponer esta disciplina para la formación de un taller en la Escuela Secundaria, cuando ésta entró en funciones en 1960 Y mucho más allá, él aportó la herramienta para la fundación de este taller. Aquí hay que valorar no sólo el importe monetario de este equipo (unos doce o quince mil pesos de estos tiempos) sino la tremenda dificultad de traer estos objetos desde los Estados Unidos, lo cual en aquél entonces era mucho más complicado. Hacia 1970 el profesor Lorenzo González Elías, quien había sido alumno del profesor Eduardo cuando cursó la secundaria, se hizo cargo del taller y siguió enseñando esta disciplina hasta 1990, cuando se le pidió que lo modificara de "Talabartería" a "Artesanías", argumentándole que el costo de la piel era muy alto. Aquí entre nos, la piel apropiada para hacer estos trabajos se llama Sillero (Sillero Simón le decían en mis tiempos) y cuesta entre 3.40 y 4.00 pesos el decímetro cuadrado. Échele cuentas, un cinturón de 110 cm de largo y 4 de ancho nos da 4.4 dm2 igual a 15.84 pesos, veinte pesos exagerando. ¿Le parece caro? ,¿Más si pensamos que estampar esos 4.4 dm2 podrían llevarle varias semanas al esmerado estudiante? Si de 1960 a 1990 se impartió este taller, hablamos de 30 años y unos seiscientos o setecientos alumnos que aprendieron este arte. Sin embargo, prácticamente ninguno lo ejerció después, ni siquiera por afición y hay una razón de orden práctico: La herramienta no se consigue fácilmente (o al menos no antes del uso generalizado del internet) porque como ya dije, la técnica del martillado no está mayormente extendida en México. Un servidor, que tuve una breve y circunstancial participación en este taller con el profesor Lorenzo, me avoqué a con seguir estas herramientas en la ciudad de México, recuerdo haber visitado peleterías y tiendas de piel con nulos resultados. Con la misma decadencia o el cambio de enfoque de los talleres en las escuelas secundarias, esta singular actividad dejó de enseñarse en definitiva. Aunque la herramienta había ido mermando a lo largo de treinta años, cuando el profesor Lorenzo se retiró dejó todo lo que quedaba en la Institución, ahora debe andar arrumbado en alguna bodega. Conviene aclarar que fue maestro de matemáticas durante muchos años, no sólo de Talabartería. Luego de su jubilación pasó cinco años aprendiendo el agridulce sabor del ocio, un día su nieto le pidió acompañarlo a Celaya a comprar un cinturón, como no encontraron uno que les gustara, su hija lo animó a buscar la piel y decidirse a cortar, coser, estampar, ribetear, etc. Así que hoy en día sigue ejerciendo este oficio, si bien ya no aplica las técnicas más laboriosas, sí fabrica bancos, cinturones, fajas, portaestandartes, fundas, etc. mismos que pueden ser adquiridos o encargados en su domicilio particular de la calle Arista. Del mismo modo su hermano continúa enseñando esta técnica en la escuela telesecundaria 216. Y usted, amable lector, tal vez se pregunte ¿para qué hablar de una artesanía que casi no se ejerce? Además de la nostalgia y el aprecio por el profesor Lencho, hay en este pueblo unos seiscientos exalumnos que recordaran su paso por este taller, los bellos objetos que fabricaron y, tal vez, como yo, la frustración de no poder seguir ejerciendo este arte. Si así fuera, si usted, amable lector es uno de ellos y quiere volver a tomar su cuchillo giratorio, el bevel, o el veiner, le aseguro que hoy es mucho más fácil que antes y que si acude con el profesor Lorenzo él tendrá mucho gusto en volver a transmitirle todos los secretos de la Talabartería.